Por Iñigo Aduriz
10/12/2017
ENTREVISTA | LORENZO SILVA. Escritor
El escritor Lorenzo Silva (Madrid, 1966) está en contacto directo con el periodismo y la libertad de prensa, no solo porque cada día lee casi todos los periódicos, sino también porque colabora con distintos medios de comunicación. El madrileño, galardonado con el Premio Nadal (por El alquimista impaciente, en 2000), con el Planeta (por La marca del meridiano, en 2012) y que este año ha recibido la Gran Cruz de la Orden del 2 de Mayo de la Comunidad de Madrid, reconoce la precariedad del sector y reconoce que existe una crisis de la libertad de prensa aunque reniega de visiones apocalípticas. Tanta es la influencia de las redes sociales que, insiste, no le gustan, que considera que el fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, tiene hoy “más poder que todos los medios juntos”. En esta entrevista que tiene lugar en la sede de Cambio16, poco después de que presentara su último libro Sangre, Sudor y Paz (Península, 2017) advierte de que le preocupa especialmente la situación del derecho a la información en México, Venezuela, Siria o Afganistán. “Dar una noticia aquí es complicado. Darla en Kabul es jugarte la vida”, recuerda. Preocupado especialmente por la situación social de Cataluña, Silva destaca el papel que ha tenido la prensa en la difusión de las ideas y cómo la crisis catalana ha dejado en evidencia los intereses de los grandes medios de comunicación españoles.
¿Cómo ha llegado Cataluña a esta situación de división social?
Es una historia larga y compleja. Y tendemos a renunciar a la complejidad. Hay una enorme concurrencia de culpas. Porque hay gente que no ha sido diligente, gente que ha sido negligente, gente que ha sido maliciosa, gente que ha sido imprudente o gente que ha actuado dolosamente. El Gobierno español ha sido poco diligente y negligente en abordar un problema que claramente se estaba saliendo del cauce, por no haber actuado antes para tratar de encauzarlo. Se podía haber hecho hace cuatro, cinco, seis o incluso siete años y no se hizo absolutamente nada. Se dejó que el asunto siguiera progresando desbocado. Pero quienes han impulsando el procés independentista de Cataluña han renunciado prácticamente a todo. El procés es un movimiento con un caudillo y unas masas. No es ni un Estado de derecho ni nada que se le parezca remotamente. Firmaron un papel diciendo que la República catalana es un Estado social y derecho. Y no sé qué tendrán pensado, pero yo he vivido en Cataluña y es una sociedad con enormes recortes de los servicios públicos. Yo los he visto degradarse ante mis ojos los en los siete años que viví en Cataluña. Paralelamente, los cargos públicos catalanes son los mejor pagados de toda España con muchísima diferencia, por lo que tengo dudas de que eso sea un Estado social. Cuestiono también que haya sido democrático cuando las deliberaciones han sido secretas, no se votaron, y se hicieron fuera del Parlamento en despachos y clandestinamente. Y pensar que sea de derecho un lugar o un espacio político donde la ley se cambiaba cada mañana…
¿Ha estado la prensa a la altura de lo que ha sucedido?
Partamos de la realidad. La prensa padece una precariedad económica enorme. Y buena parte de los medios se han echado en brazos de poderes –no solo el público sino también económico- para tratar de salvar su cuenta de resultados y pagar las nóminas. Podría ponerme estupendo y decir que eso es completamente inmoral pero cuando uno tiene 100 trabajadores y 100 familias que dependen de que su empresa no quiebre, a lo mejor tiene que forzar un poco las cosas. También creo que la prensa, aunque esté en esta precariedad y tenga este grado de exposición económico, debería ser consciente de que hay líneas que no se pueden traspasar. Porque a partir de ahí es posible que se salve la empresa, pero que se tumbe la cabecera y la marca como medio comunicación y expresión de opinión valiosa. Entonces se sitúa enseguida bajo sospecha.
Cree, entonces, que procesos como el catalán hacen daño a la prensa y a la libertad de expresión.
Leo la prensa catalana y la española desde hace muchos años, leo muchos medios cada día. Y veo muchas noticias e informaciones que siento que están escritas al dictado. También veo cómo ciertas realidades se subrayan y cómo otras se ningunean.
¿Se atreve a afirmar que en la actualidad nos encontramos ante una crisis de la libertad de prensa en España?
Existe una crisis, pero tampoco nos pongamos apocalípticos. Es muy difícil hacer prensa de calidad, libre y que aliente una visión crítica de la sociedad en España, pero no es imposible. Y al igual que le digo que leo muchas piezas que siento que están escritas al dictado, también leo en la prensa española y además en todos los medios, informaciones en las que veo que hay afán contar la verdad, aunque sea incómoda.
Faltan lectores. La gente joven no compra el periódico.
También hay que adaptarse. Y, es curioso, porque es verdad que pocos jóvenes leen periódicos y los compran en los quioscos. Pero, aunque a mí no me gustan, las redes sociales se han convertido en grandes colectoras de información y de opinión. Si uno lo analiza, encuentra que buena parte del alimento que van recibiendo esas redes sociales es, precisamente, el producto de los medios tradicionales. Tengo hijos adolescentes que, a través de ellas, de repente se leen un artículo de seis páginas de El País o de The Economist porque encuentran un tema que les interesa. Han variado los caminos por los que se llega a la información, pero la gente sigue necesitándola. Y sigue agradeciendo la información que tiene verdadero contenido y en la que intuye que realmente se ha realizado un trabajo de averiguación de una buena historia y se ha intentado contarla bien y propiciar o promover una reflexión interesante. Lo aprecia porque la gente no es tonta y no ha perdido la capacidad de valorar lo que tiene peso informativo.
Las redes sociales también ensucian en cierto modo la información. ¿No atentan a veces contra ese derecho?
Sí, pero también generan sus anticuerpos. Con todo esto que ha pasado en Cataluña sobre lo que han circulado imágenes falsas, las redes difundieron primero esos fake news, como dice Donald Trump. Pero apenas cinco horas después alguien las pilló y las propias redes generaron los anticuerpos para dejar esa mentira en evidencia. Usuarios que habían picado en la foto acabaron leyéndose artículos que contaban no solo cómo se había manipulado eso, sino también de dónde venía. Las redes son un magma, pero creo que es una realidad que está ahí con la que hay que convivir. Los medios, si son inteligentes y crean contenidos de interés, pueden incluso contrarrestar esas derivas patológicas.
¿Existe autocensura? ¿Cree que los periodistas tienen cada vez más miedo a perder sus trabajos?
Percibo que la gente está más tensa y hay quien tiene miedo. No todo el que ejerce el periodismo lo hace en las mismas condiciones ni tiene los mismos recursos. Hay quien lo hace cautivo de un medio que es de su empleador, que le ingresa la nómina con la que paga su hipoteca. Otros escribimos en los medios teniendo otra profesión, porque los periódicos nos llaman. Pero no dependemos económicamente de eso.
Son más libres, entonces.
Claro, tengo mucha más libertad. Escribo en varios medios, por lo que, si me peleo con uno, tengo otros. Alguna vez he decidido yo mismo interrumpir esa colaboración. Me han intentado llevar por algún lado por el que no he querido ir y tan amigos, porque entiendo la libertad que tiene un medio para decir cuál es su línea editorial. Pero he sido un privilegiado porque me he beneficiado de una gran libertad.
Se habla de que estamos en la era de la posverdad. ¿Es así?
La posverdad es un neologismo para designar una forma de la mentira. Está relacionada con los medios y, en su propia concepción, que es antitética, lo que intenta plantear es en qué medida mentir a través de medios que amplifican la mentira, ya sea un medio de comunicación o las redes sociales, tiene un efecto más nocivo que la simple mentira. Es una mentira amplificada y con ropajes de verdad para superarla y suplantarla por una verdad alternativa. Ese es el efecto realmente nocivo de la posverdad. La amplificación pasa por los medios de comunicación, pero también por la falta de control, de criba y de filtro que tienen las redes sociales como medios de difusión. Yo estoy en Twitter porque es la que me quita menos tiempo y porque, aunque me genera mucho ruido, también me aporta bastante contenido valioso. Hay veces que me planteo si no sería posible establecer una herramienta en la propia aplicación que me exonerara de leer automáticamente todos los tuits en los que aparecen personas que cometen faltas de ortografía, o profieren insultos, exabruptos e imperativos. No sería muy difícil desarrollarlo. Es cierto que leo muchas cosas interesantes, pero tengo que ir apartando a esa hojarasca de gente que o me lee la cartilla, me insulta o ni siquiera sabe escribir en castellano.
Usted está en contacto directo con los lectores. Por un lado, porque es escritor y, por otro, porque ejerce de cartero –recibe las cartas al director– de una revista. En esos escritos, ¿percibe una mayor preocupación por la situación de la prensa y por la posverdad?
Existe una gran preocupación por todo ello. Llevo haciendo esa labor desde hace unos cuantos años y he visto cómo en ese termómetro afloraban por anticipado preocupaciones que luego han emergido en la sociedad. Por ejemplo, sobre la salud o la educación y, en cierto modo, el 15-M empezó a darme la cara en las cartas que recibía cada semana. Existe una preocupación creciente por la manera en la que la sobreinformación está deteriorando y perjudicando el conocimiento. Tener tanta información y que ésta esté tan llena de ruido a veces hace que la comprensión que tienen las personas de la realidad sea peor porque está distorsionada y empobrecida. Eso se produce por lo que generan las redes y los mecanismos de represión y de mediatización de las opiniones e informaciones que se expresan y difunden.
¿Se autocensura usted a la hora de elegir las cartas?
No. Solo si la carta contiene términos injuriosos, ofensivos o gratuitamente violentos hacia alguien, no la puedo publicar por muchas razones. Esa es la única restricción. Las cartas son de todas las orientaciones ideológicas y tan pronto critican una cosa como la ensalzan.
¿Hay una crisis global del periodismo?
Siempre ha vivido en crisis. Hace unos meses estaba haciendo un libro sobre la España de los años 20 y 30 y manejaba mucha hemeroteca. Me encontraba con que a veces faltaban informaciones y otras llegaban cinco días después. Hasta que caí en que lo que pasaba en España en esos años era que la libertad de prensa estaba suspendida. Al final de la restauración y con la victoria de Primo de Rivera estaban suspendidas las garantías constitucionales. Se escribían periódicos que pasaban una censura previa. La verdadera prensa, la que intenta contar la verdad incluso si es incómoda para el que manda, siempre ha estado en crisis, y siempre estará en crisis. Tendrá que aprender a sortear las zancadillas que inexorablemente le van a poner los poderosos.
¿Hay algún país que le preocupe especialmente?
Sí, hay lugares en los que la crisis es pavorosa. Pienso en países como México, Venezuela, Siria o Afganistán, donde directamente no hay prensa. Aquí dar una noticia es complicado, penoso o molesto. En Herat o en Kabul darla es jugarte la vida literalmente.
¿Sigue la prensa siendo el cuarto poder? ¿Aún le temen los poderosos?
A la prensa los poderosos la temen menos porque la tienen más domesticada, disponen de más posibilidades de intimidarla y, sobre todo, han surgido poderes alternativos. En el mundo contemporáneo el gran poder es la tecnología y lo ostentan quienes la administran y tienen éxito global en la distribución y en la implantación de productos tecnológicos. El señor [fundador de Facebook] Mark Zuckerberg, sea quien sea y represente a quien represente, tiene más poder que todos los medios juntos.