Betina Barrios Ayala /revista Estilo online
Quizás se deba a la influencia de su rol de comunicadora. Pero la seguridad, la confrontación, la tenacidad y la seducción son marca personal. Marta Traba eligió y forjó un exilio interminable en el que fue pionera en radio y televisión. En las entrevistas se muestra suelta y sonriente, con habilidad maestra para persuadir a su interlocutor, esquivar sus preguntas y conducir la conversación adonde quiere y le interesa. Si se le pregunta por su ‘hobby’, dirá que no tiene. Que en su lugar puede hablar de manías y fobias. Argumentará que se trata de un rasgo femenino: cuidar, procurar, ocuparse y preocuparse.
Ser crítica y curadora de arte, empezar a ver el museo en la casa y la casa como museo. Así, limpiar obsesivamente las marcas que dejan los dedos de sus hijos sobre las paredes blancas, atender la forma en que se multiplican y preguntarse si es que más que niños estas criaturas sean ciempiés. Se desvive también por los sombreros. Marta Traba es recordada por su incendiario atractivo, una forma de vestir ajustada a su carácter y a los dotes de su cuerpo: faldas cortas, medias finas, corte demarcando el rostro y los ojos.
Probó y derrumbó todo lo que quiso, ejerció la crítica y se desnudó en sus textos literarios. Fue una nómada plural, docente, amiga y madre. Fundó el Museo de Arte Moderno de Bogotá, dirigió revistas como Prisma, creó una librería y una galería. Viajó y vivió en más de cuarenta casas, se enamoró profundamente y se casó dos veces. Temía a los aviones y cruzó el océano en trasatlánticos. Se paseó por Génova, Roma, París, Bogotá, Nueva York, Washington, Buenos Aires, Montevideo y un largo etcétera.
América fue su pasión, Latinoamérica su obsesión. Se aferró con fuerza y determinación a la vida y en ella manifestó una impetuosa energía creadora. Poseía el don de la palabra, como tradición oral y expresión escrita. Sus ensayos sobre arte están plagados de citas, por lo que la literatura estuvo siempre ahí. Dictándole metáforas, posibilidad de relaciones entre ficciones, teorías y mitos que le asistían a la hora de componer sus opiniones.
Dice su biógrafa, Victoria Verlichak, que “compitió con hombres y fue generosa con las mujeres (…) Hija de su época, su historia es también la de miles de intelectuales latinoamericanos desplazados de sus lugares de origen”.
Su vida fue un viaje. En Buenos Aires, su ciudad natal, apenas publicó un poemario, el único, Historia natural de la alegría (1952) en la colección de poesía de la Editorial Losada, entonces dirigida por Rafael Alberti. En 1966, el editor Jorge Álvarez, lanza una edición local de su novela Las ceremonias del verano, ganadora del premio Casa de las Américas de Cuba. Este trabajo está dedicado a la escritora venezolana Antonia Palacios.
Marta Traba publicó 22 volúmenes de crítica e historia del arte. En su obra vibran dos temas transversales: el lugar y el poder. Su escritura posee notas de gran sensibilidad y transparencia, sin perder el rigor y la firmeza. Su relación con el arte fue fecunda y visceral.
Gerardo Mosquera, crítico cubano, dirá que en La pintura nueva en Latinoamérica (1961) Traba escribió y publicó el primer intento de aproximación al arte latinoamericano con perspectiva global. En búsqueda de unidad conceptual hizo las preguntas trascendentales para dibujar una cartografía del arte contemporáneo de la región.
Fue profundamente crítica de la modernidad. Sus formas avasallantes e irreflexivas, inconexas de la tradición, con un dinamismo aparente que no fue más que ilusión e incultura. Entre sus tesis determinó que era precisa una “cultura de la resistencia”, un espacio en que el artista se reencuentre con el mito desmintiendo el proceso y hecho creativos como invenciones. El artista es alguien capaz de percibir lo excepcional en lo cotidiano:
«La vida del hombre en Latinoamérica (…) está vinculada a su condición mítica. La resistencia es un comportamiento estético que se presenta como alternativa a las ráfagas de la moda, la arbitrariedad onanista y destructiva»
MARTA TRABA
La actitud pasional y efervescente de Marta fue también inconsistente. En ocasiones cayó en la descalificación, la generalización y la intransigencia. Demostró rechazo a las formas elitistas en el campo cultural, y ésta fue su estrategia para mantener su independencia, aun cuando formó parte de la institucionalidad. Su vocación fue comprender, esquematizar y difundir lo latinoamericano.
Sus esfuerzos la llevaron a dictar conferencias en las mejores universidades de los Estados Unidos donde su postura recaía en acentuar la marginalidad de las formas propias de la región, lugar donde respira el sentido, su identidad. Nunca abandonó el subrayado de reconocer lo propio para saborear lo auténtico. Fue capaz de admitir la porosidad de las formas del arte, pero con una ética que dista de la copia de modelos generados en los centros hegemónicos.
Marta creía en el arte social. Se dedicó a la enseñanza y a la crítica con el propósito de formar maneras de ver, defendió el deseo de que otros experimentaran el arte con el mismo placer estético con que ella lo hacía. Sostuvo con firmeza:
América es un continente de apologistas, no de críticos. En medio de este espectáculo de gentes genuflexas que se prenden medallas las unas a las otras, se hace sentir, casi dolorosamente, la necesidad de la crítica.
MARTA TRABA
CÓMO SE FORJA UNA VIDA, UN CRÍTICO, UN ESCRITOR
Nació el 25 de enero de1923 en la provincia de Buenos Aires sobre el cordón norte. En una vivienda alquilada en el partido de San Isidro a 16 km de Capital Federal. Como muchas familias argentinas de la época, sus padres llegaron al país desde España: Marta Felisa Taín y Francisco Traba. Ese mismo año, Jorge Luis Borges publicó su Fervor de Buenos Aires, y en gran parte de las calles de la ciudad no había llegado el alumbrado eléctrico.
Desde el comienzo, su recorrido será un trajinar, un historial de mudanzas y desvíos. Sin embargo, nunca dejó de ambicionar ni temió volver a empezar. Esto moldeó su carácter desde las antípodas: frágil y persistente. En sus cartas se confiesa atravesada por disturbios emocionales, distancias, amores, pastillas, depresiones, enemistades y renuncias.
Vivió en departamentos, hoteles, habitaciones, conventos, residencias y pensiones. Aun así, sus casas en tránsito eran cálidas y exuberantes, aplicaba su sensibilidad y disposición para el trabajo buscando muebles de segunda mano, decorando las paredes con obras, plantas y muchos libros. No resulta extraña pensarla con brocha en mano, sobre una escalera o con un martillo. No tenía distancias con lo que se proponía. Hacer era hacerlo todo.
Su padre era periodista y en su casa había fuerte contacto con libros. Casi todo lo que se publicaba en el momento les llegaba por correo. Así, la literatura fue un refugio en la infancia de Marta. Leía novelas rusas por entrega de la revista Leoplán (1934-1965), que además era rica en perfiles y notas periodísticas ilustradas. Reconoce en esta publicación su avidez y cultura literaria. A través de ella forjó una vía de escape y una forma de estar en el mundo.
Su infancia estuvo llena de movimientos. La familia solía tener problemas económicos y con frecuencia debía abandonar las casas que alquilaba por deudas contraídas por el padre. La cocina fue un territorio formativo y de encuentros. Leía en voz alta para su madre y pasaban largas horas en mutua compañía. De algún modo, esta combinación de lo doméstico y lo intelectual fueron persistentes en su biografía. Entendiendo intelectual como concepto griego: ‘leer dentro’, ‘el interior’, ‘la esencia’. Marta poseía una capacidad notable para interactuar.
Su carácter se corresponde con lo que sostiene la italiana Rosi Braidotti: “La identidad nómade es transgresora y su naturaleza en tránsito es precisamente la razón por la cual es capaz de hacer conexiones. La política nómade es una cuestión de vínculos, coaliciones, interconexiones”.
Estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires. En ese momento la facultad quedaba en pleno centro porteño, entre las calles Viamonte y Reconquista. La proximidad de las aulas a la calle Florida, donde se encontraban las galerías, contribuyó a su inclinación por las artes visuales. Tenía 21 años cuando se graduó en 1944. Inmediatamente comenzó a participar y ganar terreno en el espacio cultural.
Colaboró en la revista Ver y Estimar, dirigida por Jorge Romero Brest, a quien conoció en la universidad. Su inquietud y vivacidad la impulsaron a abandonar Buenos Aires. Quería ver. Cuando se fue tenía 25 años, algo de experiencia, contactos y una sólida formación universitaria. Su primer destino fue el puerto de Génova, Italia en 1948.
Con el fin de la Segunda Guerra Mundial, muchas ciudades europeas estaban en franco deterioro. Llegó a un territorio diezmado de lo básico, faltaban alimentos, ropa, combustibles y vivienda. El objetivo era llegar a París, le entusiasmaba conocer el Barrio Latino y los museos, la Universidad de la Sorbona, las librerías y cafés. Para entonces, en el imaginario argentino, París era el cénit. Se trataba de una aventura.
Viajó con muy poco dinero y sin planes precisos. El móvil era su vibrante juventud y grandes ambiciones. Viajó sola en barco con enorme confianza en sí misma y con el firme propósito de cumplir con sus objetivos. Una vez en Italia, fue a Roma donde se alojó en una pensión administrada por monjas. Le aseguraban una comida y un espacio para dormir a cambio de tareas administrativas. El resto del tiempo se dedicó a explorar las calles y edificios antiguos.
Fueron días duros, faltos de comida y ropa adecuada para el clima. Fue una navidad helada y solitaria. Pero ella se animaba, se decía que la vida intelectual tiene algo de sacrificio y carencia. Una «filosofía» que será parte del proceso de labrarse un terreno a pulso.
EL INICIO DEL VIAJE
Se hizo lugar en las artes de forma autodidacta. Leyó y recorrió impulsada por su interés, por conocer, mirar y leer. Profundizó a través de visitas a espacios y pinacotecas. Cuando abandonó Roma para ir a París, pasó por Florencia y Venecia alojándose de nuevo en conventos para ahorrar. A su llegada a la ciudad ocupó una modesta habitación en un hotel y se dedicó a escribir para Ver y estimar.
Por esos días, conoce a quien se convertirá en su primer esposo y padre de sus hijos, Alberto Zalamea, seis años menor que ella. Marta se matriculó en algunos cursos de historia del arte y estética en la Ecole des Hautes Etudes de La Sorbona y en la L’Ecole du Louvre. Para sobrevivir, trabajó como traductora de proyectos en la UNESCO, y ocupó sus tardes contratada por Octavio Paz, que era entonces Tercer Secretario de la Embajada de México en París. Marta Traba pasó a limpio los manuscritos del enorme Laberinto de la Soledad (1950).
La solidez de la pareja le llevó a buscar una vida más tranquila. En París apenas podían sobrevivir con sus limitados ingresos. Viajan a Buenos Aires en 1950 y su primer hijo, Gustavo, nació el 7 de enero de 1951. En 1953 viajan a Santiago de Chile donde vivirán algunos meses sin lograr estabilizarse. De modo que regresan a Roma con su hijo a punto de cumplir tres años.
La estrechez de su situación económica no era tan asfixiante como la primera vez. Sin embargo, ahora se trataba de una familia. En búsqueda de estabilidad y espacio, se alejan de la ciudad y se instalan en una casa pequeña, pero con jardín, cerca del lago de Castel Gandolfo. La vida era apacible y plena de felicidades mínimas. Pero el trabajo no era suficiente, vivían al límite y resolvieron moverse otra vez. El país de Alberto es Colombia. Deciden irse a Bogotá en 1954.
Colombia se convierte en un gran oportunidad. A su llegada se abren puertas para un desarrollo profesional pleno. Ella estaba preparada. Era inteligente, hábil, resuelta y valiente. Su influencia en la dinámica del arte en este país marca un antes y un después. Marta Traba inaugura el arte moderno colombiano. Fue una pionera en museografía, armó el flujo del mercado, impulsó a algunos y desplazó a otros. Despertó simpatías y distancias con su forma de entrar e intervenir en la opinión pública.
Movió las estructuras. Fue un estímulo para instituciones, estudiantes, curiosos y artistas. No se trató de ‘inventar’, pero sí de iluminar posibilidades y de crear las condiciones para una renovación de formas posibles más allá de la tradición del paisaje. La versión de la ciudad que recibe a Marta es al menos quince veces más pequeña que ahora, con casas bajas, techos rojos e intensa vegetación. Un ambiente muy conservador, provinciano. Procuró un movimiento culto, dio un sacudón al orden tradicional y creó las condiciones para renovar el campo.
La radio fue una de las primeras oportunidades de trabajo que tuvo. No tenía buena voz, pero sí una enorme capacidad de seducción a partir de seguridad e información. Una de las primeras personalidades influyentes que conoce es al escritor Álvaro Mutis, el jefe de publicidad de la empresa Esso en Colombia. Enseguida se animó a invitar a Marta a la radio, e hicieron el programa Cincuenta años de progreso, con guiones creados y leídos por ella.
Mutis supo ver su potencial y no dudó en ayudarla a emprender. El programa estaba dedicado a las artes plásticas, y apareció de manera simultánea a la publicación de reseñas en medios impresos. El encanto de Marta estaba en la combinación de su incendiaria personalidad, su sentido del estilo e inteligencia.
En 1955 se presentó frente a las cámaras de televisión. Tenía 32 años, pero parecía de 25. Su acento era diferente, tocado por sus viajes, generaba simpatía en la gente. Marta, a través de su relación con los medios masivos de comunicación, hizo de su interés por el arte un producto de consumo y una herramienta de educación.
El éxito de sus programas la alentaron a formar grupos de estudio en sesiones privadas de 10 a 15 personas. La dinámica de estas experiencias fue tan buena que condujo al nacimiento de la revista Prisma. En su primera editorial, aparecida en 1957, afirma:
El arte no solo es una forma exhaustiva del conocimiento, sino también el único lenguaje universal que existe entre los hombres.
MARTA TRABA
Al frente de la revista, sus colaboradores no eran necesariamente periodistas profesionales. Muchos eran arquitectos, artistas, coleccionistas, alumnos o señoras de sociedad. Marta no buscaba complacencias, escribía sin máscaras y a muchos les disgustaba su forma de ejercer la crítica. En Prisma se esmeró más allá de su dirección y edición.
Buscó financiamiento privado en empresas para asegurar la supervivencia de su proyecto, aun cuando no tenía experiencia comercial. Con la colaboración de amigos y alumnos, logró conexiones con personalidades influyentes que contribuyeron para dar salida y viabilidad a la publicación.
La revista realizaba importantes y variados perfiles de artistas como Egon Schiele, Antonio Gaudí, Pablo Picasso, Rubens, Boticelli y Henri Toulouse-Lautrec. Reseñó el barroco, el cubismo, el dadaísmo, el impresionismo, el expresionismo americano, el arte argentino, chino y japonés.
Prisma apareció como un instrumento, una guía de orientación, un manual de cuestiones básicas y relativas al mundo del arte, el diseño y la arquitectura.
A partir de su vocación docente, la primera conexión de Marta con la enseñanza formal fue a través de Jaime Posada, rector de la Universidad de América, quien la invitó a dictar una serie de conferencias y luego la incorporó a la institución de forma regular. Las clases de Marta eran ejemplares.
Viniendo de la educación pública, se terminó de armar como profesora en universidades privadas y exclusivas. A pesar de su posición crítica frente a los privilegios, ése fue el ambiente que la acogió para convertirse en educadora. Su dominio y pasión, la condujeron a revelarse como una extraordinaria profesora. Disfrutaba plenamente de sus clases y alumnos en un campus universitario ubicado en la ladera de las montañas rodeado de exuberante vegetación.
En cuanto a la crítica, arremetió fuerte contra el éxito de los muralistas mexicanos y el arte comprometido. También fue dura con la obra del artista ecuatoriano Oswaldo Guayasamín y con el uruguayo Joaquín Torres-García. Con el arte argentino fue especialmente brutal, salvo contadas excepciones como el caso de Carlos Alonso. Describió el arte de su país como algo vinculado a un “país sin furias, nivelado en su geografía como en sus sentimientos y formas sociales”. Era implacable en sus opiniones que arrastraban una subjetividad mordaz.
En su tarea de armazón del tablero del arte moderno colombiano, respaldó las carreras de artistas como Fernando Botero, Alejandro Obregón, Ana Mercedes Hoyos, Beatriz González, Edgar Negret y Eduardo Rodríguez Villamizar. El peso de su influencia era capaz de inclinar la balanza a favor o en contra de una carrera. Muchas veces se equivocó guiada por sus pasiones. Poseedora de un espíritu indomable, pecaba de impulsiva y caía en improvisaciones guiadas por sus simpatías o rechazos.
Tras una relación de 16 años, se separó de Alberto Zalamea. En 1965 apareció en México Los cuatro monstruos cardinales, una cuidada edición ilustrada con tapa de una reproducción de obra de Francis Bacon. Esta publicación la muestra en la plenitud de su carrera. Con arrojo y poesía trabaja sus impresiones frente al trabajo de Bacon, Jean Dubuffet y Willem De Kooning. Junto al mexicano Cuevas, los considera cardinales por su forma de barrer expectativas y erigir mundos. Aunque disímiles, a su alrededor “todo hierve”.
Su dominio y pasión por el arte condujeron a Marta Traba a revelarse como una extraordinaria profesora
Tras su divorcio, vive fuertes experiencias como la amenaza de ser expulsada del país por sus inclinaciones socialistas, doctrinarias y simpatizantes con la Revolución Cubana. Al mismo tiempo, ganó premios, se enfermó, se enamoró, se desilusionó, se enamoró otra vez, cambió de trabajo y de dirección, puso el acento en su vida social, se mostró independiente y encendida. Vestía a la moda e iba a bares del centro de la ciudad donde se bailaba salsa hasta la madrugada.
Marta Traba y la Mona Lisa de Botero
Uno de los legados indiscutibles de Marta, en razón del arte y la cultura en Colombia, fue la creación del Museo de Arte Moderno de Bogotá. Se fundó por decreto en 1955, y solo existió en papeles hasta 1963, cuando abrió sus puertas tras conseguir auspicio de empresas transnacionales.
Gracias a la intervención de Álvaro Mutis, la Esso volvió en auxilio de las ideas de Marta e hizo posible el alquiler de una sala transitoria. Trabajó muy duro en el proyecto e hizo de curadora, realizó montajes, sirvió café y limpió los espacios de sala. Era incansable. Le interesaba gestionar un museo dinámico, con actividades formativas y de participación.
En 1963, gracias a su amistad con otros curadores y directores de museos latinoamericanos, agenció la exhibición de trabajos de artistas como Fernando de Szyslo, Antonio Berni, Carlos Alonso, Myrna Báez y Alejandro Otero.
Marta Traba con su segundo esposo Ángel Rama
A la cabeza del museo y con influencia en la universidad, programó actividades que incluyeron cine, teatro experimental, danza, performance, clubes culturales, conciertos, grupos corales y ambulantes, foros libres de discusión y conferencias con intelectuales, artistas y escritores nacionales e internacionales. De esta forma conoció a su segundo esposo, el crítico uruguayo Ángel Rama.
El recrudecimiento de la crisis continental en razón de la multiplicación de las dictaduras y los efectos de la Revolución Cubana, la llevaron a perder su trabajo. En ese momento, fundó la Librería Contemporánea, dedicada a la literatura latinoamericana. Allí se vendió la primera edición de Cien Años de Soledad editada en Buenos Aires por Sudamericana. Siempre elegante, hay fotografías de Marta en blazer cargando libros y ordenando estantes.
La distribución de los ejemplares era compleja, pero su tenacidad y red social la llevó a surtirse de obras y novedades. Cada quince días enviaba cartas a sus clientes con recomendaciones de lectura. Nombró un comité asesor en el área de poesía, teatro y literaturas del mundo. Como toda librería que se considera exitosa, se convirtió en refugio, lugar de encuentro y discusión. Allí recibió a Mario Vargas Llosa y a Gabriel García Márquez.
En 1968 inaugura una nueva apuesta, esta vez será una integración de arte y literatura, una librería-galería llamada “Marta Traba”. Ubicada sobre la avenida Caracas número 63-67, exhibía arte, pero también vendía libros y organizaba cursos y talleres literarios. Estos proyectos no lograron sobrevivir. Económicamente se hacían inviables. Siempre decía que no era buena con la plata. Alguna vez cambió un carro por un Botero, y pagó favores con obra de Obregón. Era desprendida y se ganó la vida a fuerza de trabajo. Nunca le faltó, y cuando tocaba, era capaz de procurárselo.
La situación de la tolerancia política en Colombia se fue complejizando y Marta abandonó el país donde vivían sus hijos y se trasladó a Montevideo junto a Ángel Rama quien era entonces editor de Arca. Siendo una madre cariñosa y protectora, sufrió la distancia de sus hijos que entonces tenían 18 y 10 años de edad.
La vida en Uruguay fue productiva para su trabajo literario y crítico. Durante su estancia en este país se distanció públicamente de la Revolución Cubana tras el caso del escritor Heberto Padilla. Firmó la carta abierta de rechazo a la actuacióndel gobierno cubano junto a personalidades destacadas como Juan Rulfo, Pier Paolo Pasolini, Carlos Fuentes, Alberto Moravia, Italo Calvino, José Emilio Pacheco, Marguerite Duras y Carlos Monsiváis.
Comenzó a frecuentar Puerto Rico, sus artistas y universidades, donde también influyó notablemente. Los contactos de Ángel Rama en Caracas, su relación con la creación del proyecto enciclopédico latinoamericano Biblioteca Ayacucho, la llevaron a participar de conferencias en Venezuela, a traducir, compilar y corregir volúmenes. Con la llegada de la dictadura militar al Uruguay, Ángel y Marta enfilaron viaje a Caracas en 1974.
MIRAR EN CARACAS
… Para mí lo mejor de Caracas sería que se pareciera a Caracas, así fuera un esperpento, pero con personalidad y sedimentación, dejando que algo permanezca, calles, árboles, edificios, y no sea frenéticamente sustituido por otra cosa.
Mirar en Caracas, Marta Traba, 1974
Para Marta las ciudades eran una posibilidad de diálogo y conexión. Su relación con Caracas fue difícil. La vida le resultaba hostil y superficial. En plena y violenta modernización, Caracas era una ‘araña’ de autopistas y automóviles, edificios de cristal y aplastamiento sin límite ni propósito del paisaje natural. “La ciudad es caótica”, decía.
Se mostraba intolerante frente al esnobismo de una sociedad enriquecida de súbito por el petróleo. Todo le parecía artificial y de imitación, una cáscara carente de sustancia. Su relación con los círculos intelectuales fue compleja. Ácida para el análisis, mantuvo discusiones en persona y a través de su colaboración en medios, especialmente el diario El Nacional.
Marta vio crecer desmesuradamente los edificios, centros comerciales y hoteles de lujo. A su vez, la multiplicación de una brecha social alarmante. Los cerros se iban llenado de ranchos producto de las migraciones del campo a la ciudad. Ella ya había visitado Caracas en 1963 cuando dirigía el Museo de Arte Moderno de Bogotá. Viajó a reunirse con Miguel Arroyo, quien estaba al frente del Museo de Bellas Artes.
A partir de esa relación, llevó obra venezolana a una colectiva de arte latinoamericano en Colombia en 1965. Lamentablemente, ocurrió un incidente y seis pinturas fueron dañadas por un acto de protesta. Marta Traba colaboraba con el Papel Literario, y ese mismo año se vio envuelta en una controversia producto de sus polémicas opiniones.
El auge cinético de la modernidad venezolana le resultaba intolerable. Le parecía una burda imitación de lo que se estaba haciendo en Europa y Estados Unidos. Su pasión por las artes latinoamericanas, le impedía comprender de qué se trataba esta fiebre de estructuras para revestir refinerías y edificios estatales. En las décadas del sesenta y setenta, los cambios en la ciudad se sucedían a diario.
Una Caracas donde el cemento se vertía con desorden en los espacios, proliferaban los vidrios espejados y juegos futuristas. La amenaza de las especies vegetales y el aplastamiento de las formas propias. Por otro lado, le interesaba Reverón, “un tipo libre que se desentendió de Europa y trabajó de un modo casi tribal, autónomo”.
También se inclinó por El Techo de la Ballena, Jacobo Borges y Gego con “sus firmes e inesperadas alianzas entre lo matemático y lo poético”. Un compendio de sus columnas, reseñas y opiniones sobre Caracas y el arte venezolano publicadas entre 1972 y 1973, integran Mirar en Caracas, que publicó en 1974 Monte Ávila Editores.
A diferencia de Rama, la relación de Marta con Venezuela no encontró concilio. La pareja vivió en Colinas de Bello Monte sobre la avenida Anauco. El balcón daba hacia el cerro Ávila, esa montaña que domina la ciudad y sobre el que rebotaba el eco de su máquina de escribir que no cesaba de producir opiniones, aunque no fueran bien recibidas.
Así ‘trabó’ oposición a un arte hecho a la medida de las búsquedas y disposiciones de la opulencia. Un artificio pensado para decorar una modernización aplastante, consumista y desleal. Quiso insertarse en el circuito local a través de propuestas curatoriales, investigación y docencia. Pero su tajante posición crítica no cesaba de crear asperezas.
Sin embargo, Mirar en Caracas fue un libro exitoso. Aun cuando atacó sin compasión al cinetismo, alertaba a los venezolanos sobre la necesidad de búsquedas verdaderas en la profundidad de su espíritu e identidades. A los artistas, los convocó a interrogar la razón de sus formas y circunstancias.
Venezuela escogió el cinetismo (…) ¿Por qué? Porque a una apariencia de progreso había que ajustar un arte renovador y no tradicional. Era preciso alejarse de las formas tradicionales con la misma energía con que se destruyó la ciudad, se levantaron nuevos edificios y se abolió el pasado de un modo feroz y decidido: las formas tradicionales, pintura y escultura, fueron consideradas obsoletas e inapropiadas a la fachada del progreso.
Marta Traba
Marta nunca ocultó ni matizó sus opiniones. Era capaz de herir de manera profunda e irreversible abundantes sensibilidades. Pero varios factores la irritaban: la falta de trabajo, la separación de sus hijos, las frustraciones, el tránsito, la informalidad, la xenofobia y las apariencias. No soportaba la tumultuosa rutina y la vulgaridad que reconocía. Para Marta la única salida para el arte en Latinoamérica tenía que ver con la idea de resistencia. Su propuesta reconocía el arte pensado y hecho como lenguaje, comunicación, semiótica, estructura que solo adquiere valor al ser interrogada y empleada por un grupo humano.
Publicaba en Últimas Noticias, El Nacional y Resumen. En 1976 logra dictar un seminario en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Central de Venezuela. En 1978 Caracas estaba sumida en un caos sin precedentes por motivo de campañas y elecciones políticas, además de la vertiginosa construcción de la red del metro.
Desarraigada como era, acostumbrada a andar en el vacío, Marta vendió su biblioteca a través de Sofía Ímber a la compañía telefónica CANTV. En junio de ese mismo año participó del I Encuentro Iberoamericano de Críticos de Arte y Artistas Plásticos que se celebró en Caracas con invitados de España, Estados Unidos, Francia y América Latina. Las sesiones fueron en el Museo de Bellas Artes con motivo del 40 aniversario de su fundación en la sede del Parque Los Caobos. Allí presentó su ensayo en torno a la tradición de lo nacional, un extenso texto que más tarde sería publicado en la revista Hispamérica.
Sus dificultades para sentirse cómoda en Caracas la llevaron a viajar a España. Alejada ahora de Ángel y también de sus hijos, se avocó a la organización y detalles de su nuevo domicilio, además de hacer seguimiento y corregir las pruebas de ocho títulos que la Biblioteca Ayacucho tenía en imprenta en Barcelona.
Con la aparición de un contrato para Rama en la Universidad de Maryland, la pareja se trasladó a Estados Unidos donde disfrutaron de sus importantes bibliotecas y de salarios más estables y atractivos que los que recibían en universidades latinoamericanas. Ambos fueron invitados a dar clases en la Universidad de Princeton.
Marta dictó conferencias en más de 15 instituciones como Stanford, Harvard, MIT, Massachussets, Smith y Hampshire. Poco a poco la pareja se estableció y compró una casa en Washington DC. La ciudad le parecía bella, gratificante y frecuentaba la National Gallery. Sin embargo, siempre tuvieron dificultades con el visado. Marta vivió y aceptó su errancia:
Yo no tenía país. Perdí a la Argentina porque resolví no tener nada que ver con un lugar en el que están permanentemente funcionando las dictaduras en su nivel más horrible y sanguinario. Cuando uno viaja de un lado para otro, y es una especie de nómada, se tiene una inestabilidad muy tremenda.
Marta Traba
Marta defendía su “derecho de estar en un sitio”. En Colombia ella se sentía “partícipe de un grupo humano”. Había agitado y nutrido la vida cultural con avidez, había hecho todo lo que nunca hizo en otra parte.
A principios de 1983, el propio presidente de Colombia para entonces, Belisario Betancur, les ofreció asilo tras los problemas con sus papeles en Estados Unidos. El 3 de enero de ese año, Marta Traba recibió su documentación legal de nacionalización con el número de documento 51748431. Permaneció en Colombia durante 2 meses en los cuales grabó 20 programas de televisión reunidos bajo el nombre La historia del arte moderno contada desde Bogotá.
El 5 de marzo se embarcó en un vuelo con destino a París para encontrarse con Ángel, quien tenía una beca de la Fundación John Simon Guggenheim. Estando ambos en la cúspide de su carrera, el 26 de noviembre de 1983 subieron en París al vuelo de Avianca con destino a Bogotá para asistir a un encuentro de escritores invitados por el propio presidente de la nación.
El vuelo tenía una escala en Madrid, y minutos antes de aterrizar, se estrelló tan solo ocho kilómetros de su destino. En este vuelo identificado con el número 011, fallecieron 183 personas. «Ese fatídico vuelo del Boeing 747 de Avianca, el HK-2910 se llevó entre sus ruinas, en Mejorada del Campo, a 183 personas, entre ellas a Marta Traba. La nieta de españoles, la argentina de nacimiento y la colombiana por adopción quedó enterrada en el cementerio Jardines de Paz, en Bogotá, junto a su esposo, con una lápida que sólo marca la fecha de su muerte, noviembre 26 de 1983»
Marta Traba desapareció junto a su esposo de esta forma terriblemente trágica. Su vida fue asombrosamente productiva e inquieta. Toda su obra conforma un rico testimonio de sensibilidad y compromiso. Transgredió paradigmas y vitalizó el rol de las mujeres en la vida intelectual y creativa. Comprendió el papel de los medios de comunicación como posibilidad de transmisión de pensamiento y educación. Marta leía las obras, los contextos con preguntas inteligentes que vinculaban lo real con las ideas, el tiempo, la identidad y los territorios.
Marta Traba se sentó sobre la piedra para luego abrirla, picarla, quitó la maleza, amplió el círculo, abrió cabezas, arremetió contra el slogan “no hay más ruta que la nuestra”; necesitó un cincel y un mazo enormes, y con piedritas fue señalando otros caminos (…) Se vuelve una agitadora cultural en una época en que la cultura es un círculo cerrado. No sólo divulga un tema desconocido en América Latina como el arte moderno, sino que promueve y elogia a aquellos que han sido calificados de locos (…) Marta Traba se la vivió superponiendo exilios.
Elena Poniatowska
Guapísima y ardiente como era, Marta quedó fija como antorcha en la memoria de quienes la conocieron. Muchos destacan su elegancia, su prodigioso manejo del lenguaje, su manera obsesiva de comprometerse, su energía y calidad humanas.
Fue un personaje auténtico que se mantuvo fiel a sí misma sin temer a las consecuencias. Con el mismo rigor cultivó amistades y diferencias. Sin embargo, su legado está intacto en su prolífica bibliografía, su ardiente participación en el debate y la crítica. Además de su penetrante y lúcida forma de hacer literatura:
«Eso es ella; una memoria agradecida ante esta naturaleza en proceso permanente de acumular belleza, ha descubierto una forma estable de la felicidad que es ver, sentir las cosas».
Fragmento de Las ceremonias del verano. Jorge Álvarez. Buenos Aires, 1966. Página 115.
Betina Barrios Ayala es investigadora, docente y librera. Colabora con diversos medios, organizaciones e instituciones culturales. Trabaja con libros y escribe sobre arte y cultura a partir de intersecciones relativas al viaje, la experiencia y el paisaje. Conduce el proyecto de investigación Afecto Impreso. Su página personal es experienceparoles.
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