A través de una reducida y cuidada selección de obras, ‘Los veranos de Sorolla’ nos acerca, a la evolución del tema predilecto de Joaquín Sorolla a lo largo de su carrera: las escenas de playa. Con esta exposición, Fundación MAPFRE se suma al homenaje que en 2023 se le rinde al pintor valenciano con motivo del centenario de su fallecimiento. El proyecto muestra la modernidad de la visión artística del pintor en su representación del trabajo en el mar y del veraneo en las costas mediterránea y cantábrica.
El recorrido expositivo de ‘Los veranos de Sorolla’, planteado en una única sección continua, combina la presentación temática con la cronológica para subrayar la evolución del motivo de las escenas de playa en el trabajo de Sorolla: desde las composiciones centradas por primera vez en el trabajo en el mar con las que obtiene los primeros éxitos internacionales, hasta obras realizadas en sus últimos veranos, que le sirven como descanso del gran encargo de la Visión de España para la Hispanic Society of America.
Con esta aportación al Centenario Sorolla, Fundación MAPFRE consagra un capítulo más de su programación a este artista fundamental al que ha dedicado a lo largo de los años importantes exposiciones tanto monográficas como temáticas, muestras que han contribuido al conocimiento de su obra desde distintas perspectivas: Joaquín Sorolla (1996), Sorolla-Zuloaga (1998) y Sorolla y Estados Unidos (2014). La exposición cuenta con el apoyo de importantes instituciones y colecciones particulares españolas como el Museo Sorolla y la Fundación Museo Sorolla, el Museo Carmen Thyssen de Málaga, la Diputación de Valencia, la colección Banco Santander o la colección Abelló y Pérez Simón, entre otras.
ESCENAS DE PLAYA
Tras unos primeros pasos ligados a la pintura de historia, religiosa o costumbrista con los que Sorolla busca abrirse camino en su trayectoria como pintor, en 1895 obtiene el más importante de sus éxitos internacionales hasta la fecha con La vuelta de la pesca, óleo del que presentamos uno de los dos únicos estudios que existen de la composición completa. La selección del tema, la de un grupo en sus labores de trabajo, es reflejo del interés del naturalismo por una pintura que represente con veracidad la vida cotidiana, premisa en la que la captación de la luz y los efectos atmosféricos juegan un papel esencial.
A partir de este reconocimiento, vemos en la obra del artista un paulatino incremento en su interés por otorgar el protagonismo en sus lienzos a marineros, pescadoras, bueyes o barcas de pesca. Un destacado ejemplo es Pescadoras valencianas, realizado en 1903, cuando Sorolla, consciente del éxito de estas composiciones, se desplaza a su Valencia natal, donde trabaja incasablemente en la creación de obras para su exposición del año siguiente en Berlín.
En la mencionada pintura —y en general en su producción de escenas de playa valencianas—, se pone de manifiesto una visión idealizada de la cultura clásica del Mediterráneo, motivo recuperado por toda una generación de artistas modernos. La sensación de equilibrio y solemnidad de las figuras, aspectos propios de la Antigüedad clásica, se conjugan con la vitalidad enérgica que aportan la luz y el paisaje mediterráneos. En este óleo, el pintor traduce dichos aspectos en la dignidad del trabajo realizado por unas pescadoras que se disponen a distribuir la pesca que acaba de llegar para su venta en el mercado. En segundo plano, varias barcas esperan a ser arrastradas por los bueyes hacia la orilla tras la jornada.
Junto a Pescadoras valencianas, en la exposición se muestran otros dos lienzos con el motivo del trabajo en el mar, realizados en 1916: Pescadora valenciana con cestos y Sacando la barca. Estas obras ilustran un momento completamente diferente en la carrera del pintor, cuando, instalado en Valencia, descansa ese verano del encargo de la Visión de España por Archer Milton Huntington para la Hispanic Society of America y se dedica a estos asuntos como metáfora de su propio descanso y desahogo. Junto a las escenas de trabajo en el mar, son las composiciones de ocio y esparcimiento en la costa las más populares de la carrera de Sorolla.
La exposición introduce esta línea temática a través de uno de los bocetos más completos para ¡Triste herencia!, una obra fundamental en la carrera del artista, pues con ella obtiene el máximo galardón en la Exposición Universal de París de 1900 y se consagra internacionalmente como pintor de éxito. El estudio, realizado en el verano de 1899 en Valencia, muestra la escena del baño de mar de un grupo de niños enfermos del hospicio de San Juan de Dios —que, en la composición final, aparecerán al cuidado de un religioso de la congregación—.
La obra plantea un tema fundamental: la consideración de las propiedades terapéuticas del mar, concepto que se desarrolla en el siglo XIX en el contexto de las teorías higienistas. Con la revolución industrial, las ciudades se habían convertido en lugares insalubres y la medicina recomienda el desplazamiento hacia zonas del litoral, en busca de los efectos curativos del aire puro y el baño de mar.
Por otra parte, los niños al fondo de la escena disfrutan del baño marino; en ellos podemos situar el origen de las escenas de esparcimiento y ocio ligadas a la playa que tan populares se harían en la producción del valenciano y que nos hablan del inicio de la moda del veraneo en la segunda mitad del siglo XIX. Los lugares costeros comienzan pronto a evolucionar hacia núcleos que atraen a una creciente población que abandona las ciudades en verano en busca no solo del aire purificador de la costa o de los beneficios de los baños de mar, sino también de un entorno en el que descansar y sociabilizar.
LOS VERANOS MEDITERRÁNEOS
Sorolla se incorpora a la nueva costumbre del veraneo y en la representación que hace de este tema en su pintura podemos distinguir dos vertientes que se corresponden con sus propios destinos estivales: las escenas de la costa mediterránea y de la costa cantábrica. Respecto a las primeras, se trata de composiciones que captan el gozo de la población local, con niños desnudos, niñas con ligeras batas o nadadores en pleno contacto con la naturaleza.
Aunque predominan las escenas captadas en el litoral de su Valencia natal, buen ejemplo de ello son también los lienzos realizados durante el verano de 1905 en Jávea, en busca de motivos para las obras que ha de llevar a su gran exposición individual en la Galerie Georges Petit de París al año siguiente. Las composiciones de esta campaña están protagonizadas por los brillantes rayos de sol reflejados en las aguas del Mediterráneo y el escarpado paisaje de rocas, que sirven de escenario bien al juego de unas niñas en las orillas de las calas, bien a la representación de nadadores cuyos cuerpos se desvanecen bajo el agua. Nadadora, Jávea es el título de una de las obras más destacadas de ese verano.
Sorolla pinta una figura femenina, que se ha identificado con su esposa Clotilde, vestida con una larga túnica blanca y nadando entre unas aguas coloreadas de amarillo intenso por el sol del atardecer. El pintor capta un momento de ocio típicamente moderno que corresponde al nacimiento de este deporte acuático. La pincelada totalmente libre y vigorosa, de un tono vibrante, hace que el dibujo desaparezca a favor del protagonismo de las manchas de color, que diluyen los contornos de la figura en uno de los más expresivos ejemplos de fusión entre el hombre y la naturaleza.
Las estancias estivales en Valencia en 1908, 1909 y 1910 se pueden también relacionar con las exposiciones que Sorolla preparaba en esos momentos. Muy especialmente con las de Estados Unidos de 1909 y 1911, en el momento de mayor éxito y popularidad de su carrera. En estas campañas, el valenciano se centra en la captación plástica del movimiento y el dominio absoluto del color y de los efectos de la luz del Mediterráneo sobre las figuras y el paisaje.
Así lo vemos en Niñas en el mar, que el pintor presenta en sus muestras de 1911 en Chicago y San Luis. Dos niñas cogidas de la mano y vistas de espaldas se disponen a entrar en el agua vestidas con sus sencillas batas rosa y blanca, que contrastan con el intenso azul del mar como fondo. La línea del horizonte desaparece al ser tomada la vista desde un ángulo superior, lo que otorga a la escena un efecto de gran espontaneidad que nos remite a la mirada fotográfica, que tan importante fue en la iconografía que consolidó el valenciano en su pintura.
LOS VERANOS CANTÁBRICOS
En cuanto a la otra vertiente de su dedicación a las escenas en torno al mar, corresponden a los otros destinos estivales del pintor: de forma paralela a su consolidación artística y correspondiente ascenso social, Sorolla frecuenta distintas localidades de la costa cantábrica, caracterizadas por acoger a veraneantes de las clases altas. El paisaje costero septentrional le proporciona, además, la posibilidad de captar una luz diferente, más inestable y suave que la del Mediterráneo. Su mujer y sus hijas, ataviadas con sombreros y elegantes vestidos blancos, suelen ser las protagonistas de estos lienzos, donde aparecen representadas disfrutando los placeres que les ofrece el ocio veraniego.
La primera de las estancias veraniegas de Sorolla en la zona tuvo lugar en Biarritz, en el sur de Francia donde se instala en 1906 con su familia tras el éxito de su exposición de la Galerie Georges Petit de París. De este momento destaca Bajo el toldo, Biarritz, óleo en el que representa a su mujer Clotilde y a su hija María a la orilla del mar. En estas obras contemplamos una “manera de estar” en la playa totalmente diferente a la del Mediterráneo: las figuras, vestidas con trajes largos y protegidas del sol por los toldos y sombreros, se distraen con la lectura, la pintura o la conversación en una playa que es una prolongación del escenario de las relaciones sociales, lejos de ese contacto tan directo con el medio natural que supone el baño.
Durante la primera parte del verano de 1910, el pintor acude junto a su familia a Zarauz para preparar sus exposiciones individuales de Chicago y San Luis del año siguiente. En las obras realizadas durante esta estancia, el artista refleja otra vez las costumbres propias de ese veraneo distinguido en un conjunto de composiciones en las que representa a su familia bajo los característicos toldos abiertos de la playa o paseando por la orilla del mar.
Entre ellas destaca María en la playa de Zarauz, con su hija mayor protagonizando ese paseo elegante. A través de pinturas como esta somos testigos también de cómo las costas del norte, que empezaron a popularizarse por las recomendaciones terapéuticas de las aguas frías, evolucionan hacia centros de entretenimiento y encuentro social en los que el baño deja de vertebrar la actividad veraniega.
De entre las ciudades del norte, sin duda San Sebastián destaca como capital del veraneo elegante desde que en 1887 la reina María Cristina la eligiera como lugar de descanso. Atraídos por la presencia de la corte, numerosas familias de la alta sociedad española se establecen igualmente en la localidad para disfrutar del descanso estival. La ciudad adapta sus infraestructuras para recibir a esta clientela y así, en los últimos años del siglo XIX y primeros del XX, se dota de todo tipo de instalaciones para su comodidad y entretenimiento.
A partir de 1911, momento de máxima popularidad de la ciudad como centro del veraneo, Sorolla pasa varios periodos estivales en San Sebastián junto a los suyos. En este año, el artista firma el contrato con la Hispanic Society of America para la realización de los murales de la Visión de España, y sus estancias en la capital donostiarra están marcadas por los trabajos destinados a este encargo, lo que supone una menor dedicación a la pintura de escenas de playa.
En este contexto de las escenas dedicadas a los veranos del norte, son especialmente abundantes sus apuntes o “notas de color”, pinturas de pequeño formato en las que plasma de la manera más directa sus impresiones del natural y que le resultan especialmente adecuadas para la captación rápida de todas sus ideas ante la inestabilidad de la luz debido a lo cambiante del tiempo.
A la elección de este formato parece contribuir también el hecho de que el pintor no se sentía cómodo desplegando todos los materiales que necesitaba para abordar obras de mayor tamaño en el elegante ambiente de estas playas.
Así, aunque hay considerables excepciones como La siesta o Paisaje de San Sebastián, durante estos veranos la producción del artista se centra en la creación de obras de pequeño formato, con las que puede liberarse del encargo de la Hispanic y pintar lo que verdaderamente le apetece y le procura descanso. Cual flâneur, en estas “notas de color” representa el ambiente estival de la elegante ciudad a través de escenas de playa o de los paseos, con las amas al cuidado de niños pequeños, como también distintos paisajes de localidades cercanas como Pasajes o Guetaria.
Durante sus últimas estancias en San Sebastián en 1917 y 1918, antes de enfermar y tener que abandonar la pintura, son interesantes las obras que representan el rompeolas, clara manifestación del proceso de acondicionamiento de los litorales urbanos para la creación de paseos y miradores. En Paseo del rompeolas de San Sebastián en un día de tormenta, el pintor plasma con un estilo muy abocetado, al borde de la abstracción, un oscuro día de temporal y fuerte oleaje en la ciudad. La inmensidad del mar se impone ante el ser humano y evoca la dimensión sublime de un paisaje romántico, aunque ahora el escenario desde el que se observa el elemento natural sea obra del hombre.
EL ÚLTIMO VERANO
El encargo de la Hispanic Society of America determina la actividad de los últimos veranos del pintor. El cansancio físico le obliga en 1915 y 1916 a interrumpir este trabajo por recomendación médica. Durante los periodos estivales de esos años, el pintor vuelve a su Valencia natal, donde se consagra a los temas que más feliz le hacen, las escenas de trabajo y ocio en el mar bañadas por el sol y la luz del Mediterráneo. Sorolla se recrea en la realización de obras como Pescadora valenciana con cestos o Sacando la barca; en sus temas mediterráneos halla el necesario descanso físico y emocional. Si, en sus primeras campañas veraniegas, el pintor trabaja a un ritmo incansable en la realización de escenas de playa con las que forjar su éxito como pintor, en la última etapa de su carrera se abandona a estos asuntos como metáfora de alivio y desahogo.
Como epílogo de este recorrido, la exposición muestra Niños buscando mariscos, óleo realizado en Ibiza en 1919, es decir, durante el último verano del artista antes de tener que abandonar la pintura. Sorolla aborda esta obra una vez ha terminado el inmenso trabajo para Huntington y se deleita en la representación del juego de unos niños entre los acantilados, como ya hiciera en Jávea en 1905. Esta obra es la síntesis del verano mediterráneo en su expresión de vitalidad y conexión con el medio natural, pero también es el resumen de los logros artísticos de Sorolla a lo largo de su carrera.
El marcado punto de vista en picado, tan relacionado con la fotografía, el dominio de la captación de los cuerpos infantiles bajo el sol o la sombra, la descomposición formal de la pintura en grandes pinceladas que no restan un ápice de expresividad a la obra, los reflejos de la luz en el agua o el imponente protagonismo de las rocas que enmarcan la composición muestran el trabajo de un artista plenamente moderno. En su último verano antes de enfermar y abandonar los pinceles, Sorolla saborea y se deja seducir por la pintura que tanto amaba, como si presintiera que esas serían sus últimas pinceladas junto al mar y bajo la luz del Mediterráneo.
Las escenas de playas de Sorolla contribuyen a subrayar la modernidad de su pintura, que se aprecia en la elección de la costa como tema, en el encuadre de las composiciones y su vínculo con el leguaje fotográfico, en la espontaneidad de la captación del natural, en el dominio en el tratamiento del color o en el uso de los efectos de la luz para la creación de los volúmenes.
La exposición cuenta con el apoyo de instituciones y colecciones particulares españolas como el Museo Sorolla y la Fundación Museo Sorolla, el Museo Carmen Thyssen de Málaga, la Diputación de Valencia, la Colección Banco Santander o la colección Abelló y Pérez Simón, entre otras.