Hablarle a las plantas, susurrarles palabras bonitas e incluso cantarles es una vieja práctica de jardineros, horticultores, amas de casa, abuelas para que embellezcan y den frutos o flores. ¿Acaso las plantas sienten, oyen, interactúan? Para Paco Calvo, catedrático de Filosofía de la Ciencia y director del Laboratorio de Inteligencia Mínima de la Universidad de Murcia en España, la respuesta es sí, “son organismos cognitivos”. Responden a los estímulos del ambiente al igual que cualquier otro ser vivo.
Calvo, es autor del libro Planta Sapiens y experto en plantas. En el MINT Lab -como también se le conoce a ese centro especializado- estudia el comportamiento de los arbustos. Y afirma que ser ciego a las plantas es no verlas como realmente son: organismos cognitivos dotados de recuerdos. Percepciones y sentimientos, capaces de aprender del pasado y anticipar el futuro, de sentir y experimentar el mundo.
Es fácil descartar tales afirmaciones porque van en contra de la teoría principal de la ciencia cognitiva, escribió Amanda Gefter para Nautilus. Esa teoría se conoce con nombres como «cognitivismo», «computacionalismo» o «teoría representacional de la mente».
Sin embargo Calvo Garzón señaló, en resumen, que la mente está en la cabeza. La cognición se reduce a los disparos de las neuronas en nuestro cerebro. Y las plantas no tienen cerebro.
“Cuando abro una planta, ¿dónde podría residir la inteligencia?” asoma Calvo. “Eso es enmarcar el problema desde la perspectiva equivocada. Tal vez nuestra inteligencia tampoco funcione así. Tal vez no esté en nuestras cabezas. Si lo que hacen las plantas merece la etiqueta de «cognitivo», que así sea. Repensemos todo nuestro marco teórico”.
Las plantas son organismos cognitivos
Como filósofo, estaba ocupado tratando de comprender las mentes humanas. Cuando comenzó a estudiar ciencias cognitivas en la década los noventa, la opinión dominante era que el cerebro era una especie de computadora. Así como las computadoras representan datos en transistores, que pueden estar en estados «encendidos» o «apagados» correspondientes a 0 y 1. Se pensó que los cerebros representaban datos en los estados de sus neuronas, que podrían estar «encendidos» o «apagados» según sobre si disparan. Las computadoras manipulan sus representaciones de acuerdo con reglas lógicas, o algoritmos, y se creía que los cerebros, por analogía, hacían lo mismo.
Pero Paco Calvo no estaba convencido. Las computadoras son buenas para la lógica, para realizar cálculos largos y precisos, lo que no es exactamente la brillante habilidad de la humanidad. Los humanos son buenos en otra cosa: notar patrones, intuir, funcionar frente a la ambigüedad, el error y el ruido. Si bien el razonamiento de una computadora es tan bueno como los datos que le proporcionas, un humano puede intuir mucho a partir de unas pocas pistas vagas.
“Mi corazonada era que había algo realmente mal. Algo profundamente distorsionado en la idea misma de que la cognición tenía que ver con la manipulación de símbolos o el seguimiento de reglas”, indicó Calvo.
Calvo fue a la Universidad de California en San Diego para trabajar en redes neuronales artificiales. En lugar de tratar con símbolos y algoritmos, las redes neuronales representan datos en grandes tejidos de asociaciones, donde un dígito incorrecto no importa. Siempre que haya más correctos, y a partir de algunas pistas incompletas (raya, susurro, naranja, ojo) la red puede iniciar una conjetura medio decente: ¡tigre!
Las plantas pueden sentir su entorno
Las redes neuronales artificiales han dado lugar a avances en el aprendizaje automático y los macrodatos. Pero, para Calvo, todavía parecían estar muy lejos de la inteligencia viva.
Los programadores entrenan las redes neuronales, diciéndoles cuándo tienen razón y cuándo están equivocadas. Mientras que los sistemas vivos resuelven las cosas por sí mismos y con pequeñas cantidades de datos para arrancar. Una computadora tiene que ver, digamos, un millón de imágenes de gatos antes de poder reconocer uno. E incluso entonces todo lo que se necesita para hacer tropezar al algoritmo es una sombra. Mientras tanto, le muestras un gato a un niño de 2 años, proyectas todas las sombras que quieras y el chico reconocerá a ese gatito.
“Los sistemas artificiales nos dan bonitas metáforas”, sostuvo Calvo. “Pero lo que podemos modelar con sistemas artificiales no es cognición genuina. Los sistemas biológicos están haciendo algo completamente diferente”.
Calvo estaba decidido a descubrir qué era eso, a llegar a la esencia de cómo los sistemas biológicos reales perciben, piensan, imaginan y aprenden. “Si estudias sistemas que se ven muy diferentes y, sin embargo, encuentras similitudes”, asomó Calvo, “quizás puedas identificar lo que realmente está en juego”.
Así que el experto cambió las redes neuronales por un pulgar verde. Para entender cómo funciona la mente humana, iba a empezar con las plantas. Resulta que es verdad: las plantas hacen cosas, son organismos cognitivos. Por un lado, pueden sentir su entorno.
Las plantas tienen fotorreceptores que responden a diferentes longitudes de onda de la luz, lo que les permite diferenciar el brillo y el color. Diminutos granos de almidón en orgánulos llamados amiloplastos se mueven en respuesta a la gravedad, para que las plantas sepan qué camino tomar.
Comportamiento inteligente
Los receptores químicos detectan moléculas de olor, precisa Paco Calvo a Nautilus. Los mecanorreceptores responden al tacto. El estrés y la tensión de células específicas rastrean la forma siempre cambiante de la planta. Mientras que la deformación de otros monitorea fuerzas externas, como el viento.
Las plantas pueden sentir la humedad, los nutrientes, la competencia, los depredadores, los microorganismos. Los campos magnéticos, la sal y la temperatura, y pueden rastrear cómo cambian todas esas cosas con el tiempo. Observan tendencias significativas: ¿se está agotando el suelo? ¿Está aumentando el contenido de sal? Luego, altere su crecimiento y comportamiento a través de la expresión génica para compensar.
Las plantas son organismos cognitivos. Las habilidades de las plantas para sentir y responder a su entorno conducen a lo que parece ser un comportamiento inteligente. Sus raíces pueden evitar obstáculos. Pueden distinguir el yo del no-yo, el extraño del pariente.
Si una planta se encuentra en una multitud, invertirá recursos en crecimiento vertical para permanecer en la luz, refiere. Si los nutrientes están en declive, optará por la expansión de la raíz. Las hojas masticadas por los insectos envían señales electroquímicas para advertir al resto del follaje. Y son más rápidos para reaccionar ante las amenazas si las han encontrado en el pasado. Las plantas charlan entre ellas y con otras especies. Liberan compuestos orgánicos volátiles con un léxico, revela Calvo, de más de 1700 «palabras». Les permite gritar cosas que un humano podría traducir como «oruga entrante» o «*$@#, cortadora de césped».
El mundo interno de las plantas
Su comportamiento no es meramente reactivo, las plantas también se anticipan, son organismos cognitivos. Pueden girar sus hojas en la dirección del sol antes de que salga. Y rastrear con precisión su ubicación en el cielo incluso cuando se mantienen en la oscuridad. Pueden predecir, en base a la experiencia previa, cuándo es más probable que aparezcan los polinizadores. Y programar su producción de polen en consecuencia.
La forma de una planta es un registro de su historia. Sus células, moldeadas por la experiencia, recuerdan.
¿Charlar? ¿Anticipar? Es tentador domar todas esas palabras con comillas, como si no pudieran significar para las plantas lo que significan para nosotros. Para las plantas, decimos, es bioquímica, solo fisiología y mecánica bruta, como si eso no fuera cierto para nosotros también.
Además, dice Calvo, el comportamiento de las plantas no se puede reducir a meros reflejos. Las plantas no reaccionan a los estímulos de manera predeterminada. Nunca habrían llegado tan lejos, evolutivamente hablando, si lo hicieran. Tener que lidiar con un entorno cambiante mientras está arraigado en un lugar significa tener que establecer prioridades, llegar a compromisos, cambiar de rumbo sobre la marcha.
Considere los estomas: pequeños poros en la parte inferior de las hojas. Cuando los poros están abiertos, el dióxido de carbono se inunda, eso es respirar, pero el vapor de agua puede escapar. Entonces, ¿qué tan abiertos deben estar los estomas? Depende de la disponibilidad de agua en el suelo: si hay mucha más para tomar, vale la pena dejar entrar el dióxido de carbono. Si la tierra está seca, las hojas tienen que retener agua. Para que las hojas tomen esa decisión, las hojas comunican sus propias necesidades a las raíces, alentándolas, por ejemplo, a formar relaciones simbióticas con microorganismos específicos del suelo.
Replantear la teoría
Si una planta pudiera responder a la información sensorial uno a uno (cuando la luz hace x, la planta hace y), sería justo pensar en las plantas como meros autómatas. Que operan sin pensar, sin un punto de vista. Pero en la vida real, ese nunca es el caso. Como todos los organismos cognitivos, las plantas se encuentran inmersas en entornos dinámicos y precarios. Obligadas a enfrentarse a problemas sin soluciones claras, jugándose la vida sobre la marcha.
“Un sistema biológico nunca está expuesto a una sola fuente de estimulación”, asegura Calvo. “Siempre tiene que hacer un compromiso entre diferentes cosas. Necesita algún tipo de valencia, una perspectiva de nivel superior. Y esa es la entrada a la sensibilidad”.
Sentirse vivo, tener una experiencia subjetiva de su entorno, ser un organismo cuyas luces están encendidas, eso está reservado para criaturas con cerebro. O eso dice la ciencia cognitiva tradicional. Solo los cerebros, dice la teoría, pueden codificar representaciones mentales, modelos del mundo que los cerebros experimentan como el mundo.
Jon Mallatt, biólogo de la Universidad de Washington, y sus colegas realizaron una crítica en 2021 del trabajo de Calvo en «Desmentir un mito: la conciencia de las plantas». Señalan que para ser consciente se requiere «experimentar una imagen mental o representación del mundo sentido», lo que las plantas sin cerebro no tienen forma de hacer.
Pero para Calvo, ese es exactamente el punto. Si la teoría representacional de la mente dice que las plantas no pueden realizar comportamientos cognitivos inteligentes, y la evidencia muestra que las plantas sí realizan comportamientos cognitivos inteligentes, tal vez sea hora de repensar la teoría. “Tenemos plantas que hacen cosas asombrosas y no tienen neuronas”, asienta. «Entonces, tal vez deberíamos cuestionar la premisa misma de que las neuronas son necesarias para la cognición».