Leticia Lauffer [directora Wakalua The Innovation Tourism Hub]
Cada día, cuando me levanto, no puedo dejar de preguntarme si mis hijas y las siguientes generaciones podrán disfrutar de esta paz matinal, con el primer canto de los pájaros, bajo un cielo azul que induce a autorregalarnos un poco de tranquilidad y de calma mental. Son esos primeros momentos del día los que me permiten pensar con claridad, dar gracias por estar viva, por el regalo que es la vida y abstraerme de todo contexto, de la ‘rueda’ que me espera minutos después, ese Matrix que vino sin ser invitado para quedarse en el mundo en el que vivimos con un rol protagonista.
Y cada día me pregunto cómo podemos hacer mella en la conciencia de las personas, cómo seducirlas para que realmente se produzca el cambio tan necesario y por el que el planeta suplica. Realmente, esa es mi preocupación y mi esperanza, porque la primera queda en mí, la segunda, que es mi leitmotiv, depende de todos nosotros, de vosotros, y de cómo queramos construir nuestro futuro.
En mi caso particular, siempre me consideré una emprendedora de nacimiento, pero la vida me hizo dar muchas vueltas, necesarias en parte para ser consciente de lo fácil que es creer en el ‘cambio’ y lo difícil que es en la realidad ejecutarlo. Por eso, decidí dar un salto al vacío, dejar el mundo financiero del que provenía y empezar a construir lo que anhelaba. Todos creemos que somos insignificantes porque somos una partícula entre 7.900 millones de personas, ¡pero no!, como las grandes fortunas todo empieza desde el primer grano de arena, y decidí intentarlo.
Hoy son más de 10.000 empresas las que se han unido a la causa de crear un mundo más sostenible, y en especial con pruebas de concepto vinculadas al turismo, sector al que dedico la mayor parte de mi tiempo, desde el hub global de innovación en turismo sostenible Wakalua Hub.
“Aún recuerdo una de esas mañanas de abril de 2020, cuando no se escuchaba más sonido que el viento y los pájaros, y me tumbé en el jardín sobre la cama elástica de mis hijas, rodeada por sus redes y observando los pájaros volar libres bajo un cielo azul, y pensaba sobre la paradoja de que los enjaulados éramos nosotros, los amos de la tierra, los todopoderosos, mientras que el resto del planeta seguía libre, respirando mejor que nunca y sin miedo a ese microorganismo”
El 5 de junio fue el Día Mundial del Medioambiente siendo el tema de este año “Una sola Tierra”, nuestra madre tierra, de donde procedemos y donde nos reciclaremos. Todo lo que hagamos a la Tierra nos lo hacemos a nosotros mismos. Por eso, además de ser nuestro hogar, es nuestro deber como especie humana salvaguardarla y curarla de las heridas del pasado, es nuestra responsabilidad sobre las generaciones venideras, pues nadie demolería la casa en la que deben crecer felices sus hijos.
La Tierra no nos pertenece, nosotros pertenecemos a ella, pero somos tan ingenuos sumidos en nuestros alardes de grandiosidad como especie que nos creemos no solo los dueños de ella, sino que también tenemos la potestad divina de administrar sus recursos y decidir quiénes deben beneficiarse de ellos y quienes deben ser expoliados, cuando es un derecho de todos, y digo todos pues va más allá de la especie humana.
Si entre nosotros no somos capaces de alcanzar un reparto equitativo de los recursos, qué podemos esperar para aquellas especies más vulnerables. Nuestra oportunidad es “crecer como especie”, hacer honor a nuestro raciocinio para poder crear las soluciones que ayuden a saldar las deudas del pasado, algunas ya por desgracia irreparables.
Las hemos exterminado directa o indirectamente por el simple hecho de querer vivir mejor en unos casos, o querer tener un determinado estatus en otros, por el mero hecho de poseer bienes calificados de lujo y que, en muchos casos, han dado lugar a la caza furtiva de especies protegidas, devastación de ecosistemas, tráfico ilegal de recursos naturales, aniquilación de tribus indígenas, etc.
De acuerdo con la información proporcionada por Naciones Unidas, más de 3.000 millones de personas se ven afectadas por la degradación de los ecosistemas. La contaminación causa aproximadamente 9 millones de muertes prematuras cada año. Más de un millón de especies de plantas y animales están en peligro de extinción, y muchas podrían extinguirse en apenas unas décadas.
Cerca de la mitad de la humanidad vive en zonas de peligro climático y tiene 15 veces más probabilidades de morir a raíz de efectos del clima como el calor extremo, las inundaciones o la sequía. Hay un 50% de posibilidades de que las temperaturas mundiales medias anuales superen en los próximos 5 años el límite de 1,5 °C fijado por el Acuerdo de París. Así, en 2050 podrían verse desplazadas más de 200 millones de personas por la disrupción climática.
La pandemia solo fue un pequeño aviso, pero ese confinamiento mundial nos hizo darnos cuenta de lo vulnerables que somos ante un ‘bichito’ microscópico llamado virus. Aún recuerdo una de esas mañanas de abril de 2020, cuando no se escuchaba más sonido que el viento y los pájaros, y me tumbé en el jardín sobre la cama elástica de mis hijas, rodeada por sus redes y observando los pájaros volar libres bajo un cielo azul, y pensaba sobre la paradoja de que los enjaulados éramos nosotros, los amos de la tierra, los todopoderosos, mientras que el resto del planeta seguía libre, respirando mejor que nunca y sin miedo a ese microorganismo.
Los animales no eran perseguidos, ni los montes quemados, ni las aguas y el aire contaminados, todo comenzó a regenerarse rápidamente y los animales venían a saludarnos cuando antes no se atrevían.
Precisamente, los errores del pasado y las alarmas que cada día nos recuerdan que estamos al borde del abismo, nos permiten, por otro lado, sacar lo mejor de nosotros para remediarlo. Ante nosotros se erige el gran reto de impedir que esto suceda, y el sector del turismo tiene mucho que decir a través de nuevos modelos y formas de viajar a la vez que se fomentan destinos más sostenibles. Cada vez son más las personas que quieren viajar y dejar su impacto positivo en destino, y no hablo solo de la compensación de la huella de carbono, sino de proyectos y acciones reales que ayuden en unos casos a preservar el entorno y, en otros, a regenerar ecosistemas.
Actualmente no se concibe un turismo que no vaya de la mano de la sostenibilidad ambiental, económica y social. Todavía son muchos los países sumidos en la pobreza, la contaminación y la devastación. Son muchas las comunidades vulnerables, especialmente mujeres, que deben ser empoderadas, así como el acceso a una educación equitativa en muchos países. Hay grandes retos de conectividad que permitan el desarrollo de muchas de estas zonas, tanto con respecto a la movilidad como a la digitalización para poder posicionarse como alternativas de destinos.
Por ello, gobiernos, administraciones, instituciones supranacionales y corporaciones privadas deben unir sus fuerzas. Se requiere de un esfuerzo mundial colaborativo para que este proceso de cambio climático, contaminación y pérdida de biodiversidad pueda revertirse a la mayor brevedad.
¿Y quiénes son ellos? Bajo todas esas siglas y banderas hay personas, como tú y como yo, cada persona se convierte en nuestra esperanza, en mi esperanza, porque todos estamos conectados mucho más de lo que creemos, desde el simple hecho de que el desconocido de la mesa de al lado inspira el aire que yo expiro y viceversa, o el tiempo que dedicas a leer este artículo, tiempo que a su vez yo dediqué a escribirlo.
Por eso, el punto en el que nos encontramos debe ser la gran oportunidad para ahora unirnos, todos a una, por una misma causa, como decía John Lennon: “Un sueño que sueñas solo, es solo un sueño. Un sueño que sueñas con alguien, es una realidad”.
La declaración de Glasgow es un catalizador para incidir en la necesidad de acelerar la acción climática en el turismo, y lograr compromisos firmes que apoyen los objetivos mundiales de reducir a la mitad las emisiones en la próxima década, y alcanzar el cero neto a la mayor brevedad y siempre antes de 2050.
Por eso, llevar a cabo planes de acción es algo incuestionable y, en consecuencia, debe primar un espíritu de colaboración que facilite el intercambio de buenas prácticas y soluciones.
En este sentido, todas las voces deben ser escuchadas, que la llamada a la acción llegue hasta los más recónditos rincones del planeta, y que todas las organizaciones se sumen como signatarias de la Declaración de Glasgow sobre la Acción Climática en el Turismo para alcanzar los objetivos lo antes posible, desempeñando un papel en la aceleración de la acción climática tanto desde la parte pública, como desde la privada.
A su vez, la Organización Mundial del Turismo se unió recientemente en el Foro especial “One Planet” a representantes de alto nivel de los ministerios de Medio Ambiente, organizaciones internacionales y agencias de la ONU para consolidar el compromiso y la posición del turismo como un sector de alto impacto para acelerar la sostenibilidad. Un espaldarazo muy importante. El turismo suponía más del 10% del PIB mundial antes de la pandemia.
Desde mi punto de vista, cada vez son más los players del sector del turismo que se involucran en la acción medioambiental y la inclusión a nivel de destino. El informe “Medidas frente a la contaminación por productos de plástico de un solo uso: un enfoque del ciclo de vida –Mensajes esenciales para las empresas turística–”, elaborado en el marco de la Iniciativa Global de Plásticos en el Turismo, es un claro ejemplo.
Actualmente, más de 100 organizaciones han firmado la Iniciativa Mundial sobre Turismo y Plásticos y han dado a conocer sus ambiciosos compromisos para eliminar los plásticos de un solo uso innecesarios, adoptar modelos de reutilización y utilizar envases y artículos de plástico reutilizables, reciclables o compostables, entre otros, antes de 2025.
Este es el comienzo del cambio, la esperanza de revertir la actual tendencia autodestructiva porque yo, como tú, no quiero que termine la vida y que entonces empecemos a hablar de supervivencia.