Raimundo A. Rodríguez Pérez, Universidad de Murcia
La Historia es una asignatura que a menudo se pone en el centro de debates políticos e identitarios. Sin embargo, a pesar de las numerosas reformas educativas acaecidas en España, cambia la ley, pero los contenidos que recogen los sucesivos decretos se repiten de forma casi inalterable. Este carácter de mantra alude a unas raíces profundas, difíciles de extirpar. Y no cabe solo atribuirlas a la contumacia de legisladores, sino a las inercias docentes.
La Historia, aunque hayan evolucionado los recursos didácticos y los formatos, se sigue impartiendo, en esencia casi igual que hace dos siglos. Nació, a la vez que la escuela pública, en el siglo XIX, cuando los Estados-nación modernos emergían y necesitaban consolidarse.
Así pues, formaban a patriotas que tenían que conocer los principales acontecimientos de su pasado común. Era un discurso legitimador del poder dominante, emanado de la historiografía positivista y liberal.
No se habilitan valores cívicos para la comprensión
Si hoy miramos los contenidos, criterios de evaluación y estándares de aprendizaje en Educación Primaria y Secundaria veremos que sigue la hegemonía de conceptos de primer orden. Estos requieren poca complejidad para su asunción: fechas, datos, nombres, eventos. Pero movilizan escasos valores cívicos o habilidades para la comprensión y recreación.
El manual sigue siendo el recurso didáctico por excelencia. Cierto que tiene un gran valor, como epítome. Pero la estructura que presenta de cada período sigue siendo en general muy clásica: política interior y exterior, economía, sociedad y cultura.
Permite abarcar temarios muy amplios, pero no profundizar en la resolución de problemas o analizar casos concretos. Por tanto, la Historia se sigue viendo como una materia acientífica, apenas se discute lo que se estudia. Claro que hay excepciones, pero no favorecidas por la legislación vigente ni la tradición docente.
El examen suele ser escrito, de tipo memorístico, donde demostrar que el libro escolar y los apuntes se dominan. Pero con tanta fecha y batalla lo normal es que la mayoría de la información se olvide en poco tiempo.
Ni siquiera se recuerda bien el inicio y final de cada gran período histórico (Prehistoria, Antigüedad…). Así lo han mostrado estudios con estudiantes universitarios. Se estudia solo aquello que es materia de examen.
Los tabúes colectivos
Cierto que conocer los hitos fundamentales de la historia universal y española es algo valioso. Pero hace décadas que en España las cuestiones polémicas o conflictivas se difuminan como una especie de tabúes colectivos que, con la vitola modernizadora y europeísta, deja al margen coyunturas importantísimas y otras directamente las manipula. El resultado es peligroso.
Temerosos de lo políticamente incorrecto y presa de complejos por la Leyenda Negra, los manuales y decretos de Historia en España muestran Al-Ándalus como paraíso terrenal de la convivencia pacífica entre las tres culturas. Es un tópico que no se sostiene. Por supuesto, las figuras de don Pelayo o el Cid como adalides del cristianismo han desaparecido, no tanto por su mitificación españolista, sino porque eran personajes violentos. Interesa más la figura de califas o reyes cristianos cultos.
¿Qué saben de la conquista de América?
La conquista de América, antaño orgullo de las gestas hispánicas, ha sido diluida por su carácter coercitivo. Al contrario, se fomenta el estudio de las gestas de Colón, Magallanes y Elcano como pioneros de la navegación transoceánica. Y las culturas prehispánicas (maya, azteca e inca) son ensalzadas por sus avances científicos y culturales, pero nada se dice sobre su condición de imperios que se imponían violentamente a las tribus vecinas.
La Inquisición se ve casi como una excepción española cuando realmente nació en Francia, dos siglos antes, y estaba presente en gran parte de Europa. Las expulsiones de judíos y moriscos son otro episodio negro, que se disimula reduciéndolo a pérdidas demográficas y económicas. Nada que lo vincule a precedentes europeos antisemitas ni al contexto de guerra contra otomanos y corsarios berberiscos. Falta, pues, perspectiva histórica.
Tópicos sobre la Guerra Civil
Los tópicos siguen en la historia reciente. La Guerra Civil se analiza, a menudo, como consecuencia del caos de la II República. Casi nada se recoge sobre el contexto europeo de ascenso de los totalitarismos. Se obvia la violencia en la retaguardia de ambos bandos y la feroz represión de la posguerra. Ni una alusión a campos de concentración o fusilados en cunetas.
La Transición se magnifica como el gran logro que fue, pero poco se alude a su lado negativo: la enorme violencia que se produjo durante esos años, tanto del terrorismo independentista como de los partidarios de la dictadura. La memoria histórica queda en agua de borrajas.
En suma, una historia de hombres poderosos, apenas alguna mujer (reinas, santas, escritoras). Es como si dentro de dos siglos, acerca de la historia reciente de España solo apareciesen en currículos y manuales Juan Carlos I, Felipe VI, Zapatero, Rajoy y quizá algún artista. ¿Y el resto de los 46 millones de españoles?
Hay que trabajar en equipo e investigando
Una historia que se enseña, sobre todo, por medio de lección magistral condena al discente a una posición pasiva. No da pie a trabajar en equipo e indagar, a cuestionarse tópicos, logros y retrocesos de cada etapa. A seleccionar contenidos y trabajarlos en profundidad, recreando labores de inicio a la investigación, por medio de fuentes primarias y secundarias (prensa, fotografías, documentos, objetos, obras de arte…).
Una historia que se acerque a paisajes y entornos próximos, relevantes en la vida cotidiana del alumnado, a menudo desconocidos o mal conservados. La enseñanza de la Historia debería ayudar a conocer a colectivos olvidados: mujer, infancia, esclavos, pobres, exiliados, minorías étnicas, campesinos, obreros…
En suma, los estudiantes españoles aprenden mucha Historia, si a datos y fechas nos referimos. Pero no suele ser útil para entender mejor España y el mundo, ni siquiera su barrio o su comarca. La Historia no solo es memorizar datos y gestas de gobernantes, sino la vida cotidiana de nuestros antepasados. Quizá por esa vía se aprendería más a tolerar a los demás, a los que son distintos, pero no por ello inferiores. El reto es pasar de la Historia que enseña a ser patriotas, a la que ayuda a formar ciudadanos críticos.
Raimundo A. Rodríguez Pérez, profesor Titular de Didáctica de las Ciencias Sociales, Universidad de Murcia
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.