Se calcula que al menos la mitad del mercado del arte está compuesto por obras de arte falsas. No hay un claro consenso. Algunos afirman que en realidad el porcentaje es menor, otros argumentan que es mayor. Sin embargo, una cosa es segura: las falsificaciones en el mercado del arte son un hecho. Se trata de un problema al cual muchas veces no le prestamos demasiada atención, a menos que seamos coleccionistas. Pero resulta fascinante adentrarse en un mundo en el se combinan la ambición, la estafa y el amor al arte. El Museo Ludwig, en Colonia, nos ayuda a adentrarnos en ese complejo mundo.
Quizás una de las cosas que más sorprende es que, si las estimaciones son correctas, aun en el más conservador de los casos, una gran parte del mercado esta lleno de obras de arte falsas. Se entiende que para un mortal común sea imposible distinguir un original de una falsificación. Pero los museos, gobiernos y galerías (además de aseguradoras e inversionistas), cuentan con expertos que deberían haber descubierto los fraudes.
Cómo lo hacen
Se supone que para evitar que obras de arte falsas pasen por auténticas están los curadores, críticos, operadores y marchantes en general. Ellos deberían ser los principales defensores de la autenticidad. Es parte de su trabajo. Entonces, ¿quiere decir que los falsificadores hacen un muy buen trabajo’
Parte del éxito de estos fraudes estriba en seleccionar cuáles obras falsificar. En general, prefieren hacerlo con los trabajos realizados por artistas contemporáneos. Hay dos razones principalmente. La primera es bastante evidente. Para replicar un Goya se deben usar materiales antiguos (como el marco, el lienzo, los pinceles o la pinturas). En cambio, para una obra de arte de un artista contemporáneo es posible adquirir los materiales en la tienda de la esquina.
La segunda razón tiene que ver las tendencias del mercado. Algunos falsificadores no solo son técnicamente muy buenos, sino también conceptualmente. Entonces, se pueden anticipar los gustos de los compradores. Por ello, las falsas obras de arte contemporáneo son más fáciles de comercializar.
Descubrir que se tiene una obra falsa que se daba por auténtica (sobre todo si se pagó como tal) puede resultar frustrante. Por tanto, las investigaciones para desenmascarar a los falsificadores no cesa. Es un juego del gato y el ratón, similar al que ocurre en otros crímenes, como el narcotráfico (aunque con obvias diferencias).
El Russian Avant Garde
Pero las falsificaciones también pueden ser un objeto de arte, por mérito propio. Es parte de la apuesta del Museo Ludwig. El centro de arte exhibe en estos momentos la exposición Russian Avant-Garde en el Museo Ludwig: original y falso; preguntas, investigación, explicaciones. Aunque el museo está temporalmente cerrado por la pandemia.
La muestra intenta responder preguntas sobre su colección de obras de la «vanguardia rusa», compuesta por pinturas realizadas desde finales de la década de 1890 hasta principios del siglo XX. Una etapa ampliamente apreciada. Una pintura de Kazimir Malevich, cuyo trabajo está representado en la exposición, se vendió por casi 86 millones de dólares en Christie’s en 2018.
Pero el mercado también está plagado de falsificaciones. Ese año, un comerciante de arte israelí llamado Itzhak Zarug fue declarado culpable de falsificar declaraciones de procedencia. También se cerró una exposición en el Museo de Bellas Artes de Gante cuando los académicos cuestionaron la autenticidad de algunas de las obras de la muestra.
Una importante lección
El Museo Ludwig fue construido en Colonia en 1976 para exhibir la colección privada de los herederos del chocolate Irene y Peter Ludwig, un rico matrimonio alemán amante del arte pop. Esta institución ha estado revisando sus pinturas, una mezcla de vanguardia rusa, arte pop estadounidense y Picassos, y examinándolas. La exposición actual es el resultado de esa acción y se presenta como una experiencia educativa.
Los cuadros del llamado movimiento de vanguardia ruso han atraído durante mucho tiempo los gustos occidentales. En el catálogo de la exposición se explica que durante la era soviética temprana los diplomáticos intercambiaban objetos deseados de Occidente, como pantalones vaqueros y botellas de whisky por falsos cuadros vanguardistas. Algunas falsificaciones eran tan buenas que confundían a los más conocedores.
Las ventas de estas obras de arte falsas también pueden haber cambiado el curso de la historia del arte. Una de las sugerencias poderosas de la muestra es que la avalancha de arte «de vanguardia» en el mercado occidental creó una escuela de arte que solo existía en la mente de los coleccionistas occidentales.
Es posible que una artista, Nina Kogan, ni siquiera haya existido. Una exposición de una galería de 1985 declaró que sus obras habían sido enviadas al extranjero por amigos después de su muerte. Pero se sabe poco sobre la propia mujer. El único dato fijo fue el hecho de que murió de hambre en 1942 durante el sitio de Leningrado. La mayoría de las imágenes que alguna vez se le atribuyeron ya no llevan su nombre. Es muy probable que se tratara de la obra de un grupo de artistas desconocidos que aprovechó la situación.
Una parte de la muestra consiste en dos cuadros que, a primera vista, pueden ser idénticos. Pero más de cerca se puede comenzar a notar diferencias. Uno es Arquitectónico pictórico (1917) de Liubov Popova, un pintor cubista que vivió en el Moscú de principios del siglo XX. El que le acompaña es falso.
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