Por Manuel Domínguez Moreno
Ahora que llegan muertos a centenares como las olas salvajes sobre la orilla. Ahora que sus cuerpos permanecen inertes en algún lugar indeterminado del Mediterráneo. Ahora que las mafias del tráfico de personas hacen cálculos con su codicia habitual de los réditos de la desesperación de cientos de miles de refugiados, que buscan otro lugar en el mundo donde echar raíces tras ser segadas sus esperanzas en la tierra donde nacieron. Ahora que Europa derrama lágrimas de cocodrilo y dice que esto no puede seguir así, que hay que remangarse y actuar sin más dilación. Ahora que todos los condicionantes se han sumado para una tormenta perfecta en el problema de la inmigración irregular en la cuenca mediterránea, las preguntas se acumulan por encima de las certezas, de las respuestas fidedignas, de las verdades supremas.
Resulta increíble que solo cuando los muertos han empezado a superar las tres cifras en escasos días es cuando los gobernantes del Viejo Continente se han acercado a los micrófonos para reconocer la evidencia, que el problema de la inmigración está ahí, que nunca se esfumó, y que estas oleadas de gente desesperada que llama a las puertas del ‘paraíso’ europeo son el resultado de políticas occidentales completamente fallidas hacia unos estados fallidos que ahora nos devuelven su venganza en forma de seres humanos desesperados con un hatillo sobre sus hombros, cual Ulises náufragos en busca de su Ítaca personal.
Ahora, ya muy tarde, la Unión Europea de los 28 Estados miembros, anuncia que pondrá más dinero para evitar estas catástrofes humanitarias. ¿Y por qué no lo ha hecho hasta ahora cuando es más que evidente que el problema siempre ha estado ahí, delante de nuestras narices? También anuncia que luchará sin dilación contra las mafias que operan sin control en el Mediterráneo llevando a una muerte segura a cientos, miles, de indefensos seres desesperados. ¿Y hasta ahora qué han hecho contra ellas? Está claro: dejarlas actuar a su antojo.
Europa, sus gobernantes, han sido conscientes de una máxima lacerante y brutal: estos centenares de muertos sirven de efecto muro y disuasorio contra los deseos de búsqueda de otro mundo posible de estas gentes. Si Europa acoge y apuesta decididamente por otorgarles un verdadero trato humanitario a estos Ulises del siglo XXI está mandando un mensaje cifrado a todos esos Estados fallidos en el que se les conmina a dejar marchar a la aventura a miles y miles de personas. “Marchad, marchad, malditos, Europa os abre los brazos”. El canto de sirena que necesita la desesperación para emprender el vuelo.
La hipocresía de nuestros gobernantes no conoce límites. Un ejemplo: el ministro de Interior español, Jorge Fernández Díaz, muy católico practicante él, hace un llamamiento desesperado, no para que nos pongamos de una vez por todas manos a la obra para evitar de verdad estas catástrofes humanitarias, no, sino para que no se produzca un “efecto llamada” indeseable.
Si Libia es un Estado fallido, si Siria es un Estado fallido, si Irak es un Estado fallido, si el África subsahariana es un nido acogedor para delirios integristas… todo ello es en buena medida el resultado de seguir manteniendo una mirada colonizadora sobre estos países en pleno siglo veintiuno. Europa y Occidente en general no han hecho más que empeorar la situación de estos territorios con sus actuaciones indiscriminadas en pos de la bandera de la supuesta defensa de las libertades y de la democracia.
Por tanto, estos Ulises que abandonan su Ítaca particular no deben escuchar más cantos de sirena procedentes de la vieja Europa y luchar por sí solos por su futuro. Nadie más que ellos podrá hacerlo, porque el tiempo pasará y, desafortunadamente, todo continuará igual: las mafias seguirán traficando con miles de desesperados, los gobernantes mirarán de nuevo hacia otro lado en cuanto escampe, Europa seguirá siendo esa entelequia inalcanzable y cada vez más distante, y ellos seguirán muriendo a centenares, miles, en las aguas implacables del Mediterráneo. La historia se repetirá, qué duda cabe.
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