La posibilidad de una negociación que conduzca a la transición y restauración de la democracia en Venezuela no es una quimera ni es bueno demonizarla. A pesar de la percepción de estancamiento político, la comunidad internacional no desiste en presionar una salida pacífica y concertada a la grave crisis económica, social y humanitaria. Tampoco deben hacerlo activistas y líderes políticos.
No cesa la gravedad humanitaria. Estados Unidos, Canadá, Colombia, Europa, Noruega siguen siendo bisagras determinantes para lograr el anhelado objetivo. El uso de herramientas políticas clásicas de resolución de conflictos, con todos los actores [dixit Mibelis Acevedo/ “Más posibilismo, menos épica” /El Universal 27/02/21] es lo que dará sustentabilidad a la transición política.
Una economía de bodegones
A pesar de la percepción de normalización, el país continúa en un espiral de desplome de su PIB que acumula más del 70 % en sus últimos tres años. Nunca visto en América Latina. La dolarización, producto del abatimiento del cono monetario, ha producido una inflación dolarizada inédita. Ha emergido una economía amorfa por selectiva, concentrada en minorías que crean una dinámica perversa, pagando gasolina, exquisiteces en bodegones, noches Humboldt, clínicas, lujosos condominios o escoltas en “moneda dura» [dudosa]. ¿Es sustentable? Absolutamente no.
Un 95% de los venezolanos están confinados por la COVID-19 y a la imposibilidad de pagar alimentos, combustible, servicios o salud a costos en dólares desbordados ¿Por qué no estalla el país?
Que no haya ocurrido no quiere decir que no sucederá. El fenómeno corrupción y enchufados crea una economía ilusoria, celestina y flotante, que reproduce [y es indiferente] a la descomposición social y la pobreza. La gobernabilidad no sobrevive al nepotismo. Las construcciones en Caracas que asemejan “Manhattan”, tienen su fundamento en el padrinazgo oficial de cemento y cabilla, donde muchos acomodados lavan sus divisas en ladrillos mercedinos o altamiranos.
Una burbuja-ingrávida-levita sobre los bodegones et al. Estallará como pompas de jabón. Compradores de jamón serrano, queso manchego, buen vino, osso buco, delicateses, postres y dátiles llenan su estómago y los colman de placer sobre la mirada de miserables desigualdades. Esta realidad la observan de Washington a Bruselas y de Ontario a Oslo.
El régimen embriaga mientras el éxodo continúa y el contador pisa los 6 millones de venezolanos desplazados y exiliados. No es una guerra de balas y cañones, pero al decir de Vicente Blanco Ibáñez en su afamada novela Los cuatro jinetes del apocalipsis, Venezuela va cargada de violencia, peste, muerte y hambre, mientras unos pocos alardean.
Una realidad de máxima fragilidad donde no queda más que pugna o negociación política. La “normalización” no existe. El pueblo no aguanta más.
Negociar: la guerra o la paz
Thomas Hobbes alertaba que la “ley fundamental de la naturaleza es buscar la paz”. En su tratado Naturaleza Humana y Leviatán, el padre del absolutismo político alerta que el leviatán tiene su frontera en los derechos del individuo, su libertad natural, el carácter convencional del estado vs. la sociedad civil.
Padre de la teoría contractualista, en la que las leyes deben garantizar perpetuación por ser ventajosas y obedecibles, hizo del contrato social, el epicentro de la política. Gobernar sobre la base del caos y absolutismo impide una representación legítima del Estado. El resultado será la no-justificación del status quo y la pérdida del poder. No poder vivir en paz, es no poder estar. Es la negación de la permanencia y de la vida misma.
Cuba vive el peor momento político, social, económico de su historia. Vivió momentos de esplendor y respaldo popular. Pero los tiempos se imponen y el absolutismo no garantiza patria y vida…
Venezuela depende de una economía sodomizada. La normalización es aparente. La inmovilización es momentánea. Las piedras se mueven cuando el río eleva su caudal. Todos necesitan sentarse y negociar, de verdad.
El control del Estado como anatema de la paz es una bomba de tiempo. Mantener el orden social sobre la base del terror y la violencia es invitar a un enfrentamiento sin precedentes. Ya lo decía Juan Jacobo Rousseau. El buen salvaje se evita cuando surge la sociedad. Venezuela dejó de ser una sociedad… Es la anomia.
La mesa está servida
Se equivocan quienes piensan que en Venezuela alguien lo controla todo. Venezuela vive su peor momento de fragilidad política y social. Depende de subastar lealtades. Pero si no hay como comprar [lealtades], el modelo, las mafias, se canibalizan…
La gente quiere libertad para comer. No más doctrina. Pero tampoco más banalidad. La lección no aprendida, como lo sentencia Margarita López Maya, es que sin una negociación política el resultado es la nada. Como alertó Rousseau, es volver a un estado originario, al buen salvaje, la guerra, la violencia natural… La mesa está servida. “Menos épica, más posibilismo” alerta Acevedo. La sociedad no la hacen unos pocos apertrechados. Eso un espejismo.
La lección que debemos aprender es que la sociedad somos todos. ¡No unos cuantos, entre teleféricos, Instagram, microcosmos y osso buco! Banalización que ordena el cierre del puente sobre lago de Maracaibo, para grabar un video y ganar viewers o likes. Una sociedad de escoltas no es una sociedad. Es Versalles.
Cuidado con el buen salvaje. Tienen tan poco remordimiento como el que le mira desde arriba, ¡desde el Humboldt y con la barriga llena! Lo dice la historia viva. No lo digo yo.
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