Yo diría que el 99% de la población vive evitando emociones incómodas.
Tal vez escribir esto a las 4:45 am porque me desperté repentinamente y me acordé de que hace tres horas me fui a dormir con una mezcla de vergüenza, frustración, culpa, enojo y tristeza por un evento que en esta ocasión elijo no compartir, es una forma de evitar esas emociones.
Pero el evento en sí no importa, porque la historia que quiero contar es una historia de Magia.
Cuando llegué hace algunos años por primera vez con mi terapeuta, ella no era mi terapeuta sino la de mi esposa que quería conocer al esposo de su paciente. Yo era, precisamente, una de las razones principales, si no es que la principal, de que ella estuviera yendo a terapia desde hace unas semanas. (Por cierto, se me hace muy sabio y muy necesario que un terapeuta quiera conocer de primera mano y escuchar de primera voz a los personajes del ecosistema de su paciente y se me hace muy raro que no sea una práctica común. ¿A cuántos terapeutas has conocido por ser uno de los personajes de la historia de alguien más?)
El caso es que yo estaba ahí para una sola sesión. Pero a los 15 minutos de habernos conocido, la terapeuta me dijo que ella me iba a tomar a mí también como paciente. Y esa decisión repentina no se nos hizo rara a ninguno de los dos. A veces 15 minutos es lo único que se necesita para saber que estás en el lugar correcto, con la persona correcta y que encaja con la totalidad de las circunstancias que estás viviendo. Así me pasó. Desde que entré a ese consultorio y me encontré con un libro de Rumi en el lugar donde tocaba sentarme, sabía que había arribado a un lugar al que regresaría.
Mi esposa y yo llevábamos meses brincando de un terapeuta a otro para que nos ayudaran a lidiar con la primera crisis del matrimonio. Aunque, en ese momento, no parecía la primera, sino la única. Pero nos quedamos con esta terapeuta porque ella era diferente. Aunque, como los demás, se pasaba el tiempo preguntándome cosas y haciendo un mapa mental de los personajes e historias que yo describía, con ella parecía menos un interrogatorio para entender a alguien y más como la preparación para poder entrar a un lugar nuevo.
Me explico.
A mi terapeuta no le interesaban tanto las historias y los detalles de esas historias y los detalles de esos detalles de las historias que yo le contaba. Lo que le era más importante, era que llegásemos a cierto punto en mi relato donde, con sutileza y prudencia, tal vez notando ese momento en el que las emociones no solo se expresan con las palabras, sino con el tono de la voz, las pupilas dilatadas o la temblorina de un pie, me pedía cerrar los ojos.
Ahora bien, un mago o una maga no te piden que cierres los ojos al momento del truco, eso es hacer trampa. Pero en este caso, la Magia sucedía solo si uno se aventuraba a cerrar los ojos y a seguir una serie de instrucciones:
UNO
– “¿Dónde se siente esa emoción que estás sintiendo? ¿Boca del estómago? ¿Pecho? ¿Garganta?”
– “Garganta” – decía yo después de examinarme.
– “Queda ahí” – decía ella.
Lo que significaba: quédate ahí un rato sintiendo eso que sientes.
DOS
Después de un rato de sentir, me decía:
– “Ahora, ¿puedes nombrar esa emoción que sientes? Haz una búsqueda para tratar de ponerle un nombre”.
– “¿Miedo?” – preguntaba yo tímidamente en voz alta, pero con los ojos cerrados.
– “Pruébalo” – decía ella. “Repite: miedo, miedo, miedo. A ver si lo que sientes es miedo”
– “Miedo. Miedo. Miedo.” “No. Creo que no es miedo”. “Tal vez culpa.”
– “Pruébalo. Con calma.”
– “Culpa. Culpa. Culpa.” – respiraba profundamente para lidiar con la desesperación de no saber a dónde llegar con este ejercicio, pero más con la desesperación de estar sintiendo algo tan incómodo que ni sabía que era. “MMM. No. Tampoco es culpa”.
– “Ok. No hay prisa. Tranquilo” – me decía en un tono de voz que reafirmaba esa tranquilidad que ella me pedía tener.
– “Enojo. Emputamiento. Odio.”
– “Repítelo, a ver cómo se siente.”
– “Si. Es enojo. Lo siento ahora más fuerte. Estoy enojado. Estoy encabronado.”
– “Eso. Queda ahí.”
Entonces me quedaba respirando y sintiendo ese enojo. Primero la emoción subía en intensidad, pero con el tiempo, con quedarme ahí sintiendo sin distracciones, el enojo, o la emoción de ese momento, disminuía.
– “Cuando deje de disminuir la intensidad, me avisas”.
Parecía que ella había hecho este ejercicio millones de veces, y al mismo tiempo, parecía que era su primera vez. Como si ella también estuviera buscando algo.
Esa genuina curiosidad me tranquilizaba para continuar haciendo algo tan contraintuitivo. Confiarle a alguien algo que yo mismo evitaba.
– “Ya no disminuye” – decía yo después de unos minutos.
TRES
– “Ahora vamos al siguiente paso. Con calma. Trata de decir: Enojo de _________. O: Enojo por _________. Y deja ahí un espacio para ver qué te llega”
– “Enojo de ____________”
“Enojo de ____________”
“Enojo de ____________”
Una vez que encontraba ese enojo nos quedábamos juntos sintiendo. Yo con los ojos cerrados y ella también. Lo sabía porque todas las veces que yo abrí los ojos a lo largo de varios años, ella siempre los tenía cerrados. Una buscadora.
Así nos quedábamos, ambos en silencio y solo con el libro de Rumi observándonos.
Cuando ya habíamos sentido lo suficiente -hasta aquí yo aún no sentía la Magia– ella decía:
CUATRO
– “Ahora. Trata de observar la creencia que está debajo de esta emoción que sientes. ¿Qué creencia hace que te sientas así?
Este era un paso crucial. Pero solo era posible si nos habíamos atrevido a crear el espacio y a quedarnos sintiendo por 10, 15, a veces 30 minutos seguidos sin interrupción.
Y no siempre, pero algunas veces en este paso, la creencia que sostenía mi emoción se aclaraba y me llegaba en forma de insight.
(Mi terapeuta decía que las emociones “C” no eran una respuesta automática a los eventos externos de la vida, sino que los eventos se filtran a través de nuestras creencias o paradigmas “B” y en base a ellas reaccionamos emocionalmente “C” y luego actuamos “D”.
A) Evento —> B) Interpretación —> C) Emoción —> D) Respuesta
En la Cuarta Etapa de este proceso es cuando podía vislumbrar esa creencia “B” que me hacía sentir así)
Una de esas veces fue la creencia de que “yo no me merecía a la madre que me tocó”. Una creencia arraigada que me hacía sufrir con todo lo relacionado a ella. En otro caso fue que yo sentía que “era mi responsabilidad que mi empleado me haya robado” y de ahí se sostenía, no solo enojo sino culpa también. En otro caso era la creencia de que “yo podía cambiar el sentir de alguien más”.
Tal vez para muchos estas creencias parezcan banales. Pero yo nunca olvidaré lo que sentí al observarlas y como por acto de magia o por Magia misma, reescribían en un instante todo mi pasado y mi futuro.
Nos dicen que somos creencias, pero esto solo importa cuando las creencias surgen en forma de insight, directo desde nuestra intuición más profunda. Literalmente es como levantar un velo, redireccionar el tráfico de nuestras neuronas o abrir nuestra vida a un sinfín de posibilidades.
CINCO
Después venía la quinta etapa. A ésta, pocas veces llegamos, porque en muchas sesiones de terapia ni siquiera llegábamos a la segunda. La mayoría de las sesiones, mi cobardía de ir a los lugares incómodos la escondía detrás de interminables historias que yo contaba para que no me agarrara en el momento clave y me pidiera cerrar los ojos. Pero ella nunca lo forzaba. El insight nunca se puede forzar.
Esta quinta etapa nos permitía entrar en esa dimensión que ella llamaba el “yo soy”. Donde las palabras se descomponen, las palabras no existen, pero se siente como una mezcla de omnipotencia con comprensión cósmica de la realidad, o al menos donde yo podía contemplar la enormidad del misterio de la vida y sentirme parte de la misma. Ese momento cuando la ola se da cuenta de que es el océano.
En el estado de “yo soy”, mi terapeuta me recordaba que podía hacer un “puente” o una visualización de cómo quería transitar esta etapa o proyecto o enredo.
Magia pura.
La Magia estaba, mi terapeuta me enseñó, aunque cada día de mi vida lo olvido, en simplemente hacer un espacio para sentir.
Sen-tir.
S.E.N.T.I.R.
Sentir.
Nada más.
La culpa. La vergüenza. El miedo. La frustración. La ira. La tristeza. El enojo.
Todo esto es lo que nos constituye. Pero el 99% de nosotros pasamos el 99% del tiempo evitándolas. Distrayéndonos. Haciendo como si eso no estuviera. Como si fuera a desaparecer por sí solo.
La magia de mi terapia solo era Magia en la medida que hacía palpable una posibilidad que siempre está, pero que nunca nos damos la oportunidad de experimentar.
¿Cuántos de tus terapeutas, coaches, padres, maestros, amigos o profesionales de la salud te piden que al describir algo que claramente te duele o incomoda, te quedes ahí un rato, solo sintiendo? ¿Que no expliques, que no describas, que no cambies de tema, que no abras un whiskey, o TikTok, o tu agenda, y que solo cierres los ojos y sientas?
Los humanos somos expertos en evadir emociones, pero eso no nos hace expertos en ser humanos.
Hay muchas formas de ir a terapia, pero si no vas para permitirte sentir, ¿para qué vas?
Queda ahí, decía mi terapeuta. Queda ahí, me atrevía a decirme yo. Me atrevo a decirme ahora.
Me quedo aquí. Con mi frustración, enojo, culpa, vergüenza y tristeza. Me quedo aquí y confío en la Magia.
P.D. Si te quedaste con la duda del evento que me despertó a las 4:45 am, espero que recuerdes que los detalles de los detalles de las historias no son tan importantes.