Nueva York es una comunidad viva y dinámica, en constante cambio. La energía electrizante que genera permite vivir experiencias únicas.
Después de decidir el tipo de Nueva York que queremos explorar, elegimos el hotel en las zonas que nos interesan. Siendo una de las ciudades más vibrantes y cosmopolitas del mundo, su oferta gastronómica refleja su diversidad cultural. Con más de 24.000 restaurantes puede satisfacer todos los gustos, desde comida rápida hasta alta cocina. Hemos seleccionado algunos entre la variadísima oferta que la Gran Manzana nos propone para que sepas dónde consentirte cuando estés allí.
Aterrizamos con alegría y a tiempo de la mano de Iberia en un bosque de edificios que enseguida te engancha, porque la energía flota en el aire y la respiras sin querer contagiándote de vida al instante. Queremos comernos el mundo y la ciudad que nos acoge y hemos querido empezar la aventura desde Brooklyn para tener una perspectiva de Manhattan y embelesarnos con su espectacular y reconocible skyline.
Por eso, tras dejar nuestro equipaje en el hotel Wythe nos acercamos a Yuu, un restaurante con una estrella Michelin que nos han recomendado. Entramos en este templo de la comida japonesa donde todo el servicio parece funcionar como un reloj.
Una cuadrilla de cocineros y camareros japoneses se atrincheran tras una barra larga desde donde los comensales se asoman a este universo culinario nipón. Delicia tras delicia ocupan ordenadamente la barra negra despertando el apetito con cada pase.
La vajilla donde presentan las viandas es en sí misma una verdadera obra de arte que enmarca las exquisiteces que recibimos y que disfrutamos. La bodega de sakes embotellados con un cristal de una fineza extraordinaria no deja lugar a dudas de que estamos ante unos conocedores exhaustivos de su elaboración.
El maridaje roza la perfección desde lo artístico haciendo que el conjunto de sabores sea imaginativo y elegante en boca. Sin duda, un restaurante sincero y atrevido que hace las delicias de nuestro paladar y se convierte en una elección más que acertada y más que recomendable.
A la mañana siguiente un paseo por el Domino Park nos permite apreciar de primera mano el working in progress que están ejecutando grandes firmas de arquitectura como OMA (OÃ ce for Metropolitan Architecture), Renfro o el mismísimo BIG (Bjarke Ingels Group) y reposar lo visto con un café en el Devoción, todo un hito para los cafeteros, celebrities e infl uencers del mundo en un estilo industrial y chic.
Desde aquí gozamos de una visión panorámica de la isla de Manhattan, que nos grita desde el otro lado para que nos unamos. Y lo hacemos, de la mano de Warren, un hotel en Chelsea cargado de luz y color que ilumina nuestra sonrisa de par en par nada más cruzar su puerta o, mejor dicho, desde antes, porque su fachada metálica en un azul petróleo suaviza el predominante cristal que viste toda la fachada haciéndolo más cálido al ojo e invitándonos a entrar.
Desde nuestra suite con jardín nos arropamos a la sombra del World Trade Center que como una antorcha sirve de faro a nuestros ojos. Una manera espectacular desde donde vivir este barrio cargado de tiendas de diseño y galerías de arte, a un paso del bullicioso So-Ho y de la renovada High Line junto al río Hudson.
El Wythe Hotel está situado en el paseo marítimo de Brooklyn. El edificio ha conservado su aspecto industrial. Algunas habitaciones ofrecen vistas al perfil urbano de Nueva York y otras dan a los barrios de Brooklyn y Williamsburg.
Después de acomodarnos a la zona hacemos caso a nuestro amigo Juli Capella y vamos a cenar a The Bazaar, el restaurante de su amigo José Andrés, nuestro cocinero más solidario. Ubicado en el hotel Ritz, el diseñador Lázaro Rosa-Violán despliega todo su universo creativo inconfundible trayendo una España revisitada por su ojo con terciopelos, mobiliario o reproducciones de cuadros emblemáticos de nuestra tierra.
En este caldo de cultivo decorativo nos conquista su propuesta gastronómica hispano-japonesa con sorpresas como Jose’s Taco que viene con jamón ibérico, huevo de codorniz y caviar rematado por una hoja de oro; el cono de caviar naranja, con mahonesa japonesa emulsionada con pescado más aonori y algas coronándolo; el tiradito de atún rojo, con huevo de codorniz y salsa dashi; ostras al escabeche, con azafrán y, así, podríamos seguir con este circo de sabores donde nos sorprende sobre todo cómo evolucionan en el paladar dejando matices que alcanzan la gloria del momento y que perdurarán en nuestra memoria.
UN MAR DE LUCES TITILANTES
Pero, por si nos había sabido a poco, nos tenían reservado un sueño, subir al piso 44 donde Nubeluz ocupa toda la planta y, de nuevo Lázaro Rosa-Violán se ha encargado de vestirla con elegancia, eso sí, dejando todo el protagonismo a las vistas. Unas vistas que abarcan todo Manhattan y que, especialmente en la noche, se convierten en un mar de luces titilantes que prenden en la retina la ilusión de un sueño. Un mundo a lo Blade Runner sembrado por puntos de luz que sobresalen de la oscuridad para acercarnos la verdad de una ciudad sin límites, como ilimitada es la grandeza del personaje al frente de estos dos hitos hosteleros, que dedica buena parte de su tiempo y su energía a ayudar a los que lo necesitan. ¡Chapeau!
Para estar más cerca de Times Square, nos alojamos en la Quinta Avenida y el hotel que más nos gustó en esta zona fue el Langham por tener la ubicación perfecta para nuestros propósitos, con habitaciones más que amplias, unas vistas de halcón sobre la avenida más famosa del mundo y con un club privado dentro del hotel que permite a los clientes disfrutar más a fondo de privilegios que se agradecen, como comida, cocktails o planchado de la ropa, entre otros, las 24 horas.
Salimos a cenar algo ligero y teníamos antojo de comida italiana así que Wolf resultó perfecto y su pasta paccheri y su pulpo a la brasa acabaron satisfaciendo nuestro deseo sobradamente antes de disfrutar del musical El Gran Gatsby en Broadway. Al día siguiente, pateamos calles anónimas hasta la noche, incluyendo la visita a una de las tiendas de fotografía más grandes del mundo donde admiramos cámaras Leica legendarias, entre otras maravillas.
Por la noche, Dirty French, con 10 años de éxito y muchas celebrities que lo avalan, nos propone un menú de altura. Ubicado en el pujante Lower East Side, goza de una decoración tan cálida como impactante con predominio de maderas, baldosines y luces indirectas, creando así un escenario perfecto para una cocina francesa con influencias japonesas, entre otras, que nos acerca desde ostras a la brasa hasta pato a la naranja, pasando por el tuétano o las milhojas de champiñones. Nos lo apuntamos para repetir cuando volvamos.
Dejamos esta emblemática avenida no sin antes acercarnos al Apple Store, que está abierto 24/7 durante todo el año, y probar las Apple Vision, que nos decepcionan un poco, aunque no dejan de ser increíbles. Después de vivir la tecnología que viene, aterrizamos en nuestra nueva parada, otro mítico del hospedaje neoyorquino, el hotel The Mark. Diseñado en 2019 por Jacques Grange, nos ofrece una visión del más puro Upper East Side, ese barrio donde anidan las grandes fortunas americanas desde hace décadas.
El glamour se respira sin aspavientos como parte natural de la brisa que a veces llega desde el río Hudson y por sus calles encuentras personajes que parecen sacados de otra época, de alguna película de clásicos del cine. Una zona donde ser millonario es común y eso se refleja en su estilo de vivir, de caminar o de comprar.
Y todo esto lo muestra como un espejo The Mark, el archiconocido hotel desde donde parten las celebrities que conquistan las miradas de todo el mundo en el Museo Metropolitano el día de la Met Gala. Rihanna, Beyoncé o Lady Gaga lucen sus espectaculares atuendos desde las suites de ensueño desde donde salen para la gala, posicionando a esta propiedad en el firmamento de las mismas estrellas a las que acoge.
A ORILLAS DEL HUDSON
La entrada hipnotiza con su suelo de mármol en blanco y negro con un diseño cercano al Op Art que conduce el ojo por extrusión directamente a la mesa que preside el lobby sobre la que desciende una lámpara en espiral acabando en una bola que parece estar suspendida en el espacio y el tiempo. No es difícil imaginarse a todas las celebrities pisando con aplomo esta obra de arte que es su suelo. Como epítome de exclusividad tienen un limpiabotas certificado por John Lobb para sacar brillo a tus zapatos. Y damos fe de que te los deja como nuevos.
Ahora, la bandera que enarbola el top del top es su cena en su velero privado recorriendo el río Hudson y admirando Manhattan desde el agua. Es la Caviar Kaspia, una cena a base de canapés, caviar y champán que nos desliza por las aguas de la ilusión mostrándonos una ciudad invisible para la mayoría (porque un ferry no produce las mismas sensaciones) con una simbiosis que se celebra en el reflejo impreso y dinámico que los edificios dejan en el agua.
Central Park fue el primer parque público construido en EEUU. En la actualidad, recibe a más de 25 millones de visitantes al año. Es popular entre los residentes y los turistas, ya que es muy grande y está situado en medio del bullicioso Manhattan.
Nuestra siguiente parada sigue la estela del mismo Park Avenue, pero unos cuantos números hacia el sur, el hotel Marmara. Un remanso de paz que desde el Midtown nos muestra todo un mundo de posibilidades. Todo Corea Town está a nuestra mano y eso nos permite conocer mejor una zona muy pujante a través de sus restaurantes y pastelerías a pie de calle, así como todo el lifestyle coreano que despliegan y que cada día tiene más incondicionales. Una sorpresa que no os podéis perder es su spa con un baño de vapor que no desmerece a ninguno de Estambul, ya que la propiedad es turca y ha querido traer hasta aquí una parte importante de su cultura, la vivencia del cuidado personal.
Desde aquí nos dirigimos en ferry al restaurante Blu on the Hudson, que se ha puesto muy de moda por su comida, su ambiente y sus vistas, pues está situado en New Jersey y nos enmarca la imagen de un skyline de Manhattan que hace años no existía. La sensación en este barrio es la de estar viendo la parte más bonita de la ciudad desde la tranquilidad.
Sus cocktails preparados in situ ofrecen un espectáculo visual y gustativo que nos invita a entregarnos de lleno a sus platos. ¡Madre mía!… Wayu del mejor que hemos probado, pescados que no pueden ser más frescos, sus ostras del este y del oeste, las gambas al ajillo o las vieiras con langostino… ¡y su bodega con más de 360 referencias!, entre ellas un vino –un Merlot de Umbría– que Lamborghini les ha personalizado embotellando en azul. El maridaje no nos deja indiferentes, potenciando sabores con maestría y oficio. Ah, y el servicio impecable. Sin duda un hotspot.
Blu on the Hudson ofrece multitud de espacios, todos con impresionantes vistas de Nueva York y el río Hudson. Su cocina se inspira en los sabores estadounidenses contemporáneos ejecutados con técnicas culinarias clásicas.
Nos apetece un poco de río y al día siguiente nos alojamos en el hotel Conrad en pleno corazón sur de la isla, en Battery Park, donde la arteria que supone el Hudson cobra más relevancia. Un establecimiento espacioso que bajo el aspecto aséptico de lo grandilocuente se expresa con una sintaxis decorativa muy apropiada. Un hall de dimensión espectacular da la bienvenida a los clientes, que no dejan de mirar hacia arriba en busca de un techo que parece hacerse desear y que juguetea tras una escultura gigante, obra de la venezolana Verónica Ponce de León, modulando la sensación de grandiosidad y atemperando el iris para la dimensión que está viviendo.
Una suite que nos permite asomarnos a New Jersey por un lado y a la Estatua de la Libertad por el otro. Nos llama profundamente la atención el compromiso de esta cadena con la sostenibilidad que incluso incluye una máquina de filtrar agua en cada habitación para evitar el uso de plásticos.
El estómago nos pide italiano de nuevo así que nuestro camino nos lleva de vuelta a la Quinta Avenida para encontrarnos con Ai Fiori, un restaurante que lució estrella Michelin durante cuatro años y que con su carta corta ofrece todo lo que podemos esperar de un restaurante italiano con una calidad superior.
La decoración floral y los enormes ventanales que miran a la avenida nos dan una sensación de ligereza y frescura que nos hace sentirnos cómodos enseguida. Los platos que nos presentan nos hablan de la altura de miras de su cocina: crudo de caviar con crema fresca y aceite italiano, pasta de tinta de calamar con langostinos y pulpo o un pescado con champiñones nos conquistan por completo. El tiramisú es de otro planeta. Y justo para bajar la cena quisimos subir a The Edge, una esquina de cristal en la última planta del edificio que lleva su nombre para ver casi el planeta entero desde las alturas.
Al día siguiente tenemos una cita muy especial. Estamos invitados a ver la Bolsa de Nueva York por dentro. Unas tripas hechas de números nos muestran las entrañas de esta gran ballena que se come el mundo cada día a base de acciones y opciones. Una vertiginosa hilera de información en colores saltando de pantalla en pantalla nos emborracha desde el desconocimiento y solo el sonido de la campana anunciando el cierre del mercado nos despierta para encontrar nuestro camino hacia Sadelle’s, nuestra elección para un brunch único.
En el corazón del SoHo, en West Broadway se encuentra este local de decoración fresca y desenfadada pero espacioso y con mucho gusto. Frecuentado por locales que hacen gala de la modernidad del barrio y celebrities como J Lo, Ben AÄ eck o Matt Damon, entre otros, el movimiento de clientes y camareros no cesa en una especie de atmósfera viva que transmite energía a todo el que la disfruta.
Da mucha confianza ver cómo preparan y cocinan los bagels delante de todo el mundo haciendo visual el apetito. Las tortillas a demanda, los huevos con caviar o el cocktail de pomelo son una exquisitez que no te puedes perder, así como acabar con su french toast. Best in town. Recomendamos reservar en su terraza si hace buen tiempo porque es una atalaya desde la que apreciar un desfile de personajes que no cesa.
UN PASEO POR LAS NUBES
Por la tarde descubrimos una ciudad desde el aire gracias a un helicóptero que nos desliza sobre unos edificios que cobran una nueva dimensión desde la altura. Ya el último día, nos fuimos de compras por el vecino SoHo y recalamos en The Real Real, una tienda de ropa de segunda mano de grandes firmas a unos precios impensables.
Para poner un broche de oro a nuestro viaje elegimos nuestro restaurante favorito in town, The Grill. En Park Avenue, en el edificio Seagram, primer rascacielos que Mies van der Rohe, padre del modernismo arquitectónico, levantó en Nueva York se encuentra este restaurante hermano del famosísimo Carbón. La entrada no puede ser más espectacular. De un lo-bby despejado, que permite dar importancia y significación a cada comensal que se adentra en su universo culinario, nace la escalera que sirve de excusa para acceder a un espacio liberado de columnas y con el aire como protagonista.
Enseguida una escultura colgante de Richard Lippold compite por el protagonismo en una sala repleta de un mobiliario diseñado ex profeso para el sitio por el genio de la arquitectura. Pero triunfa el equilibrio y cada elemento tiene su sitio encajando como un puzle estético perfecto. La vajilla, que Lenox diseñó para el presidente Kennedy y que desgraciadamente no llegó a estrenar, reposa sobre el blanco impoluto del mantel que lo sujeta junto a los cubiertos de plata.
De la comida, qué decir. Empezando por los panes y siguiendo por los embutidos, el crabcake, la pasta con la salsa exprimida delante de ti con una prensa de New Orleans o la carne, ¡ay la carne!, eso es boccato di cardinale. Del lemon chiffon del final solo sé que me lo comería entero.
Y la música, ¡qué música! Los sesenta y los setenta a golpe de vatio que se mezcla con los alimentos como si de un condimento se tratara. Los camareros, en una danza constante, se mueven por el espacio dibujando estelas mientras bordean mesas nutridas de público refinado y glamour sesentero refrescado. Pura poesía estética y culinaria. Nada más que añadir y todo por añadir, porque esta ciudad no se acaba de descubrir nunca. Espero que vuestro viaje a la Gran Manzana sea tan inolvidable como el nuestro.