Los monocultivos lejos de idilios pastoriles destruyeron las tierras comunales y obligaron la emigración masiva
Eden Flaherty / The Revelator
Los incendios forestales arrasaron el centro y el norte de Portugal en septiembre. Quemaron más de 906 kilómetros cuadrados en pocos días. El sistema Copernicus de la Unión Europea estima que murieron 9 personas y 11.300 resultaron afectadas. Si bien han sido algunos de los peores incendios de los últimos años, los incendios forestales arrasan Portugal cada verano y queman un promedio de poco más del 1% del país anualmente. Más del doble que Grecia, el segundo país más afectado de la UE.
El investigador de doctorado Tiago Ermitão, del Instituto Portugués del Mar y la Atmósfera, que estudia cómo se recupera la vegetación después de los incendios, asegura que a medida que el clima cambia los incendios empeoran. «En los últimos años, las condiciones cálidas y secas, causadas por actividades antropogénicas han incrementado significativamente la susceptibilidad y el riesgo de incendios», afirmó.
¿Por qué Portugal es tan vulnerable a los incendios? Un factor es el régimen autoritario que gobernó a los lusitanos durante más de cuatro décadas.
Entre 1920 y 1940, una dictadura militar y el corporativista Estado Novo (Nuevo Estado) que le siguió implementaron reformas agrícolas radicales centradas en ideas de autosuficiencia y ruralismo que eran populares entre los regímenes autoritarios de Europa.
Trigo vs brezo
La primera de estas políticas fue la Campanha do Trigo , que tenía como objetivo hacer que Portugal fuera autosuficiente el suministro de alimentos mediante el aumento de la producción de cereales, predominantemente en la región central del Alentejo. La política tuvo cierto éxito. La producción de trigo registró un auge en pocos años. Sin embargo, se debió más a la expansión hacia los brezales que a la intensificación de las explotaciones existentes como muchos agrónomos habían previsto.
El aumento de casi el 30% de la superficie dedicada al trigo en el Alentejo entre 1927 y 1933 fue encabezado por los aparceros, impulsados por los altos precios de un mercado protegido, los subsidios para las tierras de cultivo nuevas y la falta de acceso a campos de calidad. Con la ayuda de los fertilizantes recién disponibles, cultivaron los suelos pobres donde crecían los brezales. El auge del trigo no duró mucho.
A mediados de los años treinta del siglo pasado, la sobreproducción eliminó los incentivos financieros y el uso intensivo de suelos poco fértiles causó una grave erosión y redujo significativamente su productividad entre los años 1940 y 1959. Un par de décadas después del comienzo de la campaña del trigo el gobierno reconoció que la degradación del suelo había alcanzado proporciones graves. El proyecto Sistema de Indicadores de Desertificación para la Europa Mediterránea relata que la agricultura declinó y la gente abandonó las tierras.
Reforestando los bienes comunes
Mientras tanto, en el norte de portugal se ponía en marcha otra de las campañas agrícolas del Estado Novo: el Plan de Forestación. A mediados de la década de los años treinta, el Servicio Forestal identificó unos 4.600 kilómetros cuadrados de tierras comunales montañosas llamadas baldíos, que el régimen interpretó literalmente como tierras “estériles” o “desiertas”, que se forestaría en un plazo de 30 años. Convirtió la propiedad común en bosques estatales, que luego podrían, según las argumentaciones de la época, abastecer industrias madereras y generar energía, carbón vegetal.
En 1968, el Servicio Forestal había plantado alrededor de 1.000 millas cuadradas y comenzaban a funcionar industrias de fabricación de muebles y de pulpa de papel, algunas de las cuales todavía existen. La Navigator Company, por ejemplo, es una empresa de pulpa y papel multimillonaria que se originó en el norte de Portugal en la década de los años cincuenta.
Los baldíos que se forestaron estaban ciertamente degradados antes de que el Estado Novo tomara el poder. Solo el 7% de Portugal estaba cubierto por bosques a principios de siglo, según Iryna Skulska, investigadora del Centro de Ecología Aplicada Prof. Baeta Neves, ha estudiado los impactos ambientales. Afirma que los baldíos fueron muy sobreexplotados por las comunidades locales. La población rural portuguesa los siglos XIX y XX era muy, muy pobre”.
Sin embargo, en lugar de bosques mixtos, el régimen estableció monocultivos de pinos. “Los monocultivos forestales, en términos de biodiversidad, no son una buena idea. Querían especies que se adaptan muy rápidamente a las malas condiciones del suelo y produjeran madera muy rápidamente”, afirma Skulska.
Es más, estas “tierras baldías” sólo se consideraban como tales porque no estaban cultivadas, no porque no se utilizaran. Ahí pastoreaba la comunidad rural.
Pedro Prata, director ejecutivo de Rewilding Portugal, explica que hace cien años, antes de la Segunda Guerra Mundial, había muchos pastores que conducían sus rebaños de ovejas, cabras, vacas, etc., por el paisaje que mucho más utilizado en términos de recolección de materia vegetal. «Se utilizaba para todo, desde la creación de camas para los animales hasta el compost para el estiércol, el fuego y como energía”, anota.
La políticas de reforestación en el norte no sólo estaban impulsadas por el deseo de autosuficiencia, sino también por las estructuras sociales de la región. Una encuesta realizada en la década de los años treinta reveló que el 14% de los hogares estaban a cargo de mujeres solteras. El Estado atribuyó a la conducta sexual “indebida” de los pastores y pastoras, totalmente contraria a los ideales conservadores del autoritario Estado Novo .
La Junta de Colonización Interna, que implementó algunos planes agrícolas, intentó atraer colonos de áreas más densamente pobladas y “convertir a la población local a la actividad moralizadora de la agricultura”, como lo expresa el historiador Tiago Saraiva.
Si bien los paisajes se transformaron, no así la gente. La destrucción de las tierras comunales puso fin a muchas de las comunidades pastoriles que dependían de ellas. Lejos de crear los idilios rurales que los regímenes autoritarios de la época idolatraban, condujo a una migración masiva de las zonas rurales.
Paisajes fragmentados, comunidades fragmentadas
Las dos campañas tuvieron efectos inmediatos y profundos sobre los ecosistemas y la biodiversidad. La Evaluación de los Ecosistemas del Milenio, un proyecto multinacional que examinó el impacto del cambio de los ecosistemas en el bienestar humano a principios de la década de 2000, determinó que tanto la destrucción de los brezales en el Alentejo como los monocultivos de pinos en el norte contribuyeron a la fragmentación de paisajes autóctonos y a la aniquilación de especies autóctonas como los lobos, el lince ibérico y las águilas imperiales. Tal destrucción ambiental resuena hoy en día, y muchas especies siguen desapareciendo.
Lo más preocupante es que esas políticas contribuyeron a la despoblación de las zonas rurales y al “consiguiente abandono de la actividad agrícola” que continúa hasta hoy. La Evaluación de los Ecosistemas del Milenio considera que con los monocultivos de especies “de alto riesgo de incendio”, como el pino y el eucalipto, el abandono de la actividad agrícola es una de las principales causas de los incendios que en Portugal causan daños ecológicos casi todos los años.
Tierra abandonada
El abandono rural aumenta en gran medida el riesgo de incendio por la acumulación no gestionada de vegetación que puede alimentar las llamas. Los pastores que antes gestionaban la tierra mediante el pastoreo se han ido, y en han surgido matorrales sin gestionar y bosques no nativos. “Cuando hay abandono de las tierras, se impulsa el crecimiento de otras plantas y la desorganización de los bosques. Si hay un incendio, hay más combustible acumulado que no se gestiona. Los pocos animales domésticos de pastoreo que quedan se gestionan de un modo muy diferente”, dice Ermitão.
“No se conducen. Permanecen en un mismo lugar todo el año. Puede haber potreros completamente sobrepastoreados al lado de áreas con una acumulación total de combustible durante décadas”, dice Prata,
Una acumulación de combustible que puede ser significativa. Un estudio centrado en el extremo norte de Portugal entre 1958 y 1995 concluyó que la disminución de las áreas agrícolas y de matorrales bajos y el aumento de los matorrales altos y los bosques representaron un aumento de entre el 20% y el 40% en la acumulación de combustible. Por tanto, el estudio sugiere “que el abandono de las actividades agrícolas es una de las principales fuerzas impulsoras del aumento de la incidencia de incendios”.
El Instituto de Recursos Mundiales plantea que el cambio climático provocado por el hombre trae olas de calor extremas que forman “el entorno perfecto para incendios forestales más grandes y frecuentes. El abandono de la tierra y las especies propensas a los incendios proporcionan el combustible, el cambio climático es el catalizador.
Estos incendios forestales suelen ser devastadores. Destruyen la biodiversidad, dañan los bosques, alteran el ciclo del carbono y de los nutrientes , ademá erosión del suelo y flujos de escombros. También suponen una amenaza importante para la vida humana y tienen un grave coste económico para las regiones donde se producen. Aún no se conoce el impacto total de los incendios de este año, pero un informe del Banco Mundial señala que los del año pasado, que fueron una fracción, costaron unos 420 millones de dólares.
Tierras gestionadas como adaptación
Cuando se trata de prevenir estos incendios forestales, el mayor desafío es la gestión de la tierra, dice Ermitão. En un intento por abordar este problema, el gobierno portugués ha implementado políticas que requieren que las personas cuiden sus tierras, protejan sus aldeas y gestionen el exceso de vegetación que de otro modo podría convertirse en combustible para incendios forestales.
Mientras tanto, los pocos baldíos que se restablecieron tras la caída del Estado Novo están evolucionando hacia “paisajes en mosaico”, que combinan la agricultura, el pastoreo y la silvicultura de una manera que ayuda a controlar los incendios forestales, según Skulska. Esto, continúa, también favorece “los ingresos y una mayor diversidad de actividades”, lo que podría atraer a la gente de vuelta a estas zonas rurales.
Sin embargo, no todo el mundo está de acuerdo en que sean las personas las que deban gestionar estos paisajes. La intervención humana tiende a ser “sistemática y muy predecible”, y por tanto carece de los matices necesarios para unos ecosistemas sanos, afirma Sara Casado Aliácar, responsable de conservación de Rewilding Portugal.
Aliácar propone reintroducir animales silvestres que pastan para gestionar estos ecosistemas propensos a los incendios de una forma más holística.
“Los herbívoros salvajes están reduciendo la biomasa respetando la biodiversidad” mediante la dispersión de semillas y la creación de hábitats para otras criaturas como invertebrados e insectos, dice Aliácar, y “si los herbívoros salvajes están reduciendo la biomasa, hay menos cosas que quemar”.
Además, los animales salvajes como el bisonte europeo y los caballos salvajes también podrían mantener pastizales permanentes, que están “acumulando materia orgánica y carbono continuamente”, explica. Esto ayuda a abordar las causas inmediatas de los incendios al reducir la acumulación de combustible, así como el catalizador subyacente del cambio climático al secuestrar carbono de la atmósfera.
Casi un siglo después de que el Estado Novo implementara sus campañas agrícolas y más de 50 años después de la caída del régimen, Portugal todavía enfrenta las consecuencias del abandono rural y de los monocultivos forestales.
Ya sea a través de la legislación, la gestión comunitaria o la reintroducción de especies silvestres, el camino hacia la recuperación es lento y complejo, pero como la crisis climática provoca incendios cada vez más graves y frecuentes, es más importante que nunca enfrentar estas vulnerabilidades subyacentes.
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