En un ensayo publicado en la revista Claves (España, número 267 de 2019) el periodista y ensayista Adam Michnik cuenta que en la sala de redacción de Novaya Gazeta, el diario ruso de los círculos democráticos, “luce una larga fila de retratos de eminentes corresponsales y colaboradores que han sido asesinados”.
En Novaya trabajaba, por ejemplo, la periodista Anna Politkovskaya. El l 7 de octubre de 2006, le dieron cuatro tiros a quemarropa en el ascensor de su casa y acabaron con su vida. Un intento previo de asesinato, con el recurso favorito del poder ruso, el envenenamiento, no funcionó. La habían amenazado una y otra vez.
Tenía 48 años de edad y varios libros publicados sobre la guerra sucia de los rusos contra los chechenos, y uno sobre el estado de las cosas en la Rusia de Putin. En 1999, antes y durante lo que se conoce como la “segunda guerra chechena”, Politkovskaya viajó 99 veces a Chechenia para conocer de primera mano las violaciones de los derechos humanos y los crímenes de guerra cometidos por unas fuerzas militares cuya superioridad sobre los chechenos era apabullante y desproporcionada.
Cuando fue evidente que Politkovskaya no dejaría de hacer su trabajo, la asesinaron. Con total descaro. Y, a continuación, ante la imposibilidad de negar lo evidente, la maniobra comunicacional del régimen ha consistido, desde entonces hasta ahora, en circular una conclusión que destila su más puro cinismo: “Ella se lo buscó por andar husmeando en temas que deberían ser secreto de Estado”.
Asesinaron a Politkovskaya para advertir al resto de sus colegas que quien intente cruzar la línea hacia la verdad puede ser envenenado o baleado.
Dmitri Muratov, uno de los fundadores de Novaya Gazeta y el director actual, ha sido reconocido con el Premio Nobel de la Paz 2021, compartido con la periodista filipina María Ressa. En 1993 se fundó el diario, pero ha visto morir a varios de sus colegas y colaboradores a partir de 2001. Dos años después de que Vladimir Putin tomó el poder. Apenas se ha comentado que uno de los propietarios de Novaya Gazeta es Mijail Gorbachov, ex secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, que también fue reconocido con el Premio Nobel de la Paz en 1990.
Asesinaron a Politkovskaya para advertirles al resto de sus colegas que quien intente cruzar la línea hacia la verdad puede ser envenenado o baleado.
A medida que la permanencia de Putin en el poder se prolonga, como ocurre siempre con todos los autoritarismos (Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bielorrusia y China son ejemplo) el ejercicio de informar es cada día más riesgoso. A reporteros y medios de comunicación se les reprime abiertamente. Los organismos policiales al servicio del dictador realizan redadas, someten a los periodistas a procesos judiciales y, como resultado de la conspiración de varios organismos del Estado, se aplica a los periodistas la misma acusación que se formula contra los políticos de la oposición: ser agentes extranjeros.
Varios medios internacionales lo han denunciado: hay un registro, al que se incorporan nombres, sin que ocurra notificación alguna. La condición de “agente extranjero” abre las compuertas para la persecución con todos los recursos disponibles del Estado.
El nombre de María Ressa no es nuevo para los ciudadanos del mundo interesados en la libertad de expresión. En el año 2018 fue reconocida por la revista Time como una “guardiana de la verdad”; ese mismo año se le concedió el Golden Pen of Freedom Award de la Asociación Mundial de Diarios; en 2021 recibió el Premio Mundial de la Libertad de Prensa/Guillermo Cano, que otorga la UNESCO; y ahora el premio Nobel de la Paz 2021.
Ressa fue una de las fundadoras del portal informativo Rappler, en 2012. Desde el primer momento se destacó como un sitio web especializado en periodismo de investigación. Desde que Rodrigo Duterte accedió al poder en 2016 y, particularmente, desde que declaró la guerra contra las drogas con la política policial y militar prolongada han sido asesinados miles y miles de personas en operativos sin control, de violencia ilimitada: ejecuciones sumarias, torturas y destrucción de bienes violando leyes y derechos humanos. Y en total impunidad.
Ressa denunció, con pruebas irrefutables, cómo los cuerpos policiales filipinos contratan sicarios para eliminar a consumidores de drogas. Y fue Ressa quien, en una entrevista a Duterte en 2015, logró que el dictador confesara que había matado a tres personas. En Rappler el lector puede encontrar una sección, una de las principales del portal, destinada a Armario Duterte, con un seguimiento diario de las decisiones, declaraciones y desmanes del gobernante filipino.
La decisión de la Academia Sueca pone de relieve los profundos vínculos que existen entre la verdad y el objetivo de la paz. Las sociedades no logran alcanzar niveles básicos de estabilidad política ni pueden fortalecer sus instituciones y fracasan en sus esfuerzos por erradicar la corrupción e imponer condiciones de transparencia en el ejercicio de los asuntos públicos, si no son conocidas y castigadas las violaciones de la ley que afectan los intereses ciudadanos. Entonces, huelga decirlo, hacen falta periodistas y medios de comunicación firmes e independientes.