Belén Fernández de Alarcón Roca, Universidad Rey Juan Carlos
¿Quién se acuerda, en pleno siglo XXI, de la importancia que tuvieron las nodrizas? Tal vez para entender su relevancia tendríamos que remontarnos al siglo XIX y hasta mediados del XX, cuando aún no se había divulgado el uso de las leches artificiales, producto de la industria farmacéutica y de la revolución industrial. Sin embargo, la elección de que un bebé fuera amamantado con leche materna o no ha estado siempre presente en la historia, y muchas veces ha generado polémicas.
Ya en las primeras civilizaciones, había mujeres, asalariadas o no (esclavas), que amamantaban a los hijos de otras mujeres. De hecho, si existía en una madre hipogalactia (con producción insuficiente de leche materna) o si se había producido la muerte de la madre en el parto (algo más frecuente de lo que nos imaginamos), la solución más típica para la crianza de los bebés eran las nodrizas.
En otras ocasiones, la opción era alimentar a los niños con leche de cabra o de vaca diluida en agua con un poco de azúcar, según comentan algunas fuentes, pero siempre se intentó la primera opción por considerarse más saludable.
¿Quiénes eran las nodrizas?
Aunque su existencia ya se constata desde la época clásica, en Grecia y Roma principalmente, es en la época decimonónica cuando se producen más polémicas.
El siglo XIX en España fue una época convulsa tanto a nivel político –se suceden varias constituciones y se terminan mitigando varios intentos de pronunciamientos militares– como a nivel social. Fueron frecuentes los escritos de higienistas que intentaban con sus artículos y libros “educar” en moral y salud a las mujeres. Lo hacían para su adaptación en la convivencia de las grandes ciudades, donde se aglomeraba gran parte de la población, ya que la revolución industrial provocó importantes cambios sociales.
En ese siglo se constata la importancia, no solo de las nodrizas, sino del servicio doméstico, sobre todo para las clases pudientes. Estas solían contar con varios criados, generalmente mujeres. Eran empleos muy requeridos, ya que no existían los electrodomésticos de ahora como lavadoras, lavavajillas, etc. Por ello, para ciertos niveles sociales se hacía indispensable tener un gran número de criadas que ayudasen en las labores del hogar.
Son múltiples los anuncios en la prensa femenina de la época en los que se demandaban mujeres para la realización de la compra, cocina y fregado, “para todo tráfago”, se decía en el siglo XVIII.
Y existían mujeres, y también hombres, dispuestos a trabajar en las labores del hogar, incluso sin remuneración, tal y como se corrobora en el siguiente anuncio:
“Joven asturiano desea encontrar señores que viajen a Asturias para servirles ya en clase de ayuda, de cámara o de criado. No exige salario, sino su asistencia”. (10 de julio 1858)
En el siglo XIX, más del 80 % de la población era analfabeta. Si no se sabía ni leer ni escribir y había obligación de trabajar para mantenerse, con o sin familia, se consideraba una opción satisfactoria ser criada. Tener un plato caliente sobre la mesa y un buen techo para cobijarse era una solución suficiente para sobrevivir.
También se consideraba ofrecerse como nodriza si se había tenido un parto. Para ello, era conveniente tener una serie de condiciones físicas saludables como ser robusta, tener buena dentadura y gozar de buena salud.
Polémicas servidas…
Se detectan tres polémicas subyacentes con el tema de las nodrizas o amas de cría. Por una parte, se veía saludable que las madres dejaran a los niños en las provincias de origen de las nodrizas. Se puso de moda en Madrid a mediados del siglo XIX la opción de escoger amas de cría procedentes de las montañas de Cantabria, llamadas “pasiegas”, y del País Vasco.
Se suponía que, al vivir en zonas de aire puro, las madres nodrizas tendrían un mayor caudal de leche a la hora de amamantar a los críos. Incluso se debatía que el traslado a las grandes ciudades podría alterar la leche, como se verifica en el escrito de la época:
“Es mejor que viva en el campo y ésta (se refiere a la nodriza) acostumbrada a ciertas labores al trasladarse a la ciudad podría correr el riesgo de que se alterase su leche”.
Sin embargo, también existían otro tipo de escritos moralizantes de educadores que se cuestionaban si se actuaba como una buena madre o no dejando al niño aislado en los pueblos y ciudades durante mucho tiempo. Faustina Sáez de Melgar (fundadora de la revista decimonónica La Violeta) escribe lo siguiente:
“Hoy no es de buen tono que las señoras elegantes críen a sus pequeñuelos, y la entreguen a una robusta montañesa (…) sólo se mira que tengan buena y fresca leche, lo demás es indiferente”.
Otra opción, si no se tenían amplios recursos económicos, era elegir a las nodrizas de las “inclusas”, instituciones donde se acogía a niños y madres pobres. Sin embargo, solo se acudía ahí como último remedio porque se suponía que estas madres eran más proclives a transmitir enfermedades.
Para finalizar, la tercera polémica viene dada por la alimentación de las nodrizas. Se detectan anuncios y cartas donde se recomendaba tomar “vino”.
Si no se sabía ni leer ni escribir y había obligación de trabajar para mantenerse, con o sin familia, se consideraba una opción satisfactoria ser criada. Tener un plato caliente sobre la mesa y un techo para cobijarse era suficiente para sobrevivir.
En Francia se aconsejaba la alimentación de rosbif, pan de flor y vino de Burdeos, tal y como lo hacían las mujeres de Borgoña. Sin embargo, había quienes consideraban que era más saludable tomar otro tipo de alimentos. En el siguiente escrito de Pilar Pascual de Sanjuán se comenta a una nodriza:
“Cuídese mucho, sin alterar su método de vida, para no acalorarse ni tomar mucho el sol, refrescando todos los días con la horchata que al efecto le envío y la fécula (…) pero nada más de comer ni tampoco vino”.
Mediante este artículo se constata con fuentes escritas de la época que cuestiones tan vitales y cotidianas en el siglo XIX como el tema de la crianza estuvieron envueltas en diversas polémicas.
Fueron muchos los periodistas y escritores de la época (hombres y mujeres) que manifestaron su pensamiento en una época socialmente convulsa. Sin embargo, es necesario reivindicar en la historia la importancia que tuvieron estas mujeres que ayudaron en la crianza de niños durante muchas generaciones.
Belén Fernández de Alarcón Roca, profesora especializada en Historia del Arte y Patrimonio cultural, Universidad Rey Juan Carlos
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.