por Jesús Ossorio | Fotos: Reuters y Museo de Derechos Humanos de Chile
Probablemente la cifra exacta nunca se sabrá, pero gran parte de la sociedad chilena sigue empeñada en rendir tributo a las víctimas de la represión política durante la dictadura del general Augusto Pinochet. Lo suma de los datos de los informes de las distintas comisiones que han investigado la pesadilla vivida en el país tras el asesinato de Allende arroja hasta 40.000 víctimas. Detenidos, desaparecidos, ejecutados, torturados o encarcelados por pensar diferente. Sin contar con los exiliados.
En los más de 1.000 centros de detención política de la dictadura, los reclusos sufrían toda clase de torturas físicas y psicológicas. Sus verdugos utilizaban las técnicas más retorcidas, muchas de ellas inspiradas en los protocolos de la CIA. La reproducción de himnos y marchas militares de forma repetitiva y a niveles ensordecedores fue una de las formas de represión en las cárceles.
Pero, entre rejas, las ganas de sobrevivir de las víctimas sonaron más fuerte. El Museo de la Memoria y los Derechos Humanos de Chile acaba de abrir al público Cantos Cautivos, un archivo musical que recupera el repertorio de canciones que se escribieron, cantaron y escucharon en las cárceles del régimen entre 1973 y 1990. Para muchos presos políticos las canciones fueron una forma de intentar olvidar el cautiverio, casi una herramienta de superviviencia.
“Para muchos presos, la música se convirtió en una necesidad, incluso para los que eran ajenos a ella, fue en muchas ocasiones una forma de unión entre los reclusos, una actividad que requería trabajo en equipo”, explica Katia Chornik, artífice y coordinadora del proyecto Cantos Cautivos.
En la web de esta iniciativa, los supervivientes pueden seguir aportando sus experiencias y se pueden consultar ya varias decenas de historias musicales de la memoria histórica de Chile. Algunas, desde el mismo epicentro del terror del régimen de Pinochet: Los campos de concentración.
Es el caso de El puntúo (chilenismo para definir a alguien sin pelos en la lengua), que se grabó clandestinamente con una cassette bajo un escenario de madera que los propios prisioneros construyeron en el campamento de prisioneros de Chacabuco. Luis Cifuentes Seves, superviviente de la dictadura e integrante del conjunto musical -Los de Chacabuco- que surgió en el centro de detención explica aquí la sutil letra. Un relato irónico de la vida cotidiana en el campo, desde el retrato de los prisioneros que ayudaban a prepara los alimentos hasta bromas con el tanque que les apuntaba mientras almorzaban.
Además de las composiciones originales que nacieron de la represión, en las cárceles chilenas también sonaron las letras de Victor Jara, Mercedes Sosa o Carlos Gardel. La música no dejó de oírse en los momentos más trágicos vividos por los presos políticos. Este es un extracto del testimonio de Julio Laks, prisionero en un centro de torturas de la DINA (La policía secreta de Pinochet) en Santiago de Chile:
Estaban torturando nuevamente a nuestro camarada y entrañable amigo Sergio Pérez Molina, caído hacía unos días en las manos de la DINA. Lo habíamos visto ya desfigurado por los golpes y le aplicaban electricidad incluso en una herida de bala recibida en el momento de su arresto. Moren Brito se había vanagloriado de haberle pasado una camioneta sobre su cuerpo. Hacía horas que Sergio se quejaba fuertemente y se oían carreras de los guardias diciendo que estaba mal. En un momento subió la tensión y un guardia gritó que estaba muy mal y que había que sacarlo de ahí. Empezaron a llevarlo arrastrándolo y cuando pasaban delante de nuestra pieza Rosalía empezó a cantar suavemente “Por llanuras y montañas… “. Era como una manera de hablar con él y tratar de darle fuerza, decirle que estábamos ahí y que estábamos con él, porque de cierta manera esa era su canción.