Este debe ser el quinto o sexto artículo que dedico, en el último año y medio, a las mínimas condiciones que deben darse para que la sociedad venezolana pueda concurrir a unas elecciones, sea cual sea su carácter. Lo que defiendo es lo mismo que sostienen dirigentes políticos y sociales, así como numerosos expertos en asuntos electorale: hay unas mínimas condiciones que deben existir y exigirse. Sin ellas, participar en las elecciones, además de suicida, constituiría sobre todo un precedente irreversible para unas posibles elecciones presidenciales. Quiero insistir en que las condiciones que se obtengan para las elecciones regionales serán las de las elecciones sucesivas.
Hay en el escenario un argumento, según el cual, hay que aceptar hoy cualquier cosa, porque mañana obtendremos mejores condiciones: Ese es un argumento falaz en todas sus letras, simplemente porque el régimen tiene en la Presidencia de la República su principal y fundamental bastión. Forma parte de su comprensión de lo innegociable. Creer que estamos en un camino cuyo tránsito inevitable será ir a una elección presidencial libre, justa y transparente es, sin duda, una aspiración legítima, pero también un camino minado de trampas, falsas puertas, abismos e ilusiones. Maduro y su banda no entregará el poder como resultado de un proceso electoral totalmente controlado por ellos.
Lo que ocurre ahora mismo es que el régimen se está fortaleciendo. Está aumentando la producción petrolera y la presión política y comunicacional que aplica dentro y fuera del país, para el levantamiento de las sanciones, está avanzando. La imagen de un poder dispuesto a negociar está siendo proyectada por los medios de comunicación internacionales. Los socios y aliados de la dictadura en Europa, Estados Unidos y América Latina están haciendo su trabajo. Le quitan la gravedad a las denuncias, relativizan las violaciones de los derechos humanos, silencian la realidad de los presos políticos.
Esgrimen, con cinismo incalculable, la economía de los bodegones como un argumento para hacer creer que, a pesar de todo, las cosas no van tan mal, que en Venezuela se puede vivir. Y este argumento de la economía de bodegones, encuentra sus replicantes en algunos figurones que se dicen opositores, pero no que son beneficiarios del estado actual de cosas en Venezuela.
Pero hay, además, otro elemento, que tiene una considerable importancia: a la sociedad venezolanale entusiasman las elecciones, tiene en sus raíces una histórica y cultivada cultura democrática. A los venezolanos demócratas nos gusta ir a votar. Nos sentimos inclinados a ver en las elecciones, el mecanismo con el que producir cambios o avanzar hacia una vida mejor. Es, si me permiten la imagen, nuestro tropismo político. Nuestra inclinación predominante.
Mientras, con habilidad indiscutible, el régimen se mete la mano en el bolsillo, saca unas migajas y las deja caer para que el afán electoralista se lance a ellas con desespero, y haga de ellas una celebración sin fundamento alguno. Una de esas migajas consiste en otorgarle a la oposición unas tarjetas electorales genéricas para que participe en las elecciones, mientras mantiene secuestradas las tarjetas, símbolos y haberes de los principales partidos de la oposición democrática: Voluntad Popular, Acción Democrática, Primero Justicia y otros.
Otra migaja, de reciente factura, consiste en la eliminación de los protectorados, entidades ilegales, carentes de legitimidad, negadoras de la institucionalidad democrática y de la voluntad popular, además de nido de delincuentes y de prácticas extorsivas, como ocurre en el estado Táchira.
Anuncian la eliminación de los protectorados, algunos ingenuos aplauden, pero no dicen ni una palabra del más grande peligro en curso, el Poder Comunal, la herramienta repotenciada con que el régimen se propone acabar con el último resquicio de autonomía, que queda en alcaldías y gobernaciones. La estrategia de Chávez, la de una pinza que asfixiara la democracia con un poder militar por arriba y un poder comunal por la base, toma terreno a toda velocidad. Mientras eso ocurre, el electoralismo celebra las migajas, promueve las ilusiones, guarda silencio ante realidades que siguen allí, al tiempo que, como ya dije, el régimen se atrinchera y gana espacios en el ámbito internacional.
La realidad, y esto es lo primordial, es que los presos políticos siguen presos. Las torturas continúan produciéndose. Los perseguidos políticos siguen exiliados. Los partidos siguen en manos de sus secuestradores. Los medios de comunicación siguen amordazados o bajo el asedio de tribunales. El acoso a los ciudadanos continúa impunemente. Las alcabalas policiales y militares siguen extorsionando en todas las regiones del territorio venezolano. La corrupción mantiene su estatuto de impunidad. Las bandas que se han distribuido el territorio nacional -paramilitares, grupos como los del “Coqui”, narcoguerrilleros, facciones militares, mineros, Tren de Aragua y otros delincuentes comunes más- continúan asesinando y sembrando el terror. Mientra, la inmensa mayoría de la población venezolana se empobrece y experimenta los dolores físicos y psíquicos del hambre.
Así las cosas, cabe preguntarse: ¿qué son realmente estas migajas? ¿Llaves que abrirán puertas a la solución de la crisis venezolana? ¿O ardides para que nada cambie y todo siga igual?