España, 2020. Un sentido irreparable de extenuación y parálisis recorre el país. Y la respuesta a este estado de postración no llega. Al menos, no llega con el vigor y la contundencia que sería deseable. Hubo un tiempo, hace un siglo, en que al desarme social y al estraperlo moral de la política se les respondía con el surrealismo cultural, como hizo Luis Buñuel, incluso cuando no quería hacerlo.
Y así lo hizo con El Ángel Exterminador, un enigma sacramental, un absurdo inexplicable que no halla ninguna respuesta cabal en la razón, sino que bucea en el mundo de la incoherencia y de lo inexplicable como sentido mismo de la vida. Esa misma sinrazón de lo irracional que impregna el orden sociopolítico en España en el mundo moderno del confinamiento, donde lo injustificable y lo ininteligible se han apoderado de una realidad casi imposible. Pongamos que hablo de España. Pongamos que hablo de Madrid.
Para los menos versados en el genio del maestro de Calanda, quien hizo tamborrada del surrealismo, la película comienza en una casa señorial en la calle Providencia. Tras una función de ópera, un grupo de burgueses ensimismados en su conciencia de clase, deciden disfrutar de una velada feliz en una mansión. Cuando toman la decisión de retirarse a sus casas, comprueban que no pueden salir del espacio que ocupan sin causa física aparente. No hay razón lógica para que no puedan abandonar la residencia, pero, como un sortilegio mágico, acaban atrapados en un purgatorio imposible y de duración indeterminada, donde arrecian los sentimientos de culpa, de autodestrucción, de sexo compartido y hasta el complejo atávico de Edipo en versión mexicana.
Miedo a ser libres y libres de morir de miedo, como ya había rodado el de Calanda en El fantasma de la libertad. No en vano la única película de Luis Buñuel en la que aparece una cita explícita al otro gran aragonés, quizá el primero de todos, Francisco de Goya, es El fantasma de la libertad (1974). Al parecer, había tomado prestada la línea del Manifiesto comunista donde se afirma que «un fantasma recorre Europa…», trazando a partir de aquí su propia especulación en torno a la libertad como un espejismo que tratamos de asir y abrazar, «una figura de niebla que solo nos deja un poco de humedad en las manos». Húmedos estamos en un Madrid bajo toque de queda, en el que no queda nadie que nos toque.
En un proceso salvaje de deshumanización y degradación, de descenso a los infiernos, Buñuel instala a sus personajes en una repetición constante de movimientos y de situaciones, en una mimesis delirante, en un climax de inmutabilidad que rompe el espacio/tiempo para dejar al espectador sometido a su propio trance, que solo la propia violencia de los personajes va rompiendo. Un fragmento anticipado de la convulsión cenicienta del Madrid de nuestros días.
Si se observa el microcosmos de nuestras vidas presentes, en la película como ahora en el viejo Madrid, nada parece tener sentido. Como en la película, las conductas de muchos políticos españoles no revelan gran cooperación, porque el comportamiento predominante es el egoísmo y la impostura. En vez de buscar juntos una solución basada en el firme propósito de alcanzar un acuerdo, que es el sentido mismo de la responsabilidad en común, acaban buscando culpables sacrificiales del encierro. Pero, es más, esa misma irresponsabilidad basada en su instinto de supervivencia, es la que les impide tomar la decisión de salir, porque hasta la decadencia puede ser adictiva. Muchas veces una comunidad en crisis es ignorante de las razones mismas de esa crisis y no quiere alcanzar la reconciliación.
La gran lección de la película, si la exégesis académica lo permite, es que solo con la ayuda de todos se pueden superar umbrales y percatarse de que hay un oso en la habitación. En la película, además de corderos, un oso recorre las estancias, que, como la alegoría del elefante en la habitación, hace referencia metafórica a una verdad evidente que pasa inadvertida o es ignorada. Las verdades son incómodas y acostumbran a ser encubiertas para no revelar nuestras propias debilidades.
A escasas horas de que se haya iniciado el nuevo confinamiento, ya bullen los reproches y los sentidos de culpa ajena. Puede haber un ciudadano exhausto que, como en una escena memorable de la película interpretada por Silvia Pinal, doble una servilleta con gesto elegante en su cautiverio para, acto seguido, arrojar una piedra a la ventana. Es la piedra que añora la libertad y el pacto como razón de ser de la convivencia. Mientras tanto, el Ángel Exterminador cabalga de nuevo desde Orcasitas hasta el Barrio de Salamanca. Es un jinete que no conoce de clases. Pero arrasa. Quizá “Vivir y dejar de vivir son soluciones imaginarias. La existencia está en otra parte”. Así acaba “Manifiestos del surrealismo” de André Breton. Así comienzan a pensar muchos españoles. El surrealismo ha regresado.
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