Alicia Freilich
De alguna extraña manera el despecho literario puede ser tan intenso como el guayabo por amor cuando se registra la totalidad creativa de un autor admirable y se descubre que tras un enorme talento multipremiado por su artística palabra hay un hondo vacío ético.
¿Es que la literatura debe ser panfletaria, mitinesca o reporteril? ¿Acaso debe ser pieza del arte por el arte mismo? Ni lo uno ni lo otro con algo de ambas. Si recurre a críticas o denuncias directas de opinión periodística pierde su magia sustantiva que radica en narrar, describir, cantar y dibujar entre líneas, sugiriendo realidades y el receptor atrapado completa su propio descubrimiento. Si al contrario, se queda en la superficie de brillos, automáticamente se falsifica. Cualesquiera sean los temas y tramas narrados, la ficción es auténtica literatura cuando recorrido a plenitud el acto amoroso de leerla en profundo culmina en éxtasis emotivo absolutamente intemporal.
Esta aclaración viene a cuento necesario con motivo del Movimiento San Isidro (MOSI) que por estos días estalla en la Cuba totalitaria de sesenta años represivos en lo político, personal, íntimo y cultural. Episodios crueles y degradantes que marcan épocas pues los fusilamientos iniciales de purgas fidelistas se extienden con tenaz opresión a comunicadores, artistas, intelectuales, todos humillados, presos, vigilados, segregados y expulsados entre delincuentes comunes como sucedió cuando el episodio Mariel (1980). Una lista de víctimas dolorosamente larga y sin treguas actualizada día a día.
San Isidro, parroquia de humildes en La Habana Vieja, concentra hoy a profesionales y creadores de toda laya, rara crema y nata de la pauperizada juventud cubana, Generación Internet, limpia de resentimientos, carente de ideologías, unidos en protesta por la libertad de expresión debido a que la tecnología digital le otorgó el conocimiento del universo ajeno, una visión global todavía más clara desde la nada inocente visita, muy criticada y mal entendida, del presidente Barack Obama.
Leonardo Padura es hoy el escritor cubano más reconocido en el ámbito mundial. Como tantos devoré sus novelas policíacas, pero una evaluación de las versiones televisivas revela con mayor nitidez su organizado silencio, pues el detective Mario Conde y sus colegas se limitan a investigar fechorías de la delincuencia tradicional derivadas de viejas malas mañas capitalistas. Así, el espectador promedio se concentra en asuntos del espionaje y no capta en ese clima cerrado de comisarios alcoholizados, nostálgicos parroquianos de night clubs, algún detalle concreto que señale al verdadero malhechor: sus patronos que ejercen el poder político total y los esclavizan ya sometidos en una pasiva resignación.
Disfruté plenamente su obra El hombre que amaba los perros hasta el terrible desencanto cuando supe que por conveniencia escondió el necesario final, pues Ramón Mercader, asesino de León Trotski por encargo soviético, pasó sus últimos años entre Moscú y La Habana, donde murió luego de ser refugiado en la isla, gratificado con cargos de alto rango. Y ese detalle eludido induce a revisar en conjunto novelas magníficas en lo histórico pretérito y lo estético formal, como sucedió con mi enamoramiento de esas tres etapas históricas simultáneas en Las novelas de mi vida, pero de nuevo y como siempre, con suma prudencia evita frases que puedan irritar a la nomenclatura militarista de su país.
Leonardo Padura escapa del presente desde muchos de sus títulos (Pasado perfecto, Vientos de cuaresma, Neblina del ayer, Máscaras…). Anécdotas ciertas o inventadas en la niebla comunista, pero su insistencia en el ayer finaliza en una confesión inconsciente de su programada ceguera ante el hoy. Así no existen, son fantasmas, los cotidianos prisioneros de conciencia, miserias, hambre y desnutrición, golpizas y torturas a pacíficos manifestantes, incluidas las Damas de Blanco, sucesos habituales donde el autor reside en medio de privilegios que ningún otro escritor ha merecido por parte de la revolución, vocablo que se debe buscar con lupa en su narrativa, precaución por si en un desliz el trono se ofende.
Ahora, luego del prestigioso premio Príncipe de Asturias (2015) que lo protege todavía más de algún reclamo gubernamental, emerge su novelizado texto Como polvo en el viento para enfocar a la cubanía diaspórica de varias edades, masivo fenómeno sobre todo en Estados Unidos, esbozado a la manera de folletón en un estilo similar al de la radionovela El derecho de nacer, que cautivó a miles de oyentes en la década de los cincuenta. En esta reciente obra, lo cuenta desde la distancia del cubano que no requiere permiso oficial ni balsas para salir y viajar sin límites.
En Miami se instala como narrador ubicuo, mirón visitante que padece de una selectiva desmemoria en lo que atañe a polvos y cenizas sembradas por el régimen castrista, en la actitud de quien nunca se contamina, mucho menos de los pecados que cometen sus paisanos que desde su óptica proyectada en personajes, se han convertido en ridículos consumidores estadounidenses. Uno de ellos comenta que en su lar “no decían ni pío y ahora son cotorras”. ¿Autorretrato? En fin, es el observador intocable que predica en sus páginas el culto a la amistad sin reservas, en apariencia sin compromiso político definido porque considera esta cómoda posición como un haber profesional, nunca un deber ético. Ay, pero de facto resulta en una concesión al régimen tiránico de su tierra natal sumida en “el mar de la felicidad”.
La protesta sostenida del actual muy valiente MOSI rechaza sin violencia, con pacífico vigor a la cultura estatizada. Es gente que en ocasiones invitó al autor para tertulias literarias y cada día son más acosados, algunos ya en mazmorras. Pero se oculta el admirado ex huésped que pudo acercarse voluntariamente, piel con piel y alzar su voz, acompañar con su fama a quienes exigen únicamente libertad informativa y creativa. Más notoria que nunca antes su ausencia física y su mudez total. Acaso reaccionará en el futuro seguro etiquetando el importante hecho protestatario como un episodio más del pretérito “perfecto”. Nunca una denuncia justa contra los amos de su amordazado entorno.
Esa solidaridad que no fue le hizo mucha falta al MOSI. El líder literario no apareció. Asunto de personalidad o personalismo. Hubo ejemplares iguales o parecidos, de ingrato recuerdo durante Mao, Stalin, Mussolini, Hitler, McCarthy, Fidel, Chávez y herederos. Hay silentes en todo sistema fascista que hoy por hoy incluye al criminal castrismo y sus cómplices por activa omisión.
La literatura ilumina el presente siempre con su espejo retrovisor irrompible.
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