Emmanuel Macron es un hombre de éxito, bien parecido y con una fotogenia innegable con la que ha conseguido colarse en buena parte de los hogares franceses. Tras su paso por el mundo de las finanzas privadas llegó al Palacio del Elíseo, primero como asesor económico del presidente, François Hollande, y luego como su poderoso ministro de Economía y Recuperación Productiva, en agosto de 2014. A los dos años dejaba plantado a un Hollande amortizado y con un apoyo popular por los suelos para lanzar su propio movimiento político, En Marcha, con el que ir preparando su candidatura a las presidenciales galas que anunció oficialmente en noviembre de 2016.
Macron ha conseguido que cuaje su concepto de que la concepción política tradicional entre izquierda y derecha –entendida como lucha de clases– ha caducado para dar paso a otra confrontación entre reformadores y conservadores. Y él mismo ha jugado hábilmente al despiste cada vez que ha sido interpelado para que explicase en qué parte del espectro político se sitúa su proyecto En Marcha. “Soy de izquierda, es mi historia, mi cultura, mi sensibilidad. Pero Francia necesita agruparse bajo el objetivo de En Marcha y reunir a personas que vengan de la izquierda y la derecha… Un movimiento que no tiene vocación de quedarse encerrado en el espacio político actual”, contestaba a Jean-François Kahn, fundador de la revista Marianne, en una amplia y esclarecedora entrevista que el medio le realizó tras presentar su ideario político.
“La honestidad me obliga a deciros que ya no soy socialista”, ha llegado a decir públicamente Macron, que apuesta por el “liberalismo económico”, ferviente partidario de del mundo empresarial y de la industria que tiene que hacer su propia transformación “de una economía de crisis a una economía del conocimiento y la innovación”.
Macron es un político en alza por sus propios méritos, pero sus posibilidades de llegar al Palacio del Elíseo se han visto incrementadas por las decisiones de sus oponentes. El suicidio político de los Republicanos al confirmar como candidato a François Fillon en detrimento de Alain Juppé -mucho mejor posicionado para dar la batalla en la primera vuelta- es tan torpe que hace buena la idea de Macron de que las grandes naves políticas galas son incapaces de girar aunque vean el precipicio ante ellas. Fillon, imputado formalmente por desvío de fondos públicos y apropiación indebida en relación a los supuestos empleos ficticios de su mujer y sus hijos, ha decidido “reconocer el error” y culpar del affaire a François Hollande acusándole de estar detras de la filtración de los contratos. Una teoría conspirativa que no ha cuajado dejando a los republicanos hundidos en las encuestas.
Los socialistas galos tampoco quieren hacer la lectura correcta de los cambios sociales que se viven en Francia. En sus propias primarias decidieron apostar por el candidato más a la izquierda, Benoît Hamon y dejar fuera a Manuel Valls, primer ministro hasta diciembre de 2016 y el mejor posicionado para pescar en el caladero de votos centrista.
“La socialdemocracia francesa se encuentra en una crisis absoluta, una situación muy parecida a la que tenemos en España, porque la gente no ve en ella una alternativa sino que la percibe como parte del sistema, con un discurso anticuado”, destaca a Cambio16 François Musseau, corresponsal en España del periódico Libération. Reconoce que la militancia socialista en los dos países apuesta por recuperar las esencias de lo que fue la socialdemocracia y por eso ha apostado en Francia por Hamon y parece querer seguir los mismos pasos en España volviendo a aupar a la secretaría general del PSOE a Pedro Sánchez en lugar de a Susana Díaz o a Patxi López.
Musseau tiene su propia teoría sobre la crisis de la socialdemocracia que puede ser aplicada no solo en Francia sino tambien en el resto de Europa: “la socialdemocracia reconocía la existencia de desigualdades y abogaba por el reparto social para compensarlas, pero ese pacto social ha quedado roto por la crisis y la ciudadanía ve como surgen nuevas formas de exclusión que alejan los centros de poder”.
Asuntos en común con Le Pen
Es evidente que los posicionamientos políticos de Emmanuel Macron y de Marine Le Pen se encuentran en las antípodas. Pero los dos han conseguido romper con el tradicional eje político que separa la izquierda de la derecha. Macron desde un posicionalmiento reformista, rupturistas con el concepto de las élites políticas, pero profundamente europeísta y liberal. Y Le Pen desde postulados conservadores y reaccionarios pero haciendo sobre todo bandera de las necesidades sociales de los franceses y de la defensa de las clases medias y bajas. Un discurso con el que ha conseguido incluso el apoyo público de intelectuales provenientes de la desestructurada izquierda.
Los dos candidatos con más posibilidades para medirse en el duelo de la segunda vuelta de las presidenciales quieren romper con el status quo de la política francesa y con el pacto no escrito entre republicanos y socialistas para ir alternándose en el poder sin que nada aparentemente cambie, o muy poco.
La lógica política hace pensar que en una segunda vuelta Macron podrá pescar en un caladero de votos extraordinariamente amplio que va desde el derrotado Partido Republicanos de Filón a los votantes de la extrema izquierda de Jean-Luc Mélenchon, dejando a Le Pen prácticamente con los votos logrados en la primera vuelta y alguno que pueda conseguir sumar de entre el espectro más conservador.
En el bando socialista no faltan los “desertores” que quieren ver a Macron en el Palacio del Elíseo y que reconocen su animadversión con su propio candidato. El último apoyo al movimiento En Marcha ha sido el del actual ministro de Defensa Jean-Yves Le Drian. Otro apoyo destacado fue el de François Bayrou, guardián de las esencias del centrismo galo, que ha optado por apoyarle y no presentarse a las presidenciales. Y los apoyos le llegan de figuras claves de la derecha, el centro y hasta la izquierda más combativa como el del líder verde Daniel Cohn-Bendit, el mítico Dani El Rojo de mayo del 68.
A falta de ataques por el flanco político, los que ha recibido Macron tienen más que ver con su esfera personal. Ha tenido que desmentir que mantuviera una relación homosexual con el presidente de Radio France. Un bulo que su campaña relaciona con los intentos de la inteligencia de Rusia de pervertir el resultado final de las presidenciales. La vida sexual de Macron despierta no pocas curiosidades al estar casado con su antigua profesora de instituto de 63 años a la que conoció en su etapa de estudiante y con la que comparte su vida desde entonces a pesar de la diferencia de edad -él tiene 39 años-. Pero mucho tiene que haber cambiado la sociedad francesa para condicionar su voto por las preferencias sexuales del Presidente de la República. Y la historia ha dejado bien claro que no son los líos de faldas o de pantalones los que derrocan presidentes.
De todas formas, el duelo en la segunda vuelta entre Macron y Le Pen se presenta emocionante y no solo para los intereses de la propia Francia. Una vez más, el proyecto europeo se la juega a cara o cruz. Si gana Macron garantizará que Francia siga siendo el pilar que siempre fue en la construcción de una Europa común. Pero la victoria de la líder del Frente Nacional sería el primer paso para que Francia se entroncase en un proteccionismo a ultranza, dejando de lado a la Unión Europea. Una Unión que no podría soportar el adiós del territorio galo y se vería abocada a su desaparición.
“Europa se encuentra en riesgo de muerte” recordaba hace unos días el papa Francisco a los líderes comunitarios que celebraban en Roma el 60 aniversario del tratado sobre el que se fundamenta la construcción europea. Unas palabras que resonaban con fuerza en la Sala Regia del Vaticano y que se convertían en titulares un día después en buena parte de los periódicos de todo el mundo. La crisis económica y migratoria y el ascenso del populismo son retos a los que la derecha tradicional europea y la socialdemocracia no han acertado a combatir. ¿Tendrá la clave Macron?