Leo para explorar y saber lo que los seres humanos llevan por dentro. Lo hago para sentir y saber de qué tienen sembrada el alma. Leo y ausculto su historia para saber qué elementos divinos y estéticos mueven su imaginación. Y leo para aproximarme a comprender hasta dónde es capaz de remontarse en su vuelo para lograr innovación, verdad y belleza, y crecer espiritualmente.
El descubrimiento de la vocación de lector tiene en cada ser humano ambientes y motivos diferentes. Hay quienes tienen la fortuna de nacer entre lectores. Forman parte de una aristocracia intelectual que les facilita, les estimula y hasta premia y hace que represente un gozo desde bien niño el acto de leer. Es el caso de Marcel Proust, Oscar Wilde, y Jorge Luis Borges y la famosa biblioteca que heredó de su padre.
Diferentes ambientes y motivos
Hay también quienes, desde temprano, con facilidades y algunas orientaciones, espontáneamente toman afición por la lectura, y se hacen lectores con una práctica ensayo-error sin asesoramiento alguno, y terminan siendo voraces come-libros sin otra afición que la hedonista, el sano entretenimiento o un consumo bien disfrutado del tiempo perdido.
No así en la mayoría de quienes nos hacemos el hábito en familias humildes, grandes o pequeñas, donde no hay lectores y los padres apenas saben leer y escribir. Es mi caso, me hice lector por voluntad propia y por razones diferentes a llegar a ser escritor.
Y voy a explicarlas sin pretensiones y quizás porque puedan ayudar a incentivar el hábito de leer en un tiempo donde, gracias a la revolución de la tecnología, a las redes y a los móviles, la gente apenas si llega a revisar fugazmente infinidad de cápsulas de falsa y distorsionada información o libretos mal escritos, banales o sin interés real, para supuestamente mantener actualizado un mundo que, por ahora, luce cada día más extraviado.
Por qué me hice lector
Me hice lector porque siempre quise ser diferente y mejor ser humano. Y la lectura de cualquier naturaleza me hacía crecer y marcar distancia con los otros. La buena lectura me distinguió para sobresalir desde muy niño.
Me hice lector porque me aburría muy rápido de la realidad y necesitaba conocer verdaderos maestros que me abrieran al conocimiento del mundo, de la naturaleza, de su gente y lo desconocido. Muy pronto descubriría la gran verdad de Emerson sobre la biblioteca: Es un gabinete mágico en el que hay muchos espíritus hechizados.
Me hice lector porque me apasionaba conocer y discutir de temas con los adultos, la mayoría de los cuales eran ignorantes y huérfanos de saberes. Hasta que un día, en segundo año, encontré un profesor de historia, de apellido Crespo, que me dio una verdadera zurra intelectual y unas explicaciones aleccionadoras sobre la revolución cubana, que no olvidaré jamás.
Y finalmente, porque desde niño supe que tenía una memoria y una imaginación portentosa que muy pronto hizo que me percatara de que solo la lectura ayudaba a crecer soberanamente y sin tutelajes.
La segunda fase del lector, para llegar a desarrollar con eficacia ese oficio y el de potencial escritor, consiste en resolver la siguiente interrogante… ¿Cómo evitamos perder tiempo leyendo cosas inútiles? ¿Cómo seleccionamos la buena lectura?
Lo primero que tiene que entender un buen lector, es el concepto de costo de oportunidad, que no es otra cosa que lo mucho que gana en calidad y tiempo prefiriendo a Homero, a Dante Alighieri, a Marcel Proust y a Dostoievski, en lugar de literatura actual, de mucho tiraje y muchos lectores y muy poco que enseñar sobre las letras, el arte de escribir y los misterios del alma humana.
La selección de buenos libros
Al final, leemos no por leer, sino para aprender. En otras palabras, siempre son preferibles los clásicos antiguos, del renacimiento o modernos, pero siempre los clásicos. Lean enciclopedias. Nos ahorran tiempo, que hoy sabemos es un recurso también muy escaso cuando de vivir y producir se trata.
El otro mecanismo para la selección o búsqueda de un atajo para acertar con una buena, útil y placentera lectura, es echar mano a la crítica, que según el poeta Joseph Brodsky, en su ensayo Cómo se lee un libro, presenta las siguientes limitaciones, que comparto:
- Puede que sea un simple lector de prólogos o introducciones, que al final sepa menos que nosotros;
- puede tener inclinación por cierto tipo de autores y lecturas o puede ser un simple aliado o empleado de alguna editorial;
- puede que sea un escritor con mucho talento, que convierta su crítica en una forma de arte independiente y decidamos quedarnos con él, como es el caso de Jorge Luis Borges.
En todo caso, seguimos a la deriva, aferrados a un madero en un inmenso océano, página por página, susurrando en todas direcciones, pero igual sin brújula y sin mucho tiempo, para que terminemos hundiéndonos sin haber dado con la dirección correcta que nos acerque a tierra firme.
Brodsky, entonces, nos habla de otras alternativas desarrollar un gusto propio que, por aleatorio, podría llevarnos a la vejez identificando apenas unos pocos textos maravillosos. Otras pudieran ser, nos dice este Nobel, entregarnos a las orientaciones de algún amigo entendido o dejarnos llevar por los rumores.
La propuesta del poeta
Todos estos caminos al gran poeta le resultan ambiguos, inciertos, costosos e inútiles, para terminar afirmando, el verdadero y polémico trasfondo de sus argumentaciones:
El modo de desarrollar el buen gusto literario es la poesía… La literatura comenzó con la poesía, con la canción del nómada que antecede a los garabatos del sedentario. (…) Lo único que intento hacer es ser práctico y ahorrarle a su vista y a sus células cerebrales un montón de material impreso inútil.
Todo va bien, y es válido viniendo de un poeta que su recomendación tome el camino de su inclinación natural, sus experiencias y sus gustos, porque resulta acertado en la valoración que hace de su género, donde nos da con precisión hasta los nombres imprescindibles en inglés, alemán, y español, para leer calidad poética que se hace sangre y hueso.
Si su lengua materna –dice– es el inglés, yo le recomendaría a Robert Frost, Thomas Hardy, W.B. Yeats, T.S. Eliot, W.H. Auden, Marianne Moore y Elizabeth Bishop. Si su lengua es el alemán, Rainer María Rilke, George Trakl, Peter Huchel, Ingeborg Bachman y Gottfried Benn.
Si es español, Antonio Machado, Federico García Lorca, Luis Cernuda, Rafael Alberti, Juan Ramón Jiménez y Octavio Paz, y así sucesivamente, va enunciando grandes poetas por grupo de países, todos reconocidos, a quienes se podía aprobar sin discusión para recomendar y como se trata de la opinión de un nobel, su juicio trae un sello de buena calificación.
Poesía o prosa
La diferencia, o el choque con la opinión del poeta, se desencadena cuando empieza por querernos ahorrar tiempo y neuronas imponiéndonos su oficio y desdiciendo de la prosa:
Cuanta más poesía lee uno, menos tolerante se hace a cualquier tipo de verbosidad… el buen estilo en prosa es siempre rehén de la precisión, rapidez y lacónica intensidad de la dicción poética.
Da la impresión que nos estuviera hablando un maestro del periodismo actual para contar, en un espacio limitado, una historia que conmueva: información, rapidez, concisión y precisión. No hay espacio para muchos regodeos técnicos, pero debo construir por lo menos una imagen que sólidamente deshaga la pueril argumentación de Brodsky.
Técnicamente, le respondería de la mano de Borges: El lenguaje es una creación estética. Cada palabra es una obra poética. La poesía, según Croce, es expresión. En consecuencia, la prosa es la sumatoria de expresiones poéticas: es el momento en que la poesía se deshace para mostrarse, para explicarse; para, desnuda, ofrecerse en cuerpo y alma a los ojos ávidos de un lector.
La poesía nos impacta amorosamente a quemarropa, nos secuestra, nos invade, nos envuelve y furtivamente se vuelve eros para, en cualquier sitio, hacernos el amor. La prosa nos enamora, nos encanta, nos persuade, nos seduce, nos lleva a la habitación para dejarnos en el umbral de la voluptuosidad.
No es buena idea recomendar la literatura de acuerdo a nuestras experiencias e inclinaciones por un género literario porque, como en la biografía, donde cada ser humano es único, cada género tiene sus fascinaciones.
Lo importante es lo que sugerí al principio: hay que empezar de la fuente, de la beta donde brotan los manantiales; después, terminaremos leyendo a los que más se parecieron a nosotros cuando neófitos empezamos.
Cada lector tiene sus maestros y está obligado a descubrirlos
Sean inteligentes, encadénense a la lectura de los grandes maestros. Lo que ellos leyeron nos será útil a nosotros también en la vida, sin importar si lleguemos a ser escritores, o únicamente ciudadanos distinguidos con honores en la buena lectura.
No copien consejos de nadie acerca de la lectura, a no ser que hayan experimentado aproximaciones de vivencias prácticas a esas recomendaciones. En mi humilde opinión, no es aconsejable lo que dice el maestro Borges, de que cuando no nos guste un libro lo apartemos, porque el libro aún no está para nosotros.
¡No es verdad! Termínenlo, aunque no les sea del todo placentero. Nuestro cerebro es millones de veces superior a las máquinas con las que pretenden sustituirnos, con el tiempo ese libro volverá y se transformará en nuevas ideas.
Todos los libros que leí a contracorriente, en dos tiempos de mi vida bastante diferentes y que me costó mucho entender y a veces me aburrían, hoy aparecen frecuentemente en mis recuerdos y en mis sueños, sin yo llamarlos: de Juan Carlos Onetti, a veces pienso que por sus títulos: La novia robada, Dejemos hablar al viento y Tan triste como ella; y de Canetti, El otro proceso y Masa y Poder.
En el mundo real sucede más de lo que se ve. El trabajo del escritor es dar con eso que nadie puede ver o descubrir y hacerlo aparecer, armarlo, adornarlo, embellecerlo para su presentación y el disfrute del alma del próximo y del prójimo. Al final, al igual que todo artista, el escritor es una especie de médium que actúa ética y estéticamente, entre los seres humanos y lo desconocido, para transmitir belleza.