Por Andrés Ortiz Moyano
03/12/2016
Dicen que uno de los vértigos más incontrolables que existen es el que sienten los buzos al zambullirse de lleno en lo profundo del océano. El embrujo de lo desconocido suele manifestarse como una extraña mezcla entre el apego y el temor, más aún cuando se esconde tras un velo hilvanado por leyendas y rumores. La realidad, como siempre, suele ser más prosaica, pero lo cierto es que descender a la Deep Web es parecido al vértigo del buzo. Y allí, donde habitan tanto sirenas como monstruos aterradores, es fácil dejarse llevar.
Precisamente, fiel a su propia mitología, el mismo origen del internet profundo se fundamenta en rumores digitales y estimaciones sin fundamento contrastado. Está la explicación recurrente y clásica, aquella que lo sitúa como proyecto del ejército estadounidense; u otra más romántica, sita en Irán, Corea del Norte o un país represivo similar, en el que un grupo de informáticos desarrollaron esta tecnología para sortear la censura imperante y clamar por sus libertades. Pero, de momento, la realidad es que no sabemos exactamente cómo surgió. Y tampoco preocupa mucho a sus usuarios.
Lo que sí sabemos es que desde mediados de los años 90, la Deep Web ha ido creciendo en uso y conocimiento exponencialmente y, en nuestros días, habida cuenta de los aludes tecnológicos que nos zarandean, se van desvelando sus secretos poco a poco. Sin embargo, merced quizás a análisis más centrados en el sensacionalismo de algunas de sus características, la internet profunda se ha convertido en sinónimo de delincuencia, mal gusto e, incluso, repulsión. Cierto es que una parte de su universo se dedica efectivamente a los más bajos instintos humanos. Pero también lo es que otra gran parte de su naturaleza se define por cuestiones neutras o muy positivas.
Qué es y cómo funciona
Pero, ¿qué es la Deep Web? ¿Dónde está? ¿Ciertamente es tan inaccesible como parece? ¿El mero hecho de entrar es hacerlo en un campo de minas? ¿Es cierto que se debe formatear el ordenador después de navegar por allí? Para comprender este fenómeno es precisa, en primer lugar, una explicación técnica. La internet profunda la conforman todas esas páginas web que los motores de búsqueda habituales no son capaces de indexar ni rastrear. En otras palabras, usarla garantiza un porcentaje altísimo de anonimato. En un principio suena apasionante y, desde luego, lo es, pero la mayoría de contenidos que se encuentran son bases de datos o artículos muy comunes que se pueden consultar fácilmente en el internet superficial. Pero también existe la Dark Web (también llamada Dark Net), que es el otro grupo de webs dentro de la anterior cuyos fines son puramente delictivos. Para entendernos, sería como el barrio peligroso de una gran ciudad.
Si esta explicación resulta insulsa, se puede realizar un rápido ejercicio de imaginación. Pensemos que estamos en una nave industrial donde encontramos una enorme cantidad de productos. Al fondo de esa nave, hay una puerta y en nuestro llavero tenemos cuatro o cinco llaves. Intentamos abrir la puerta, pero nuestras llaves ni siquiera entran en la cerradura. Entonces encontramos al lado de esa puerta otra llave, oxidada y herrumbrosa, pero que al usarla encaja a la perfección. Abrimos la puerta. Entramos en otra nave, inmensa, unas 500 veces mayor que la anterior, donde los productos que encontramos son muchos más variados y se encuentran divididos entre pasillos. Algunas cosas con las que nos topamos en los primeros pasillos son desagradables; otras, claramente ilegales, pero los que se agolpan en el fondo de la nave nos revuelven las tripas. Y por si no fuera suficiente, hay un último cuartillo anexo de esta nave imaginaria al que ni siquiera podemos acceder.
Esta analogía nos puede valer entendiendo que la primera nave es el internet superficial, el que todos usamos a diario. Las llaves son los navegadores más conocidos, como Chrome, Safari, Firefox o Explorer, y la herrumbrosa el navegador TOR, una herramienta, poco estética y muy lenta, pero sencilla de descargar y utilizar para comenzar el paseo. La segunda nave, la grande, es la Deep Web, y los pasillos descritos, los distintos niveles de acceso con los que se estructura y donde se encuentran todo tipo de contenidos. El último nivel está envuelto en el misterio, podríamos decir, al que se dice que sólo un puñado de hackers en todo el mundo pueden acceder y donde se encuentran contenidos que, literalmente, quitarían el sueño. Es en esta ‘Fosa de la Marianas’ digital en la que se dice que las grandes compañías y gobiernos esconden sus datos más comprometidos. Pero como muchas otras cosas sobre la Deep Web, nada se ha corroborado
Es importante subrayar, en cualquier caso, que no son necesarios vastos conocimientos informáticos para acceder a la internet profunda. Hace falta, eso sí, utilizar esa llave oxidada y vieja que abra sus puertas. Ahí es donde entran navegadores como el mencionado TOR, el Enrutamiento de la Cebolla (The Onion Router), que nos permite navegar por esas páginas que ni Google, ni Yahoo, ni Bing, ni otros buscadores son capaces de indexar. Es lento y a veces desesperante, pero es el batiscafo obligado para descender a las profundidades digitales.
El reverso tenebroso
Unas profundidades que, como decíamos, a merced de la mayoría de informaciones al respecto y a su propia espectacularidad, se asocian a contenidos infames. En la Dark Net, una parte en comparación con la inmensidad de la Deep Web, se encuentra de todo. Desde armas hasta documentación falsa, pasando por servicios de contrabando de tabaco o contratación de hackers por horas. Gracias a directorios como Hidden Wiki, acceder a estos servicios es relativamente rápido y sencillo. Como botón de muestra, el atentado de Múnich de este verano se cometió con una pistola adquirida en la Dark Net por un módico precio de 200 euros.
Si hubiera que destacar un producto estrella, sin duda la compra-venta de drogas y la pornografía se erigen ante los demás. Es realmente llamativo el nivel de perfeccionamiento que han alcanzado los bazares virtuales de la droga, o criptomercados, en la Dark Net. Algunos, como Agora, Middle Earth o Silk Road (tumbado ya en dos ocasiones por el FBI), presentan un diseño tan atractivo como sugerente, en el que se puede encontrar desde cannabis hasta metanfetamina, cocaína, heroína, LSD, y un sinfín de drogas más.
Resultaría lógico desconfiar de individuos que, en el anonimato, venden productos ilegales. Es, de hecho, el principal obstáculo de los negocios. Pero paralelamente se ha desarrollado un sistema oficioso pero efectivo entre los usuarios basado en la buena reputación. Una tienda online o un vendedor de drogas con buenas referencias respecto a su producto, atención al cliente, seguridad en el envío, puntualidad, etcétera, se puede considerar un comerciante de total confianza y fiabilidad. De lo contrario, se le califica como scammer (estafador) y su negocio estará, seguro, condenado al fracaso. Se trata de un sistema conocido como escrow y que, ciertamente, se respeta mucho en estos entornos. No es muy distinto al de, por ejemplo, TripAdvisor. En cuanto a la pornografía, se pueden encontrar todo tipo de perversiones, pederastias, zoofilias, parafilias e inclasificables; desde strippers en webcams hasta chicas en tacones aplastando conejitos. Lo dicho, inclasificable.
Con todo, resulta procedente preguntar cómo actúan las fuerzas de seguridad del Estado para frenar estas actividades. “El principal problema de la venta de productos ilegales” –explica un agente del Grupo de Delitos Telemáticos de la Guardia Civil (GDT)– “es que se realiza en pequeños paquetes, casi imposible de rastrear entre los incontables envíos normales que se realizan cada día. Por otro lado, los autores de los contenidos ilegales saben cómo reforzar su anonimato cambiando constantemente su IP y aprovechando la propia tecnología de la Deep Web, que no deja rastro en los servidores”. Ni siquiera las transacciones económicas sirven, en este caso, para el rastreo y localización de las actividades, ya que se producen a través de cuentas de bitcoins, la moneda virtual que también es anónima.
En este sentido, las empresas de reparto están alerta dado el incremento de paquetes sospechosos con su origen en internet o la Deep Web. “Estamos trabajando en el cotejo de datos que confirmen el número de paquetes que se envían desde estos sitios web, pero actualmente es sumamente complicado. Lo que sí nos consta es que el número de embalajes sospechosos se ha incrementado en los últimos años con el auge de tecnologías así. Nuestro papel es el de ser los colaboradores de la Policía y la Guardia Civil hasta donde podamos llegar porque, por nuestra cuenta, no podemos hacer mucho más”, señala el responsable de una de las empresas de reparto más grandes en España.
A pesar de todo, en los últimos años se han perfeccionado los métodos de detección y localización de actividades ilegales en la Dark Net, y las fuerzas de seguridad de los estados incrementan cada día sus recursos. La misma lucha contra el yihadismo se libra en los rincones de esta red, donde existen varios foros en los que los islamistas comparten información y contenidos como ejecuciones, manuales de uso de armas, planes de ejercicios, guías para atentar, etc. Nada deja rastro y las páginas existentes aparecen y desaparecen. “Un traficante de drogas cuyos productos matan a sus compradores está mucho más seguro ahí que en la calle”, señala el periodista experto en ciberseguridad Joseph Cox.
Sin embargo, como decían los Black Crowes, la vida es virtud y vicio, y lo cierto es que más allá de la seductora Dark Net, la Deep Web ofrece un abanico enorme de herramientas positivas e inocuas, incluso mayor en número que las actividades delictivas. Incluso en su propia naturaleza, esta realidad es innegable. De acuerdo con el experto informático Chema Alonso, la internet profunda “nació para dar libertad en la red a la gente que no la tenía. Libertad de expresión y de acceso a la información a aquellas personas que estaban en países o situaciones de censura. Los periodistas fueron un colectivo que rápidamente comenzó a utilizar estas redes, además de activistas políticos o ideológicos. A día de hoy, redes sociales como Facebook e incluso bancos, tienen abiertos sus servicios a la red TOR para que los usuarios que quieran o necesiten acceder vía Deep Web puedan hacerlo”.
Efectivamente, la propia base de la internet profunda, es decir, la garantía casi total de anonimato, es un aspecto sensiblemente positivo en una época en la que la gran mercancía son los datos personales que, en demasiadas ocasiones, se brindan alegremente a compañías tras aceptar unas condiciones de uso que ni siquiera nos paramos a leer. “El anonimato” –indica Cox– “es indudablemente uno de los usos más positivos esta parte de la red. Con programas como Ricochet, usuarios pueden mandarse mensaje sin rastreo, lo cual es utilísimo para periodistas y activistas, o simplemente para gente que no quiere que nadie archive y registre lo que tiene que decirle a un amigo o un familiar”. El mismo terremoto que provocó Wikileaks con sus filtraciones no se podría concebir sin el papel de la Deep Web, donde es sumamente fácil acceder a los documentos que regularmente actualiza esta iniciativa.
Igualmente, aunque también con su pizca de controversia, el colectivo de ciberactivistas Anonymous ejerce de vigilante y azote de personajes detestables. Tanto es así que no resulta complicado encontrar listas realizadas por este colectivo con nombres y apellidos de pederastas o yihadistas. Más aún, los ciberactivistas libran auténticas batallas virtuales que suelen acabar con el derribo de páginas que no son de su gusto. Por ejemplo, es fácil encontrar una lista elaborada por Anonymous sobre miles de islamistas en Twitter y Facebook miembros o afines al autodenominado Estado Islámico, una información que ha servido para dar caza a estos individuos.
Y es que al igual que los individuos oscuros existen los paladines de la luz. Muchos usuarios de esta red se han propuesto limpiar su hábitat digital de pornografía infantil, drogas, armas y demás asuntos turbios. Esos mismos usuarios ‘patrullan’ por la internet profunda con el firme propósito de rescatar el sentido original de libertad y respeto por el que fue concebida. Pero, más allá de activismos y reivindicaciones, existen herramientas indudablemente beneficiosas para los usuarios. Por ejemplo, se dice que allí reside la mayor biblioteca del mundo, y lo cierto es que no es difícil encontrar ejemplares descatalogados o libros prohibidos en ciertos países. Por otro lado, servicios como Sigaint ofrecen la posibilidad de gestionar un correo electrónico sin la necesidad de registro y rastreo.
También hay sitio para redes sociales libres de cláusulas, cesiones de datos y publicidad invasiva. Es el caso de Galaxy2 (sucesora de Galaxy), la cual, según sus propios creadores, ha pasado en poco tiempo de tener 8.000 usuarios a 24.000. A distancia sideral de los números del Facebook de Zuckerberg, desde luego, pero sin duda con un comienzo muy prometedor.
Así, el uso masivo de la Deep Web por parte del gran público parece cada vez más cercano. “Después del caso de Edward Snowden muchísima gente ha empezado a usarla como su internet habitual. La mayoría de prestaciones, no obstante, está en lo que podríamos considerar un inicio, pero resulta muy probable que, llegado el momento, todos los usuarios tengamos las herramientas necesarias para usar con normalidad esta tecnología”, opina Cox.
Un debate con luces y sombras
Inevitablemente, este nuevo panorama de oportunidades que ofrecen la Deep Web y la Dark Net, genera una encendida controversia. En efecto, parece que las actividades ilegales se desarrollan y crecen sin aparente control (aunque no es cierto), pero hay quien recuerda que así la situación global del mercado negro es más positiva para el ciudadano medio. Por ejemplo, la compra de productos ilegales se realiza directamente entre el comprador y el vendedor, lo que elimina la figura de intermediario y saca de la ecuación a muchas mafias. El usuario no se ve obligado a tratar con criminales.
Aun así, el propio crimen organizado ha demostrado tener actividad e intereses en la red oscura. En cuanto al tráfico de drogas, la calidad de las sustancias es notablemente mayor que en los mercados tradicionales. El Observatorio Europeo de las Drogas confirma esta tesis en la mayoría de los casos. Por ejemplo, la cocaína en la internet profunda puede llegar a poseer un 70,4% de pureza, mientras que en la calle es de en torno al 30%.
Y, por último, el factor económico. En ocasiones, el mismo producto puede costar hasta cinco veces menos en Internet que en la calle, sin que su calidad se resienta. Así pues, parece que estamos ante el clásico dilema de una tecnología de posibilidades positivas innegables que, por un uso irresponsable, interesado y pernicioso, se entiende más como un pozo siniestro digno de eliminarse con rapidez.