Con La moda es revolución, el último libro de Laura Opazo, se rinde homenaje a todas aquellas mujeres que, en su día, supieron romper las normas y convertirse en transgresoras que elevaron su voz para, con su valentía e inconformismo, avanzar en derechos, igualdad y libertades, liderando el empoderamiento femenino.
La autora, un referente en la divulgación de la moda sostenible, entiende que, especialmente en el caso de las mujeres, las tendencias en el vestir a lo largo de la historia también han sido formas de denuncia y rebelión, y herramientas de protesta para mostrar la inconformidad con el sistema establecido y vía de liberación.
Para Laura Opazo, la moda es un tema mucho más complejo de lo que aparenta, dado que es el reflejo de una parte de la historia de la humanidad, un lenguaje importante, incluyente y excluyente a la vez. La moda es un narrador silencioso con el que se puede construir la historia de la humanidad y comprenderla con un solo vistazo.
La moda es revolución, su libro más reciente, publicado por Editorial Zenith, retrata a mujeres que han cambiado el mundo a través de sus prendas. En la misma editorial ha publicado Armario sostenible. Una guía que repasa la historia de la industria textil y nos revela las graves consecuencias medioambientales y sociales que acarrea la moda rápida.
Un manifiesto a favor del empoderamiento femenino
Además, nos introduce en el mundo de las marcas sostenibles y propone alternativas de consumo para que seamos más respetuosos con el medioambiente y, al mismo tiempo, logremos mejorar nuestra relación con la moda. La moda es, en definitiva, sinónimo de revolución. Este libro lo demuestra con las historias de mujeres brillantes y valientes que rompieron barreras y abrieron el camino a la libertad.
Desde Katharine Hepburn a Frida Kahlo, pasando por Coco Chanel, Madonna, Billie Eilish o Rosalía, La moda es revolución es un manifiesto a favor del empoderamiento femenino.
A Laura Opazo siempre le ha apasionado la moda, la historia que gira alrededor de las prendas y la sociología de consumo. Formada como publicista y especializada en marketing, su trabajo en el sector dio un giro cuando en el año 2017 decidió investigar qué había realmente detrás de la industria de la moda y cambiar sus hábitos de consumo para que sus acciones estuvieran en consonancia con el mundo que quería.
Actualmente es una de las principales divulgadoras sobre moda sostenible a través de su cuenta de Instagram, su trabajo en la radio y su labor como docente en ISEM Fashion Business School.
La moda es revolución y son las mujeres las que deben decidir qué tendencia o canon debe prevalecer. Sin embargo, ¿sigue siendo la industria la que dicta la moda?
La industria de la moda es un negocio y, como tal, necesita generar ingresos. Con tal fin crea las tendencias en un bucle constante y recurrente, con la intención de generar deseo en el consumidor, necesidad de renovarse y, por ende, comprar. Si se generan esos ‘dictados de estilo’, los perfiles más vulnerables acaban consumiendo y se mantiene la rueda.
Creo en la libertad de elección, y lo ideal sería que cada una vistiera como quisiese, creando su propia narrativa y esquivando el juicio o la expectativa.
Las mujeres que usted presenta en su libro han cambiado el mundo a través de sus prendas ¿Cómo lo consiguieron? ¿Cuáles son las características que comparten?
El libro rinde homenaje a esas mujeres que decidieron crear su propio discurso y nos han dejado un legado que supera la barrera de lo meramente estético. Hoy en día, abrir nuestro armario y elegir qué ponernos con total libertad es algo que le debemos a ellas.
Son mujeres que, perteneciendo a diferentes momentos históricos y con circunstancias distintas, tienen algo muy importante en común: son valientes y unas adelantadas a su tiempo. Hicieron prevalecer su voz y su impostura por encima de reglas sociales y dictados externos.
¿Cree que las mujeres se sienten representadas en los ejemplos que desgrana en su libro?
En el libro cuento la historia de varias mujeres en un periodo enmarcado desde finales del siglo XIX hasta la actualidad. Cada una ha tenido que lidiar con diferentes momentos históricos y no todas partían de la misma posición, o tenían diferente visibilidad por su profesión o su condición social, otras salieron del anonimato. Todas son muy diferentes, pero su actitud y carisma son claves y, al mismo tiempo, cómplices porque suponen un reflejo para otras mujeres.
¿Nos hemos convertido en devoradores de ropa?
Absolutamente. Hemos pasado de comprar ropa para cubrir unas necesidades de protección, subsistencia e identidad, a comprar ropa como una actividad que forma parte de nuestro ritual de ocio de forma regular. Muchas personas disfrutan comprando y es difícil detectar que, en ocasiones, este consumo bulímico se trata de un problema porque socialmente está bien visto.
Eso sí, las que más caemos en este juego somos las mujeres porque la presión social y la publicidad que se hace, especialmente de productos de moda y belleza, está dirigida fundamentalmente a nosotras.
Algunas multinacionales del sector han comenzado a impulsar el mercado de segunda mano. ¿Se trata de un paso adelante o de un intento de greenwashing?
La autenticidad de las motivaciones de cada empresa… ¡ellas mismas sabrán! Está claro que incorporar políticas ‘verdes’ suma puntos y, hoy en día, es incluso más rentable porque la masa crítica va creciendo y los consumidores cada vez exigen más. El mundo del lujo es en la actualidad uno de los principales del mercado de segunda mano porque se han dado cuenta que hay una demanda cada vez más pujante. Así pues, muchas empresas están desarrollando esta vía de su negocio con la venta de productos reciclados y de segunda mano certificados.
Con nuestra imagen comunicamos más de lo que pensamos. La ropa que vestimos es una herramienta de comunicación no verbal muy potente. A través de nuestras elecciones estéticas podemos lanzar un gran mensaje sin mediar palabra. Y, por supuesto, vestirse es un acto político porque cuando compramos estamos apoyando un tipo de modelo productivo concreto. Pensemos que, con cada euro que gastamos, estamos dando más poder y, al mismo tiempo, afirmando los valores de una compañía. Es más, el voto de la compra es mucho más eficaz en este mercado globalizado donde estamos siendo constantemente observado.
En las pasarelas ya se empiezan a ver mujeres normales, de todas las tallas. Un camino que abrió Tess Munster, una de sus mujeres referentes. ¿Cómo puede calar su mensaje en una sociedad que fomenta el culto al cuerpo?
Es curioso porque ¿qué es una mujer real o normal? ¿Hay mujeres ‘irreales’? ¿Por qué no se habla también de ‘hombres reales’? Mujeres normales somos todas, entiendo que te refieres a que se está dando cabida a una belleza más plural. Todavía creo que falta bastante para llegar a una diversidad real, en las pasarelas no hay demasiada diversidad étnica y morfológica porque sigue prevaleciendo una belleza caucásica, con unas medidas que no representan a la mayoría.
Algunas marcas y en medios especializados se habla de ese concepto de la ‘mujer real’ como una manera de reivindicar que cualquier mujer es bella, aunque sus medidas no correspondan al canon establecido. Eso está genial, pero al mismo tiempo en esos mismos medios podemos ver artículos en los que se elige como símbolo de belleza a modelos retocadas, algo que resulta bastante hipócrita.
¿Encubrir el tallaje mediante el denominado vanity sizing no debería estar regulado y penalizado como otros fraudes en el consumo?
De todas formas, aunque estaría bien regular todo esto, hay que ser honestos porque somos nosotros mismos los que, ya de por sí, usamos y abusamos de filtros en RRSS distorsionando nuestra imagen a la carta.
Vivimos en una absurda negación de la realidad, y antes de pedir responsabilidad fuera, sería interesante analizar nuestro propio comportamiento y responsabilizarnos de nosotros mismos.
Todos esos estereotipos se multiplican de manera simultánea e ilimitada en las redes sociales. ¿No son el espejo de una irrealidad virtual tóxica y degradante?
En el entorno digital aparece todo mucho más atomizado y el hecho de poder crear una realidad paralela permite crear un mundo a nuestra medida; mostrar una vida perfecta, unos dientes más blancos, una casa ideal, un trabajo que nos encanta… Y no sólo en Instagram, que es la red social de la imagen por excelencia, ¡de hecho parece que medio LinkedIn es CEO! En resumen, montarnos nuestro Disneyland particular. Las redes no son ni buenas ni malas, todo depende del uso que les demos. Lo que abunda es un reflejo de nuestros deseos y frustraciones y, por lo que se percibe, la sociedad está bastante enferma. Falta autenticidad y honestidad.
¿Se puede afirmar que la moda ha acompañado las conquistas y el empoderamiento de las mujeres en todos los ámbitos?
Por supuesto, la moda nos ha acompañado en una lucha hacia la conquista de nuestras libertades. A través de transgredir los códigos impuestos para cada género, se ha protestado, se ha alzado la voz y se ha buscado la igualdad. Una de las primeras batallas ganadas a la desigualdad fue la liberación del corsé y el acceso al pantalón. Esta prenda estaba prohibida por ley a las mujeres e incorporarlo en el día a día fue no solo un pulso al dominio masculino, sino también un paso decidido hacia el deporte y la vida laboral.
¿Qué relevancia tiene el vestido como significante político?
Con nuestra imagen comunicamos más de lo que pensamos. La ropa que vestimos es una herramienta de comunicación no verbal muy potente. A través de nuestras elecciones estéticas podemos lanzar un gran mensaje sin mediar palabra.
Y, por supuesto, vestirse es un acto político porque cuando compramos estamos apoyando un tipo de modelo productivo concreto. Pensemos que, con cada euro que gastamos, estamos dando más poder y, al mismo tiempo, afirmando los valores de una compañía.
Es más, el voto de la compra es mucho más eficaz en este mercado globalizado donde estamos siendo constantemente observados.
Los regímenes alimenticios someten a la mujer. ¿Una mujer trastornada es más fácil de manejar?
Bueno, eso ya lo decía Naomi Wolf en su famosa cita: “El sometimiento a regímenes alimenticios es el sedante político más potente de la historia de las mujeres: una población silenciosamente trastornada es una población muy fácil de manejar”. Y eso es así: la presión por llegar al ideal de belleza se nos inculca desde que somos niñas lo que nos sitúa en un estado de inseguridad constante y siempre bajo la mirada masculina. Parece que nuestro objetivo sea luchar contra el tiempo y estar bellas y deseables para ser visibles. Es algo que se nos muestra desde todos los vértices; publicidad, medios de comunicación… La consigna es clara: debemos gustar, ser deseables por ellos y envidiadas por ellas, dándonos una condición pasiva y, por lo tanto, fácil de manipular.
¿A quién esclaviza más la moda y sus argucias, a las jóvenes o a los perfiles séniores? ¿Existe una infantilización de la adultez?
La gente joven quizá sea más vulnerable, más fácil de influenciar. Cuando eres adulto, quizá tu orden de prioridades cambia, tienes más claro quién eres y lo que quieres, no eres tan fácil de manipular. Ahora bien, la sociedad penaliza e infantiliza a la gente adulta, especialmente a las mujeres, a las que invisibiliza más. De repente, el entorno decide por la persona lo que es o no correcto. Desde cómo vestir o cómo peinarse o cómo disimular o camuflar ‘imperfecciones’, léase las arrugas. Pareciera que en el momento en el que dejamos de ser parte de la población activa o productiva económicamente, nues tro criterio tuviese menor valía y cualquier intervención externa sobre nuestras decisiones esté justificada.
Con la historia de la moda se puede construir el relato de la humanidad. Afirma que es un lenguaje importante, incluyente y excluyente a la vez. ¿Cómo encontrar el verdadero sentido?
La moda es un narrador silencioso que nos permite entender muchas cosas de un solo vistazo. Si, por ejemplo, cogemos una fotografía de los años 20 del siglo pasado y vemos a una mujer americana de la época (por contextualizar), podremos suponer que, por su atuendo y accesorios (plumas, flecos, en suma, adornos), se vivía una época despreocupada, boyante, no en vano aquella época se definía como “los locos y alegres años 20”.
Con Armario sostenible y su inmersión en la moda fast fashion recibió lo que usted llama “un bofetón de realidad abrumador”. ¿Cómo concienciar a los consumidores para que cale el mensaje de que la industria de la moda es la segunda más contaminante del mundo?
Con educación. Llevamos décadas imbuidos en una oda al consumo compulsivo que, además, viene parametrizado por la industria low-cost y donde la obsolescencia estética acorta cada vez más los tiempos de compra. Igual que hemos ‘aprendido’ a comportarnos así, podemos revertirlo utilizando la información para educar y concienciar.
No vamos a negar que el ser humano es cómodo por naturaleza y que además tenemos una especie de ingenua creencia de que la regulación, el Estado, etc., harán lo que tengan que hacer, cuando nosotros también podemos cambiar nuestros hábitos de consumo. La educación es clave para no significarnos tanto a través del consumo, entender nuestro papel en todo este ecosistema, saber cómo se producen las cosas y el impacto que generan en el entorno.
Si las marcas quieren seguir en el top of mind de los consumidores, ¿necesitan evidenciar su responsabilidad sostenible? ¿Realmente el consumidor tiene hoy poder para doblegar a la industria de la moda?
Naturalmente. Al final, el consumidor actual es cada vez más consciente. Desde hace unos años, estamos más interesados en saber qué hay detrás de los bienes que compramos. Desde entender los ingredientes y propiedades nutricionales de un producto alimenticio a saber descifrar el código INCI de un producto cosmético o de limpieza doméstica. Y no sólo eso, el consumidor actual mira más allá de las tres bes (bueno, bonito, barato) a la hora de comprar, introduciendo los valores éticos en la ecuación, premiando y reconociendo el mérito a las empresas comprometidas, por lo que una compañía que no se adapte a los nuevos tiempos, pierde cuota de mercado.