Manisha Aggarwal-Schifellite / Harvard Staff Writer
Mientras los estadounidenses reflexionan sobre el primer aniversario de los sucesos del 6 de enero de 2021 en el Capitolio y el primer año del mandato de Joe Biden, Michael Sandel dice que es hora de comprender las profundas conexiones entre el aumento de la ira populista en los países democráticos occidentales y la creencia de larga data en la meritocracia entre los miembros de élite de esas sociedades. La fuente de las desigualdad.
Profesor Anne T. y Robert M. Bass de Gobierno, Sandel ha argumentado que durante los últimos 40 años las élites en países como Estado Unidos, el Reino Unido y Alemania comenzaron a atribuir incorrectamente su éxito en la educación y el empleo solamente a sus habilidades, ignorando la desigualdad de recursos y de conexiones. Una idea que envió un mensaje a la clase trabajadora, que su suerte en la vida era culpa suya y que generaba resentimientos y una reacción violenta contra los de arriba.
La solución, dice Sandel, es prescindir de las opiniones exaltadas de la meritocracia y centrarse en la justicia y la humildad en la búsqueda de un bien común. Un mensaje que resonó en Olaf Scholz, el nuevo canciller de Alemania.
Scholz leyó el libro de Sandel La tiranía del mérito: ¿Qué ha sido del bien común? y tuvo un diálogo pública con él antes de las elecciones. Su campaña, que se dirigió a los votantes de la clase trabajadora con el lema “Respeto para ti”, fue influenciada por las ideas de Sandel.
Sandel ha explorado el impacto del capitalismo en los valores morales de la sociedad. «Sin ser plenamente conscientes del cambio, los estadounidenses han pasado de tener una economía de mercado a convertirse en una sociedad de mercado en la que casi todo está en venta», señala. Y en un mundo en el que todo es una mercancía, la desigualdad se reproduce rápidamente. La vida es más difícil para los que tienen medios modestos.
Su libro tuvo un gran impacto en Olaf Scholz mientras intentaba revivir el partido socialdemócrata en Alemania. ¿Qué funcionó bien en su acercamiento a los votantes?
Scholz reconoció que simplemente alentar a las personas a ascender en la escalera del éxito mediante un título universitario, en un momento en que los peldaños de la escalera eran cada vez más altos, no funcionaba en la era de la globalización. Se enfocó en renovar la dignidad del trabajo. En buscar el respeto y el reconocimiento social de todo el que que contribuya al bien común. No solo de aquellos con credenciales y títulos profesionales. Este cambio de tono y énfasis resonó. Le permitió conectarse con muchos votantes de la clase trabajadora desanimados por el credencialismo meritocrático.
¿Cuáles son algunas de las políticas que ejemplificarían este cambio en Alemania y Estados Unidos?
Aumentar el salario mínimo fue una de las políticas que enfatizó Scholz, una política que ha estado en la agenda de la política estadounidense. Pero renovar la dignidad del trabajo también requiere desafiar la abrupta jerarquía de prestigio que valoriza los títulos universitarios y deprecia otros tipo de formación profesional. Alemania tiene una tradición sólida de apoyo a la formación profesional y técnica. Tanto económicamente como respetando y honrando a quienes se dedican a esos campos.
En Estados Unidos lamentablemente no invertimos lo suficiente en otras formas de aprendizaje. En el libro cito que Isabel Sawhill, economista de Brookings Institution, descubrió que el gobierno federal gasta alrededor de 162.000 millones para ayudar a las personas a obtener títulos universitarios, pero solo alrededor de 1.100 millones de dólares en capacitación técnica y vocacional. Una disparidad que refleja no solo la falta de financiación de esa formación sino la manera cómo el gobierno distribuye los recursos.
«Los ciudadanos democráticos deben deliberar sobre lo que se considera una contribución valiosa al bien común y cómo se debe reconfigurar la economía para reconocer las contribuciones que realmente importan».
Cualquier intento serio de renovar la dignidad del trabajo también necesitaría fortalecer la negociación colectiva para los trabajadores, incluso en los Gig Economy. También podríamos debatir los valores incrustados en el código tributario. Por ejemplo, ¿por qué gravan las ganancias del trabajo a una tasa más alta que las ganancias por dividendos y ganancias de capital? ¿Qué dice esto sobre nuestro respeto por la dignidad del trabajo? También podríamos debatir si promulgar un impuesto sobre las transacciones financieras especulativas y utilizar los ingresos para reducir el impuesto sobre la nómina, que es un impuesto sobre el trabajo. Sería otra forma de dar expresión concreta a la dignidad del trabajo.
¿Qué efecto ha tenido el enfoque en la meritocracia en la relación del público con la experiencia?
La credibilidad de los expertos se ha erosionado. Los expertos que más desacreditaron la experiencia en las últimas décadas fueron los economistas que instaron y promovieron la versión de la globalización impulsada por las finanzas, incluida la desregulación, el libre flujo de capital y los acuerdos de libre comercio, que resultó en la subcontratación de empleos, aumento de la desigualdad y la crisis financiera de 2008.
Estas condiciones llevaron al resentimiento que produjo la reacción violenta en 2016, incluida la votación del Brexit y la elección de Donald Trump. Cuando surgió la pandemia, necesitábamos desesperadamente la experiencia de expertos en salud pública y médicos, pero la desconfianza ya estaba allí. Entonces, cuando el Dr. Anthony Fauci le dice a la gente que use máscaras y se vacune está sujeto a la misma desconfianza que sembraron los economistas neoliberales de la década de los ochenta hasta principios del siglo XXI. Ésta es una de las grandes tragedias que nos prepararon mal para hacer frente a la pandemia.
¿Cómo se ha alimentado esta confluencia de problemas en el creciente populismo y la ira de la derecha?
En las últimas décadas, la división entre ganadores y perdedores se ha profundizado. Tiene que ver, en parte, con la ampliación de las desigualdades de ingresos y riqueza, pero también se trata de cambiar las actitudes hacia el éxito. Los que han llegado a la cima creen que su éxito es obra de ellos y que, por tanto, merecen la recompensa que el mercado otorga a los ganadores.
Esta forma de pensar sobre el éxito refleja el lado oscuro de la meritocracia. Conduce a la arrogancia entre los ganadores y a la humillación entre los que quedan atrás. Y, sobre todo, afianza la desigualdad. También ha generado resentimiento entre los muchos trabajadores que creen que las élites los menosprecian. Trump aprovechó este sentimiento de agravio contra las élites.
Es cierto que el propio Trump era una personalidad rica de un reality show y un magnate inmobiliario, por lo que podría parecer un avatar poco probable de la protesta populista. Pero el agravio que fomentó no fue el resentimiento hacia los ricos, sinoel dirigido a las élites intelectuales, profesionales y con credenciales.
Sería un error pensar que la derrota de Trump acabará con estos agravios. El ataque del 6 de enero y la creencia persistente entre la mayoría de los republicanos de que las elecciones fueron robadas sugieren que la amenaza a la democracia no se disipará fácilmente. Necesitamos repensar las políticas económicas neoliberales y las nociones meritocráticas de éxito que crearon una sociedad de ganadores y perdedores.
¿Las elecciones de Scholz en Alemania y Biden en Estados Unidos ofrecen algún motivo de optimismo?
Scholz es consciente de la necesidad de reactivar la socialdemocracia. De reconectarla con el respeto por los trabajadores y sus aspiraciones, y de construir una política sobre el empoderamiento de los trabajadores. Una señal alentadora. Biden está menos enamorado de las credenciales meritocráticas. Y es menos crédulo de los economistas neoliberales y menos dado a la retórica del ascenso que los demócratas y republicanos de las cuatro décadas anteriores. Como el primer presidente demócrata en más de 40 años sin un título de la Ivy League, tal vez sea capaz de alejarse de la fe meritocrática.
La pandemia ha puesto de relieve las desigualdades que existían antes. Las hizo más visibles. Aquellos con el lujo de poder trabajar desde casa no pudimos evitar reconocer cuán profundamente dependemos de los trabajadores que a menudo pasamos por alto. Trabajadores de entrega, trabajadores de almacén, empleados de supermercados, asistentes de enfermería, trabajadores de cuidado infantil. Estos no son los mejor pagados ni los más apreciados de nuestra sociedad.
La pandemia ha puesto de relieve las desigualdades que existían antes. No pudimos evitar reconocer cuán profundamente dependemos de los trabajadores que a menudo pasamos por alto: trabajadores de entrega, trabajadores de almacén, empleados de supermercados, asistentes de enfermería… que no son los mejor pagados ni los más apreciados de nuestra sociedad. Hemo empezado a llamarlos «trabajadores esenciales».
Sin embargo, hemos comenzado a llamarlos «trabajadores esenciales». Y ese reconocimiento podría ser la chispa para un debate sobre cómo alinear salario y reconocimiento con la importancia del trabajo realizado. No las ganancias obtenidas..
A menudo asumimos que el dinero que gana la gente es la medida de su mérito. Un grave error. Los ciudadanos democráticos deben deliberar sobre lo que se considera una contribución valiosa al bien común y cómo se debe reconfigurar la economía para reconocer los aportes que realmente importan.
Publicado en The Harvard Gazette