Malala, a secas, sigue con temple y corazón lo que ocurre en Afganistán. La activista global de los derechos de las niñas y mujeres a la educación, revive su tragedia personal y la transpola a millones de personas aterradas ante la llegada de los Talibanes al poder de ese país. Han transcurrido nueve años del atentado contra ella a la salida de la escuela. Hoy, una vez más, levanta su voz por los temores y el escalofrío profundo que implica la vuelta de ese grupo insurgente.
Mientras corren estas horas tan comprometedoras para esa nación. Y la comunidad internacional pondera lo que ha sucedido y por qué, esta joven paquistaní pide a los líderes del mundo “tomar posturas valientes para proteger los derechos humanos».
Sostiene la premio Nobel de la Paz más joven en la historia que “tendremos tiempo para debatir qué salió mal en la guerra de Afganistán. Pero en este momento crítico debemos escuchar las voces de las mujeres y niñas afganas. Piden protección, educación, la libertad y el futuro que se les prometió. No podemos seguir fallándoles. No tenemos tiempo que perder”.
Malala Yousafzai se ha mostrado activa en las últimas horas y ha ofrecido entrevistas a medios, fundamentalmente europeos. A solicitud de The New York Times, escribió un ensayo. Allí revela la intensidad de su mensaje: “No podemos ver a un país retrocediendo décadas o siglos».
En sus líneas recoge el recuerdo reciente de los azotes públicos a las mujeres y su marginación en el trabajo y la educación, hasta casi invisibilizarlas. Eso no debe volver. No, no.
Malala y su mirada siempre presente en Afganistán
Las grandes potencias tratan de decantar el nuevo escenario político y las próximas jugadas. Coordinar acciones conjuntas y avistar qué planes tienen los Talibanes. Los ojos están puestos en EE UU. Joe Biden ha dicho que “no puede prometer cómo acabará la evacuación” y consecuente repatriación de estadounidense en Kabul. Operativo que considera “uno de los más difíciles de la historia”.
Entretanto la crisis humanitaria en Afganistán cobra mayor dimensión. Miles de afganos desesperados, se conglomeran en los aeropuertos para abordar aviones y escapar. Aunque sus vidas corran peligro.
“Nada de esto es nuevo para el pueblo de Afganistán”, dice Malala, “que ha estado atrapado durante generaciones en guerras indirectas de potencias globales y regionales. Los niños han nacido para la batalla. Las familias llevan años viviendo en campos de refugiados. Miles más han huido de sus hogares en los últimos días”.
Argumenta en su texto que “los Kalashnikov que llevan los Talibanes son una pesada carga para todo el pueblo afgano. Los países que han utilizado a los afganos como peones en sus guerras de ideología y codicia los han dejado para que carguen con el peso por sí mismos”.
Pero, recalca la activista, “no es demasiado tarde para ayudar al pueblo afgano, en particular a las mujeres y los niños”.
Por tanto, insiste Malala “debemos tomar posturas valientes para defender a las mujeres y las niñas» en Afganistán. Yousafzai, cuando tenía 15 años un talibán le disparó en la cabeza mientras regresaba a casa en un autobús escolar. Ella ya se destacaba por sus escritos sobre la necesidad de educar a las niñas y mujeres y no dejarlas abandonadas.
Malala entonces fue tratada de sus heridas en el Reino Unido, donde se asentó y acaba de licenciarse en la Universidad de Oxford.
Países vecinos deben abrir sus puertas a los afganos
En las últimas dos décadas, millones de mujeres y niñas afganas recibieron educación. Ahora, apunta, el futuro que les prometieron está peligrosamente cerca de desaparecer. Los Talibanes, que perdieron el poder hace 20 años impidieron que casi todas las niñas y mujeres asistieran a la escuela y repartieron duros castigos a quienes las desafiaron, han vuelto a tener el control. “Como muchas mujeres, temo por mis hermanas afganas”, relata para el NYTimes.
Cuenta Malala que durante las últimas dos semanas, habló con varios defensores de la educación en Afganistán sobre su situación actual y lo que esperan que suceda. “Una mujer que dirige escuelas para niños rurales me comentó que había perdido el contacto con sus maestros y estudiantes”.
“Normalmente trabajamos en educación, pero ahora nos estamos enfocando en carpas”, me dijo. “Miles de personas huyen y necesitamos ayuda humanitaria inmediata para que las familias no mueran de hambre o de falta de agua potable”.
Sugiere la activista que los poderes regionales deben ayudar activamente en la protección de las mujeres y los niños. Los países vecinos (China, Irán, Pakistán, Tayikistán, Turkmenistán) deben abrir sus puertas a los civiles que huyen. Eso salvará vidas y ayudará a estabilizar la región. También deben permitir que los niños refugiados se matriculen en escuelas locales. Y las organizaciones humanitarias establezcan centros de aprendizaje temporales en campamentos y asentamientos.
Mirando hacia el futuro de Afganistán, refiere Malala, que “no es suficiente decir vagamente: ‘Las niñas pueden ir a la escuela’. Necesitamos acuerdos específicos para que las niñas puedan completar su educación. Puedan estudiar ciencias. y matemáticas. Puedan ir a la universidad y poder unirse a la fuerza laboral y hacer los trabajos que elijan”.
Los activistas con los que hablé, continuó, temen un regreso a la educación exclusivamente religiosa. “Esto dejaría a los niños sin las habilidades que necesitan para lograr sus sueños y a su país sin médicos, ingenieros y científicos en el futuro”, argumentó.
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