Paz Mata
Meryl Streep ha llegado a unas cotas que hace innecesario el uso de adjetivos. Es una Actriz, con mayúscula, que muchos consideran la mejor de todos los tiempos. Acumula tres Oscar, ocho Globos de Oro y una trayectoria de más de treinta años.
Dueña de una belleza serena, Meryl hace creíble cualquier personaje interprete, adopta sus expresiones, acentos e idiosincrasias, sin que se le detecte el mínimo rasgo de su personalidad.
A estas alturas de su carrera, ya se puede relajar y hacer lo que más le guste. Adorada por el público y respetada por la crítica, tiene claro que una persona para para conseguir el objetivo de su vida no puede dejarse amedrentar por nada ni por nadie, sobre todo si ese nadie es Donald Trump, el mismo que el año pasado dijo queestaba sobrevalorada. cuando Meryl Streep declaró su oposición al ocupante de la Casa Blanca.
En una reciente conversación hizo gala de su inteligencia e ignoró esos comentarios: “No puedes dejar que unos bastardos te echen por tierra”. No ceja en su empeño en demostrar su valía. Tras su incursión en la televisión, regresó a la pantalla grande con dos películas.
En la primera, The Laundromat de Steven Soderbergh, interpreta a Ellen Martin, una frustrada viuda que descubre una estafa de seguros perpetrada por dos chiflados abogados, interpretados, con sórdido estilo, por Gary Oldman y Antonio Banderas. El otro filme es adaptación de Mujercitas que escribió Greta Gerwig. Meryl encarna a la impetuosa y rica tía de las hermanas March.
—Está claro que puede interpretar cualquier personaje. ¿De dónde sacó a Ellen Martin, esa mujer cálida y hogareña que queda estupefacta cuando se entera del fraude de la compañía de seguros que contrató su marido?
—De mi experiencia. Yo nací en Nueva Jersey en una familia de clase media y traté mucha gente como Ellen. También conozco Lake George, donde transcurre la trama. Todo eso me sirvió para crear el personaje. Ellen, el corazón de esta historia, es una mujer que no se deja vencer.
—¿Estaba familiarizada con el término “lavado de dinero”?
—Nunca lo he entendido. Cuando me lo explican me parece muy complicado. Extenuante. Pero el libro de Jake Bernstein y el guión que escribieron Steve Soderbergh)y Scott Burns es como un cómic que incluye un manual de instrucciones para lavar dinero. Es muy oculto y arcano, pero no tan complicado. Es hacer trampa.
—Cosa que parecen saber muy bien las élites de todos países…
—Fue lo que más me sorprendió cuando salieron los “Papeles de Panamá”, que los presidentes de países como Islandia y Pakistán canalizaban su dinero a través de ese pequeño bufete de abogados en Panamá. Un crimen que se ha cobrado muchas víctimas, entre ellas personas que lo destaparon. Algunos, como es el caso de Daphne Caruana Galizia, una periodista que investigaba a alguien en la cima del Gobierno de Malta y su conexión con los “Papeles” y murió por la explosión de una bomba que le pusieron en el coche. Todavía hay periodistas muy vigilados debido a las repercusiones de su trabajo sobre esta cadena de corrupción. La película cuenta de forma simple y divertida, pero a la vez muy seria, de algo muy complicado. Me encanta.
—¿Cuánto tiempo tomará acabar con este tipo de actividad ilícita?
—Yo creo que la gente va siendo poco a poco más consciente de este tipo de contubernio. Cuanto más se informe a los que no están muy versados en asuntos financieros, más cuidado tendrán al colocar el dinero en inversiones que no están claras. Existen los ángeles buenos, pero también los malos. Los últimos llevan reinando mucho tiempo, pero se les han recortado las alas.
—A lo largo de su carrera de actriz ha interpretado muchas mujeres extraordinarias. Seguro que ha conocido a más de una. ¿Alguna le impactó de manera especial?
—Sí, he tenido la fortuna de conocer a mujeres extraordinarias. La última es la periodista mexicana Patricia Mayorga, galardonada con el premio internacional a la libertad de prensa por la extraordinaria labor que hace en México: ha destapado la corrupción que hay en ese país y el nexo entre los políticos y los carteles de la droga. Una mujer que trabaja en solitario y que arriesga su vida y la de su familia continuamente.
Meryl Streep es de las pocas actrices que ha sabido compaginar con discreción su profesión y su vida privada. Casada desde hace 41 años con el escultor Don Gummer, es madre de cuatro hijos comprometida con la lucha por la igualdad de género y la investigación sobre el VIH/sida. Es, además, cofundadora de la organización Madres y Otros, una plataforma para educar a los padres sobre los peligros de ciertos pesticidas.
—Usted tiene valor para decir lo que piensa en público y luchar por las causas que considera justas, ¿siempre fue así?
—No me considero una valerosa y hablar en público (ríe) no es lo mío. No me gusta nada. Pero a veces me incendian las cosas que oigo y veo hacer y me dejo llevar por reacciones emocionales más que racionales. No lo puedo evitar. Nuestra mente racional hace que nos cuestionemos cómo ciertas leyes y ciertos ideales son pisoteados por algunos, pero al final es la parte emocional la que te mueve a dar el paso a denunciar y protestar.
—¿Qué la animó a denunciar ante el Congreso de los Estados Unidos el uso de pesticidas en los alimentos?
—Era la única mujer en mi barrio de Connecticut que podía usar una plataforma, ser un personaje público y poder hablar ante un grupo de poderosos políticos. Trato de hablar por otras mujeres que no tienen voz. En esa época éramos un grupo de madres de familia alarmadas por los efectos de los pesticidas en la salud. Entonces no había alimentos biológicos, sobre todo alimentos frescos, al menos que vivieras en el campo y tuvieras un huerto o animales que solo comen pasto fresco. Tuvimos bastante éxito y pudimos hacer fuerza para que se limitara el uso de pesticidas a un punto que pudieran ser tolerados por el cuerpo humano, sobre todo por niños y mayores.Dediqué diez años de mi vida a esa lucha, aunque nos trajo muchos problemas con empresas agrícolas que usaban sustancias que finalmente fueron prohibidas.
—El optimismo es una cualidad ar en usted. ¿Qué le hace seguir enfrentándose a papeles cada vez más complejos?
—Me considero optimista, pero no estoy a la altura de mujeres como Patricia ni de muchas de las que he interpretado en la pantalla, como Karen Silkwood, la sindicalista americana que denunció la deplorable, chapucera y peligrosa situación en la que se encontraba la central nuclear en la que trabajaba. Lo que me hace seguir trabajando es la curiosidad de conocer la complejidad del ser humano, la variedad de personas que habitan el mundo, con culturas y formas de ver la vida muy diferentes y cómo enfrentan los obstáculos que se les ponen delante y toman decisiones difíciles .
—¿Qué emociones le proporcionan interpretar un papel?
—Alegría y mucha pasión. Cada papel es distinto, es una totalidad de elementos muy diversa. Pero lo más importante es trabajar con gente con talento que te pone el listón cada vez más alto para que te superes. Es muy excitante.
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