Durand-Ruel facilitaba la vida cotidiana de los creadores a través de una cuenta corriente que les permitía pagar facturas varias: compras de material, pago de los alquileres y desplazamientos y cargos de todo tipo.
En 1865, Paul Durand-Ruel se hizo cargo de la galería que había fundado su padre. Con los años, se convirtió en uno de los marchantes más conocidos de París. Dedicó gran parte de su vida a la protección y defensa del arte moderno frente a aquellos que abogaban por una pintura de carácter académico.
Paul Durand-Ruel y los últimos destellos del impresionismo quiere, por un lado, dar a conocer la figura de este extraordinario marchante y mecenas; por otro, contextualizar y poner en valor la obra de los cinco artistas “posimpresionistas” por los que apostó y otorgarles el puesto que merecen en la historia del arte.
Frente a aquellos que abogaban por una pintura de carácter académico, Paul Durand-Ruel (1831-1922) pasó gran parte de su vida, desde su galería parisina en la rue Laffite, dedicado a la protección y defensa del arte moderno. Si en un principio apoyó a los pintores paisajistas encuadrados en la Escuela de Barbizon, su fama se debe sobre todo a su defensa incondicional y promoción de los artistas impresionistas, entre ellos, Claude Monet, Auguste Renoir y Camille Pissarro.
En la última década del siglo XIX, cuando estos creadores habían alcanzado por fin el reconocimiento de público y crítica, el marchante se embarcó en una nueva (y menos conocida) aventura, que continuarían sus hijos y que consistió en dar apoyo y difusión a una generación de pintores posterior, cuya obra se engloba en el posimpresionismo: Henry Moret, Maxime Maufra, Gustave Loiseau, Georges d’Espagnat y Albert André.
Herederos del impresionismo, estos artistas trabajaron en un contexto efervescente en el que distintas tendencias innovadoras se abrían paso, convivían y dialogaban entre sí. La riqueza de este clima artístico tuvo sin duda un efecto liberador en todos ellos. Algunos fueron muy afines al impresionismo y al estilo del círculo de Pont- Aven, como es el caso de los paisajistas y marinistas Moret, Maufra y Loiseau; mientras que D’Espagnat y André privilegiaron las escenas de género, los retratos y la pintura decorativa cercana a los Nabis.
Paul Durand-Ruel y los últimos destellos del impresionismo, comisariada por Claire Durand-Ruel Snollaerts y que se podrá visitar hasta el 5 de enero en la sede madrileña de Fundación MAPFRE, pretende, por una parte, dar a conocer al gran público la figura del extraordinario marchante y mecenas que fue Paul Durand-Ruel.
Por otro, mostrar la obra de estos artistas, menos afamados que algunos de sus contemporáneos. Esto puede deberse a que el propio Durand- Ruel no vivió lo suficiente como para asegurar su éxito, pues moriría en 1922, así como porque por aquellas fechas las vanguardias históricas se encontraban en plena efervescencia y el trabajo de estos cinco pintores podía parecer menos innovador.
Durand-Ruel apoyó primero a pintores como Eugène Delacroix y Gustave Courbet, así como a la llamada Escuela de Barbizon (Camille Corot, Charles-François Daubigny o Jean-François Millet, entre otros), para emprender poco después su empresa más afamada: la promoción de los artistas impresionistas, entre ellos, Claude Monet, Auguste Renoir y Camille Pissarro.
En la última década del siglo XIX Durand-Ruel se embarcó en una nueva (y menos conocida) aventura: dar apoyo y difusión a una nueva generación de pintores, la formada por Albert André, Georges d’Espagnat, Gustave Loiseau, Maxime Maufra y Henry Moret.
Herederos del impresionismo, trabajaron en un contexto artístico agitado y estimulante, en que convivían las personales propuestas de Van Gogh y Cézanne, la experimentación neoimpresionista de Georges Seurat y Paul Signac o las investigaciones sintetistas de Paul Gauguin. Aunque han sido tradicionalmente catalogados como ‘generación posimpresionista’, su obra muestra diversas tendencias, desde la afinidad al impresionismo de los paisajistas Moret, Maufre y Loiseau a la preferencia por las escenas de género, los retratos y la pintura decorativa de D’Espagnat y André.
La exposición, conformada por más de sesenta piezas que recorren la obra de cada uno de los artistas, cuenta con una sección que introduce a la figura de Paul Durand-Ruel y arroja luz sobre sus relaciones profesionales y personales con los cinco artistas protagonistas.
PAUL DURAND-RUEL
Visionario y audaz, Paul Durand-Ruel creó métodos de trabajo muy innovadores en su momento. El marchante obtenía la exclusiva sobre el trabajo de los artistas, compraba en bloque su producción, mensualizaba sus ingresos, y les brindaba su apoyo en las subastas mediante la organización de exposiciones individuales y colectivas en sus galerías de París y Nueva York, y en otras sedes europeas y norteamericanas.
Durand-Ruel tardó muy poco en entender los mecanismos del mercado y la importancia de las relaciones personales con los artistas, que alimentaba con visitas a sus estudios. En su trato con la generación de los posimpresionistas, el marchante siguió los mismos métodos que había establecido con las dos anteriores, basados siempre en la confianza mutua. Así, no mediaba contrato escrito entre ambas partes.
Durand-Ruel facilitaba la vida cotidiana de los creadores a través de una cuenta corriente que les permitía pagar facturas varias: compras de material, pago de los alquileres y desplazamientos y cargos de todo tipo. Tras su fallecimiento en 1922, las siguientes generaciones de la familia mantuvieron este compromiso hasta el cierre de la última de sus galerías, la de París, en 1974.
En este apartado, además de presentar la relación profesional del marchante con los cinco artistas, se evocan sus relaciones personales a través de la recreación de la atmósfera de un salón de finales del siglo XIX presidido por el retrato que Renoir hizo de Durand-Ruel y las puertas que Georges d’Espagnat decoró para el salón su hijo Joseph.
GUSTAVE LOISEAU
En 1890, siguiendo las indicaciones de uno de sus profesores, Gustave Loiseau viajó de París a Pont-Aven, en la Bretaña francesa, donde conoció y forjó una gran amistad con Henry Moret y Maxime Maufra.
En esta localidad, todos ellos se relacionaron con Paul Gauguin que, junto a Émile Bernard y Paul Sérusier, desarrollaron el estilo sintetista (pincelada amplia y vigorosa, grandes planos de color puro que eliminan la sensación de profundidad), combinado a veces con el modo de hacer del cloisonismo (enmarcado de las formas con líneas negras, dando lugar a composiciones que recuerdan a las vidrieras).
Si bien este estilo no influyó demasiado en Loiseau, que prefería el dinamismo de la pincelada impresionista, algunas de sus obras tempranas muestran ciertos ecos de este en la fuerza del color, en los tonos menos mezclados y en la simplificación del modelado, tal y como se aprecia en Las rocas verdes.
Una parte importante de su obra se centra en la representación de los paisajes del río Sena y sus afluentes, de las costas de Bretaña o del Canal de la Mancha, siguiendo en esto los pasos de los impresionistas.
A diferencia de ellos, sin embargo, evitó la luz intensa del sol en los momentos centrales del día y trabajó a horas tempranas o a la caída de la tarde, concediendo así un destacado protagonismo a los efectos atmosféricos: el blanco puro de las nubes salpica el azul del cielo en Tournedos-sur-Seine, o la bruma predomina en El Eure helado, o en Étretat, L’Aiguille y La Porte d’Aval.
Su cercanía al impresionismo se muestra también en las bulliciosas escenas de la vida urbana de París o Ruan, ciudades que pintó en distintas estaciones y fechas, tal y como habían hecho sus maestros.
El término posimpresionismo fue acuñado por el artista y crítico británico Roger Fry en 1910 para referirse a las reacciones contrarias al impresionismo.
MAXIME MAUFRA
El trabajo de Maxime Maufra, que había quedado deslumbrado por la obra de William Turner durante un viaje de juventud a Londres en 1883, se centra en gran parte en la representación del paisaje costero de Bretaña y Normandía. En 1890 abandonó el negocio familiar para enfocarse en su carrera artística. Fue entonces cuando decidió instalarse en la Bretaña, primero en Pont-Aven y más tarde en Le Pouldu, donde entró en contacto con Paul Gauguin y sus teorías sintetistas, que, sin embargo, no ejercieron una gran influencia en su trabajo. A pesar de ello, Gauguin se mostró sensible a su talento: “Usted y yo seguimos caminos distintos; persista usted en el suyo, que es bueno”.
Maufra fue amigo inseparable de Gustave Loiseau y Henry Moret, con quienes recorrió las costas bretonas. En su obra trató de capturar el paisaje en toda su plenitud, hecho que en algunos momentos le acercó al sintetismo, visible en la solidez de su pincelada. Su interés por los efectos de la luz y la elección de los temas son herencia del impresionismo. En sus composiciones, fuertemente estructuradas, en las que apenas aparece la figura humana, la mirada de Maufra se detiene con frecuencia en las rocas y el mar, dejando poco espacio al cielo. Es el caso de Los tres acantilados de Saint-Jean-du-Doigt, en Rocas en Belle-Île-en-Mer o en Holborn Head (Scrabster), bahía de Thurso (Escocia).
A Maufra le interesó también mostrar la sencillez de las costumbres y la pureza de la vida bretona a través de las labores de pesca, o la modernidad de París manifiesta durante la celebración de la Exposición Universal de 1900.
HENRY MORET
Henry Moret, formado en París, mostró un temprano interés por la pintura de paisajes, como dejan ver sus primeras obras, deudoras de la Escuela de Barbizon.
A partir de 1888, tras instalarse en Pont-Aven y entrar en contacto Paul con Gauguin, se produjo una importante transformación en su trabajo, visible en la introducción de temas bretones plasmados mediante colores planos y contornos definidos, en consonancia con las teorías del sintetismo.
De estos años son Prado en Bretaña o La recolección del heno, obras en las que aparecen ya el rosa y el verde que caracterizarán su paleta.
En Francia, el desarrollo del impresionismo a partir de la segunda mitad del siglo XIX, y, poco después, ya en el paso del siglo XIX al XX, del posimpresionismo, cambió las reglas del mercado artístico.
Su obra vaciló estilísticamente entre el sintetismo y el impresionismo. Tras su encuentro con Durand-Ruel, y por consejo de este, Moret redujo el tamaño de sus lienzos y suavizó su paleta de color para dar mejor salida comercial a sus trabajos, que evolucionaron progresivamente hacia un estilo cada vez más cercano a la sensibilidad impresionista. Moret centró la mayor parte de su obra en las costas y las islas de Bretaña. Tras una estancia en la isla de Groix, en 1894 se instala en Doëlan, en una casa frente a la ría desde donde podía contemplar las actividades desarrolladas en el puerto de pesca.
En sus composiciones, de pincelada fragmentada y gran riqueza de color, se muestra atento a lo efímero: a las transformaciones lumínicas a lo largo del día o a las distintas tonalidades propiciadas por el cambio de las estaciones. Son buen ejemplo de ello Trou de l’Enfer, isla de Groix; La isla de Groix o El puerto de Brigneau.
ALBERT ANDRÉ
Hombre polifacético, Albert André fue pintor, decorador, dibujante, ilustrador y conservador de museo, además de primer biógrafo de Auguste Renoir. Alejado de la estética impresionista prefirió, como su amigo D’Espagnat, las escenas de género y la pintura decorativa.
En un primer momento su obra se aproxima a la de pintores nabis como Maurice Denis, Pierre Bonnard y Édouard Vuillard, con los que se relacionó en la última década del siglo XIX.
Estos artistas basaban su concepción del arte en el sintetismo heredero de Paul Gauguin y en la plasmación de una realidad que iba a veces más allá de lo visible a través de la exaltación del color.
El carácter decorativo propio de esta tendencia lo vemos en una de sus obras más destacadas, Mujer con pavos reales.
Como decorador, André recibió el encargo de Joseph Durand-Ruel de pintar las puertas del comedor de su apartamento de París.
Más adelante su obra revela una inquietud más intimista, que se tradujo en escenas familiares o de interior, tal y como se observa en Mujer aseándose o en Interior con piano y violín. Con el paso de los años la pincelada de André se vuelve más pausada, busca un ritmo cada vez más orientado al clasicismo, como si, en medio del auge de los movimientos de vanguardia, el artista quisiera anclarse a la realidad.
A partir de 1917, a caballo entre París, Marsella y Laudun, se centró en la plasmación de paisajes mediterráneos y escenas de la vida cotidiana en las que predominan los verdes y rosa pastel, como se aprecia en El cenador o en Montmartre visto desde el taller de Clichy.
GEORGE D’ESPAGNAT
Al igual que Albert André, Georges d’Espagnat se interesó a lo largo de su trayectoria por las escenas de género e interiores más que por el paisaje. Pintor autodidacta, sus obras son el fruto de un arte libre, lleno de fuerza y heredero del impresionismo, tal y como se aprecia en La locomotora.
Sus pinturas, que no siempre realizaba al aire libre, pues a menudo usaba lienzos de gran tamaño, adquirieron con el paso del tiempo un carácter cada vez más decorativo, en la línea de los nabis, como sugiere Tarde de otoño.
Esta obra y Cala en Le Lavandou o Las riendas son ejemplo de cómo el artista empleó colores vivos e intensos, adelantándose así a algunos de los objetivos de los pintores fauvistas.
Su trabajo, por tanto, asimiló las enseñanzas de los impresionistas y los nabis, y anunció la libertad del fauvismo.
La paleta de D’Espagnat, sin embargo, se atempera tras sus viajes al sur de Francia desde finales del siglo XIX, donde visitó con frecuencia a Auguste Renoir. Allí, la luz y la atmósfera a orillas del Mediterráneo diferían de las norteñas, tal y como él mismo señaló en 1901: “Aquí la luz es implacable. […] Aquí todo es claro: colores o dibujos”.
Obras como Simone o La reprimenda, de composición fuertemente construida, con pocas figuras y fondos simplificados, muestran el camino progresivo de D’Espagnat hacia un mayor intimismo. Sin duda, el retrato de su hijo Bernard dormido conduce, en esta línea, a la alegría y la solidez de las formas de Renoir en su última etapa