Nuria Morgado
Este domingo se cumplen 101 años del nacimiento de Miguel Delibes, un escritor que ha sido una figura precursora de la lucha por el medioambiente y en contra de una conciencia que no lo respeta. Hoy somos testigos del cambio climático y vivimos las consecuencias de la falta de cuidado de nuestro ecosistema.
La palabra y obra de Miguel Delibes se manifiestan como advertencias o avisos premonitorios. En su discurso de entrada en la Real Academia Española el 25 de mayo de 1975, el escritor vallisoletano unió su voz “a la protesta contra la brutal agresión a la naturaleza que las sociedades llamadas civilizadas vienen perpetrando mediante una tecnología desbridada”.
Apuntó que “la industria se nutre de la naturaleza y la envenena” y que llegará el día “en que la naturaleza sea sacrificada a la tecnología”. Abordó también la estructura del sistema socioeconómico y cómo la idea del crecimiento está abocada al fracaso si no se tiene en cuenta que vivimos en un planeta de recursos limitados. Si no se modifica el crecimiento de la población mundial, la industrialización, la contaminación, la explotación de recursos naturales, el planeta alcanzará los límites absolutos de su crecimiento y será imposible alcanzar una condición de estabilidad ecológica sostenible.
Necesitamos un nuevo y mejor método de pensar sobre el mundo. Una nueva operación mental, por decirlo de alguna manera, para alcanzar la condición de estabilidad y restaurar el equilibrio y la armonía con el medio ambiente. La filósofa y teórica política estadounidense Jane Bennett ha dado algunas pistas para intentar lograrlo al compartir ciertas ideas ontológicas sobre la relación entre la humanidad y las “cosas” o la materia, lo que llama el “materialismo vital”.
Se trata de la creencia de que la materia per se tiene una vitalidad y una vida propia, sin importar lo inerte que parezca. De esta manera, los objetos se describen como poseedores de un poder o, como Jane Bennett denomina, un “Thing-Power”. Con esta denominación se refiere a la curiosa habilidad o fuerza de las cosas inanimadas para actuar o producir efectos sobre los humanos.
A diferencia de la austeridad o de la sobriedad, la frugalidad es una forma disciplinada de consumo en la cual se eliminan los gastos superfluos, y se minimiza el daño a los humanos y a otras formas de vida
Este materialismo vital intenta describir la no-humanidad o las fuerzas energéticas que fluyen o transitan alrededor y a través de los humanos. Enfatiza la base material compartida, el parentesco, la cercanía y las redes de relaciones de la materia, independientemente de su estado humano, animal, vegetal o mineral. No niega que hay diferencias entre humanos y no-humanos, pero no cae en la tentación de colocar al ser humano en un nivel ontológico central.
Afirma Bennett que, para un materialista vital, los humanos están siempre en relación o en composición con la no-humanidad, nunca están fuera de la red de conexiones o de una ecología. Si la ecología se puede definir como el estudio del lugar en donde vivimos o, mejor dicho, del lugar que vivimos, lo ecológico implica necesariamente una red de relaciones dentro de un sistema.
Pero si ser ecológico significa participar en una colectividad, no todos los colectivos operan como conjuntos orgánicos. Así, más que de un todo orgánico, la ecología que emerge, según Bennett, es una de participación en colectividades. Para restaurar el equilibrio y la armonía hay que crear nuevas conexiones transitando entre los hilos de la red de la vida, tanto en el plano individual como en el colectivo. Hay que apreciar la riqueza de las conexiones de la fuerza energética de la materia con el mundo que compone.
De esta manera, existe una afinidad entre el “Thing-Power” y el pensamiento ecológico: ambos abogan por un sentido de la medida en que todas las cosas se hilvanan juntas en una red, y ambos advierten del carácter autodestructivo de las acciones humanas que son imprudentes con respecto al resto de los nódulos de la red.
Este concepto de interrelaciones (concepto que viene de antiguas culturas no occidentales) es el que debería despertarse en nuestra conciencia colectiva. Podría convertirse en un asunto de nuestra supervivencia.
¿Cómo afectaría el reconocimiento del “Thing-Power” en términos de nuestras prácticas de consumo? Tal vez ese reconocimiento aumente la intencionalidad de generar menos desperdicios. Dice Bennett que quizás un renovado énfasis en nuestra conexión con las cosas –una conexión que nos hace susceptibles a una serie de peligros y enfermedades, así como de alegrías e inspiraciones– nos pueda orientar a un uso inteligente del consumo.
Jane Bennett también cita en su ensayo al eticista ecológico y social James Nash (1938-2008). Afirma que el materialismo del “Thing-Power” es también compatible con lo que Nash describe como la virtud ecológica de la frugalidad.
A diferencia de la austeridad o de la sobriedad, la frugalidad es una forma disciplinada de consumo en la cual se eliminan los gastos superfluos, minimizando así el daño a los humanos y a otras formas de vida y permite una mayor prosperidad de los seres vivos.
Dice Nash que la frugalidad puede describirse como una abnegación hedonista. Es una preocupación sensual, un materialismo que no solo se preocupa sobre las cosas sino que se preocupa por ellas.
Frente a la catástrofe ecológica planetaria y los ataques a los aspectos más elementales de la democracia, este materialismo vital del poder de las cosas nos inclina hacia posibilidades de generar interconexiones entre la humanidad y la no-humanidad que podrían movilizar las prácticas de consumo hacia una dirección ecológicamente sostenible.
Hay que pisar la tierra con atención, porque las cosas están vivas y tienen un valor como tales, y porque deberíamos tener cuidado con las cosas que tienen el poder de hacernos daño.