Manuel Ángel Vázquez Medel, Universidad de Sevilla
In Memoriam Umberto Eco
Antonio Machado, en sus Proverbios y cantares (LXXXV) nos ofrece estos breves e intensos versos:
La Verdad, para Machado, es algo que se busca, y que se busca en compañía, en diálogo con los hechos y con los demás, aunque su discernimiento final sea siempre una responsabilidad individual.
En un momento en el que muchos animan el río revuelto de la mentira, el engaño, la falsedad, los “fakes”, es más necesario que nunca proclamar dos principios igualmente importantes: que los seres humanos no podemos alcanzar ninguna verdad absoluta, pero que sí podemos caminar hacia un horizonte de verdad relativa en el que debemos clarificar nuestras interpretaciones, contrastarlas con los demás y hacerlas más respetuosas con los hechos.
Entre la verdad absoluta y el relativismo absoluto
Acerca del primer principio, que rechaza el objetivismo y el dogmatismo de quienes se creen en poder de la verdad y quieren imponerla a los demás, recordamos la reflexión de Popper:
“El concepto de verdad absoluta es un acto de fe, lejos de la razón… solo sirve para consolar a aquellos que quieren un saber seguro del que creen no poder prescindir. Son personas a quienes les falta el valor para vivir sin seguridad, sin certeza, sin autoridad, sin un guía”.
Es imprescindible el ejercicio de la duda, aceptar el cuestionamiento de los hechos, como afirma Victoria Camps (2018) en Elogio de la duda:
Anteponer la duda a la reacción visceral. (…) la actitud dubitativa, no como parálisis de la acción, sino como ejercicio de reflexión, de ponderar pros y contras.
Igualmente, a quienes se amparan en un inadmisible subjetivismo que conduce al relativismo (“todo vale”, “cada cual tiene su opinión”, “tú con tu verdad y yo con la mía”) habría que recordar que no todas las interpretaciones son igualmente respetuosas con los hechos, y que hay límites en la interpretación.
Por eso no debemos confundir subjetividad con subjetivismo, ni relatividad con relativismo.
Verificación y diálogo, dos principios básicos
Tal es la orientación de Umberto Eco en una de sus obras más importantes, Los límites de la interpretación. Todos interpretamos, porque esta dimensión hermenéutica es un existenciario, una manera de vivir los seres humanos: vivimos interpretando. Pero no todas las interpretaciones son iguales. No todas guardan la misma distancia y el mismo respeto en relación con los hechos.
Los criterios prácticos para depurar nuestras interpretaciones de inevitables sesgos y tendencias deformantes, de intereses que a veces tienen poco que ver con la realidad que tenemos delante, son fundamentalmente dos:
- Volver una y otra vez hacia la realidad que queremos interpretar (principio de verificación);
- Conocer las diversas interpretaciones (perspectivismo) y dirimirlas intersubjetivamente, dià-lógos, a través de la palabra, en vivo, dinámico y abierto diálogo con los otros.
A medio camino de ambos extremos se sitúa la Teoría del Emplazamiento/Desplazamiento (TE/D). Frente al objetivismo radical que conduce al dogmatismo y la imposición, y frente al relativismo subjetivista que también termina con la imposición del más fuerte, del “statu quo” o de la mentira que se ha hecho creer a los demás, solo nos queda defender una relatividad intersubjetiva, respetuosa con el hecho interpretado y siempre abierta al diálogo. Acercarnos continuamente al horizonte de la verdad, aunque sepamos que nunca la alcanzaremos plenamente.
La ética de la información
Eco dedicó sus últimos años a defender esta necesidad de aproximarnos a la verdad y establecer una ética de la información. Lo hizo con la novela Número cero, que denuncia la corrupción de la economía, de la política, de unos medios de comunicación carentes de ética.
Y fue más allá. Sus últimos artículos en la prensa denunciaban constantemente la mentira, la intoxicación, y el negativo papel de las redes sociales –tan positivas en otros ámbitos– para todo ello. Su libro póstumo se tituló, en su traducción española, significativamente, De la estupidez a la locura.
Los dos artículos del año de su muerte, 2015, eran, muy sintomáticamente, “¿Estamos todos locos?” y “Los necios y la prensa responsable”. Al último, publicado en la L’Espresso, pertenecen sus polémicas palabras que nunca pueden ser interpretadas ni desde el elitismo, ni desde la falta de respeto al pluralismo, principios ajenos a su pensamiento. Venía a decir Eco en ese texto que las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que antes hablaban solo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas.
Estos “idiotas” hacen un daño irreparable a la sociedad, amparados o dirigidos por políticos sin escrúpulos y por intereses económicos inconfesables. Y llevados al paroxismo por estrategias diseñadas de mentiras e intoxicaciones en las redes sociales, capaces de cambiar el curso de los hechos y falsear la opinión pública con el apoyo del Big Data, Cambridge Analytics (que vulneró el derecho a la intimidad de 50 millones de ciudadanos en 2016) y miles de trolls, bots y otros dispositivos de generación de fake news.
Ni imposiciones dogmáticas, ni relativismos, ni falsos escepticismos. Frente a tanta mentira, bulos, falsedades, injurias, calumnias, intoxicaciones, que son el río revuelto en el que pescan los más corruptos, procuremos vivir con plenitud, avanzar hacia los horizontes de verdad, bondad y belleza a que podamos aspirar, y alcanzar una razonable felicidad para nosotros y para los demás, en vida compartida. El futuro depende de ello.
Manuel Ángel Vázquez Medel, catedrático de Literatura Española e Hispanoamericana, Universidad de Sevilla
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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