Hay un New York Times best-seller que todos deberíamos leer.
Es el tipo de libro que te da rechazo cuando lo ves en el buró de alguien de tu familia. De tu suegro o de tus papás. Tal vez también en el buró de tu hermana que está por casarse.
Es el tipo de libro que da rechazo cuando una persona se lo regala a su pareja, como diciéndole, en el peor de los casos: “date cuenta cómo todos nuestros problemas derivan de que tu no entiendes lo que es el amor” y en el mejor de los casos: “descubramos juntos como podemos amarnos mejor”.
Por eso los consejos de Gary Chapman y sus 5 Lenguajes del Amor venden tantos libros. Porque para demostrar amor y que esa demostración sea correctamente recibida, solo tienes que entender cuál es tu lenguaje y cuál el de tu pareja:
- Lenguaje #1: Palabras de afirmación.
- Lenguaje #2: Tiempo de calidad.
- Lenguaje #3: Recibir regalos.
- Lenguaje #4: Actos de servicio.
- Lenguaje #5: Toque físico.
¿Te vieron a los ojos mientras platicaban o te acariciaron el brazo mientras veían Game of Thrones?
Para los tipo 2 o las tipo 5 esa es la forma de sentirse amados.
¿Te trajeron tus chocolates favoritos de su viaje o te regalaron el cinturón que querías pero que no le habías dicho a nadie?
Eres tipo 3. Te sientes amada cuando te dan regalos y sabes que tu pareja está pensando en ti aun cuando no está contigo.
¿Te recogieron a los niños de la escuela para que pudieras tomar el Zoom desde tu escritorio y no desde el coche?
¿Cómo no vas a amar a tu pareja que sabe que eres tipo 4 y te demuestra su amor con actos de servicio?
Cuando leo el libro de Chapman me explico muchas cosas y aún, aún hay algo que no está ahí. Como cuando ves una película muy bien hecha, pero no termina de darte todo lo que promete.
Tal vez la mejor forma de vislumbrar eso que no está contenido en los 5 Lenguajes del Amor, es que platique sobre el gato de mi hermana.
Este gato se pasa el día frotándose en las paredes y en las esquinas de las sillas y los sillones. Camina lentamente y se arrima al vértice para masajear el largo de su torso y su pelambre. Pero él no es un gato que se diga a sí mismo: “Soy un gato que aprovecha cualquier esquina de silla para frotarse contra ella”. Solo va y lo hace.
Así también es el amor. Frotarse contra algo sin saber que es algo que haces.
Si un día estás del otro lado del mundo a ocho horas de diferencia y tu pareja te pregunta si desayunaste o no, no es porque tu pareja se diga a sí misma: “Soy buena esposa porque le pregunto a mi marido si desayunó”. Solo lo pregunta y ya. No es su forma de mostrar que le importa. No es su forma de echarle ganas a la relación. Solo le importa y ya. Y le importa a un nivel inconsciente, como a la gente que le importa tomar agua y no tiene que etiquetar o planear esa acción como algo importante en su vida. Para el amor, preguntar si tu pareja desayunó es una de las formas de frotarse en las esquinas de las puertas.
Imagínate que llevas 20 años casado, estás bañándote antes de irte a la oficina y tienes poco tiempo. Tu esposa entra al baño y te dice: “No me mandaron el sobre de tu oficina”.
En menos de dos microsegundos, le gruñes un imperativo gestual y fónico que dice: “Salte del baño ahora mismo”.
Este gesto viene automático porque tu cuerpo y tu mente procesaron su entrada al baño de varias maneras:
- No me gusta que me interrumpan en la regadera.
- Tengo un complejo no resuelto y no me gusta que me vean desnudo.
- Tengo prisa y no vengas a entretenerme.
- Ya deja de reclamarme que todo lo que hago está mal.
- Ni me saludas y ya estás pidiéndome cosas.
- Me interrumpiste la idea que estaba pensando y ahora no me acuerdo qué era.
- ¿Por qué te urge tanto el sobre? Seguro no estás bien organizada.
Esto no es un posanálisis. Todo eso sucede dentro de ti, -o de mí, pero prefiero hablar en tercera persona-, en el mundo no-verbal, en el mundo intuitivo, en el mundo inconsciente donde habita el amor.
Me imagino que si existieran aparatos para detectar todo lo que sucede en el cuerpo en esa interacción de menos de dos segundos, no solo se podrían detectar estos pensamientos que no son pensamientos, sino la forma en la que se eriza la piel, se secretan neurotransmisores y se mueven las bacterias con las que cohabitamos en nuestro cuerpo y nuestro baño.
Es en ese espacio de interacción constante donde se va tejiendo el amor de pareja.
Uno ve a su pareja desnudo en el baño, pero esto no es el amor. El amor es ver desnudo a tu pareja de las cosas que ni él sabe de sí mismo. Ni tú. Dos desnudos que se ven y se tocan, y no saben que están desnudos. No saben que la desnudez esconde los millones de mundos que los acercan.
Analiza tu conversación con tu pareja en Whatsapp. Además de todo lo técnico que se resuelve por ahí o que se va quedando sin resolver, ¿puedes leer los mensajes de hace dos días o de hace dos años o diez y saber exactamente qué es lo que estabas sintiendo en ese momento que escribías?
¿Cómo es posible que lo sepas?
Y no, no me refiero al mensaje de hace unos meses que tuviste que reescribir más de cinco veces para poder expresar una emoción, me refiero al mensaje cuando le decías que estabas por despegar, o que ya habías recogido el paquete de pescado y que ibas de regreso a la casa. Es decir, cualquier mensaje de los millones que le has mandado.
Detrás del mundo de las palabras y las resoluciones de vida práctica, hay una corriente subyacente en esa comunicación que te hermana a tu pareja a niveles que nunca podremos reducir a ningún tipo de lenguaje. Aunque lleguemos a usar, de hecho ya se usa, la mecánica y la computación cuántica para explicar el amor.
Hay cosas que nos constituyen y no se pueden hablar en terapia. No por vergüenza, no para evitar herir al otro, sino porque ni siquiera las podemos nombrar. Están fuera del radar y siempre lo estarán. Tu terapeuta, con todos sus diplomas en la pared, tampoco es consciente de que ese mundo no-hablado sucede con su propia pareja o expareja. Luego parece que todos los terapeutas están divorciados.
El amor es poder diferenciar con la piel, no con el lenguaje, los 50 tipos de suspiros que haces frente a tu pareja. El que haces cuando llega el estado de cuenta de la American Express, el que haces cuando tu pareja no se detuvo correctamente para pasar un tope cuando manejaba y tú estabas de copiloto, el que emites cuando protestas silenciosamente al darte que cuenta que está noche no habrá sexo.
Ese último suspiro no es solo de frustración. Es también de enojo-odio-alivio-resolución. Algo que no se puede nombrar y aunque se parece al de ayer, es ligeramente diferente porque cada día, cada noche, es diferente. La química de ese aliento exhalado nunca podrá ser descrita por los químicos y las supercomputadoras. Solo tu pareja podrá detectarla -no explicarla-, y sentir, no en ese momento, pero en alguna mañana siguiente de alguna semana siguiente, que ese ser con quien comparte cama es el ser con el que quiere y necesita estar.
Aún cuando en palabras y mensajes de WhatsApp, se intente o se evite hablar de esos temas. Aún cuando hay temas que nunca serán temas porque nunca podrán ser nombrados.
Dicen que el cerebro es la entidad más compleja del universo. Yo creo que el matrimonio es igual. Un espejo de la complejidad de aromas, narrativas, miradas, danzas, hormonas, explicaciones, negociaciones, ópticas, deseos, miedos, alientos, roces, emails, recuerdos, necesidades, conversaciones, microbiomas, sueños, salivas, preguntas, asombros, orgasmos, dialécticas, jaloneos, duelos, empujones, suspiros, decepciones, descansos y las creaciones constantes y cambiantes que constituyen la realidad. La pareja es un espejo del universo. El universo se espejea en la pareja. En la mirada de paso entre que uno se viste y el otro se peina frente al espejo doble.
Por eso me tensa y me alivia cuando un New York Times best-seller lo reduce a 5 Lenguajes que te compran la felicidad y la longevidad de la pareja.
Por eso me tensa cuando el amor se describe como una perfecta lubricación. Porque todos sabemos, o al menos hemos sentido, que el buen sexo y el buen amor, siempre es la tensión entre la fricción y la lubricación. No una y después otra. No otra y después una. Sino ambas al mismo tiempo. Justo porque hasta en el lenguaje esto no tiene sentido.
Y ni dios, ni el diccionario, ni mis lectores, pueden ver debajo de las sábanas. Ni yo tampoco puedo ver debajo de las sábanas. Por eso intuyo que eso es amor.
Amor cuando observo noches interminables a estos dos leones descansar sobre el tempurpedic rozándose los talones. En posición fetal, a veces de espalda, a veces de frente, a veces de cuchara, a veces en otra cama.
El tempurpedic sabe que si la pareja se separa, si la muerte se lleva a uno de los dos leones, el nivel de extrañamiento que sufrirá el que se queda, no es el de las noches gloriosas, sino el de sentir con la piel la voluntad del otro de compartirle lo que ni sabe que posee.
Como si uno compartiera, noche tras noche, año tras año, década tras década, su propia muerte, los aspectos que están muertos debajo de las sábanas y que son aún más presentes que la rutina que tiene una identidad, una cuenta bancaria, un nombre y apellido, un rol en la familia que se desempeña con claridad.
¿Es incomprensible esto?
Eso es el amor.
La irrepresentatividad del proceso.
Cómo me gustaría que una película de Netflix, o una tesis posdoctoral en neuro-psico-endocrinología, lo pudiera reflejar. Pero no. En ese caso no sería amor. Porque el amor es en la medida que es un no-lenguaje. Inalcanzable aún por el mejor arte. Inalcanzable aún por letras que se venden mucho o que no venden nada, como las presentes, que intentan ver debajo de las sábanas.
Cuando dices Te amo, la energía de esas palabras está en lo que nunca podrás abarcar de ti ni del universo. Dices te amo con todo lo que no eres.
Te amo, como si los dioses espiaran a las parejas para ver de qué se trata ese proceso que inventaron.
Te amo, desde la no-aceptación de mi pequeñez y finitud.
Te amo, como los dioses desnudos que viven bajo nuestras sábanas y que no saben que eso se llama dios. Que no saben que hay sábanas de realidad que siempre escaparán su omnisciencia.
Esos dioses, o felinos, que regalan lo que no es suyo.
Esto es tan íntimo que nadie lo va a entender. Ni yo.
Quiero ser gato.