ESTEBAN FEUNE DE COLOMBI [poeta, actor, fotógrafo y performer]
La realidad más dolorosa de la corcholata de Melanio Zapata, una recreación artística de la popular señal de tráfico que advierte del paso de inmigrantes por carreteras fronterizas entre Estados Unidos y México, como si se tratase de ganado suelto o animales salvajes, es que protege al conductor, no a los que huyen
De la serie de esculturas que calcan la forma de una corcholata, pero en fibra de vidrio y agrandadas, Viento es la inaugural. En ella se puede apreciar, impresa sobre el fondo de un cielo nublado, una señal de tráfico visible del lado estadounidense de la frontera que México comparte con el vecino del norte. Esa señal se utiliza desde los años 80 para advertir a los conductores del peligro inminente de cruzarse en la carretera con familias de inmigrantes huyendo.
Es llamativo que Estados Unidos, un país con una obsesión desbordada de corrección política e hipersensibilidad frente a algunos sectores –sea por motivos raciales, políticos o sexuales–, siga confiando en el uso de esta señal expresamente discriminatoria.
Hijo de inmigrantes indocumentados, a Melanio Zapata lo perturbó el hecho de que, a la manera de los carteles que previenen sobre la repentina aparición de ciervos o canguros en la vía, el propósito de aquel letrero sea proteger a los conductores y no a los “obstáculos humanos salvajes” que pueden cruzar inesperadamente las carreteras.
Ahora bien, ¿por qué una corcholata? Estamos ante un objeto hermosamente común e insignificante que encarna un desperdicio: duerme deformado en aceras y calles y a nadie le importa. A lo sumo, alguien podría divertirse pateándolo un rato.
Omnipresente en la idiosincrasia mexicana, la tapa corona fue creada a fines del siglo XIX por un inventor irlandés nacionalizado estadounidense, y es sinónimo de hermetismo y asepsia. En la imagen de Viento tres personas escapan –de la ley, que Kafka escribiría en mayúsculas– como ratas asustadas: un hombre corre delante de una mujer que, a su vez, tira del brazo de una niña.
Viento representa el espacio, la distancia entre el lugar de partida y el destino remoto. La esperanza de cambio por la que luchan las familias de migrantes que quizá se desintegren en su intento de permutar una realidad intolerable por otra menos brutal.
La estampa (mejor dicho, el estereotipo) da la impresión de que el ejemplar macho adulto no es, a la sazón, un buen padre de familia sino, por el contrario, un cobarde que corre ciegamente dejando a su mujer también desesperada, detrás de sí, arrastrando a su hija hacia un destino incierto.
Si sabemos, con Spinoza, que al horizonte nunca se llega, la pregunta de la filosofía vendría a ser: ¿Hacia dónde corren?
Resulta llamativa la historia de este cartel que entró en vigor en 1987 luego de que un centenar de inmigrantes murieran atropellados y cuyo original se exhibe en una de las colecciones permanentes del Smithsonian American Art Museum, en Washington DC.
En el portal American Indian Source se la describe como una de las más emblemáticas señales de tráfico de Estados Unidos. Fue diseñada por John Hood, un veterano de la Guerra de Vietnam de origen navajo que egresó de la Universidad de San Diego.
Como en cualquier historia suenan, mínimamente, dos campanas, el propio Hood reveló el tañido de la suya en una entrevista:
“Fue problemático que hubiera un éxodo masivo, sobre todo de familias. Y cuando hablas de familias, hablas de niños. Los estaban masacrando en las autopistas. Los niños no sabían qué pasaba ni por qué estaban allí. Simplemente sabían que esta no era su casa. El letrero transmite que están fuera de ella, de modo que se preguntan: ‘¿Por qué corremos?’. “Hoy, cuando veo a los padres caminar en los centros comerciales con sus hijos, es como si los arrastraran. Ahí radicaba la idea: agarrar algo querido por nuestro corazón”.
Viento representa el espacio, la distancia entre el lugar de partida y el destino remoto. El Ulises que llevamos dentro, pero con la esperanza de cambio por la que luchan día a día las familias de migrantes que quizá se desintegren en su intento de permutar una realidad intolerable por otra menos brutal.
UN MALESTAR RADICAL
Melanio Zapata nació en 1997, en Nogales (Arizona, Estados Unidos), hijo de inmigrantes ilegales mexicanos que solían jornalear en trabajos de baja estofa. Cuando cumplió 15 años de edad, sus progenitores fueron deportados a México. El último trabajo de su madre fue como ama de llaves en un motel de Nogales, donde hacía turnos de 12 horas.
Después de la extradición, Zapata abandonó Estados Unidos a pesar de que era un ciudadano legal y se instaló enseguida en la localidad de Culiacán, en el estado de Sinaloa. Allí inició su práctica artística, que abarca desde el dibujo y la pintura hasta la performance y la instalación, que cruza lo heredado y lo robado, que frota el inglés con el castellano.
La pérdida de identidad –siempre frágil, siempre precaria– como ciudadano estadounidense desencadenó en Zapata un drástico golpe de timón. Desarrolló un malestar radical, aunque humorístico, en relación con la injusticia que sufrió siendo miembro de una familia orgánica que repentinamente se desintegró. En su personalidad, ese sentimiento se incrementó como resultado de los efectos brutales de la política exterior y del comportamiento de Donald Trump hacia los inmigrantes, en general, pero con los mexicanos en particular.
Su obra se ha exhibido en la Ciudad de México, Madrid y Berlín. Mostró algunos trabajos en la exhibición colectiva Resistencias (2017) y participó en Los peripatéticos (2018), un espectáculo grupal que se llevó a cabo en la galería Licenciado (CDMX). En Licenciado se realizó, en 2021, la exposición individual Carpet Crawlers. En marzo de 2022 expondrá en la galería berlinesa Monopol.