Edificios grises en hormigón bruto, tatuajes por doquier, grafitis en todos lados, ropa rota exhibida como si fuera un traje de Dior. Esa imagen, que no apareció en ninguna película postapocalíptica de los años sesenta, retrata las urbes en 2024. Hay quien se siente en una suerte de Matrix. No entiende qué pasó. Todo indica que lo feo se puso de moda.
Es la opinión de Anthony Daniels, editor del City Journal. Quien se siente bombardeado por una clase formadora de opiniones “que quiere hacernos creer o entusiasmarnos con algo que antes éramos indiferentes o incluso hostiles”. La pregunta que surge es: ¿Cómo distinguimos entre lo bello y lo feo?
Humberto Eco, que escribió un libro sobre la “Historia de la fealdad”, opinaba que su percepción como construcción cultural está incluso delimitada por la geografía. Además, la fealdad puede transformarse en belleza con los medios adecuados: el dinero. Lo que carece de belleza puede ser adornado con lo que el dinero puede comprar, convirtiendo las carencias en objetos de valor.
No es novedad que los estándares de belleza apelen a un prototipo específico impuesto por quien domina. Lo que no se asemeja a lo que se dicta es considerado feo. La belleza, como criterio esencial y distintivo de la obra, parece haber perdido su lugar privilegiado. En la modernidad, la belleza ha quedado casi como un remanente.
El ejemplo del fútbol femenino
Daniels dice, por ejemplo, que hay un intento concertado de persuadir al público europeo de que el fútbol femenino “es interesante y apasionante”. Aunque en su opinión “lo cierto es que no son muy buenas en eso, al menos no en comparación con los hombres”. (No debe extrañar que haya quien considere políticamente incorrecto y misógino su comentario).
Aunque puede que sean buenas, “siempre se añade ´para mujeres´. No es culpa de las mujeres que no sean muy buenas en el fútbol, como tampoco es culpa de los peces que sean analfabetas”. Lo realmente le molesta es que todo el mundo finge no darse cuenta y no se atreve a decirlo, al menos en público. Un hombre de setenta años, acota, todavía puede jugar un buen partido de tenis, pero siempre es para su edad: no se esperaría que ganara Wimbledon.
“El repentino interés por el fútbol femenino tiene, por tanto, una sensación falsa, como el entusiasmo simulado de una multitud por el dictador en un estado comunista”.
Anthony Daniels
Auge del tatuaje
Daniels opina que el auge del tatuaje es una muestra del cambio de paradigmas. Desde hace casi 25 años nota cómo ha ido ganando más aceptación social. A lo largo de este tiempo, recopiló libros que alaban el llamado «arte corporal. A medida que una proporción cada vez mayor de la población se tatúa, tuvo que cambiar su interpretación del fenómeno. Inicialmente pensaba que se trataba de un ejemplo más de exaltación intelectual y moral falsa. Así como de condescendencia hacia los estigmatizados y heridos.
Porque hasta hace no tanto tiempo, eran predominantemente los marginados sociales (presos y similares) quienes se tatuaban. Por lo tanto, sostiene, quienes no estaban marginados buscaban identificarse con los que sí lo estaban. Siendo la imitación supuestamente la forma más alta de empatía. Mientras disfrutaban hipócritamente de las ventajas de no estar marginados.
El atractivo de lo feo
Podría especularse que parte de la distancia hacia la belleza se relaciona con el rechazo de la cultura popular, del kitsch. Pero sería simplista atribuir este cambio a un mero acto de “rebeldía” o necesidad de diferenciación de clases. Es posible que el desencanto de la belleza tenga su origen en la modernidad misma.
Hay una corriente que postula que lo feo es interesante, variado, excéntrico, llamativo, novedoso y expresa mejor la multiplicidad de lo real que la belleza armónica y ordenada. La fealdad se convirtió en una denuncia, una expresión con poder comunicativo en sí misma. Más allá de la sensación de desagrado y repulsión que pudiera generar.
En el contexto de la cultura, la fealdad puede ser vista como una respuesta al momento histórico. Es una forma de enfrentar la coyuntura que, a través de los medios de comunicación masiva y el entretenimiento, busca utilizar la belleza. Irónicamente, la fealdad se ha inmiscuido en la cultura de masas a través del kitsch, de las baratijas, del “mal gusto”.
Es popular …es bello
Actualmente alrededor de un tercio de los adultos en Estados Unidos poseen tatuajes. Por lo que Daniels considera que ya no es posible explicar el fenómeno como una mera moda de marginados sociales. Si es que alguna vez lo fue. La necesidad de individualización y autoexpresión es la explicación más aceptada. Incluso entre quienes lo consideran un avance hacia la libertad humana.
Con frecuencia, los defensores intelectuales de los tatuajes enarbolan eslóganes como que por fin la gente es libre de expresarse. Mostrar sus pensamientos más íntimos y ser ellos mismos. Sin embargo, acota, rara vez se advierte que dicha individualización y autoexpresión -si realmente lo es- podría indicar más bien una tragedia que una liberación.
“El elogio intelectual casi universal del fenómeno demuestra (en mi opinión) la naturaleza bovina de la vida intelectual moderna. En la que los intelectuales son seguidores más que los líderes que suponen ser. Cien millones de estadounidenses no pueden estar equivocados o, en cualquier caso, no sería prudente decirlo; ¡Alabados sean, entonces, los tatuajes!”.
Esparcido por la urbe
Si bien se reconoce ampliamente la gran habilidad de los tatuadores modernos, señala que destreza y arte no son lo mismo. Ejercer una habilidad sin valor es moralmente peor que la incompetencia, opina. Si fuese creyente, afirma, consideraría que usar habilidades de esta forma “sería ofensivo para el don dado por Dios”.
Parece haber un intento coordinado de convencernos de que lo degradante ahora es un avance. Esto aplica a tatuajes y grafitis que desfiguran las ciudades, cuyas estéticas parecen emparentadas. Libros sobre «tagging» también lo explican como liberación y arte. Como si fuese arte renacentista. Nuevamente, fustiga, se detecta cobardía o insinceridad.
El punto más demoledor de la disertación de Daniels es el relacionado con el brutalismo arquitectónico. Que considera un movimiento heredado del totalitarismo. Sobre el cual hay un esfuerzo reciente por convencer sobre su valor estético en las urbes modernas.
Brutalidad arquitectónica
Aunque se llame «béton brut», el nombre francés del hormigón en bruto, nada es más brutal que este estilo. Daniels confiesa que tiene una colección de libros que alaban el movimiento. Diseñados para impresionar y convertir, los libros apelan a un “nuevo apetito por las formas arquitectónicas y las imágenes fotográficas”. Así como a la “aventura urbana”. Aunque las fotos lo que muestran es la “catástrofe estética que el brutalismo infligió a las ciudades”. Por lo que se pregunta cómo fue posible y qué explica su aceptación por parte de críticos y expertos.
Opina que se podría disculpar a los primeros arquitectos que utilizaron hormigón en bruto como material exterior de los edificios. Tal vez no preveían cómo sería el proceso de deterioro. Sin embargo, fue rápido y, a menudo, se produjo antes de que el edificio estuviera terminado. “Es difícil no concluir que la pura fealdad inhumana del resultado debía ser evitada, no aceptada”.
Pronto debería haber sido obvio que intentar construir un hermoso edificio con hormigón “era como intentar preparar un delicioso plato con excrementos”. Para el editor un ejemplo es la Casa del Portuale en Nápoles, una obra brutalista en Italia, “es casi cómicamente espantosa”. Su hormigón está teñido de la forma característica de ese material, como si las aguas residuales se filtraran a través de él. El diseño general irregular e inarmónico, con ángulos, curvas y yuxtaposiciones innecesarias, “huele a psicosis”.
Estética totalitaria
Para Daniels, parte del atractivo es la conexión obvia de esta arquitectura con el totalitarismo. Que muchos intelectuales anhelan, lo admitan abierta o tácitamente. La participación de una potente política de izquierda en el urbanismo de los años 1960 y 1970, y el poder monetario del Partido Comunista Francés fueron factores vitales. Contribuyeron al nivel de esfuerzo, innovación y crítica dentro de la arquitectura de la época. Esto se tradujo en una gobernanza local en forma de departamentos y municipios de las afueras de París liderados por comunistas.
Por lo que concluye que uno puede sentir que estamos presenciando no solo un colapso arquitectónico, sino también civilizacional. La absoluta indiferencia, incluso la abierta hostilidad, hacia la belleza es endémica en la crítica arquitectónica moderna. Se centra en la apariencia exterior de los edificios a expensas de cuestiones mucho más cruciales. Nuestra salud física y mental depende menos de sentirnos emocionados por el diseño de una fachada que de poder vivir y trabajar en espacios de tamaño adecuado con alturas de techo decentes, abundante luz natural, buena ventilación y aislamiento térmico.
“Aquí es donde la tecnocracia encuentra su voz más pura. Sabe lo que es bueno para nosotros. Si no obtenemos lo que nos gusta, debemos aprender a que nos guste lo que obtenemos. Esa es la función de la crítica arquitectónica y del estado propagandístico en el que vivimos ahora”.
La moda pasa
Sea que comparta o disienta de los criterios de Anthony Daniels, lo cierto es que los criterios de belleza son cambiantes, en el tiempo y en el espacio. Basta con abrir un álbum de fotografías familiar para darse cuenta de como han cambiados los gustos familiares y personales, para bien o para mal.
Frente a la institucionalización de lo feo, puede que la acción verdaderamente revolucionaria sea regresar a la belleza. Pero siempre tendremos el debate filosófico sobre cómo percibimos la belleza y la fealdad. Percepciones influenciadas por nuestro contexto cultural e histórico. En nuestros días ya no son los tradicionales medios de comunicación los que marcan la pauta sobre lo que es bello o lo que nos gusta. Ahora son las redes sociales y los medios digitales. Quizás por eso hay quienes sienten que una Matrix está imponiendo esa estética que no es de su agrado. Si cree que lo feo lo que está de moda, recuerde que la moda es pasajera.