Foto: Jerónimo Álvarez
Andrés Trapiello (Manzaneda de Torío, León, 1953) nos recibe en su preciosa casa de Madrid, entre libros, cuadros de Solana y recuerdos de una vida de escritor. Nos cuenta que está enfrascado en la lectura de unas cartas de Galdós que ha encontrado recientemente casi por accidente. Su entusiasmo al hablarnos de ellas es tan contagioso que por momentos nos recuerda al de un niño que acaba de descubrir una caseta abandonada en un árbol, llena de juguetes y secretos.
Considerado por méritos propios como uno de los mayores expertos de El Quijote, Andrés Trapiello nos habla largo y tendido sobre la titánica tarea que supuso traducir las aventuras del famoso hidalgo al castellano actual, y sobre todo lo que aprendió por el camino sobre la relación de los españoles con el libro y el gran legado de Miguel de Cervantes.
¿Qué conduce a un entusiasta de Cervantes a emprender una empresa quijotesca como la traducción de ‘El Quijote’?
La primera idea viene sobrevenida por un libro mío, Al morir Don Quijote, que cuenta la vida de los amigos del hidalgo una vez que éste estaba muerto. Se trata de una secuela bastante habitual en la tradición literaria española y ya en tiempo de Cervantes (él hizo algunas). Cuando yo empecé a presentar aquel libro viajé muchísimo porque coincidió con el aniversario de la publicación de la primera parte de El Quijote. Durante las presentaciones la gente se me acercaba para decirme que la lectura de mi libro les había animado a retomar el de Cervantes, que lo habían tenido que abandonar por encontrarlo demasiado difícil. Eso ya me hizo pensar que tal vez fuera necesaria una adaptación. También se dio el caso de que en mi libro había dos o tres páginas traducidas del original –la parte referida a los consejos de Don Quijote a Sancho cuando éste va a la ínsula– que están transcritos aunque traducidos. Y nadie se dio cuenta, ni pareció darle demasiada importancia. Así que empecé a traducirlo en secreto, poco a poco. Me propuse dedicarle un par de horas o tres todas las tardes. Y al final fueron 14 años.
¿Tienen los españoles una relación complicada con el escritor y su principal obra?
Siempre digo que el español tiene un trauma, una estaca clavada en el corazón con El Quijote porque lo conoce, pero no lo ha podido leer. O lo ha hecho obligado en el colegio sin entenderlo, que es como no leerlo. Cuando ya estaba a punto de salir la traducción, hace unos ocho meses, a mí se me ocurrió, a través del secretario de Estado de Cultura, acudir al Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) para conocer la relación real de la gente con El Quijote, algo que nunca se había hecho hasta entonces. Quería saber si se había leído o no el libro. Y si no se lo había leído, por qué. Yo tenía mis sospechas, pero quería algo científico y no hablar de oídas. Así que fui al CIS con Joaquín Leguina y acogieron estupendamente la idea. La encuesta salió en el mes de junio. El resultado es desolador. Según la encuesta del CIS, el 40,9% de los españoles declaraban no haberlo leído. Dentro de la misma encuesta se pedía a los que sí lo habían leído que dijeran el nombre real de Don Quijote (Alonso Quijano). Únicamente un 16% acertaba a decirlo. Un dato desolador.
¿Y la principal razón es porque no se entiende?
Cuando el CIS pregunta a los españoles por qué no lo han leído, la inmensa mayoría sostiene que es porque es “un libro difícil, escrito en un castellano muy antiguo”. Todo esto ha confirmado lo que venía sospechando: en España, sólo aquí, se nos obliga a leer El Quijote en una lengua que no es la nuestra, que no hablamos en absoluto y que, a menudo, no entendemos al leerla escrita. De hecho, todas las ediciones que existen del libro original tienen notas a pie de página. Entre unas 3.000 y 5.500. Y leer una novela con 5.500 notas es algo ciertamente disuasorio. Lo que hay que hacer es leer las novelas seguidas. Si las estás interrumpiendo continuamente, no te metes en la acción, en los personajes, en la trama, no te enajenas. No dejas de vivir tu vida para vivir la de sus personajes. Y llega un momento en el que, irremediablemente, la abandonas. Y esto es lo que está pasando en España. Rosa Chacel siempre decía que había escuchado decir a Borges en una de las reuniones después de la guerra en Buenos Aires, donde ella estaba exiliada, que a él le gustaba mucho más El Quijote en inglés que en español. Siempre pensé que esto era una boutade del escritor. Pero ahora veo que tiene todo el sentido: Borges seguramente estaba aludiendo a la primera edición que leyó de la obra, escrita en un inglés actual, el que hablaba con la nurse que le cuidaba en casa. Y entendía todo perfectamente. Como nosotros leemos ahora Guerra y Paz, En busca del tiempo perdido o Tiempos difíciles.
¿Cree que Cervantes habría traducido su Quijote de seguir viviendo hoy?
Sin lugar a dudas. De vivir Cervantes seguro que habría traducido su libro a la lengua de hoy. Porque es un libro hablado, contado, y ese tipo de lenguaje tiene una caducidad mayor que el escrito. Prueba de ello es que pocos de sus argots, refranes y locuciones perviven a día de hoy. La inmensa mayoría no se entienden ya porque había que estar en ese momento para hacerlo. Si nosotros nos fuéramos de España diez años y volviéramos pasado ese tiempo, muchas de las cosas que ahora se escuchan en la calle no las entenderíamos. Cervantes habría querido que Sancho pudiera haber leído y entendido El Quijote. Esta traducción no es más que una deuda de un lector agradecido con el libro y con Cervantes que, en vista de que muchas personas de su propia nación y su propia lengua no pueden acceder a este gran libro porque les resulta muy difícil, pensó que lo mejor que podía hacer era compartirlo. Y animarles a dar el paso al original. Esta traducción es lo mismo que la traducción al español de la Ilíada. A mí me gustaría mucho poder leerla en griego clásico, seguro que tendría muchos matices y sabor, pero no puedo. Pero eso no puede suponerme un obstáculo insalvable para conocer esa obra.
¿Y superaremos ese trauma?
Nosotros tenemos una enorme ventaja. Y es que nuestro castellano, con todo, está mucho más cerca del castellano de Cervantes que cualquier otro idioma. Yo he leído, mientras estaba trabajando en la adaptación, muchas traducciones de El Quijote a otras lenguas que yo entiendo y he salido escandalizado porque incluso traductores que pasan por ser muy rigurosos y muy fieles al original, hacen lo que les sale de las narices, traducen lo que les da exactamente la gana. Cada vez que hay una dificultad para traducir, la vadean, la cortan y se quedan tan anchos. Si a mí, que soy español, me ha costado toda una tarde traducir una frase de apenas cuatro líneas, no quiero ni imaginarme el trabajo que requiere traducirlo a otra lengua.
¿Qué le dio más quebraderos de cabeza: traducir o dejar sin traducir?
Esto es muy sutil. Lo que más cuesta es traducir. Lo que querría uno es haber dejado todo exactamente igual y que se hubiera entendido. Porque hay cosas que te cuesta retocar aunque no se entiendan demasiado bien. Por ejemplo, cuando te encuentras: “–¡Milagro, milagro! –¡No milagro, milagro, sino industria, industria!”. Con ese “industria, industria” se hace referencia a cómo se las han ingeniado, industriado, para trucar una muerte. Tal vez no se entienda demasiado, pero tiene un sabor especial. Y cuesta cambiarlo a “Qué milagro, milagro. ¡Maña y astucia!”. Hay otras frases que son directamente imposibles de entender. Por ejemplo: “Si no os picáredes más de saber más menear las negras que lleváis que la lengua, vos lleváredes el primero en licencias, como llevaste cola”. Esto, leído así, es un auténtico galimatías. Pero en cambio “si os hubierais jactado de utilizar la lengua tanto como os jactáis de manejar esas espadas que lleváis, habríais sido el primero en la licenciatura, y no el último de la cola” se entiende con mucha más facilidad. El libro está lleno de casos así que no se pueden improvisar. Se tienen que hacer reposadamente a lo largo del tiempo. Durante 14 años he mareado a mis amigos con cómo traducirán “astillero” al principio. A mí me ha ocurrido muchas veces que pienso que algo me ha quedado demasiado moderno y, cuando voy al original, resulta que estaba ya así.
¿Y cuál es la mejor forma de enseñar Cervantes y su Quijote si no es partidario de que se obligue a leerlo en el colegio?
Desde muy niños hay muchas aproximaciones a El Quijote interesantes. En TVE había una serie de dibujos animados que, para mí, era espléndida. Luego hay adaptaciones y resúmenes bien hechos. Y creo sinceramente que una buena manera de acercarse al libro es con esta traducción. En los colegios les daría antes este libro que el original, porque seguramente lo leerían con más gusto y no como una condena. Porque te metes más en el libro. Lo que no puedes hacer es convertir una lectura tan placentera en un trauma obligando a leer en poco tiempo un libro lleno de notas a pie de página y, luego, poner un examen al final de curso porque es la vía más rápida para que los jóvenes le cojan manía.
En ‘Seré duda’, la última entrega de su novela en marcha ‘Salón de pasos perdidos’, hay muchas referencias a esa burbuja de los cervantistas. ¿Es tan asfixiante como parece?
Hay que ser muy respetuoso con los cervantistas. Cierto que algunos han abusado mucho. Pero gran parte de los estudios y análisis más importantes de la figura de Cervantes se los debemos a ellos. Nos pasa con los cervantistas como con los médicos: a veces despotricamos contra ellos pero son los que más saben de asuntos concernientes al escritor. Lo que ocurre es que hay casos en los que los estudios cervantistas son un tanto formalistas y algo retóricos. Y esto hace que nos impacientemos porque es una erudición que a veces no va más allá. Son tan especializados que al final no llegas a Cervantes. No se nos debe olvidar que las mejores lecturas de El Quijote se han hecho en ediciones llenas de errores y mal editadas. Estoy hablando de las que hicieron Unamuno, Azorín, Ortega y Gasset o Azaña. Todos leyeron el libro en ediciones más deficientes y, sin embargo, sus lecturas son las más perspicaces e inteligentes. Y esto a veces se nos olvida.
¿Le interesa todo el asunto de los restos de Cervantes?
No demasiado. Este país es demasiado necrófilo. Tumbas en la época de Cervantes sólo las tenían los reyes, los obispos y los nobles. De Velázquez, siendo tan importante como fue, tampoco tenemos sus restos. Y no ha importado nunca demasiado. Porque tenemos el enorme legado de sus obras, lo verdaderamente importante. Todo el asunto de los restos de Cervantes seguramente tenga finalidades turísticas. De aquí a cinco siglos tal vez la gente piense con candidez que en el convento de las Trinitarias descansan los restos de Cervantes. Si eso sirve para recordarnos que existió y para que se le siga recordando y leyendo, hagámonos huesófilos. Pero, la verdad, yo creo que a Cervantes todo esto le habría dado bastante igual.