El que fuera uno de los países más prósperos de África está inmerso en una profunda crisis y pasó de ser la nación per cápita más rica de África a un lugar sumido en la anarquía donde los inmigrantes se venden en los mercados de esclavos. Miles de personas están abandonando sus pueblos donde la recesión económica y las lluvias irregulares hacen que sea imposible encontrar trabajo. Emprenden ese viaje desgarrador en manos de criminales sin escrúpulos.
ÁLVARO FONTANA, director ejecutivo de SOS Discriminación y especialista en temas migratorios
El mundo conoció durante décadas a la próspera Libia rica en petróleo, cuando era el destino de los migrantes de Niger y otros países subsaharianos que buscaban oportunidades para trabajar en la construcción, la agricultura y la industria. Pero en el último período todo ha cambiado, desde el levantamiento del año 2011 que terminó con la caída de Muammar Gaddafi y una guerra civil perpetua.
Mientras tanto, años después el flujo migratorio africano más intenso hacia Europa se da a través de este país, a donde van llegando, desde los extremos del continente y de su zona meridional, migrantes que huyen de las guerras y conflictos que han destruido naciones íntegras, escapando, sorteando la indigencia y las persecuciones de sus mismos gobiernos. Un verdadero alud humano que se desprende desde al menos una docena de países de la región. Sin lugar a dudas, una gran mayoría de ellos llegan por la fuerza a este auténtico tormento y martirio, en donde se preparan para enfrentar el tramo más peligroso y mortal: el cruce por el mar Mediterráneo.
En este contexto de crisis humanitaria y migratoria, es imprescindible no dejar de lado el proceso sociopolítico que dejo el país, después de la caída de Gaddafi, con el consecuente vacío de poder que intenta ser ocupado por las facciones rivales que compiten desde hace años. Hasta ese momento, Gaddafi intervenía como el defensor de la frontera marítima de su país, intercediendo como contención de las oleadas migratorias que pugnaban por llegar a las costas italianas. Prueba de ello es cómo Italia durante el año 2008 redobló los acuerdos con el gobierno libio por más de 5.000 millones de dólares, durante 20 años, en la forma de un paquete económico destinado a paliar las deficiencias de infraestructura y al mismo tiempo fortalecer ese freno fronterizo. En aquel entonces advertía Gadafi: «Europa corre el riesgo de volverse negra por la inmigración ilegal y podría convertirse en África».
El caos de la guerra civil posterior ha permitido la proliferación del contrabando, como un mercado lucrativo dispuesto a tener los beneficios del comercio con humanos y otros bienes. Sin pausa, la intensidad de los cruces por el Mediterráneo central se incrementó en forma exponencial en los últimos seis años, cuando miles de migrantes de Libia fueron llegando a Italia, generando una exasperación en la crisis masiva de refugiados que se fue extendiendo desde Siria y distintos países de Medio Oriente. La misma globalización y tecnología aproximó a aquellos familiares que habían llegado a Europa, acortando distancias.
Toda la región del África Subsahariana ha sido profundamente afectada por la miseria y la extrema pobreza, en un contexto donde los gobiernos se transformaron en opresores. La falta de oportunidades empuja a un número cada vez mayor de personas a través de las fronteras, con el acompañamiento de políticas severas de la Unión Europea, diseñadas para frenar la migración, pero que los terminan derivando a los brazos de los esclavistas modernos. Esto se hace muy visible en Libia, donde organizaciones de ayuda y periodistas han documentado subastas reales de esclavos. La conflictividad es tal que esto se ha infiltrado en el sur de Europa, en particular en Italia, donde los migrantes vulnerables se ven obligados a trabajar sin paga en los campos recogiendo tomates, aceitunas y cítricos, para ser vendidos por grupos criminales.
Ante la presión migratoria, Gaddafi advertía en 2008: «Europa corre el riesgo de volverse negra por la inmigración ilegal y podría convertirse en África»
Miles de personas están abandonando pueblos donde la disfunción económica y las lluvias irregulares hacen que sea imposible encontrar trabajo ni siquiera suficiente para comer. Emprenden ese viaje desgarrador, contratando los servicios de contrabandistas transaharianos que se benefician al aumentar sus cargas de armas, drogas y otros bienes de contrabando con carga humana. En África oriental, Eritrea es el país que envía el mayor número de migrantes que escapan de un gobierno, reconocido por sus peores antecedentes en materia de violación a los derechos humanos en el mundo. Otro país limítrofe como Somalia, sobre el Cuerno de África, tiene factores migratorios inclementes que responden a décadas de guerra civil, potenciados con el surgimiento de los rebeldes del grupo Al- Shabaad. Causas similares tienen los nigerianos desplazados por el grupo insurgente Boko Haram.
La mayoría de los países limítrofes con Libia están envueltos en guerras. La única forma de poder llegar a los puertos, que son la puerta de entrada a Europa, es cruzando el Sahara y directamente pasando por estos países imbuidos en violentos conflictos armados. Este es el motivo por el que el desierto del Sahara se ha convertido en un corredor masivo de personas, que propicia el tráfico humano. Una reciente información de Amnistía Internacional dice que los inmigrantes y solicitantes de asilo en África subsahariana, en su mayoría detenidos en centros de detención, enfrentan torturas, violaciones, palizas y condiciones sanitarias terribles.
Contratan los servicios de contrabandistas transaharianos que se benefician al aumentar sus cargas de armas y drogas con seres humanos esclavizados
Desde la ONU se viene reconociendo que el progresivo deterioro de la situación en el Sahel es un factor clave para la estabilidad de la región. Es un escenario de incremento del flujo de armas y combatientes, generado por la misma crisis en Libia, alimentado por las vulnerabilidades e injusticias percibidas y reales entre las comunidades. La población está sufriendo las devastadoras consecuencias. Por ejemplo, en Burkina Faso, Malí y Níger más de 4.000 personas murieron en ataques terroristas el año pasado y esto ha generado que existan diez veces más desplazados por la violencia que en la misma época del año pasado. En este marco las condiciones en Libia han empeorado y el conflicto armado entre las facciones rivales ha sumido al país en una guerra que tiende a extenderse.
Los inmigrantes en África subsahariana, en su mayoría confinados en centros de detención, enfrentan torturas, violaciones y condiciones sanitarias terribles
Este caos también es la causa del desplazamiento de los mismos libios. Para la OMI en febrero de 2020 había al menos 654.000 migrantes en Libia. Las cinco principales nacionalidades corresponden a Níger (135.530 migrantes), Chad (103.291 migrantes), Egipto (100.368 migrantes) y Sudán (76.911 migrantes). Los hombres constituían el 89% de los migrantes, las mujeres el 1% y el 7% eran niños, de los cuales el 24% no estaban acompañados. De los migrantes, el 8% estaban empleados y les costó un promedio de 1.000 dólares llegar a Libia. El conflicto armado y la pandemia del COVID 19 en conjunto propician el desastre del sistema de salud y la falta de seguridad de la población en riesgo. En las últimas semanas, la escalada de Jalifa Haftar, el general renegado libio que protegió la CIA y cuyas fuerzas asedian Trípoli para expulsar al gobierno del Acuerdo Nacional (GNA), ha provocado miles de víctimas y desplazados internos permanentes dentro de los cuales están los migrantes.
De esta manera, el Mediterráneo se ha transformado en una gran tumba sin identificación en donde más de 3.000 personas han perdido su vida. Muchos solo consiguen llegar a la costa norte de Libia para intentar alcanzar la cadena de islas que rodean la costa italiana. Los puertos cerrados en ambos lados del Mediterráneo, en una guerra que podría convertir la región en una nueva Siria, que deja a los migrantes atrapados en medio del fuego y la pandemia, lo que vislumbra el inicio de una crisis humanitaria de grandes proporciones y sin precedentes para la humanidad.
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