Por María Jesús Hernández
La protagonista de esta historia es Lisa Lovatt-Smith (Barcelona, 1967). Una pequeña regordita y solitaria que miraba los tejanos y las deportivas de sus compañeros mientras lucía las ropas heredadas de su madre. Una adolescente de 18 años que, tras ganar un concurso de redacción de Vogue, compartió sesiones fotográficas con Mario Testino. Una mujer que abandonó una vida de lujos, fiestas y continuos regalos para convertirse en ‘Mama Lisa’ y disfrutar de la madurez en Ghana, tras sacar adelante la ONG OAfrica.
De raíces británicas, Lisa creció en Sitges marcada por el abandono de su padre y la falta de recursos. La lucha incansable de su madre no pudo evitar convertirla en una niña de acogida. Fue sólo un año y con una familia de amigos, pero lo tendría presente el resto de su vida. “Lo más importante es que pude volver con mi madre”, recuerda.
Años más tarde, sería ella la que se convirtiera en madre de acogida. No había cumplido los 30 y vivía en París absorbida por una rutina de modelos, desfiles, sesiones fotográficas, fiestas, regalos y más regalos. Hasta que un día apareció ella, Sabrina. Una pequeña con una familia desestructurada y maltratada con la que tropezó a la puerta de su casa. Tras conocer su historia no dudó en acogerla. Sería con ella con quien emprendería un viaje que cambiaría su vida tiempo después.
Las malas compañías, las rabietas, fugas sucesivas y finalmente la expulsión del instituto de la entonces adolescente las llevó a un callejón sin salida. Tras recurrir a un psicólogo, éste recomendó a Sabrina realizar voluntariado. Juntas pusieron rumbo a Ghana.
Una vez allí, se desplazaron hasta la ciudad costera de Gomoa para ayudar en el orfanato Awutiase. “Allí me encontré con problemas de violencia, de hambre, mucha hambre… Y con la muerte. Realmente esos niños fallecían de enfermedades fáciles de prevenir”, explica.
La desorganización, la corrupción y el sufrimiento que vieron sus ojos convirtieron aquellas vacaciones solidarias en un viaje sin retorno. Padeció malaria, sufrió accidentes, traiciones, pero “aquellos niños me llevaron de nuevo a la soledad de mi infancia”.
Una infancia que no fue fácil: ayudada por el director y sus buenas notas, estudió en el Anglo American School de Barcelona, pero le faltó el consuelo de un amigo. “Fui recogiendo una tropa de perros” para compensar esa ausencia. Fue a los 16 años cuando su vida dio un giro de 180 grados. Lejos de caprichos y lujos, madre e hija se habían mudado a un pequeño piso en Barcelona, donde tropezó en casa con un Vogue británico que planteaba un concurso de redacción. Ofrecían un año de trabajo en la revista y 500 libras. Ganó. No obstante, tuvo que esperar a terminar el instituto y cumplir los 18 para comenzar el trabajo en Londres.
Su llegada fue como la de cualquier otro becario. En verano, sirviendo cafés, haciendo fotocopias, transcribiendo… fue la aparición de Anna Wintour meses después y la salida -voluntaria e involuntaria- de un total de 35 trabajadores de la revista lo que despejó su camino. Con 19 años se convirtió en la editora gráfica más joven del grupo Conde Nást (título que aún ostenta). “Tenía un gran vehículo negro con chófer, una vivienda en propiedad y reportaba directamente a ‘la bomba Wintour’, como la llamaban los tabloides británicos”, cuenta en su libro. Además de codearse con la creme de la creme del mundo de la moda. Su ascenso fue imparable. Dos años después recibía la oferta de ser la directora de Moda del nuevo Vogue España.
Es en esa etapa cuando celebraba las fiestas de la revista en el piso que su amigo el príncipe Giovani de Borbón dos Sicilias le encontró en los ochenta. Entre los invitados, Pedro Almodóvar, Rossy de Palma, Antonio Banderas…”, recuerda Lisa sonriente. “Quizá sea lo que más echo de menos, las amistades, las relaciones cercanas”, confiesa. Muchas de estas amistades le apoyaron a la hora de dejarlo todo, otras nunca la entendieron, pero después de su estancia en Ghana, ella lo tenía claro: “Ahora podía salvar vidas”.
Fue en 2002 cuando dijo adiós a organizar los desfiles de Karl Lagerfeld y a las tardes de compras con las Missoni para seguir siendo Mama Lisa y montar la ONG OAfrica, donde busca a las familias de los niños de los orfanatos para devolverles a su hogar. Hoy vive junto a su marido y sus cinco hijos de acogida en una choza de barro en Ghana, Mañana quién sabe, como dice su libro.