Te voy a confesar algo.
Cada vez que escucho una de tus conferencias o uno de tus podcasts, los oigo a 2x de velocidad.
Si yo estuviera sentado donde estás sentado ahora, y te tuviera que escuchar en este escenario, me desesperaría apenas hayas comenzado.
Más de una vez me ha pasado que mi dedo índice busca el botón de 2x para acelerar a la persona que tengo enfrente. Me pasa cuando voy a cenar, cuando me habla mi papá por teléfono, y el otro día, viendo el atardecer, quise acelerar al sol al caer sobre el horizonte, para yo poder regresar a mi computadora y sacar mis pendientes.
Vivo obsesionado con la velocidad y por eso me parece muy romántico, y necesario y deseable, que haya estos grandes movimientos de comer lento, de dejar las temporadas de ropa más de quince minutos, de escuchar a tus hijos cuando están empezando a hablar, de darte el tiempo de sembrar un pequeño huerto y saborear el té de menta que saldrá en 20 días.
Pero muy profundamente, detenerme no solo me da culpa, también me mete al limbo de mi personalidad. Al limbo de no entender qué es eso que estoy haciendo aquí.
¿Quién soy sin mi productividad? ¿quién soy sin terminar con mi lista de pendientes? ¿Quién soy si no tengo nada que hacer?
Quien soy yo sin esa voz que se dice a cada segundo:
NO TENGO TIEMPO.
Esta parece una confesión, pero solo es confesión si yo fuera el único.
Pedirles a tus pacientes, o tus padres o a tus hijos que se detengan, es de esos consejos que solo damos pero nunca pensamos hacerlo nosotros mismos. Para mi eso no aplica porque mi vida no es como la de los demás.
Tal vez estamos esperando que otros se detengan para que nos sintamos menos culpables si es que algún día decidimos intentarlo.
En los siguientes tres días escucharemos a expertos en nutrición, en estrés, en sueño, en relaciones interpersonales, pero ¿quién de ellos, quién de nosotros, es experto en jugar con los tiempos de la vida? Bailar rápido pero calmado, flotar en el suelo y estar bien puesto en él.
Uno de los dilemas que teníamos al poner este congreso en octubre era el tema de la lluvia. ¿Y si llueve?
Hemos llegado al punto de la ridiculez. Queremos controlar la lluvia, el sol, los tiempos. Controlar las arrugas, las cosechas, las conversaciones de sobremesa. Que no duren más de cinco minutos. Confundimos la curación con la sanación, la duración con plenitud, el poliéster con el algodón orgánico.
Sentí como ofensa personal que se pongan a arreglar las calles de Valle de Bravo justo en el mes de nuestro congreso.
Ya sé que sueno como mi abuelo que nos hablaba de los tiempos que ya no son. Pero eso es precisamente el punto.
No hay como un abuelo que se arrepiente de haber deseado por tanto tiempo quedarse joven. Casi no hay jóvenes que quieran vivir como abuelos.
El tiempo me atraviesa y no puedo explicarlo. Hablo de cambio sistémico, de capitalismo, de hábitos, de sanar heridas. Hablo de reconectar con la tierra y las zanahorias. Hablo de pensar en nuevas formas de hacer ciudades que cultiven el movimiento, la atención consciente, la conexión interpersonal. Hablo de diabetes y de cáncer, y de las fuerzas económicas, políticas y sociales que han traído estas enfermedades y que son una experiencia humana indisociable de la destrucción del planeta y las dualidades sociales que nos hemos construido. Ahora escucho videos de la guerra en Medio Oriente: no nos entiendo. Ni a los humanos, ni a la vida, ni al tiempo.
A veces me veo invocando a la muerte. La muerte tan necesaria para el resurgimiento. La muerte de ideas, de personalidades, de inercias, de manipulación, de ignorancia. El miedo nos hace inicialmente inteligentes para sobrevivir, pero ultimadamente tontos para vivir. Quiero matar todo eso, porque yo soy todo eso.
Parece que recalibrar los tiempos, cambiar los paradigmas, equilibrar el estilo de vida, requiere de los suicidios.
Oye paciente: ¿y si tú y yo bailamos? Si tú me dices por dónde te quieres ir, y yo me voy contigo. En vez de convencerte, colaboramos. En vez de juzgarte, conectamos. En vez de yo definir el programa, te apoyo en el tuyo.
No vengo a resolverte problemas, solo me interesan las posibilidades. Yo estoy necesitado de posibilidades.Oye tierra, ¿me permites acercarme? Estoy acostumbrado a pisarte sin poner atención, me han dicho que ese es mi lugar en la jerarquía.
Quiero observarte, sentir tus tiempos, jugar con la viscosidad y la alquimia de tus lombrices. Saber que, aunque te erosionemos, no vas a responder desde el miedo.
Y sí, tengo pendiente pedirte perdón, tengo pendiente, pedirte permiso.Oye doctor, ven. Déjame que te dé un abrazo. Pon tu cabeza en mi pecho y déjame apretarte con cariño y susurrarte al oído que la vida no te pone una calificación cada vez que chequeas un pendiente más de tu agenda. Que la necesidad de los demás no recae en tus hombros únicamente. Que tu rutina exhausta está cuestionando correctamente ¿Cuál es esa salud de la que hablas en cada consulta?
Déjame abrazarte y escucha esta melodía para agradecerte y para que, aunque yo no lo oiga, puedas tú agradecerte a ti mismo.
Dilo ahora. Dite gracias a ti mismo.
Y por cierto, me digo yo en el espejo: Gracias a mi también.
Yo también puedo detenerme y saborear este presente.
Esta es mi vida. Correr, correr, correr, pero aprender a detener. Solo asi se puede comer, bien, dormir bien, coger bien.
¿Sabes cuál es mi cadencia?
Es esta. Jugar con las palabras. Acostarme en la cama en pijama el domingo y escribir esto. Se siente bien.
Mi cadencia es mezclar un poco de Filosofía, con un poco de Medicina, con un poco de Negocios, con un poco de sonrisa. Poner esa esperanza mientras mando mensaje tras mensaje para que me paguen las facturas, cuando me disculpo con una amiga por no invitarla este año al escenario, cuando se me dilatan las pupilas y le contesto a mi esposa. Cuando me acuerdo que solo estoy intentando bailar, o dejarme bailar por la música que he ensordecido por tanto tiempo.
Mi cadencia está en contarme historias. Las historias me ayudan a entender la complejidad de lo que soy. A sentirme complejo sin correr de lo que no comprendo.
Que estoy hecho de glutamina, glucosa y mitocondrias. De calcio, de fósforo y de sueños. De puntos, de comas y de los tres puntos suspensivos que tanto nos faltan a los que nos etiquetamos como optimistas o pesimistas. Ambas posturas equivocadas porque el futuro no está escrito.
A veces me distraigo, pero quiero adueñarme de mi cadencia. Conocer tradiciones milenarias que saben y sienten tanto, cuestionar mis necesidades modernas, interpretar mis enfermedades desde mis aislamientos emocionales. Me voy dando cuenta de que cuando acelero cosas que no deben de acelerarse, hay un precio que hay que pagar. Los que vivimos acelerados es porque no queremos asumir la invitación de que podemos ser felices.
Pero solo yo puedo sostener mi propia historia. No puedo esperar a que tu coincidas conmigo. No puedo esperar que el gobernarte, la tecnología, mi mejor amiga, me diga que lo estoy haciendo bien. No puedo esperar a que las contradicciones se resuelvan, más bien descansar en ellas. Como con el tiempo.
¿Tú cómo niegas la muerte? ¿Qué no estás dispuesta a sentir? ¿Cuál es la normalidad que no cuestionas? ¿Qué suicidio estás preparada para hacer y sumar en esta co-creación de un nuevo paradigma?
Deseo que los tiempos de estos tres días nos perforen. Nos hagan ver que nuestros suicidios no son tan definitivos y que hoy es el día para abrazarnos y decirnos dos cosas:
Uno: Si tengo tiempo.
Dos: Te amo.
Tal vez uno y dos son la misma cosa.
Detenernos no es un tema de velocidad, sino de atención. Tal vez de intimidad. Intimar con la contradicción.
Ahora me callo. Me callo, para escuchar nuestras cadencias.
(Discurso pronunciado el 13 de octubre de 2023 en la inauguración del Tercer Congreso Mexicano de Medicina de Estilo de Vida)