Lavarse las manos marcó un antes y un después en el control de enfermedades que causaron muerte y desolación a lo largo de la historia de la humanidad. El descubrimiento de las implicaciones positivas para la salud de ese acto tan simple y al alcance de todos fue tan o más revolucionario que otros avances que siempre nos han maravillado. No ha tenido la rimbombancia de la electricidad, la fuerza nuclear, la televisión, el teléfono, la radio, el Internet o la novedosa inteligencia artificial, pero su contribución para salvar millones de vida le dan un lugar destacado e importante.
Detrás de este gran avance está el médico obstetra Ignaz Semmelweis. De nacionalidad húngara, a mediados del siglo XIX mientras trabajaba en el área de maternidad del prestigioso Hospital General de Viena en Austria se dio cuenta de que la tasa de mortalidad de las parturientas de una de las dos salas que lo componían duplicaba a la de la otra. Esa sala era atendida por médicos y estudiantes de Medicina, a diferencia de la otra que estaba a cargo de matronas.
Alarmado por el hallazgo, se dio a la tarea de buscar la causa que estaba provocando esta situación, desde las posibles diferencias en las técnicas empleadas en el parto hasta el sexo del personal y la posición adoptada por la parturienta en la camilla. Entre sus observaciones, que fueron las que dieron soporte a su teoría, encontró que los médicos y estudiantes atendían a sus pacientes tras haber hecho autopsias, mientras que las matronas estaban todo el tiempo en su sala.
La solución estaba en sus manos
En una época en la que no se usaban guantes ni el lavado de manos era habitual, estos galenos estaban transmitiendo sin querer infecciones a las madres, que les causaban en la mayoría de los casos la muerte por fiebre o sepsis puerperal. Luego de su descubrimiento en 1847 implantó el lavado de manos obligatorio entre estudiantes y médicos con cloruro cálcico, agente que era capaz de eliminar los contaminantes y hasta el olor a descomposición de las manos de los galenos después de una autopsia.
Los resultados positivos se hicieron sentir con rapidez. La tasa de mortalidad disminuyó hasta casi 2% tras la medida de desinfección de las manos de los profesionales, así como también del instrumental utilizado. Lo más increíble es que el hallazgo y la solución ideada por Semmelweis tuvo el rechazo de sus colegas, abrumados por tantos datos estadísticos.
Lo descubierto por el obstetra húngaro empezó a revolucionar no solo el campo de la medicina de finales del siglo XIX, golpeado por un sinfín de enfermedades infectocontagiosas que diezmaban a la población, sino otros campos y hasta la vida cotidiana de las personas al verse el alcance de tan novedosa práctica de higiene.
Más que dedos
En la historia de Semmelweis, al igual que tantas otras en las que patógenos causaron mucho daño, están implicadas las manos. Y esto es explicable porque las usamos para todo, para lo bueno y también para lo malo. Ellas son capaces de desempeñar una gran variedad de funciones: tocar, agarrar, sentir, sujetar, manipular, acariciar, etc. Más allá de la huella digital, definen quiénes somos y cómo nos vemos a nosotros mismos. Con ellas se pueden acometer actividades sumamente precisas, como escribir, pintar un cuadro, enhebrar una aguja o tocar el violín. También labores pesadas, como cavar con una pala, manipular un hacha, golpear con un martillo. Las manos nos permiten sentir si algo está frío o caliente, afilado o desafilado, áspero o suave. Acariciar el pelo de alguien a quien queremos.
Incluso, las manos son parte importante de la comunicación, pues ayudan a muchas personas a expresarse cuando hablan y hasta a las que no pueden hacerlo. Su significado da para taton que se usan en expresiones del idioma: “tocar un punto importante”, “agarrar a alguien con las manos en la masa”, “dar el brazo a torcer”, “ponerse manos a la obra”, “señalar a alguien con el dedo” y “conocer algo como a la palma de la mano”.
La mano es la prolongación del cerebro y contribuyó con su desarrollo. La cantidad de terminaciones nerviosas que hay en las puntas de los dedos son fuente principal de la información táctil sobre el entorno. También son las que permiten al ser humano ejecutar lo que piensa.
Más allá del bien y el mal
Las manos, al igual que los agentes patógenos que las habitan, están metidas en todas partes. Pero la gran mayoría de esos microbios, como pasa con los de todo el cuerpo, son inofensivos. Parece extraña la aseveración después de abordar el papel de estos organismos para desencadenar enfermedades. Pero muchos de los microbios proporcionan importantes beneficios para la salud humana.
Algunos sirven para regular la acidez de la piel, lo que ayuda a mantener una barrera de impermeabilidad que evita la pérdida de agua y electrolitos del cuerpo, requisito para la vida en animales y humanos. Esta barrera cutánea previene enfermedades infecciosas y alergias al impedir la acción de sustancias externas como patógenos, alérgenos y productos químicos que invaden el cuerpo.
A pesar de que muchos de los microbios que entran en contacto o residen en la piel normalmente no pueden producir una infección, al haber un corte en la piel o raspado, una quemadura o una mordedura se abre una entrada para cualquier patógeno invasor, como el virus del Ébola de la sangre infectada de un huésped mamífero, o el virus del Zika de la saliva infectada de un mosquito vector.
Tacto peligroso
Pero esta no es la única forma en que las manos participan en la propagación de enfermedades. También al tocar objetos como teléfonos, grifos, botones de ascensor, toallas, utensilios, lo que sea, tocamos los microbios que están en ellas. Los contactos manuales con este tipo de objetos y las mucosas son una combinación potencialmente peligrosa. Las personas infectadas con patógenos pueden expulsarlos en saliva, moco, sangre, orina y heces, así como en secreciones respiratorias en forma de gotas y aerosoles.
Un fuerte estornudo o un toque casual pueden ayudar a depositar o transferir los patógenos a esos objetos. Los patógenos tienen la posibilidad de sobrevivir y permanecer infecciosos por un tiempo prolongado, como lo pudimos experimentar durante la pandemia de la COVID-19. Entre las principales recomendaciones de los funcionarios de salud estuvieron lavarse las manos, limpiar superficies y no tocarse la cara.
Algunos patógenos son más propensos que otros a propagarse a través de objetos y el contacto mano a mano. Este es el caso de los gastrointestinales como Salmonella tifón, norovirus y poliovirus, cuyo patrón de transmisión es fecal-oral. Otros como Vibrio cholerae (bacterias que causan cólera) y Escherichia coli (las bacterias que pueden causar una variedad de infecciones dependiendo de la cepa) tienen más probabilidades de propagarse a través de la contaminación fecal de los alimentos y el agua.
El rinovirus causa principalmente el resfriado común. A este patógeno respiratorio también le gusta posarse en los objetos. Un estudio reveló que el rinovirus en los dedos de un individuo se transfirió a otro individuo a través de un pomo de la puerta o grifo, y por contacto mano a mano. En otros ensayos, los sujetos del estudio transfirieron indirectamente el virus a las yemas de los dedos de otras personas hasta 18 horas después de contaminar estas superficies.
Para chuparse los dedos
En algunos países de África, Oriente Medio, China y, principalmente, la India el ritual de comer con las manos continúa vigente. Y es que la humanidad ha comido con solo sus manos desde hace miles de años. De hecho, los cubiertos ganaron popularidad en Occidente recién en el siglo XVIII. Esta costumbre ancestral si está alejada de aquello de lavarse las manos podría explicar parte de la propagación de algunas enfermedades mortales a través del tiempo. En Occidente es vista con ciertos prejuicios. Sin embargo, tiene una explicación filosófica.
Según antiguas escrituras en la India, comer con las manos es un modo de fusionarse con la naturaleza y disfrutar los sabores que esta aporta. Los dedos eran concebidos como una extensión de los sentidos de la vista, el olfato, el oído, el gusto y, especialmente, el tacto. Era una manera de fusionar el ser con los alimentos que se van a ingerir.
Casi todos los platos de la comida india como el byriani, un típico arroz con verduras, son vegetarianos, por lo que el uso del cuchillo, el tenedor o la cuchara no representa una necesidad. Tanto el pan como las verduras o arroces son ingeridos con la mano, especialmente para su disfrute. También lo perciben como un acto de no-violencia, pues los cubiertos representan armas de defensa o peligrosas.
Lo de comer con las manos se ha extendido a otros países, entre ellos algunos de Occidente, como una tendencia popular gastronómica llamada «finger fooding». Consiste en presentar la comida en pequeñas porciones que se pueden tomar fácilmente con los dedos. Por ejemplo, canapés, lonchas, trozos o presentaciones en envases descartables o comestibles.