Por José Juan Verón
ACTUALIZADO 04/02/2016
os resultados de las elecciones del pasado 20 de diciembre no dejaron satisfecho a nadie y, sobre todo, no marcaron un camino claro para la formación de un Gobierno. Desde el primer minuto se comenzó a especular con la posible repetición de los comicios. De hecho, en la misma noche electoral y en la jornada siguiente algunos candidatos se apresuraron a marcar posiciones que invitaban a pensar en esta posibilidad. Pero cabe preguntarse si de verdad le interesa a alguna formación política la celebración de unos nuevos comicios.
Si se observa lo que ha sucedido en otros países del entorno, y el ejemplo más cercano es Grecia, con dos convocatorias electorales separadas por ocho meses, se pueden extraer algunas conclusiones aplicables al caso español salvo catástrofe, suicidio político de algún partido o una circunstancia externa que las pudiera distorsionar (Grecia en el momento de la segunda convocatoria estaba pendiente de un tercer programa de rescate y en plena crisis de deuda soberana). En el histórico también se encuentran, por ejemplo, las tres convocatorias electorales celebradas en Italia en un periodo de cuatro años en la década de los noventa.
El primer efecto cierto que provocaría una repetición de las elecciones sería un incremento de la abstención. Esto tiene que ver con la sensación de fracaso y de incapacidad que se transmite a la ciudadanía, lo que lleva a una desmovilización de buena parte del electorado. En el caso griego la participación bajó un 11,4%.
El segundo efecto más que probable es que el resultado de estas segundas elecciones cambiaría muy poco en relación con las primeras. Esto sucedió en Grecia y es lo que con casi toda la seguridad sucedería en España, tomando como referencia también las primeras encuestas que se han publicado en el mes de enero. Sondeos y antecedentes de otros países indican que, en circunstancias de relativa normalidad, las diferencias entre unos y otros resultados tienden a reducirse a un porcentaje de votos escaso, muy rara vez por encima del 3%.
Además, debe tenerse en cuenta que la asignación de escaños no se realiza en función del porcentaje de votos global, sino dentro de cada una de las circunscripciones electorales, que en el caso de España coinciden con las provincias. Así, para saber las posibilidades reales de cambio que encerraría una segunda convocatoria electoral en la próxima primavera es necesario revisar uno por uno los resultados de todas las circunscripciones y observar en qué casos una pequeña variación de votos podría tener un reflejo directo en cambios de diputados. Es decir, que en aquellos lugares en los que una fuerza política tiene un margen superior a un 5% en la obtención de un diputado, se puede dar por casi seguro que volverá a obtenerlo en una nueva convocatoria separada sólo por unos meses.
Veinte escaños en juego
De este modo, en el conjunto de España se puede estimar que estarían en juego 20 diputados que podrían cambiar de color en una repetición de las elecciones. Así, el PP podría recuperar hasta 9 diputados en el mejor de los casos y el PSOE hasta 7, Podemos podría incrementar hasta en 3 sus filas, Ciudadanos podría crecer también en 3 e IU, Democracia y Libertad (DyL), y ERC lo harían en 1. Si bien la suma de todas estas posibilidades es superior a 20, dado que en varias circunscripciones hay tres partidos con un diputado en liza por un puñado de votos.
En concreto, el PP podría recuperar diputados en A Coruña, Guadalajara, Huesca, La Rioja y Toledo (a costa de Podemos), en Madrid, Murcia y Salamanca (en detrimento de Ciudadanos), y en Lleida (del PSOE).
El PSOE tendría opciones de recuperar diputados en Castellón, Jaén, Córdoba, León y Madrid (los perdería Ciudadanos), y en Barcelona y Granada (irían del PP). Mientras, Podemos podría subir un diputado en Albacete y Guadalajara (a costa de Ciudadanos), y en Ciudad Real (del PP).
Ciudadanos tendría la opción de mejorar sus resultados en Barcelona (por la pérdida del PP), y en Badajoz y La Rioja (a costa de Podemos). IU le disputaría un escaño al PP en Málaga; mientras que CDC y ERC entrarían en la puja por un segundo diputado en Lleida, que en la actualidad es del PSOE.
No se trata de que los votantes de una fuerza pasen a votar a otra. Esto es algo que únicamente se puede determinar con una serie de encuestas postelectorales que todavía tardarán en conocerse mucho tiempo.
Lo que se indica aquí es que estas actas de diputados podrían cambiar de manos con pequeñas variaciones estadísticas de voto, de acuerdo con la distribución de diputados por cada circunscripción en España y el sistema d’Hondt de reparto proporcional de los mismos.
Si se le da la vuelta a la cuenta y se pone en términos negativos, Ciudadanos podría perder hasta 11 escaños, Podemos tiene 5 que estarían al alcance de otras fuerzas, el PP podría quedarse sin 3 y el PSOE, sin 1.
Pero todo esto al mismo tiempo no puede suceder. Lo más probable, salvo que algún partido o candidato protagonizara una gran metedura de pata, es que ocurriera una combinación de estas posibilidades que dejara las cosas relativamente parecidas a la situación actual. Los factores que podrían inclinar mínimamente la balanza son diversos.
En general, los análisis coinciden en que el PP saldría beneficiado, pero su teórica subida iría acompañada de un descenso de Ciudadanos lo que haría casi imposible que sumaran para alcanzar el Gobierno, una situación similar a la actual.
El PSOE, que sobre el papel estaría en disposición de perder pocos diputados, sería la fuerza más castigada por el incremento de la abstención, podría quedar como tercera fuerza en número de votos (aunque segunda en escaños) y verse superado por Podemos (cuya confluencia con IU se presume ahora casi segura), lo que haría más difícil un pacto entre ellos.
Además, siempre necesitarían del concurso de otras fuerzas, ya fuera Ciudadanos o los partidos nacionalistas. También habría que poner en cuestión si Podemos mejoraría sus resultados en caso de que fuera percibido por la ciudadanía como el culpable de que no se hubiese alcanzado una mayoría alternativa al PP.
En definitiva, desde el punto de vista de los números, la situación sería relativamente parecida a la actual.
En clave interna
Surgen todo tipo de dudas para tratar de explicar el aparente empeño de algunas fuerzas o, mejor dicho, de algunos líderes políticos por forzar estas nuevas elecciones en primavera. La razón debe buscarse en clave interna de los partidos. Así, en el PP Mariano Rajoy (y especialmente su entorno) es consciente de que la única opción que tiene para continuar como presidente del Gobierno es forzar esta nueva convocatoria y confiar en que las cosas les vayan bien y en que Ciudadanos no se desinfle. Esta es la única opción de Rajoy para conservar el poder dentro del partido y organizar un relevo a su gusto.
El PSOE también parece tener algunos sectores que desean nuevas elecciones y, de nuevo, se debe interpretar en clave de lucha por el poder interno. Así se entienden tanto las cortapisas que se han ido poniendo a los posibles acuerdos como la carrera de Pedro Sánchez por intentar un pacto.
Al igual que Rajoy, Sánchez es consciente de que la única alternativa a su muerte política es llegar al Gobierno, pero en este caso el candidato del PSOE tiene como única opción evitar las nuevas elecciones.
Para Podemos, tras dejar en evidencia que unas nuevas elecciones no les situarían más cerca del poder sino más bien al contrario, la carrera hacia una nueva cita electoral debe entenderse como el modo de intentar cerrar el proceso de confluencia política con IU y otros por la modalidad de absorción.
Al mismo tiempo, como una forma de la actual dirección de tratar de controlar un conjunto de corrientes que parecen difícilmente gobernables.
La lectura interna fue la clave de las segundas elecciones en Grecia. Syriza, que bajó de 149 a 145 diputados entre enero y septiembre de 2015 resultó, sin embargo, la gran triunfadora. Y es que esta nueva convocatoria sirvió a su líder, Alexis Tsipras, para sacudirse a los críticos del partido y dejar en la irrelevancia política a quienes poco antes se habían escindido y formado un grupo parlamentario propio. Y al día siguiente, selló su pacto de gobierno con los ultranacionalistas Griegos Independientes (ANEL), los mismos con los que había pactado en enero. La coalición pasó de 162 diputados en enero a 155 en septiembre, pero paradójicamente la nueva situación resulta más estable.
Así que las próximas semanas serán fundamentales para saber si España sigue el camino de Grecia o el marcado por las elecciones autonómicas y que tuvo como resultado ejecutivos fruto de pactos y alianzas, con realidades de gobierno bastante complejas.