Quiero referirme a la cultura como muro de contención de la pobreza, la polarización y la propaganda, que es liberación… Una historia [viva] dice mal que mil palabras. Comparto entonces la experiencia de una escritora venezolana que salió de su barrio al mundo, gracias a una acción cultivadora fundamental: leer.
Ana Teresa Torres comparte, en su trabajo La cultura como marca fundamental de lo humano, la historia de una venezolana que vio en los libros, la luz y el camino, que le dio una vida diferente “de la de las otras muchachas del barrio en el que nació”. ¿Cuál era la razón para que su vida fuese distinta? Los libros.
“Cuenta que un vecino trabajaba en una biblioteca y a veces llevaba libros a su casa, y se los prestaba. Los libros me cambiaron la vida […]. Esto era precisamente lo que yo estaba buscando, que alguien me confirmara lo que siempre he pensado: que un libro puede cambiar una vida”.
Destaca Las aventuras de Tom Sawyer. En ese libro encontró “que la vida puede ser de muchas maneras”. Con seguridad, comenta Torres, “Mark Twain, cuando escribió las aventuras de Tom Sawyer y HuckleBerry Finn en el Mississippi [1870], no podía suponer que una niña venezolana, en un barrio pobre de Caracas, ciudad de la que probablemente nunca había escuchado nada, un siglo después leyó sus libros prestados por un empleado de una biblioteca pública, y eso cambió su existencia para siempre”.
El mensaje: la vida es una aventura, un reto, entre “ríos, casas embrujadas, amores, biblias y cuevas”. Y hay que ir por ella.
Me gusta mucho esta reflexión de Torres:
“Los libros son para la vida, para ayudar a mejorarla, a cambiarla, a expandirla. La literatura es una ventana que abre el mundo porque en el lenguaje, nos constituimos en las palabras. Y la palabra escrita es la posibilidad de que unos signos-arbitrarios y diferentes según las lenguas y las culturas-contengan eso que llamamos el mundo: lo que existe, pero también lo que imaginamos que existe”.
Y agregaría: La palabra escrita también nos ayuda a ver lo que NO existe o, al menos, no debemos creer.
Las novelas son maravillosas. Los poemas son expansiones de una realidad que, aun siendo ficción o romanticismo, el hecho de imaginarlo, inspira. Federico García Lorca en su discurso inaugural de la Biblioteca de Fuente Vaqueros [1931, 5 años antes de su fusilamiento, dijo: «Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan, sino que pediría medio pan y un libro».
Vivimos -gracias a la lengua- lo que no vivimos en la calle, creando una visión de la vida donde lo imposible cobra razón y el dolor se alivia. Y se expande la vida… se ilumina la verdad. Sin duda, Tom Sawyer es expresión de lo que normalmente nadie hace que es salir de la rutina. Y HuckleBerry Finn es el gran cómplice de esa irreverencia mágica.
La ruptura
Otro asunto es la lectura que viene acompañada de distorsiones históricas y sociales. ¿Cómo identificar esas contradicciones propias de la dialéctica? Cotejando los hechos con la información. Una mente educada, instruida, informada, es una mente previsiva y, en efecto, menos vulnerable. Un ser humano que lee y alcanza conocimiento, es una persona menos manipulable. Las masas son manipulables porque reducen su acción a las emociones. El tejido social se fragmenta o se fortalece en la medida que convertimos la cultura en un factor identitario, que es la verdad.
La polarización, el populismo y la posverdad [Moisés Naim dixit] son el resultado de un sistemático proceso de transculturización. El desmantelamiento de la memoria histórica, símbolos, héroes y referentes culturales. Desaparece el espíritu libre de Sawyer y aparece “la exclusión sistémica, ideologizante, de los bienes y servicios culturales. De ahí a la anomia y la pobreza, hay un salto.
“La privación cultural limita drásticamente las posibilidades del desarrollo humano de las personas y las comunidades” [Torres, Ana Teresa]. Es la ruptura del ser costumbrista, ciudadano, del sentido de pertenencia, de nuestra identidad y nuestra historia, que nos libera y nos permite atrevernos, osar, ¡aventurar!
Los libros constituyen un campo ideal para distinguir lo bueno de lo malo. Comprender la libertad como derecho y como deber comporta un ejercicio de inmensas posibilidades y comprobaciones. La narrativa igualitaria de la izquierda habla de favorecer la educación, el trasporte, la salud pública; que ser rico es malo, atesorar es codicia y ser propietario es egoísta y explotador, cuando quienes lo proclaman son los primeros escuderos del capitalismo puro y duro, que educan a sus hijos en “boarding Schools” entre Europa, Estados Unidos o Canadá, usan clínicas privadas, les encanta Disney, Dubái o Hawái y se ufanan de tener chofer, escoltas y coches blindados.
De una simple lectura sobre la banalización del mal, las aventuras de Tom Sawyer o la prosa de García Lorca, el alma renuncia a la pobreza y fortalece su dignidad, la que prefiere morir por un trozo de paz que por un trozo de pan.
La cultura es la ruptura con el deterioro inducido del tejido social, el odio y la mentira cizañera, que nos conduce a la anomia, el populismo y el caos. Él cultura derrota la fragmentación, la propaganda y la polarización, haciendo de la necrofilia política [cuentos socialistas retóricos generadores de hambrunas, muertes y pasados miserables] una antípoda perniciosa y desechable.
La cultura en definitiva nos permite comprender nuestro derecho y nuestro deber a ser libres, porque al decir de Voltaire, somos libres desde el momento que deseamos serlo, y mal podemos quererlo ni no lo sabemos, si no leemos.
@ovierablanco