Richard Clouet, Universidad de Las Palmas de Gran Canaria
Desde su aparición en China en diciembre de 2019, el coronavirus, además de constituir un grave problema sanitario, se ha convertido en un factor de incidencia política y sociocultural a nivel mundial. Por una parte, nos enfrentamos a un desafío sobre el funcionamiento y la capacidad de los sistemas políticos para gestionar los riesgos mundiales del siglo XXI.
Por otra, estamos tomando conciencia, quizás más que nunca, del hecho incuestionable de que las prácticas sociales, las actitudes y los comportamientos públicos requieren una atención especial a la hora de diseñar y establecer medidas para hacer frente a esta crisis. Asimismo, la pandemia ha puesto de relieve las debilidades y fortalezas de los dos bloques que ahora comparten el mundo: el Este y el Oeste.
Diferencias entre modelos y culturas
La COVID-19 ha acelerado la transformación del mundo y ha colocado a todos los regímenes políticos en una situación crítica inesperada, al verse obligados a enfrentarse al necesario encierro de su población durante un cierto período de tiempo. Lo que en estos momentos se está produciendo es una vuelta a la valoración de lo propio, lo que incrementa las diferencias de modelos y culturas. La pandemia también ha demostrado que, a largo plazo, la ventaja para los países o grupos sociales podría depender también de las reacciones culturales, de la capacidad de valoración de situaciones nuevas y de adaptación a circunstancias extremas y drásticas.
Partiendo de la hipótesis de que cada cultura determina ciertos estilos de comportamiento comunes a todos los individuos que viven en ella, los antropólogos han tratado de averiguar cómo la cultura está presente en cada persona, qué influencia tiene en su comportamiento y decisiones, y qué formas de actuar de los seres humanos vienen determinadas por su pertenencia a una cultura específica.
Los conceptos de cultura nacional e identidad cultural se construyen a partir de estos enfoques. Son varios los autores (Inkeles y Levinson; Hofstede) que los explican de la siguiente manera: los elementos que diferencian a una cultura de otra se evidencian en sus formas de respuesta frente a la autoridad, y en la percepción que de sí mismos tienen los individuos como seres en el interior de la sociedad. La relación entre el individuo y la sociedad, el concepto individual de masculinidad y feminidad, las formas de resolver conflictos, etc, son cuestiones básicas que influyen directamente en las relaciones que las personas mantienen entre sí, tanto en el ámbito privado como en el público, y explican por qué hay comportamientos específicos que son propios de cada cultura.
La cultura como programación colectiva
Desde el campo de la psicología social, Hofstede considera la cultura como la programación colectiva de la mente, que distingue a un grupo humano de otro. A través de nuestras experiencias quedamos “programados mentalmente” para interpretar otras nuevas de una cierta manera. Al mismo tiempo, quedamos programados también para entender y dar sentido a nuestro entorno a través de las normas sociales.
La socialización de un individuo dependerá de la cultura en la que vive. La cultura se convierte en un atributo inseparable de la identidad, ya se trate de identidad cultural (el conjunto de valores, tradiciones, símbolos, creencias y modos de comportamiento que un individuo comparte con otros dentro del mismo grupo social) o de identidad social (su pertenencia a un género, una clase social, un grupo generacional, un grupo que comparte los mismos intereses, las mismas convicciones ideológicas, etc.).
Cultura nacional, colectivismo e individualismo
Volviendo a la cuestión de la COVID-19, se ha hecho evidente que los entornos culturales son particularmente sensibles a los desafíos que implican sus efectos sociales. No solo el confinamiento en sí mismo sino, también, las fases posteriores, con las imprescindibles medidas de comportamiento social que seguirán siendo necesarias para contener su impacto. Especialmente, la cuestión del distanciamiento personal.
Geert Hofstede puede ayudarnos a identificar los indicadores que contienen la clave para comprender hasta qué punto las diferencias culturales han tenido un impacto en la gestión de las medidas de confinamiento en los entornos orientales y occidentales, principalmente, el individualismo frente al colectivismo, la distancia del poder y la huida de la incertidumbre.
El hecho de que en Oriente, en general, se tienda a favorecer a la comunidad frente al individuo y a valorar lo colectivo por encima de lo particular podría haber ayudado a países como China, Corea del Sur y Japón a responder más eficazmente a la pandemia que los países occidentales, donde el triunfo de las libertades individuales y del individuo podría estar sobrevalorado.
El distanciamiento como restricción de derechos
Como parte de esta dicotomía individualismo-colectivismo, la distancia social y las actitudes prosociales se han percibido de forma diferente en Oriente y en Occidente. En Occidente, las estrictas medidas de distanciamiento social se han percibido a veces como una restricción de los derechos y libertades de las personas.
Las dimensiones de la cultura nacional según Hofstede destacan el colectivismo como un rasgo distintivo de la cultura asiática. En ésta, las personas tienden a verse como parte de un grupo. Están dispuestas a sacrificar sus beneficios individuales y personales en aras del bienestar del grupo. Ahí, la colaboración de los grupos es de suma importancia para alcanzar determinadas metas y objetivos. En cambio, en un país que valora el individualismo, la gente tiende a preocuparse más por la forma en que la crisis afectará a su desarrollo profesional y personal, por ejemplo.
Respeto al poder o liderazgo participativo
Es probable que la pandemia de la COVID-19 haya provocado cambios significativos y duraderos con respecto a la dicotomía individualismo-colectivismo, ya que esta amenaza mundial para la salud y la prosperidad ha llevado a los gobiernos a adoptar medidas colectivas destinadas a superar la situación. Y de nuevo, Hofstede menciona una dimensión cultural clave, relacionada con la distancia con el poder: el grado en que, en una organización o una sociedad, la jerarquía refleja la igualdad o la desigualdad de los papeles de cada miembro. En esta dimensión, la diferencia entre Oriente y Occidente es evidente.
Las culturas con mayor distancia con el poder implican un fuerte respeto a la jerarquía y un proceso centralizado de toma de decisiones, mientras que las culturas con menor distancia con el poder prefieren un liderazgo participativo. Esto repercute en la forma en que se perciben las medidas de confinamiento en los distintos países, según el modo en que los individuos hagan frente a la situación.
En países como China, Japón o Corea del Sur, los beneficios nacionales son lo primero, produzcan o no inconvenientes a los individuos, y la cooperación y el cumplimiento colectivos son la norma. Mientras tanto, en los países europeos o en los Estados Unidos es necesario encontrar el equilibrio adecuado entre las prestaciones colectivas e individuales y se permitirá una mayor discreción personal, en función de las modalidades de trabajo de las personas, la situación familiar, el grupo de edad, etc.
¿Y después de la COVID-19?
Cuando hablamos de cultura nacional y efectos culturales nada está absolutamente claro y los individuos son, por definición, individuos. De hecho, es posible que algunas personas no se identifiquen o incluso no estén de acuerdo con las acciones colectivas de su país en respuesta a la COVID-19 y prefieran conceder más importancia a los intereses personales que a los beneficios colectivos, aunque vivan y se hayan criado en una cultura colectivista.
También es posible que las sociedades individualistas avancen hacia comportamientos colectivos más societales a fin de mejorar el cumplimiento y la eficacia de las políticas (por ejemplo, el distanciamiento social), mientras que los países más colectivistas podrían beneficiarse de proporcionar una mayor libertad personal a los ciudadanos y de favorecer la participación de más individuos de diferentes orígenes en la adopción de las decisiones colectivas.
Richard Clouet, Profesor Titular del Departamento de Filología Moderna, Traducción e Interpretación de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, Universidad de Las Palmas de Gran Canaria
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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