Tras apenas un puñado de entrenamientos y un partido, sería un disparate juzgar la verdadera influencia de Luis Enrique en “La Roja”. Los equipos de fútbol son organismos vivos, sujetos a constantes cambios y una selección es aún más imprevisible, ya que, a diferencia de los clubes, este no es un colectivo que conviva muchas horas ni es una plantilla cerrada. Aún así, al fútbol se le somete continuamente a afirmaciones que se sostienen en lo que algunos desean ver y no en lo que realmente pasa. Vistos los tiempos que vivimos, esto no puede sorprender a nadie.
Tras haber sido elegido como el sucesor de Julen Lopetegui –la etapa de Fernando Hierro al mando del equipo ibérico fue tan temporal como insípida-, al entrenador asturiano se le criticó por todos los ángulos posibles, menos el futbolístico, claro está. Su carácter, su relación con la prensa y con algunos futbolistas, y, como si todo esto no fuese suficiente, hasta le inventaron futuros conflictos con jugadores que jamás había dirigido. Nada nuevo bajo este sol: interesa más la ausencia de un futbolista que la idea que el asturiano desea para su equipo.
Estos son nuestros tiempos: vende la miseria y la gente pide sangre. De eso se contagiaron los medios deportivos hace mucho tiempo. Por ello, hacer referencia a conflictos, reales o fabricados, es mucho más potable que hablar de fútbol.
Por ejemplo, bien podría discutirse si el ahora seleccionador nacional planificó aquella llamada “evolución” del estilo blaugrana o, si contrario a sus planes iniciales, tuvo que adaptarse a lo que los tres grandes monstruos (Messi, Neymar Jr. y Luis Suárez) le daban al equipo. Otro tema a debatir sería la gestión del caso Sergi Roberto y como, ante la voluntad de hacerle un hueco en el once blaugrana, Luis Enrique le consiguió un nuevo rol. Son cosas de fútbol.
También podría charlarse sobre los hombres que acompañan al seleccionador en esta aventura.
Su segundo entrenador, Robert Moreno, ha acompañado al asturiano desde su paso por la Roma, el Celta y el FC Barcelona. Ha ejercido labores de scouting y de segundo entrenador, encargándose además de evaluar toda la información que recibe el staff para el estudio de los rivales. Como si fuera poco, Moreno ha sido la cabeza visible en dos importantes emprendimientos editoriales, que han ayudado a que muchos entrenadores y estudiosos de este juego contribuyeran con sus trabajos a la evolución reciente del fútbol español.
El preparador físico es Rafel Pol. Ha trabajado con Luis Enrique en las etapas de Roma, Vigo y Barcelona. Es uno de los más renombrados alumnos del Dr. Francisco Seirul.lo, entrenador deportivo y científico, y una de las figuras claves, junto a Johan Cruyff, Pep Guardiola y Joan Vilà, en la construcción de la metodología que llevó al FC Barcelona a ser admirado en el mundo del fútbol. Pol, además de su trabajo como preparador físico también escribió un libro, llamado “La preparación ¿física? en el fútbol”, una obra de consulta obligatoria para todos aquellos que se interesen por el entrenamiento de este juego.
Y finalmente está Joaquín Valdés. El psicólogo ha seguido a Luis Enrique desde que este inició su carrera como entrenador, en la temporada 2008-2009, al mando del FC Barcelona B. Valdés es, además de un fiel confidente del seleccionador, el encargado de encontrar o diseñar las herramientas que ayuden a una mejor convivencia entre los futbolistas.
Todo esto debería protagonizar el contenido de los medios deportivos. La llegada de Luis Enrique a la selección española es una (nueva) oportunidad para ahondar en la interpretación del juego, desechando lugares comunes y abriendo la puerta, ahora sí, a discusiones que ayuden al espectador a entender que esta es una actividad sumamente compleja, influenciada por miles de factores, en la que la linealidad solamente existe para aquellos que ven lo que quieren ver en vez de observar lo que realmente sucede.
Marcelo Bielsa, en tiempos en los que dirigía al Athletic Club de Bilbao, llegó a decir que el mayor éxito de Pep Guardiola al mando del FC Barcelona no fueron los trofeos, sino promover una conducta contracultural: que su afición aplaudiese y se sintiera cómoda cuando el equipo jugaba el balón hacia atrás, porque aquello tenía una intención y no era un recurso fácil o un sinónimo de cobardía.
Sin embargo, estos son los tiempos que vivimos. El público quiere sangre; la sociedad consume miseria, y al fútbol, pobre fútbol, le han ganado todas las batallas. Sólo le quedan los 90 minutos de juego, esos que para muchos son secundarios, pero que en realidad son el solomillo. Lo demás, como bien dijo el entrenador Juan Manuel Lillo, es sólo la guarnición.