Por Ores Lario
Edvard Munch (1863-1944) no es sólo el pintor atormentado que suele asociarse al periodo simbolista. La fama de su obra El Grito es tal que ha eclipsado otros trabajos firmados por este creador nórdico, que junto a Cézanne, Gauguin y Van Gogh, se considera uno de los padres de la Modernidad.
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Hoy, el Museo Thyssen abre sus puertas a la exposición Edvard Munch. Arquetipos, que se puede ver en la pinacoteca madrileña hasta el 17 de enero. Organizada en colaboración con el Munch Museet de Oslo, reúne 80 obras (54 pinturas y 26 grabados), entre las que no está el famoso El Grito, aunque sí el único grabado que el artista hizo de él.
En el recorrido, el visitante podrá descubrir los secretos de un artista torturado, alcohólico y víctima de sus miedos, que vivía, además obsesionado con transmitir emociones.
En su obra priman estados de ánimo como la melancolía, el amor, el deseo, los celos, la ansiedad, la enfermedad e incluso la muerte.
Las formas planas y sinuosas, el uso simbólico del color, cuerpos deformados e incluso la aplicación de texturas y técnicas experimentales del grabado conforman el vocabulario artístico de este pintor cuya inspiración estaba alimentada por la ansiedad y el sufrimiento.