Como reza el refrán, “algo tendrá el agua cuando la bendicen”. Y nosotros decimos lo mismo de Madrid. Algo tendrá cuando todas las cadenas hoteleras del más alto nivel han decidido sembrar en la ciudad una semilla con su ADN. En la encrucijada entre tradición y vanguardia, Madrid despliega su encanto cosmopolita, y las grandes cadenas hoteleras no han pasado por alto esta vibrante amalgama.
MANDARIN ORIENTAL RITZ
La luminosidad cautivadora del Mandarin Oriental Ritz Madrid es un retorno esplendoroso a la belle époque, según palabras del arquitecto Rafael de La-Hoz, encargado de su reciente cambio. La majestuosidad de sus cuatro metros de puertas de entrada, la apertura de un segundo acceso con vistas al Museo del Prado y la recuperación de la bóveda de cristal del Palm Court evidencian una reforma impresionante inspirándose en el Siglo de Oro español, Velázquez y el barroco.
La colección de arte comisariada por VISTO, guiada por la historia del Siglo de Oro español, incluye obras como Remolino del Retiro y Danza Abanicos y en las 153 habitaciones fragmentos de obras del Museo del Prado se entrelazan con la experiencia del huésped. Las emociones artísticas abrazan cada rincón, desde el vestíbulo hasta las suites, creando una atmósfera difícil de dejar atrás.
El Ritz, ahora Mandarin Oriental Ritz Madrid, tras una renovación de 99 millones de euros, vuelve a ser el epicentro de la aristocracia, la política y el espectáculo. Con el diseño de interiores a cargo de Gilles & Boissier y la oferta culinaria de Quique Dacosta, la esencia belle époque se mantiene intacta en este icónico hotel, concebido por Alfonso XIII para sus amistades aristocráticas y perdura como un oasis hedonista donde el tiempo se disfruta más que transcurre.
Nada más entrar, décadas de historia e historias se hacen realidad en una atmósfera etérea donde se puede percibir con claridad ese ambiente cargado de alegrías y algún que otro contratiempo y no resulta difícil sumergirse en ese inconsciente colectivo que en una pequeña parte permanece de forma intangible, pero que se respira desde el primer momento.
Comemos en el Jardín del Ritz y aunque el invierno aprieta, está acondicionado para poder disfrutar de distintos menús al aire libre con una selección de producto incomparable adaptado a la temporada, como bocados crujientes de tortilla, panceta y crema de huevo, el lenguado hecho en horno Josper o la Quique Sorpresa para acabar.
El desayuno también es una experiencia en sí misma, un despliegue de colores en forma de frutas y zumos se alinean en el corredor de entrada dándote la bienvenida a un día que no puede empezar mejor. En los menús de Quique Dacosta se refleja el arte y la maestría culinaria del chef, quien, además de dirigir los cinco espacios gastronómicos del hotel, ha dejado su impronta en desayunos, room service, afternoon tea y eventos.
Colaborando estrechamente con arquitectos, interioristas, sommeliers y bartenders, ha creado un espacio común donde los lenguajes se entrelazan y nutren mutuamente ofreciendo una experiencia única sumergiéndose en la despensa madrileña y recalcando cómo el entorno del icónico edificio condiciona su expresión culinaria.
En Deessa, presenta dos menús: uno con platos representativos de su carrera, y otro, Quique Dacosta Contemporáneo, donde reflexiona sobre la construcción considerando el espacio que habita. El menú, que te da la opción entre Tradicional y Contemporáneo, es una cascada continua de platos que despiertan la sensación de asombro en cada bocado.
La puesta en escena es didáctica, elegante y cercana, destacando la aparición del carrito del caviar y platos como la gamba roja de Denia, las ostras sobre emulsión de tomate o el arroz arbóreo de Colmenillas. La experiencia culinaria, maridada con caldos excepcionales, es simplemente inolvidable.
Para acabar, siempre es recomendable una visita al spa, ese espacio pensado en mármol y dorado (como la grifería del baño turco bañada en oro) que hace las delicias de nuestros sentidos y acalla el ajetreo diario, convirtiendo el disfrute en un bálsamo continuo mientras lo vives y después, porque sus efectos se alargan en el tiempo.
Sin duda este es un hotel donde pasan cosas continuamente, no hay más que sentarse en el amplio y luminoso lobby y observar el devenir de políticos, empresarios y socialités mientras te conviertes en un espectador de excepción del pulso de la capital, de la vida misma.
FOUR SEASONS HOTEL MADRID
Como un buque atracó el Four Seasons Hotel Madrid en el puerto de Madrid, en plena Puerta del Sol, durante la pandemia. A vista de pájaro, el hotel tiene una superficie como la de un barco, que abarca casi una manzana entera, pero hecho de retales, como un patchwork que conforman los cinco edificios diferentes que el grupo Lamela cosió unificando todo su interior en un ejercicio impecable de ingeniería arquitectónica.
Del interiorismo se encargó BAMO, que apostó por la sobriedad y el clasicismo, dándole a todo el lugar un toque elegante y atemporal.
El hall de entrada nos recibe con la ampulosidad de lo que fue un gran banco y sus dimensiones impresionan por la grandiosidad y calidez que rezuma. Dorados, mármoles, terciopelos y flores empapelan este espacio que te hace sentir sus hechuras desde el momento en que te dan la bienvenida a su universo.
El ambiente respira seriedad informal y los huéspedes se mezclan con visitantes en este espacio de glamour sereno que ayuda a la capital a posicionarse entre sus iguales a nivel europeo.
Se percibe con facilidad que el establecimiento se nutre de arte en muchas disciplinas como la pintura, la forja o el cristal, lo que aviva aún más el ojo del buscador de belleza, generando una sensación de bienestar en todas sus dimensiones.
Las habitaciones gozan de vistas a dos de las calles emblemáticas de la ciudad. Siendo espaciosas, llama la atención su buena distribución, que permite independencia y continuidad al mismo tiempo entre los distintos espacios. Cabe mencionar su piscina cubierta con spa, donde brilla con luz propia el mobiliario de Kettal, que también distingue la terraza adyacente con diseños de Patricia Urquiola para la firma y desde donde podemos gozar de una vista panorámica de la capital desde su mismo corazón.
Cenamos en Isa, el japonés que corona el hall de entrada con una decoración ligeramente más canalla y que hace del dinamismo espacial (son cuatro salas diferentes) una seña de identidad. Luces tenues, música de DJ y techos bajos invitan a la intimidad de una conversación alrededor de un cocktail como el lúpulo, que nos encanta.
Con la majestuosa entrada del Casino de Madrid como telón de fondo, empiezan a desfilar nigiris, sashimi, sushi e incluso wagyu por nuestros platos para dejarnos con la sensación de estar en el place to be. Su otro restaurante, Dani Brasserie, cuyo chef colaborador es Dani García, nos ofrece un menú lleno de alegrías con tartares que emocionan y unos langostinos en tempura que te obligan a pedir una segunda ronda.
El rib eye o su emblemática hamburguesa tampoco podían faltar para una velada deliciosa. El espacio aquí es un poco distinto al resto de la decoración, más desenfadado y atrevido en colores y mobiliario. Además, la atmósfera conseguida se combina a la perfección con las vistas que este ofrece sobre tejados y monumentos emblemáticos de su alrededor.
ROSEWOOD VILLAMAGNA
Lo que parece un bosquejo arquitectónico emerge de una ladera de la Castellana para hacerse firme a la vista en formas geométricas equilibradas. Un gran rectángulo se apoya con suavidad en una línea que se pierde y se confunde en ocasiones con los árboles que la acompañan.
Una entrada amplia y suntuosamente sencilla recibe ya desde fuera al huésped, que encuentra la bienvenida a un hall espléndido, bien calibrado en proporciones, que sirve de base para distribuir elegantemente todas las vivencias a las que puede optar el cliente, desde las habitaciones a los restaurantes o el spa.
La amplia habitación se articula con elegancia sirviendo de escenario a las imágenes cotidianas que se producen a la luz de un ventanal apaisado desde donde abarcamos un buen tramo de la Castellana. La principal arteria que vertebra la ciudad de norte a sur se ofrece generosa a servir de reposo para el ojo del cliente, que descansa entre su arboleda y las edificaciones que a distancia se disponen en el otro lado del paseo.
Su spa está envuelto en listones de madera que se hermanan con el mármol travertino y de su unión emana una atmósfera de tranquilidad que te embriaga. Sus puertas labradas con figuras que parecen sacadas de la obra de los Delaunay te abren el camino a universos diferentes dentro de la propia serenidad que se respira en todo el espacio. El masaje que resulta de una camilla calefactante y unas manos prodigiosas obra el milagro en sí mismo de sumergirnos en terreno del relax donde cuerpo y alma se calman para alcanzar una suerte de nirvana diminuto durante unos momentos.
Para saciar el apetito tenemos Las Brasas, que hace honor a su nombre porque todo es producto de temporada pasado por el fuego del sabor, desde verduras hasta carne o pescado. Otro de sus restaurantes es Amos, o debiéramos decir El Restaurante, porque con Jesús Sánchez al frente de sus fogones no se puede esperar nada que no se sirva en mayúsculas. Un menú degustación que te apremia al deleite paso por paso, 16 en total con entrantes como anchoa sobre una base de mármol, roca marina, setas salteadas con yema de huevo y trufa o el solomillo de vaca gallega como colofón te dejan satisfecho por dentro y por fuera con una sensación de completud que te acompaña el resto del día o incluso de la semana.
En Tarde.O no hay que perderse su jamón y su queso con la degustación de negronis. Espectacular. A destacar sin duda el desayuno con la buena disposición en las distintas mesas y la organización impecable entre cocina y servicio de mesa. ¡Chapeau! Acercarse al MAN (Museo Arqueológico Nacional) rehabilitado por el estudio de arquitectura Frade merece la pena en toda su dimensión. Hacer un recorrido por la historia real del ser humano es siempre una recompensa a la curiosidad y una bendición para el conocimiento.
THE EDITION
Cerca del Kilómetro Cero y a un paso del Teatro Real, la Plaza Mayor y el Palacio Real, el hotel se erige en la Plaza de las Descalzas en la antigua sede del Monte de Piedad, un edificio de líneas limpias y contemporáneas.
Desde el Jaff a de Tel Aviv no entrábamos en un templo de nuestro admirado John Pawson, pero nada más cruzar el umbral de sus dominios las sensaciones se agolpan enseguida, sencillez, espacios despejados por donde chorrea la luz libre de prejuicios y tranquilidad o más bien paz. Porque calma es lo que consigue este maestro del blanco en todas sus intervenciones ejecutando con maestría las reglas de la simetría, las proporciones y el color.
Dado el edificio tan singular donde se asienta el hotel decidimos experimentar los dos accesos a la propiedad. Primeramente, lo hacemos desde su cota más baja, la que da a un zaguán de dimensiones más que generosas vertebrado por una escalera en yeso de tipo orgánico que llena por sí sola el espacio.
Ese caracol que se eleva y nos eleva tiene el ADN Pawson en su helicoidal milagro estético y nos conduce sin prisa, pero sin pausa, permitiéndonos admirar el espacio que vamos dejando y del que somos centralidad necesaria. Un primor de subida que desemboca en la amplitud de un lobby aparentemente informal donde se mezclan huéspedes de todas las nacionalidades con público local para hacer una vida desenfadada repantigados en sus sofás.
La otra entrada es una obra de arte en sí misma, ya que una portada barroca de Pedro de Ribera enmarca una experiencia de luz, o debiera decir de luminosidad, que baña un arco de medio punto continuo y continuado y que nos lleva a modo de túnel a descubrir “el otro lado”.
La genialidad en la ejecución sería propia de Turrel, el escultor de la luz más actual y nos deja embelesados ese trayecto de pocos metros que se aleja de la sensación de claustrofobia que lógicamente debería transmitir para envolvernos en otra de relajación y sentimiento onírico de paz.
Ya estamos en el lobby, hayamos entrado por elevación o por inducción donde el ambiente es de bullicio callado porque la apertura visual y el despliegue del mobiliario así lo presentan. Es sentir que has llegado a un sitio que ya conocías de alguna manera y donde te sientes cómodo. Lograr ese sentimiento lleva mucho oficio detrás ayudándose incluso de una mesa de billar con tapete azul Klein de Emmanuel Levet Stenne, meticulosamente esculpida a partir de una única losa de mármol blanco Bianco Nevemate y que polariza la atención más inmediata dándole un toque más ligero, juvenil y contemporáneo a todo el conjunto.
Aquí los guiños a la cultura madrileña y española persisten, destacando un imponente tapiz de la Real Fábrica de Tapices y diversos mantones de Manila. La fusión de estos detalles se entrelaza con la presencia de diseños notables, como los sofás y sillones de Jean Michel Frank o los taburetes de bronce reciclado de Maison Intègre.
Las 200 habitaciones del hotel, incluidas las 23 suites, combinan paneles de roble oscuro con tonos blancos y cremas, muebles hechos a medida y texturas como el lino, la piedra caliza o la madera. El toque más distintivo lo pone el espectacular cabecero retroiluminado hecho a medida en yeso y que se inspira en la forma del pórtico barroco del hotel.
El spa hace de su vaporosidad una religión. Una legión continua de cortinas blancas sirve de cascada a la luz que resbala por ellas desde el techo hasta estrellarse en el suelo. Aquí, un facial de expertas manos hacen de nuestro rostro una transmutación en estado de gracia.
Subimos a la terraza que es una atalaya convertida en vergel para descanso visual y olfativo de los que la pueblan principalmente en verano. Desde su piscina infinity pool el ojo descansa en el cercano Teatro Real dibujando una silueta en sus dorados atardeceres que queda impresa en la retina.
Cuando la oscuridad se apodera decidimos cenar en su restaurante Oroya, palabra peruana que se refiere a una cuerda para intercambiarse comida entre dos pueblos que vivían separados por una montaña con forma de joroba. Una cocina fusión entre mediterránea, asiática y peruana.
Empezamos con un pisco souer y pinta bien. Los sabores que van llegando conquistan y colonizan nuestro paladar por su variedad y singularidad. Sabores desconocidos que despiertan nuestras papilas y avivan el deseo de seguir probando más y más. Interesante su Punch Room, que significa cinco en hindú, donde los cocktails tienen una combinación única de cinco ingredientes que son destilado, cítrico, notas dulces, dilución y nota herbal.
El sitio no te dejará indiferente con una decoración intimista y cercana para poder degustar esta experiencia única en la ciudad.
Acercarse al Museo Arqueológico Nacional, rehabilitado por el estudio de arquitectura Frade, merece la pena en toda su dimensión. Hacer un recorrido por la historia real del ser humano es siempre una recompensa a la curiosidad y una bendición para el conocimiento.
PALACIO DE SANTO MAURO
Explorar la majestuosidad del Hotel Santo Mauro (siglo XIX) en Madrid es adentrarse en una narrativa de elegancia atemporal y lujo discreto. Este enclave histórico, antaño residencia del duque de Santo Mauro, ha trascendido el tiempo, transformándose en un santuario de sofisticación en pleno corazón de la capital española.
Desde la imponente fachada que saluda a la ciudad hasta los rincones íntimos impregnados de historia, cada detalle de este hotel revela una historia fascinante y una hospitalidad que trasciende las expectativas convencionales. Un recorrido donde el encanto se encuentra con el refinamiento, porque el Santo Mauro no es solo un hotel, sino un capítulo vivo de la esencia madrileña.
Hay que añadir la seña de identidad que está impresa en toda la renovación de telas y papeles pintados que Lorenzo Castillo ha tenido a bien expresar en este su universo estético, que marida a la perfección con la propiedad en sí. Su brunch los sábados y domingos es un verdadero placer en sí mismo rodeado de belleza absoluta. Los platos van llegando en busca del tintineo de la plata sobre la porcelana de Wedgwood y el comer se convierte en una ceremonia donde saborear la vida. Para comer decidimos acercarnos a un clásico, Rubaiyat. Si hay un lugar en Madrid donde la exquisitez de la carne se convierte en una experiencia inolvidable, ese es, sin duda, Rubaiyat en Cuzco, junto al estadio del Real Madrid.
Este restaurante, con Diego y Víctor Iglesias al frente (tercera generación), ha sido un referente en la capital durante años, manteniendo su estatus como el destino gastronómico para los amantes de la carne. A pesar de lucir el cartel de “completo” con regularidad, este espacioso local no sacrifica la dosis justa de intimidad que los comensales desean.
Cada plato en Rubaiyat es un pasaje a Brasil, pero algunos destacan de forma especial, como el carpaccio de setas con el toque mágico del aceite de trufa; los canelones de bogavante que conquistan los paladares más exigentes; la carne, que por sí sola es ya una experiencia, y para cerrar con broche de oro, un crepe de dulce de leche coronado por una delicada yema de huevo. El servicio es amigable y cercano, lo que añade un toque especial a la experiencia. Sin duda, es uno de esos lugares a los que querrás regresar una y otra vez.
A media tarde queremos hacer realidad un masaje ayurvédico del que nos han hablado mucho, Harit, que nos queda cerca y decidimos probar. Llegamos a este piso adaptado, con aire hindú, que lleva liderando casi 25 años el Ayurveda en Madrid y diríamos que en España también.
Después de un masaje sentados nos tumbamos en la camilla y cuatro manos se apoderaron de nuestro cuerpo con el permiso del aceite de sésamo que hacía resbalar sus dedos con la sincronía de una coreografía pergeñada hace siglos en la India. Descargar músculos y reconectar energías no tiene secretos para estas terapeutas que se alinean con el ritmo para hacer de la experiencia algo inolvidable.
Para acabar, un hilo de aceite pendula sobre nuestras cejas cartografiando nuestros pensamientos e hipnotizando los sentidos para hacernos caer en trance. Queremos volver. Después de semejante comunión, quisimos cenar en otro clásico ya de la capital, Robata.
La realidad culinaria nipona se impone en todos los continentes y aquí convive con fluidez con una gastronomía peruana que se asienta en una elaboración compleja de los alimentos basándose en una tradición centenaria. Algo que ambas culturas tienen en común.
El callejón donde se ubica, en pleno barrio de Salamanca, nos recuerda las calles de Shibuya en Tokio nutridas de restaurantes-taberna. El recibidor y las coloridas cartas son un paso más que te predisponen a vivir la experiencia completa para acto seguido ser testigos de un desfile de sabores que se abre paso en nuestro paladar. Tiradito de pez limón, antikuchero, nigiri de toro, solomillo de wagyu junto al increíble crispy duck y un delicioso postre hacen las delicias de nuestras papilas gustativas y nos dejan con ganas de más, de mucho más.