En 1985, Ramón Margalef, uno de los científicos españoles más destacados del siglo XX y uno de los padres de la ecología moderna, describe el mar Mediterráneo como un patio de vecinos, donde los pueblos de sus orillas comparten ideas, lenguas, creencias, riquezas. En definitiva, cultura
Oscar Esparza
Coordinador de Áreas Marinas Protegidas en WWF España
Ramón Margalef nos presentaba un mar Mediterráneo a escala humana que contaba, además, con importantes mecanismos de regulación que le hacían muy estable para la vida. Aunque advertía del aumento del poder e influencia del ser humano sobre el medio y de la incertidumbre sobre cómo los ecosistemas podrían verse afectados, seguramente no pensaba que un escenario como el actual pudiera ocurrir en tan corto espacio de tiempo.
Lo cierto es que los cambios, incluyendo perturbaciones y eventos catastróficos, en el equilibrio natural de los ecosistemas no son una novedad. Por ejemplo, sabemos que hace unos cinco millones de años el Mediterráneo se secó completamente (la crisis Messiniense) y en los últimos tres milenios su nivel ha aumentado en cinco o seis metros. Ha sumergido multitud de ciudades, puertos y construcciones que hoy conocemos gracias al trabajo de los arqueólogos submarinos.
Sin embargo –y esta es la gran diferencia–, en apenas unas décadas la frenética actividad humana ha empujado al límite muchos sistemas naturales del planeta a un ritmo que los mecanismos naturales de regulación no pueden contrarrestar. En la actualidad, el mar Mediterráneo sufre una grave degradación y pérdida de biodiversidad.
“CUANTO MÁS SALUDABLE ES UN ECOSISTEMA, MEJOR RESISTE Y RESPONDE A LOS CAMBIOS”
El nuevo informe de WWF alerta sobre las consecuencias del calentamiento global en el Mediterráneo. Y es que debido a que está confinado se calienta a un ritmo un 20% más rápido que la media mundial, lo que acelera e intensifica los problemas existentes en un mar bastante estresado por la actividad humana.
El aumento de la temperatura del agua modifica los rangos de distribución de las especies. Algunas se desplazan buscando zonas con condiciones favorables donde asentarse. Frecuentemente, las especies foráneas compitan con las locales y se producen desequilibrios, más o menos graves, en el ecosistema. Cuanto más saludable es un ecosistema mejor resiste y responde a estos cambios.
La entrada de estas especies en el Mediterráneo se produce de forma natural por el estrecho de Gibraltar, pero también por los canales artificiales, como el de Suez, que registra un creciente e intenso tráfico marítimo cada año.
Se estima en más de un millar las especies invasoras en el Mediterráneo. Aunque falta mucha investigación para cuantificar qué efectos tendrán, alarman casos como los del pez conejo y el pez león, especies muy voraces procedentes del Índico. Han modificado y alterado gravemente el ecosistema en las costas más orientales del Mediterráneo. Un problema que repercute en la economía de las poblaciones costeras de Turquía, Chipre y otras.
Por la falta de predadores y la existencia de una gran cantidad de nutrientes, los blooms de medusas se multiplican
Con la mala gestión de las aguas de lastre en los buques que transportan mercancías llegan como polizones algas y microorganismos patógenos que pueden asentarse en las antípodas de sus sitios de origen.
Recientemente la nacra, el bivalvo autóctono más grande del Mediterráneo, se ha visto afectado por una mortalidad masiva. La ocasiona un patógeno que apareció en las costas andaluzas y que se ha ido propagando hacia el este del Mediterráneo hasta llegar, de momento, a Sicilia. No hay claridad sobre su origen, pero ha dejado al borde de la extinción al el bivalvo.
El Mediterráneo es, por otro lado, un mar con altos niveles de sobrepesca y de contaminación. Estos problemas y la alta temperatura favorecen los blooms de medusas. En algunas zonas, como el golfo de Túnez, se multiplican por la gran cantidad de nutrientes y el control deficiente de sus depredadores. Estos episodios han pasado de esporádicos a recurrentes.
Otro efecto del cambio climático es el aumento de la acidez en mares y océanos, por la absorción de dióxido de carbono (CO2). Pequeños cambios en la acidez de las aguas pueden suponer graves daños ambientales. Debilitan o disuelven estas estructuras de multitud de especies de crustáceos, moluscos o corales. Además, los mares y océanos son el principal sumidero de CO2 del planeta gracias a los pequeños organismos que forman el plancton y que fijan de forma estable el CO2 en sus estructuras. Si se ven afectados, la capacidad de los océanos de secuestrar CO2 disminuirá y se intensifican las consecuencias del cambio climático.
Barrera frente a temporales y sumidero de carbono
Una especie clave en el Mediterráneo, la Posidonia oceánica, además de oxigenar las aguas y constituir un hábitat para una de cada cinco especies marinas del Mediterráneo, es otro importante sumidero de carbono. Asimismo, resguarda la costa frente a los temporales, cada vez más frecuentes e intensos al estabilizar el fondo marino y asegurar el sedimento. Se calcula que ha almacenado entre un 11% y un 42% del total de emisiones desde la Revolución industrial. Es vital asegurar la salud de estas praderas marinas endémicas.
Podríamos concluir que por los sistemas de producción y el modelo de consumo hemos convertido la Tierra en una gran metrópoli que vive de espaldas a la naturaleza. Ese patio de vecinos que era el mar Mediterráneo es ahora parte de un caótico edificio con graves problemas estructurales. Un sistema de vida que empobrece a las comunidades y economías que han existido durante milenios a sus orillas.
El futuro es incierto, pero los humanos hemos demostrado tener una gran capacidad para modificar nuestro entorno ¿Por qué no hacerlo en un sentido que valore la naturaleza?