«Papá no puedes llorar. Tienes que ser fuerte y ser más embajador que padre, para que termines lo que quieras decir»
Al escribir estas líneas no han transcurrido 24 horas que escuché decir al Notario, “ […] y con la autoridad que me confiere la ley, “Valeria [Viera] y José [Lorido] los declaro marido y mujer”. Hace poco más de 30 años escuché pronunciar el mismo discurso sobre la gracia de la unión de Gabi y un servidor. Tres décadas más tarde nuestros miedos se disiparon y nuestras alegrías germinaron. En un santiamén corrieron los tiempos, llegaron cuatro hijos maravillosos, una vida familiar, rodeada de amigos que nos quieren y queremos, en un país que nos ha dado todo por lo cual a nosotros nos corresponde ahora dar el resto… Al ver a mi hija irse en llanto también lloró mi alma.
Una cascada de sentimientos encontrados invade nuestro corazón. Atrás nuestros recuerdos, el hogar, las vivencias de nuestra niñez y de su niñez. Nos acompañaron amigos de su infancia, críos que vi crecer en casa convertidos en hombres y mujeres, que tratan de ser felices fuera de Venezuela, como lo fuimos en ella.
Las lágrimas de Velería no eran sólo por lo sensible del momento, por dar el paso de fundar familia con quien le ha correspondido sentidamente. Quizás ella no lo sabe, pero fue el llanto de una niña hecha mujer, muy centrada pero muy emocional, que tiene su génesis en una acumulación de esfuerzos, retos y experiencias que no se reducen a una fotografía, a un día.
Cientos de imágenes llegaron a su cabeza y a su pecho, porque los hijos que han tenido que emprender otra vida fuera de nuestro país, lo han tenido que hacer a solas, quijotescamente. Estudiar, ser y vivir fuera de casa, en otro idioma, otras costumbres, otra dinámica, rumbos y direcciones. Se han visto en la tarea de pasar un examen y obtener un título, ganarse la vida, resolver a solas, cocinarse, mudarse, hacer su cama, lavar sus platos, su ropa, trabajar y atender sus deudas y en fin, llevar su maleta de un sitio a otro, siendo una carga más pesada que hacerlo acompañada en su país…
Valeria me dio el privilegio de ser el único de su familia y amigos de decir unas palabras en su ceremonia. Me advirtió. “Papa no puedes llorar. Tienes que ser fuerte y ser más embajador que padre, para que termines lo que quieras decir”. Que cosas que tiene la vida, que la que terminó siendo traicionada por su fragilidad natural [le apodamos rosa perfumada], fue ella. Al dar sus votos de amor, “prometo acompañarte en las buenas y en las malas, en la salud o en la enfermedad, en la pobreza o en la riqueza” sus ojos vidriosos le impidieron hablar. Son tantas las presiones e incertidumbres que se juntan a una vida muy exigida, que agregarle más en ese momento sublime y único, como lo es unirse en matrimonio, hace inevitable que no sólo ella, sino todos quienes la queremos y nos ha tocado este difícil viaje, también doblegamos el momento, la circunstancia, la patria. «Hija ahora mismo no puedo ser ni exhibir la entereza de un diplomático. Antes sigo siendo tu padre...».
Valeria de mis hijos es la más elocuente y audaz por apasionada. Dicen que es cómo su abuela materna-Mencha-quien pinta la vida cada día, y como su papá [de sensibilidades capricornianas]. Libre como una mariposa, infatigable y laboriosa como una abeja. Citando a García Lorca alcancé escalar su prosa referida sobre la abeja reina. Hacedora de colmenas de miel, le aconsejamos [a Vele] vuela alto hija, sobre los caminos espinosos esquivando desde el aire, las piedras, los roedores o los desagües, que de ellos nos ocuparemos tus padres. Sigue aleteando con fuerza y con afán, amando y siendo amada, haciendo familia en tu destino de un nuevo hogar antes de volver a casa…
Valeria lloró por Amparito, Javier, Judith, quienes la vieron crecer y le consintieron desde que aprendió a caminar. Por sus abuelos que han partido, pero allí estaban. Por los niños más vulnerables de Venezuela que junto a la familia y muy especialmente a su mamá, ha aprendido a cuidar, dándole una sonrisa y una esperanza, unida a de cientos de almas generosas, aquí y allá. Valeria se refirió a su mamá como ejemplo típico de las madres venezolanas, por su indeclinable voluntad de dar sin recibir y hacer de la compasión, un propósito de vida. Valeria lloró por un pasado remoto donde cual mariposa, volaba en un país donde siempre es primavera… Valeria soltó sus incontenibles lágrimas por haber logrado el sueño de toda mujer, y emprender vida compartida en tierras lejanas. Valeria sin duda, elevó su llanto por Venezuela, que no olvida, que también ama monolíticamente, y que lleva en su alforja, siempre…
En medio de estos embates de sentimientos encontrados me llega el testimonio de Hillo Ostfeld, rumano-judío sobreviviente del Holocausto. Un hombre que a sus 91 años fue orador de orden en 2016 de nuestra legitima AN, y quien con una lucidez impresionante y conmovedora, contó los horrores del holocausto y de cómo perdió a sus padres, que mueren de astenia, con trozos de pan en las manos para alimentar a sus hijos. El espanto del holocausto no tiene parámetro. Pero el dolor de la ausencia, la incertidumbre y el destierro es palmario, donde solo el amor rescata la alegría, eleva la fe y suprime la indiferencia.
Amores en tiempos de exilio que se rebelan al ostracismo, que se levantan por el derecho a ser feliz y nos motivan a seguir andando por volver a Venezuela. Como la hace una abeja camino a su colmena, como lo hizo Hillo Ostfeld, como la hará Valeria. Dios te bendiga hija. Ahora soy yo a quien se le ha anudado el verbo y la garganta, y libro lágrimas de alegría por ti…
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