No es lo mismo defender a los pobres que sacarles de la pobreza. Todos estamos familiarizados con el discurso de las ideologías de izquierda, que asegura que la economía abierta socava la igualdad y hace que los pobres sean más pobres. En este contexto, defender el libre mercado es sinónimo de defender a los ricos y codiciosos. Mientras, los socialistas son los «únicos» que se atreven a «desafiar los intereses de las grandes corporaciones» y proteger a los más desfavorecidos. Los hechos no apoyan de manera tan clara esta tesis. Son los países que aplican el modelo socialista los que generan más pobreza.
De hecho, si se comparan los índices de pobreza y de libertad económica, resulta que, por asombroso que sea, los pobres en los países más «capitalistas» son «menos pobres» que en los Estados «defensores de los derechos sociales».
En los últimos cien años ha habido más de dos docenas de intentos de construir una sociedad socialista.Todos estos intentos han terminado en diversos grados de fracaso. ¿Cómo puede una idea, que ha fallado tantas veces, en tantas variantes diferentes y tantos entornos radicalmente diferentes, seguir siendo tan popular?
Kristian Niemietz
Los números son claros
Partiendo del Informe de libertad económica en el mundo de 2020, elaborado por el Instituto Fraser, la participación del 10% más pobre de la población en los ingresos nacionales no se ve muy afectada por el grado de libertad económica. En otras palabras, restringir la libertad económica para «evitar» que haya una distribución «desigual» de la riqueza no hace ninguna diferencia.
Sin embargo, el ingreso real obtenido por ese 10% de los más pobres en los países económicamente más libres es hasta ocho veces mayor en comparación con su contraparte en los países de economías más estatizadas. Dicho de otra manera, en distribución de la riqueza, el socialismo no supera al capitalismo. Y en reducción de la pobreza, sale perdiendo la apuesta.
En los países con impuestos más bajos, menos regulaciones y un sólido Estado de derecho, los pobres son, en realidad, mucho más ricos (o menos pobres, si se prefiere). Los países menos liberales en lo económico generan más pobreza entre sus habitantes.
En el capitalismo, el hombre explota al hombre, mientras que en el socialismo es justo lo contrario
John Kenneth Galbraith
De acuerdo con el índice Heritage, los países con mayor libertad económica (es decir, más capitalistas) son Hong Kong, Singapur, Nueva Zelanda, Suiza, Australia e Irlanda. En estos la riqueza por adulto (activos financieros y reales, menos deudas) es bastante alta. Para Hong Kong es de 193.248 dólares y en Singapur, de 268.776 dólares. Para Nueva Zelanda, de 337.441; en Suiza, de 537.599; en Australia, de 221.456 y para Irlanda, de 248.466 dólares.
Libertad y capitalismo
Un tema muy discutido al atacar el liberalismo económico es que resulta atentatorio contra las libertades sociales. Sin embargo, el índice de democracia de la Unidad de Inteligencia Económica, que clasifica 167 países, muestra unos datos interesantes.
En ese ranking, 19 países se clasifican como “democracias plenas”. La mayoría de ellos se encuentran entre los 30 países con mayor libertad económica, según el Índice del Instituto Fraser. Mientras, la mayoría de los países autoritarios carecen de libertad económica. Entonces, una mayor libertad económica se asocia con más libertades civiles.
¿Cuál es la razón? No puede haber libertad política sin libertad económica. El argumento es del propio León Trotski. El líder bolchevique escribió en su libro La revolución traicionada, publicado en 1936: “En un país donde el único empleador es el Estado, la oposición tiene una muerte lenta por hambre. El antiguo principio de quien no trabaja no come, ha sido reemplazado por uno nuevo: quien no obedece no come”.
Del otro lado de la calle, Milton Friedman también ofrece una explicación en su obra Capitalismo y libertad, de 1962. “Para que los hombres puedan defender cualquier cosa, deben, en primer lugar, poder ganarse la vida. Esto ya plantea un problema en una sociedad socialista, dado que todos los trabajos están bajo el control directo de las autoridades políticas”, escribió.
Cada individuo se esfuerza siempre para encontrar la inversión más provechosa para el capital que tenga. Al perseguir su propio interés, frecuentemente fomenta el de la sociedad mucho más que si en realidad tratase de fomentarlo.
Adam Smith
Las buenas intenciones generan más pobreza
No obstante, y pese a estos números, el socialismo continúa siendo una idea atrayente en buena parte del mundo. Es popular en el Reino Unido, no solo entre los estudiantes, sino también entre las personas de entre 30 y 40 años, de acuerdo con las encuestas. Los sondeos también muestran que el apoyo al socialismo en términos generales se corresponde con el apoyo a una amplia variedad de políticas individuales que razonablemente podrían describirse como socialistas.
Kristian Niemietz, del Instituto de Asuntos Económicos, lo explica en su libro Socialismo: la idea fallida que nunca muere. Concluye que los socialistas han tenido éxito al argumentar, una y otra vez, que estos distintos fracasos no fueron el «socialismo real». Sin embargo, no explican qué es exactamente lo que harían de manera diferente. «Generalmente, los socialistas se refugian en conceptos abstractos, pero no presentan propuestas tangibles. Esas aspiraciones (por ejemplo, «democratizar la economía») no son nada nuevo ni concreto», dice Niemietz.
Además de explicar cómo el socialismo sigue siendo popular, también destaca cómo sigue siendo económicamente fracasado y políticamente opresivo.
Las buenas intenciones que generan pobreza
A su juicio, los socialistas, por lo general, no se proponen crear estos desastres que generan más pobreza. Cuando los bolcheviques tomaron el poder en Rusia en 1917, los gulags no eran su objetivo final. Los socialistas suelen tener las mejores intenciones, asegura. No tienen la idea de que el socialismo sea opresivo y económicamente ineficiente, pero simplemente es así como termina una y otra vez.
El comunismo cubano se basó en la creación planificada de un «hombre nuevo» que trabajaría desinteresadamente para los demás y no para sí mismo. Cuando estos «hombres nuevos» no se materializaron, los hombres normales fueron enviados a campos de trabajo. Surgirían hombres «nuevos» u hombres muertos.
Lo mismo ocurrió con la Unión Soviética. El intento de nacionalizar la agricultura a raíz de la revolución condujo al hambre. Ya en 1921, Lenin abandonó efectivamente el programa e instituyó la Nueva Política Económica. De ahí derivó un retorno sustancial a la economía de mercado en Rusia y, a mediados de la década de 1920, la situación del pueblo mejoró. Hasta que Stalin prefirió la economía controlada, la sociedad obediente
En China, el fracaso de la agricultura colectivizada mató de hambre a millones. El milagro económico del país asiático solo comenzó cuando a sus agricultores se les permitió vender una pequeña parte de sus productos con ánimo de lucro.
Venezuela: un claro ejemplo
Una de las principales razones del fracaso económico del socialismo es que no se tiene en cuenta la naturaleza humana, destaca Niemietz. En Venezuela, por ejemplo, Hugo Chávez hizo “intentos genuinos de crear modelos alternativos de propiedad colectiva y participación democrática en la vida económica». En particular, se promovió fuertemente la formación de cooperativas de trabajadores y diversas formas de empresas sociales. El Gobierno creía que trabajar en un entorno económico caracterizado por la cooperación, el intercambio y la toma de decisiones democrática conjunta les inculcaría valores y hábitos socialistas. Que bastaba la intención, la simple voluntad
Pronto quedó claro que muchas cooperativas se estaban comportando como empresas capitalistas, buscando maximizar sus ingresos netos. Por ejemplo, en lugar de suministrar sus productos a los mercados locales, algunas prefirieron exportarlos a otros países y venderlos a precios más altos.
Finalmente, Chávez se vio obligado a admitir que el cooperativismo no garantiza el socialismo porque una cooperativa es propiedad privada colectiva. Entonces sugirió que una empresa solo es «socialista» o de «propiedad social» si está controlada por la sociedad, satisfaciendo, así, las necesidades sociales.
Generan pobreza pese a la abundancia de recursos
Entonces, el Estado tomó el control de estas cooperativas en nombre de la «sociedad». A pesar de su promesa de que “no podemos recurrir al capitalismo de Estado, que sería la misma perversión de la Unión Soviética”. Y fue ahí exactamente donde terminó el socialismo venezolano. Como todos los anteriores.
Lo que resulta más contradictorio en el caso de Venezuela es que, dadas sus características de materias primas, debería situarse como una de las economías más prósperas del mundo. Cuenta con las mayores reservas de crudo (326.000 millones de barriles). Pero ni siquiera puede abastecerse de gasolina, gas doméstico o lubricantes, entre otros derivados de los hidrocarburos.
Los controles monetarios y la financiación del déficit con la emisión de dinero inorgánico se ha traducido en una hiperinflación que ha destrozado el poder adquisitivo de su población, golpeando su capacidad de compra, y ha enviado a más de 5 millones de venezolanos al éxodo.
Estas políticas, puestas en prácticas, generan más pobreza tarde o temprano. Generalmente, más temprano que tarde.
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