Estoy en movimiento. Camino por el cuarto y observo las paredes. El techo.
Empiezo a sentir las plantas de mis pies tocar el suelo, pisar con fuerza y levantarse. Parece que es la primera vez que camino. La tela de mi pantalón se estira y se afloja en mi rodilla. Me doy cuenta de que estoy sin zapatos y de que mi piel toca la piel de la madera en la que camino.
De pronto, levanto la mirada. Hay otras personas en el cuarto. Caminan como yo, pero no me miran. También ven el techo, las paredes, el suelo, la suave música que envuelve el espacio y nos absorbe.
Sigo en movimiento, ahora mis brazos más vivos, más despiertos. Mi mirada está tranquila, siento levedad y presencia. De pronto, un chasquido en mi columna vertebral, un despertador que siente que por fin estoy aquí. El Retiro ha comenzado y ésta es la primera actividad. Tantos preparativos y por fin aquí. Me balanceo en levedad y se empiezan a abrir los portales.
Cruzo la mirada con una extraña y nos evitamos. Después me enteraré de que ella está empezando a sanar su desconfianza a lo masculino. Nos piden que nos detengamos. Me detengo. Que nos acerquemos a alguien. Me acerco. Que nos miremos. Lo hago.
Ahora, que sigamos moviéndonos en el salón. En libertad.
Veo el techo y me siento aquí. Mi cuerpo despierta, pero no el que hace ejercicio, sino el que lleva un tiempo dormido, o más bien, desatendido. ¿Hace cuánto no siento mi cuerpo? ¿Hace cuánto no me siento en mi cuerpo? ¿Hace cuánto llevo viviendo como si mi cuerpo fuera algo y yo soy otra cosa?
De pronto, ahí está otra vez. La mirada extraña de la que ya no lo es tanto. Aunque solo hayan pasado tres minutos. La sostenemos, sonreímos levemente y re-conocemos.
Aquí estamos. Con todo lo que traemos, con todo lo que somos.
Y está bien.
Si el Retiro se acabara en este momento, me daría por bien servido. Aunque aquí voy a quedarme para ver que sucederá. Que sucederá conmigo.
La primera regla del Retiro es hablar siempre en primera persona. Lo intento.
Este es mi primer retiro. Bueno, no. Pero así se siente. Y así se sintió el primero y el segundo.
Qué bueno que el retiro nunca sea tan familiar. Por eso me voy de mi vida, y me retiro, y encuentro al mismo extraño de siempre, pero esta vez no sabe, no sé, cómo reaccionar.
El círculo de compartir me ayuda a presentarme por primera vez. No a los demás, o sí, pero presentarme, meterme a este presente, e intencionar, por qué estoy aquí.
No he tenido tiempo. No he tenido espacio. Ne he tenido la energía para observar. Y sí, quiero descansar y olvidarme, pero no, lo que quiero es recordarme y activar. Suena contradictorio, pero este círculo está listo para sostener a los que se contradicen.
Todos estamos contradecidos. Unos callan, otros piden ayuda, otros siguen en casa acomodando pendientes y preguntándose de qué se trata este círculo de alcohólicos anónimos.
De pronto una historia conecta. Sus lágrimas parecen ser las lágrimas de todos. Y el chasquido en la espalda te agradece sentir algo que traías reprimido.
Lo cierto es que nadie tiene la respuesta. Y el círculo deja claro que no estamos aquí ni para buscarla ni para darla. Ni siquiera para dar seguimiento a lo que la persona de la derecha acaba de compartir. Cuando levantas la mano, cuando la levanto, no tengo que hilar la historia de alguien más con la mía. Solo compartir lo que sea que venga y ese es el hilo.
Las personas que nos parecían extrañas cuando asignamos las habitaciones empiezan a cobrar un matiz más profundo. No solo es la madre que se siente culpable por dejar a sus hijos por cuatro días, sino la niña que se casó muy pronto, y nunca se ha separado de ellos. Está dudando si estarán bien, si está haciendo lo correcto, si de verdad puede traer a esa niña al Retiro en vez de a la mamá que está cansada y perdida.
No solo es el que no ha resuelto sus finanzas. Es el soñador que quiere cambiar el mundo y ya se dio cuenta que, aunque trate y trate, el único que tiene que cambiar es él mismo. Y dice que no sabe cómo. Pero nadie lo sabe. Y de eso se trata el Retiro, aunque parezca lo contrario.
No solo es la chamana que sigue llorando la muerte del hijo no nacido, sino el coloreo que ese episodio ha traído a todos sus proyectos y la motivación detrás de ellos. Hasta que no hay suficiente silencio, uno no se da cuenta de los episodios que siguen coloreando su vida, aunque creíamos ya tenerlos superados.
Pero todo esto no se dice, sino que se va sintiendo en el cuerpo. Y eso sí lo describimos como lo que es: un calor en el pecho, un hoyo en la panza, una temblorina en los ojos, la espalda contraída. Y no nada más por llevar horas sentados en el suelo.
Cuando llegamos a preparar todo el día de ayer, puse dos cajas de kleenex en cada costado del salón. El guía del taller se rió. Pon las 12 cajas, me dijo con seguridad.
Se cierra el círculo inicial, pero el portal ha quedado abierto. Nos quedan cuatro días de exploración, de incertidumbre, de hacer algo que nunca hemos hecho antes, porque en total presencia, todo se siente como la primera vez.
Meditaciones estacionarias y en movimiento. Meditaciones inconexas y ruidosas, meditar mientras brincas sin parar. El cuerpo trae a colación lo que no se le ha permitido colar por tanto tiempo.
A algunos el chasquido les cae en medio del ruido, a otros en el temazcal, a otros mientras saborean los rábanos rayados con limón y sal cuando las actividades matutinas han terminado. Para algunos, el chasquido es preguntarse: ¿por qué a mi no me ha llegado el mío?
Veo gente acostada en el pasto, escribiendo en su diario, tomando una siesta en la hamaca. Veo gente que se queda parada en medio del camino saludando al sol y apagando su celular porque la falta de señal ya no le preocupa tanto.
Esta comunidad de apenas unos días parece una secta. Un manicomio de silencio.
Estamos en otra dimensión. Tocamos cosas que han sido intocables. Las desconfianzas inamovibles, las violaciones no registradas, los duelos no dolidos, los gritos no gritados, los enojos no enojados.
El silencio y el ruido inician algo que las palabras no hubieran podido iniciar. Primero retirarnos del ruido de la rutina, luego permitirnos sentir y solo luego, intentar narrarlo.
Al narrar a los demás des-cubro más creencias que llevo años confundiendo con verdad. Y como esta realización en mi cuerpo puede recolorear mis proyectos, mis relaciones y mi historia posible del futuro.
Hay gente en re-conciliación. A veces con otra persona cuando vuelvan a casa, a veces reconciliándose con la idea de que no quieren volver a verla.
Me marca cuando veo a uno de mis guías llorar con el moco colgando hasta el suelo. No es su llanto, es sentir que estamos hechos de miles de dimensiones que nunca acabaremos de reconocer.
Me pregunto cómo podré llevar este estado a mi lunes y a mi martes. Cómo podré traer esta esperanza, claridad, confianza, sonrisa corporal, soltura de cadera, presencia radical, a la prisa y al caos de mi vida. Cómo podré conectar con otros que no han conectado así.
Imposible. Pero al menos, ya sentí el chasquido de una posibilidad.
No soy yo y mi cuerpo, soy cuerpo. No soy yo y mi rutina, soy rutina. No soy yo y mi familia, soy familia.
A los que vamos a retiros nos es muy difícil describirle a los demás lo que ahí sucede. De hecho, hasta a nosotros mismos nos es difícil recordar esa significancia cuando ésta ha pasado.
Lo que pasa en el Retiro se queda en el Retiro. No porque hayamos hecho travesuras, sino porque hemos entrado a otra dimensión y no sabemos como traerla de regreso.
Aunque eso es justo de lo que se trata.