Ester Lázaro Lázaro, Centro de Astrobiología (INTA-CSIC)
Estos días somos muchas las personas que asistimos esperanzadas a los progresos en la administración de las vacunas frente al SARS-CoV-2. Algunos países como Israel y el Reino Unido parecen haber dejado atrás lo peor. En otros, como en España, con la mayoría de la población mayor de 80 años ya vacunada, las muertes en residencias se han reducido drásticamente. Y eso ha evitado situaciones tan terribles como las que se dieron durante la primera ola. La mayor disponibilidad de personal sanitario (de nuevo gracias a la vacunas) nos hace pensar que los enfermos están mejor atendidos que hace unos meses.
Frente a esta situación que nos hace mirar el futuro con cierto optimismo, las imágenes que llegan de la India son dramáticas: hospitales totalmente saturados, con falta de oxígeno y respiradores, gente muriendo en las calles, cremaciones en masa… Las cifras que aportan las instituciones oficiales tampoco hacen pensar que la situación vaya a cambiar en breve. Según la OMS, durante la tercera semana de abril hubo 5.7 millones de nuevos casos de covid-19 en todo el mundo, el 38% de los cuales ocurrieron en la India.
¿Qué influye en la transmisión de los virus?
Lo que estamos viendo nos muestra lo complejo que resulta predecir el grado de transmisión que puede alcanzar un virus en una región geográfica concreta. Además de los factores derivados del propio virus, como su capacidad de contagio, su estabilidad ambiental cuando está fuera del organismo que infecta o su capacidad para generar mutantes que aporten alguna ventaja, existen factores sociales cuya influencia muchas veces es difícil de calibrar.
La movilidad de las personas, el número y tipo de contactos que establecen entre ellas, la edad media y el estado general de salud de la población, así como el grado de universalidad y fortaleza de los sistemas sanitarios son algunos de esos elementos. Es difícil determinar la contribución relativa de cada uno de ellos, ya que suele ser la interrelación entre varios lo que determina el resultado final y lo que seguramente ha desencadenado esta especie de “tormenta perfecta” en la India.
La propagación del SARS-CoV-2 en la India
A finales del invierno pasado, cuando el SARS-CoV-2 comenzó a propagarse por gran parte del mundo, hubo algunos países que parecieron mostrar mayor resistencia a su expansión, sin que hubiera una razón aparente para ello. Entre esos países estaba India, que pasó con relativa suavidad lo que en la mayor parte del mundo fue la primera ola de la pandemia. Algunos científicos atribuyeron este hecho a la pirámide de edad y los bajos niveles de obesidad de la población india.
No obstante, aunque con cierto retraso con respecto a otros países, al final las infecciones en la India también se aceleraron, hasta llegar a los 100 000 nuevos casos por día. Después de un confinamiento muy estricto, a finales de este invierno se produjo una fuerte caída de la incidencia que llevó a pensar que lo peor había pasado.
Algunos estudios de seroprevalencia realizados en diciembre y enero indicaron que más del 50 % de la población de algunas grandes ciudades ya había estado expuesta al virus. En conjunto se estimó que 271 millones de personas, alrededor de un quinto de la población, habían pasado la infección. Parecía, por tanto, que si hubiera una nueva ola esta sería mucho más débil que la pasada. Así que se levantaron la mayoría de las restricciones y el sentimiento de que se había vencido al virus se propagó entre la población.
Sin embargo, la realidad no ha sido como se esperaba y la nueva ola que comenzó en marzo ha superado todas las previsiones.
Una nueva variante viral en la India
Al mismo tiempo que los casos aumentaban, una nueva variante del SARS-CoV-2, la denominada B.1.617, ha comenzado a ser mayoritaria en algunas regiones del país. Es más, ya se ha detectado en otros 20 países, lo que hace pensar que es altamente transmisible.
Esta variante incluye tres mutaciones (L452R, P681R y E484Q) en posiciones de la espícula del virus que ya habían aparecido mutadas en algunas variantes detectadas previamente. Puesto que la espícula es la proteína viral que interacciona con el receptor celular, y frente a la cual se induce gran parte de la respuesta inmune, hay que estar alerta al efecto de las mutaciones que surgen en ella.
La presencia de L452R ha sido asociada con mayor transmisibilidad y con una moderada reducción en la neutralización del virus por sueros de pacientes vacunados. En lo que respecta a P681R, parece favorecer la entrada del virus en las células y la inducción de infecciones sistémicas. Por último, la mutación E484Q es una versión diferente de la mutación E484K, presente en las variantes sudafricana y brasileña.
En estas últimas variantes, el aminoácido glutámico en posición 484 de la espícula era sustituido por una lisina, mientras que en la variante presente en India es sustituido por una glutamina. En ambos casos parece que el cambio provoca una peor neutralización por los anticuerpos producidos en personas vacunadas o que han pasado la infección.
Aún no se dispone de estudios que permitan saber si la combinación de estas mutaciones reduce la efectividad de las vacunas. Hay que recordar que la inmunidad es mucho más que los anticuerpos. Y ensayos como los descritos arriba dejan fuera a muchos valiosos “jugadores”.
La pandemia requiere soluciones globales
En un país tan densamente poblado como la India, el daño que puede hacer esta transmisión descontrolada del virus es incalculable. Pero, ¿cómo se aplican medidas de aislamiento en un país con tanta gente viviendo en condiciones precarias? Nuevamente se plantea el dilema economía o salud, aunque en realidad ambas cosas estén estrechamente relacionadas.
Aunque solo sea por egoísmo, hay que mirar de frente a India y colaborar para frenar allí la pandemia. Cada nueva infección supone una oportunidad de que surjan nuevas combinaciones de mutaciones que sean favorables al virus.
Urge que la vacunación avance en todos los países, ricos y pobres, para que no tengamos que volver a la casilla de salida. La pandemia es un problema global y, como tal, no puede ser controlada con soluciones parciales, que dejen fuera a una parte del mundo. En ese caso hay muchas posibilidades de que, más pronto o más tarde, lo que suceda allí nos sea devuelto.
Ester Lázaro Lázaro, Investigadora Científica de los Organismos Públicos de Investigación. Especializada en evolución de virus, Centro de Astrobiología (INTA-CSIC)
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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