Por Juan Salinas Quevedo
17/12/2017
Madrileño de nacimiento, norteamericano de adopción. Tras estudiar derecho, Antonio Méndez Esparza (Madrid, 1975) descubrió que su vocación verdadera era el cine, su gran pasión, por ello decidió viajar a EEUU para matricularse en la Universidad de Columbia y aprender el oficio de cineasta. Allí vive desde hace quince años e imparte clases en la facultad al tiempo que convive con una deprimente realidad que le sirve de espejo para reflejar la situación de una gran mayoría de la población de EEUU con proyectos que emergen desde la necesidad de mostrar retazos de vida.
Un compromiso con la realidad que sigue acompañando al español cuando “le toca salir de su cueva”, en una pequeña localidad de Florida, y ataviarse de gala para recoger premios en festivales y ceremonias, como los de San Sebastián o Cannes, en el que ha sido galardonado y reconocido por su última película, La vida y nada más, un certero retrato de la crisis y sus víctimas, la desigualdad social y el racismo.
Para ello, se adentra en la vida de Regina, una madre soltera de raza negra que lucha desesperadamente por sacar adelante a sus dos hijos, el mayor de ellos involucrado en problemas con la justicia. La precariedad laboral y económica por la que atraviesan conforman un estado de supervivencia, viviendo cada día entre el desasosiego, la tristeza y la rabia que se va enquistando en sus caracteres. “Estar tan cerca de una historia así al final te cambia la conciencia”, nos revela en una entrevista realizada en la sede de la Academia de Cine.
Esparza retrata fielmente y con total verismo una atmósfera ubicada en el neorrealismo, demostrando que con actores no profesionales (Andrew Bleechington y Regina Williams) ‒oriundos del lugar donde transcurre la historia‒, la quietud de un plano y una puesta en escena en pro de la verdad se puede difuminar casi por completo la línea que separa la ficción de la realidad, porque, según él, “la vida debería bastar para narrar esta historia”.
Un relato que inevitablemente nos lleva al análisis y a la crítica de la clase dirigente que hoy en día más que nunca amenaza la estabilidad de los colectivos más desfavorecidos. Una charla sobre crudas realidades, injusticias políticas, vulnerabilidad de derechos sociales y el cine como testigo de la verdad.
¿Por qué decides retratar la inmigración, la segregación racial y la exclusión social de un país como EE.UU?
Todo eso son consecuencias de una idea menor. En mi primera película (Aquí y allá, 2012) se habla de inmigración pero en realidad es la historia de un hombre que vuelve a su pueblo a reencontrarse con su familia. En el caso de esta era el retrato de una madre soltera en un lugar muy particular de Florida, que es donde yo vivo. Lo que sí que es verdad es que sus circunstancias determinan que se aborden temáticas de todo tipo, pero no es mi finalidad. Entiendo el cine como una experiencia existencial, quiero conocer una realidad que está tan cercana a mí y de la que no sé casi nada.
Una realidad que nos muestra las dificultades que padece la comunidad afroamericana en EE.UU, ¿hay mucha desigualdad social por cuestiones raciales?
Sí, pero es algo que va unido también al concepto de clase, y claro, no todo es puramente racial. Hay racismo y clasismo. Y ciertas comunidades de inmigrantes, como la de la familia que aparece en la película, sufren discriminación porque además de ser negros viven en la absoluta precariedad económica y laboral. Yo antes vivía en Nueva York y ahora vivo en Tallahassee (Florida), y lo que antes era fácil no ver, ahora ya no es tan fácil. Me doy cuenta de lo difícil que es para mucha gente sobrevivir. Estar tan cerca de una historia así al final te cambia la conciencia.
Y desde la entrada de Trump a la Casa Blanca, ahora más que nunca peligran los derechos sociales. Las green cards o permisos temporales se van reducir hasta un 50% ya que conseguirlas será mucho más complicado. Según estudios estadísticos sólo 1 de cada 15 inmigrantes llega a cumplir los requisitos exigidos. Parece que la Ley de Reforma de la Inmigración va a agravar la problemática.
Las cosas pintan mal, parece que los malos presagios se terminarán por cumplir. Todos sabemos que con Trump la situación peligra todavía más pero, ¿cuán distinto sería la situación si hubiera salido Hillary y no Trump?, y la película, ¿hubiera sido otra o sería la misma que es ahora con los mismos personajes sufriendo los mismos problemas? Yo creo que sería la misma. Esta película sale tras ocho años de gobierno de Obama, y mira cuál es la situación de esa gente. Déjame salir (Get Out, Jordan Peele, 2017), por ejemplo, es una película de terror en un contexto social como el americano y está rodada durante el mandato de Obama.
Hay una escena en la que los personajes declaran que les es indiferente si gana Trump o Clinton, ¿existe un cisma provocado por la desesperanza política?
Sí, en esa escena los personajes expresan de forma natural una desafección por la política, y ese es realmente el pensamiento de muchos inmigrantes, aunque yo creo que eso es un error porque Trump no hubiese llegado a la presidencia si no fuese por el apoyo o la abstención de los extranjeros. Quizá muchos de los ciudadanos no son los ciudadanos que una democracia como la americana necesita. Y si los políticos estuviesen a la altura no terminarían rechazando a sus votantes.
La naturalista puesta en escena, los actores no profesionales, la apariencia cercana al documental. Hay una búsqueda exhaustiva por mostrar “la vida y nada más”. ¿Se podría catalogar como una película neorrealista?
Hay un pequeño ensayo de Zabattini (guionista italiano, teórico y defensor del movimiento neorrealista), que para mí fue como una guía, que habla de que la vida debía bastar, que el drama no debía de ser impostado. Lo escribió poco después del estreno de El ladrón de bicicletas (Vittorio de Sica, 1948) ‒la quintaesencia del neorrealismo italiano‒, que es una película fantástica y muy emotiva gracias a los trucos de un guión perfectamente elaborado, repleto de golpes de efecto muy precisos. Y quizá por eso pueda parecer que hay mucho de falso, lo cual no es lo más adecuado si vas a contar una historia cuyo realismo es su mayor virtud. En mi caso, comencé el proyecto pensando que “la vida debería de bastar” pero irremediablemente terminas cayendo en las mismas trampas, utilizando giros narrativos encorsetados en la estructura. Se podría decir que “no es sólo la vida sino un poco más”. De hecho, las escenas en las que yo particularmente me siento más cómodo son las más naturales porque veo que la mentira está muy lejana y el conflicto está mucho más enterrado.
¿Y cómo ha sido tu metodología de trabajo para alcanzar un grado tan alto de naturalismo sin por ello abandonar elementos dramáticos tradicionales?
Es un proceso de búsqueda de la verdad en el cual vas armado con trucos narrativos, porque los vas a necesitar. Hay ciertas escenas que tienen que existir para hacer avanzar la trama, en las que debes ser muy preciso. Y hay otras en las que dejas mayor libertad para que haya fluidez y los actores puedan interpretar como ellos mismos, sin principios ni finales claros, no saben exactamente lo que van a conseguir. Y, de repente, nace algo de forma completamente espontánea.
Entonces, ¿los actores no trabajaban sobre un guión?
No les daba guión. Yo les decía lo que tenían que contar y ellos iban rellenando huecos.
Eso facilitaría que pudiesen incorporar a sus personajes ciertas vivencias reales.
Ellos otorgaron a sus personajes su personalidad y su forma de ser. Regina es una madre soltera muy trabajadora y Andrew tiene que cuidar a sus hermanos pequeños y va a la misma escuela que aparece en el film, por eso, muchas veces les preguntaba, “¿tú qué harías en esta situación?” Intentábamos ponernos de acuerdo tratando de huir de cierto estatismo y dejar a los actores que fueran libres y transmitiesen verdad. El recorrido emocional lo iban construyendo ellos.
Una película como esta que critica las injusticias que existen en EEUU. ¿Qué acogida está teniendo allí?
Mi experiencia acompañando a la película en su viaje por festivales ha sido fantástica. La crítica americana más prestigiosa ha hablado muy bien de ella, por ahora no he escuchado a nadie decir algo negativo. Creo que la película puede ser crítica pero también tiene cierta gentileza, sin embargo no tenemos distribuidor americano lo cual es un poco sorprendente.
Ha conseguido dos nominaciones para los Independent Spirit Awards. Quizá tratando una temática socio-política como la que trata algunos la consideren crítica y otros gentil. ¿Es posible que por eso el público y la crítica la apoye pero las instituciones y distribuidoras de cine no?
Sinceramente, desconozco el motivo. También puede ser que, a pesar de Moonlight (Barry Jenkins, 2016), los distribuidores todavía siguen creyendo que no van a conseguir beneficios suficientes con una película de arte y ensayo, y yo creo que ahí se equivocan. Lo que sé es que vamos a pelear mucho y estas nominaciones van a ayudar a conseguir algo allí.
¿Tienes la sensación de que has saldado una deuda externa al tratar un tema necesario que se debería tratar más en el propio cine americano?
No, creo que no, el cine americano es muy amplio y La vida y nada más cuenta una historia universal que por desgracia ocurre hoy en día en muchos lugares, por eso considero que puedo y debo contarla. Aunque esta película hace una apuesta por un realismo que no es tan corriente allí, muchos cineastas americanos no se plantean hacer una película así porque no les resulta práctica, ni mucho menos factible.
¿Es mucho más sencillo levantar un proyecto de cine en EEUU que en España?
Allí hay más posibilidades, sin duda, y no sólo en el cine sino en cualquier sector. Pero creo que es todo tan específico y hay tal diversidad que tienes que trabajar mucho para destacar. A mí ahora no me llama nadie, si gano el Oscar pues supongo que sí me llamarán pero tienes que hacer algo muy gordo para que adquieras notoriedad. Mi película anterior tiene prestigio en EEUU y me ha otorgado posibilidades de conseguir cosas que aquí hubieran sido imposibles. La gente me dice que estoy dentro de la farándula y del glamour de los festivales pero yo no me siento ahí, es como si viviese en una cueva, salgo y me vuelvo a meter. Lo que sí debo reconocer es que en las dos películas he tenido la suerte de contar con un productor maravilloso, Pedro Hernández Santos, y gracias a él hemos encontrado un pequeño hueco en la industria española, porque hasta ahora había sido más valorado fuera que dentro.