Pareciera un empeño, a veces encubierto y otras desafiante, de destruir la naturaleza y el hábitat del Amazonas. Tan grande, tan rico, tan generoso. La mano del hombre y sus múltiples truculencias legales, de cabildeo, poder y dinero, se abalanzan sobre el esplendoroso territorio. Esta vez, el grupo indígena apiwtxa de la cuenca occidental del Amazonas, alertó de un proyecto de construcción de carreteras del que habían oído hablar pero que ahora está en marcha. Al acecho de la biodiversidad.
Aprovechando las bondades de la estación seca, más de 200 ashaninka de los pueblos de sawawo y apiwtxa a lo largo del río Amônia en Perú y Brasil, respectivamente, navegaron río arriba hasta las prístinas cabeceras en lo profundo del bosque. Allí, a la manera de sus antepasados, pasaron una semana acampando, cazando, pescando, compartiendo historias. Y disfrutando de los paisajes naturales y su amplia biodiversidad, relata Carolina Schneider Comandulli en Scientific American. Ella es investigadora y antropóloga PhD por la University College London. Y ha trabajado con pueblos indígenas en las selvas amazónicas desde principios de 2000.
Cuenta que fue entonces cuando se enteraron del proyecto de construcción de carreteras. ¿Acaso similar al denunciado caso de la carretera BR-319? Empresas madereras habían trasladado equipos pesados desde el Perú continental a un pueblo en el borde de la selva amazónica para abrir un camino ilegal hasta el Amônia. Una vez que el camino llegaba al río, los madereros usaban la vía fluvial para penetrar en la selva tropical y talar caoba, cedro y otros árboles. Los pájaros y los animales huyeron espantados por el chirrido de las motosierras.
Los pueblos indígenas enfrentarían un peligro letal. Tanto por los encuentros violentos con los recién llegados como por las interacciones casuales, que propagarían gérmenes a estos pueblos, a menudo con poca inmunidad.
Los apiwtxa en defensa del Amazonas
Esta zona fronteriza entre Brasil y Perú, donde la selva amazónica de tierras bajas desciende suavemente hacia las estribaciones de los Andes, es rica en diversidad biológica y cultural. Es el hogar del jaguar (Panthera onca) y el mono choro (género Lagothrix), así como de varios grupos indígenas. Sus paisajes protegidos incluyen dos parques nacionales. Y dos reservas para indígenas en aislamiento voluntario y más de 26 territorios indígenas.
El pueblo grande más cercano, Pucallpa en Perú, está a más de 200 kilómetros de distancia sobre un bosque denso mientras vuelan las guacamayas y es casi inalcanzable. Sin embargo, se puede acceder a la pequeña ciudad de Marechal Thaumaturgo en el río Amônia en Brasil en un vuelo chárter desde Cruzeiro do Sul. La segunda ciudad más grande del estado de Acre, y se encuentra a tres horas en bote río abajo de apiwtxa.
Por remota que sea, la región ha estado amenazada durante siglos por colonizadores que buscaban sus riquezas. En respuesta, los apiwtxa ashaninka se unieron a alianzas indígenas para luchar contra los invasores del Amazonas. O huyeron a bosques cada vez más profundos para escapar de ellos. Sin embargo, en la década de 1980, los avances tecnológicos hicieron que fuera mucho más fácil para los forasteros atravesar la jungla. Para la deforestación de grandes extensiones en el Amazonas, la ganadería, la agricultura industrial y el tráfico de drogas.
Este camino, el de los madereros, traería devastación, corrupción, degradación social y ambiental a la región y sus gentes.
Los apiwtxa ashaninka se adaptaron y respondieron a los ataques intensificados con tácticas de resistencia cada vez más sofisticadas y multifacéticas. Buscaron aliados indígenas y de la sociedad en general.
Unidos, preparados y aguerridos
Los apiwtxa, cuyo término significa unión, diseñaron y lograron una forma de vida sostenible a largo plazo. Agradable y en gran medida autosuficiente, mantenida y protegida por el empoderamiento cultural. La espiritualidad indígena y la resistencia a las invasiones del mundo exterior. “Vivimos en la Amazonía”, dijo el jefe de apiwtxa, Antônio Piyãko a Scientific American. “Si no lo cuidamos, desaparecerá. Tenemos derecho a seguir cuidando esta tierra y evitar que sea invadida y destruida por gente que no es de aquí”.
Los apiwtxa, junto con miembros de organizaciones no gubernamentales regionales, habían estado trabajando con el pueblo sawawo, en Amazonas. Primero en la línea de invasión para prepararse a resistir a los madereros. Cuando supieron que los madereros finalmente habían llegado, los miembros del comité de vigilancia sawawo viajaron por el Amônia en sus botes. Dos horas y media después se encontraron con dos tractores. Cargados con personas, alimentos, combustible y equipo para fundar una base maderera. Los vehículos cruzaron el río hacia el territorio ashaninka en Perú. Los defensores tomaron fotografías de la destrucción, entrevistaron a los madereros y regresaron a su aldea, donde tenían acceso a Internet. Informaron de la intrusión a las autoridades peruanas a través de una organización indígena local. Y solicitaron que un funcionario ambiental visitara para inspeccionar los daños. También compartieron las pruebas con los apiwtxa y otros aliados y acamparon en el lugar de la invasión, a la espera de refuerzos.
Los miembros de apiwtxa aparecieron poco después, en barco, y luego de nueve días llegaron a pie simpatizantes de tres ONG regionales. Más de 20 personas, encabezadas por una mujer que llevaba a su bebé, se colocaron frente a los tractores. Impidieron que los madereros cruzaran el Amônia.
Solidaridad y sentido de pertenencia
Los apiwtxa ashaninka, que tienen la reputación de ser guerreros feroces en el Amazonas, confiscaron las llaves de los atónitos conductores.
El funcionario llegó al día siguiente. Escaneó superficialmente el daño ambiental y exigió las llaves del tractor, que los asháninka le entregaron. No obstante, la gente de Sawawo mantuvo una presencia en el campamento durante meses para asegurarse de que los tractores no se usaran para un nuevo asalto a la región. Y las ONG aliadas alertaron a la prensa sobre la intrusión.
Las empresas madereras abandonaron el territorio. La resistencia indígena decidida pero no violenta, junto con la presión de los medios globales, los había desconcertado temporalmente.
Sin embargo, cuando el pueblo de apiwtxa estaba organizando una reunión de grupos indígenas locales para discutir las crecientes amenazas que representan los madereros y los narcotraficantes, el gobierno peruano autorizó la recuperación de los tractores. Desde entonces, una de las empresas reanudó sus esfuerzos para ingresar a la región. Utilizando una táctica comprobada: divide y vencerás. Esto es, convencer a los líderes indígenas individuales para que firmen contratos de tala con ellos. La lucha que los Ashaninka han librado durante décadas continúa.
Pero ya más organizados.
Con el fin de proteger su territorio de 87.205 hectáreas Terra Kampa do Rio Amônia de la deforestación. Y defender los derechos y la cultura ashaninka, apiwtxa ha utilizado el mapeo 3D participativo para demarcar y apoyar la gestión comunitaria de las tierras indígenas. Utilizando tecnología innovadora para complementar la participación comunitaria generalizada.
La huella de los apiwtxa
apiwtxa creó un plan de gestión para el territorio ashaninka, en Amazonas, pero que puede ser ejemplo para otras comunidades en Brasil y el mundo.
El grupo también estableció un centro educativo que promueve prácticas agroforestales sostenibles con las comunidades ashaninka en Brasil y Perú. Así como con otros grupos y centros educativos indígenas y no indígenas. La escuela coloca el intercambio cultural y la inclusión social en el centro de la educación ambiental. Al tiempo que lidera actividades de restauración y vende artesanías y productos forestales no maderables a través de una cooperativa. A través de sus diversas iniciativas, apiwtxa ha desarrollado una estrategia cohesiva para defender las tierras indígenas y mejorar los medios de vida de las comunidades.