El desarrollo de las vacunas para proteger contra la COVID-19 ha ocurrido a una velocidad y habilidad técnica sin precedentes. Pero precisamente ese acelerado trabajo ha sembrado dudas y desconfianza, en un mar de información contradictoria. Los cuestionamientos que suelen hacerse a las vacunas en general, se acrecientan cuando la pandemia está forzando a los países a establecer sistemas de inmunización masiva y acelerada.
En este entorno tan complejo, es natural que exista una cierta aprehensión. Una gran pregunta surge: ¿Son realmente seguras las vacunas contra la COVID-19? ¿En realidad nos protegerán? Ahora, más que nunca, es momento de escuchar a la ciencia. Debemos usar la razón por encima de la pasión.
Demasiado rápido
Una de las mayores preguntas que se plantea es cómo fueron desarrolladas tan rápido estas vacunas. Si lo normal es que pasen años para un logro de este tipo. ¿No será que se saltaron los protocolos de seguridad? ¿No se habrá hecho a la carrera?
Lo primero que se debe tener en cuenta es que si se aprobaron las vacunas es porque ya pasaron todas las pruebas de efectividad y seguridad para ello.
Unas 48 candidatas se han venido probando en distintos rincones del planeta. Pero hasta ahora, solo 2 de ellas han sido aprobadas. Estas son la de Pfizer/BioNtech y la de Moderna. La primera de ellas es la que ha sido aplicada en más países y la que se más se ha vendido, bajo el nombre comercial de Comirnaty®.
Este es un signo de garantía sobre la efectividad de la vacuna. Solo 2 de 48 vacunas han sido aprobadas. Esto es apenas poco más del 4%. Quiere decir que no se ha ido a la carrera. Además, las aprobaciones se basan en pruebas estandarizadas y datos científicos.
Otros elementos también han contribuido a la relativa rapidez en el proceso. Uno de los más importantes es que se cuenta con años de investigación previa sobre los virus y sobre el uso del ARN mensajero en la fabricación de vacunas. Ese conocimiento ha hecho que existan formas cada vez más rápidas de desarrollar vacunas.
Además, la misma situación de urgencia de la pandemia obligó a trabajar con mayor rapidez. Desde marzo, cuando la OMS reconoció que el coronavirus que había sido reportado por primera vez en Wuhan, China, se había convertido en una pandemia, los ojos del mundo se volcaron a la ciencia, para tratar de hallar formas de combatir la propagación de la enfermedad. El desarrollo de una vacuna contra la COVID-19 fue, desde entonces, una prioridad para la industria farmacéutica, las autoridades sanitarias, los gobiernos y la sociedad en general.
Ello no quiere decir que se trabajó a la carrera, sino que se buscaron formas seguras y confiables para tratar de acelerar el proceso. Por ejemplo, se han realizado múltiples ensayos en paralelo. Ello incrementa los costes, pero reduce los tiempos, sin poner en riesgo la seguridad.
De la misma manera, la urgencia hizo que los organismos reguladores se abocaran a realizar todas las pruebas necesarias, para medir la efectividad y seguridad de las vacunas contra la COVID-19. Ello permitió una rápida (pero confiable) aprobación.
No es 100% seguro
Entonces, ¿se puede confiar totalmente en las vacunas? Tampoco. Pero sí tienen un alto grado de efectividad. Para ambas vacunas fue superior al 95% en las pruebas realizadas. Ahora bien, es imposible extrapolar totalmente los resultados de 20.000 personas en pruebas experimentales a los 7.700 millones de habitantes el planeta. Tampoco se pueden prever todos los posibles efectos secundarios (en especial los menos comunes).
De hecho, es algo que ya ha ocurrido con otras vacunas en el pasado. Tal es el caso, por ejemplo, de los estudios que señalan que las vacunas que se aplican a los niños recién nacidos en muchas partes del mundo podrían relacionarse con la incidencia del autismo. Pero, aun así, se trata de efectos secundarios con una muy alta probabilidad de ocurrencia y que, en todo caso, no están del todo demostrados.
De todas maneras, la probabilidad de efectos secundarios pocos comunes es imposible de calcular a priori. Por esta razón, se está haciendo un seguimiento minucioso de la aplicación de la vacuna y sus efectos en la lucha contra la COVID-19, además de las posibles reacciones que provoque en algunas personas.
También es probable que las vacunas pierdan efectividad a medida que se van aplicando en poblaciones más grandes o durante períodos de tiempo más largos. Pero todo esto es parte del proceso y cada paso ha sido tomado en cuenta por los especialistas.
Algunas diferencias
Entre las dos vacunas aprobadas hay algunas diferencias. Quizás la más resaltante es su forma de almacenamiento. La vacuna de Pfizer/BioNTech requiere temperaturas muy bajas para ser almacenada (entre 80 y 60 grados bajo cero). Por lo tanto, se requiere contar con equipo de ultra refrigeración adecuado para su conservación. Esto supone una barrera para los países más pobres y los lugares más apartados.
Por el contrario, la vacuna de Moderna puede ser almacenada a 20 grados bajo cero. Incluso algunos refrigeradores domésticos llegan a esas temperaturas. En consecuencia, su manejo, distribución y conservación resulta más fácil.
Aquí surgen algunas preguntas obvias. ¿Por qué esa diferencia? ¿Por qué Pfizer desarrolló una vacuna tan difícil de almacenar? La respuesta es compleja. Y se relaciona con algo que ambas vacunas contra la COVID-19 tienen en común: que usan ARN mensajero en su desarrollo.
En el proceso del uso del ARNm se requiere rodearlo con lípidos o grasas. Los lípidos utilizados por Moderna son más estables y, por lo tanto, requieren menor refrigeración. Pfizer también pudo haberlo hecho. Pero, según reportó la propia empresa, no sabía de este problema cuando desarrollaba su vacuna. La carrera contra el tiempo probablemente jugó en su contra.
Es solo el principio
La vacuna de Pfizer/BioNTech ya está siendo utilizada para vacunar a personas en varios países de la Unión Europea (entre ellos España), el Reino Unido, Canadá y los Estados Unidos. En este último también se ha empezado a aplicar la vacuna de Moderna. Este inicio del proceso ha arrojado un rayo de esperanza, pero también de informaciones contradictorias y algunas especulaciones incorrectas.
No es, ni de cerca, el final del camino. Pese a que se habla de miles o de millones de dosis, lo cierto es que la distribución aun llegará a una población muy limitada. Los números, aunque lucen altos, son en realidad pequeños si se comparan con la cantidad de población que tienen los países.
Por ejemplo, España va a recibir unos 4,5 millones de dosis de la vacuna de Pfizer/BioNtech en 12 semanas. Además, se debe aplicar dos dosis a cada persona para que la vacuna sea efectiva contra la COVID-19. En ese caso, estaríamos hablando de que hay vacunas suficientes para apenas el 5% de la población de España. Lo mismo ocurre en otros países. En palabras breves: no hay vacunas suficientes para todos, al menos durante un año más.
Se estima que si las otras 46 vacunas logran pasar todas las pruebas y ser exitosas, y las empresas fabricantes trabajan a máxima capacidad, podrían producir a lo largo del año 11.000 millones de dosis (suficientes para 5.500 millones de personas). Esto quiere decir que, aun en ese escenario hipotético (y altamente improbable) 3.300 millones de personas quedarían sin recibir la vacuna hasta 2022, por lo menos.
La administración de la vacuna
Además de la fabricación de las vacunas, otras variables ralentizan el proceso hacia una inoculación global contra la COVID-19. Lo primero tiene que ver con la distribución de las dosis entre todas los regiones. Hemos visto que, hasta ahora, apenas una veintena de países han recibido cargamentos e iniciado su administración.
Lo segundo, tiene que ver con la forma en que se aplican las vacunas. No se trata de abrir el frasco, llenar la jeringa e inyectar a la persona. En cada «botellita» hay material para preparar 5 dosis. Hay que descongelarla primero. Luego se diluye el contenido y se preparan las dosis. El proceso puede tardar una hora (para 5 dosis). Saquemos las cuentas.
Las dudas que quedan
Más allá de todos estos obstáculos en la producción, distribución y aplicación de las vacunas, quedan algunas interrogantes sobre cuándo dejaremos atrás a la COVID-19 (si es que algún día lo hacemos).
Por ejemplo, la gente se pregunta por cuánto tiempo protege la vacuna una vez que es administrada. ¿Hay que volverse a inyectar? ¿Una vez al año? ¿Cada varios años? ¿Una sola vez basta? Lo cierto es que todavía no hay una respuesta. Este es uno de los aspectos que la urgencia no ha permitido dilucidar. Todavía es muy pronto para saber. Habrá que esperar a las investigaciones que se hagan en los próximos meses.
También hay dudas sobre si la vacuna es efectiva para las personas que ya contrajeron la COVID-19. Esta es otra pregunta sin respuesta, Al menos por ahora. El tiempo y la investigación dirán.
La pregunta más importante
Quizás la pregunta más relevante es si, una vez que se apliquen las vacunas, podremos dejar de mantener la medidas de protección, como las mascarillas, el distanciamiento social o el lavado frecuente de manos.
La respuesta aquí es muy clara: sí. Debemos mantener estas medidas. Hay varias razones para ello. La primera es que, como se ha dicho, falta mucho tiempo para que las vacunas contra la COVID-19 estén al alcance de toda la población. Todavía no se sabe si quienes reciban la vacuna pueden portar el virus, aunque no les afecte. Por esta razón, aquellos que hayan recibido las dosis necesarias, deben seguir manteniendo estas medidas, para proteger a los demás… Pero también a ellos mismos.
Hay que recordar que las vacunas aprobadas hasta ahora tienen una efectividad del 95%. Esto quiere decir que, de cada 20 personas que se vacunen, una puede no quedar protegida. Por todas estas razones, mientras no haya mayores datos y avances, es necesario mantener las medidas de seguridad.
Adicionalmente, la variante del virus que ha aparecido en el Reino Unido, Alemania y otros países siembra nuevas dudas. Los investigadores dicen que, por ser una variante (y no una mutación) lo más probable es que la efectividad de las dos vacunas aprobadas se mantenga en esos casos. Se sabe que es más infecciosa, pero no hay evidencia de que sea más letal.
La conclusión
La llegada de las primeras vacunas contra la COVID-19 es un avance importante en la pandemia de coronavirus. Su aplicación ayudará a evitar que las personas que entren en contacto con el virus se enfermen. A medida que se vacunen más personas, las familias y comunidades podrán volver gradualmente a una rutina más normal.
Si bien aun persisten dudas, lo más importante es mirar a las vacunas contra la COVID-19 como lo que son: un notable avance, pero no el fin de la pandemia. Como en los últimos meses, el sentido común, la responsabilidad individual, las medidas de precaución y la solidaridad son las mejores armas que tenemos para protegernos y proteger a los demás. Seamos optimistas, pero también cautos.
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